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Óscar Figueroa: un campeón indeclinable

Óscar Figueroa, medallista olímpico colombiano.

Óscar Figueroa, medallista olímpico colombiano.

Foto:AFP

Superó a la violencia y las lesiones, que casi acaban con su carrera. Hoy quiere ser dirigente.

“Con las circunstancias que le ha tocado afrontar, otra persona se habría desanimado y abandonado. Pero en él se combinan dos cosas: aptitud y actitud, que hacen de él una persona persistente, que lo han llevado a dónde está”. Esas son las palabras del entrenador Jaiber Manjarrés para describir a Óscar Figueroa Mosquera, el hombre que a sus 33 años logró coronarse como el mejor del mundo, el que mayor peso –318 kilos en tres esfuerzos– ha conseguido levantar en su categoría de los 62 kilos y así ganar para Colombia medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río 2016, superando al indonesio Eko Yuli Irawan (312 kilos) y al kazajo Farkhad Khardi, el tercero y ganador del bronce en esta competencia.
Manjarrés es uno de los tres entrenadores que Óscar reconoce han sido decisivos en su formación hasta lograr ser el primer hombre del país en alcanzar la medalla dorada en unos Juegos Olímpicos. Los otros son Damaris Delgado –quien lo descubrió cuando apenas era un niño de 11 años– y Oswaldo Pinilla, actual entrenador de la Selección Nacional y a quien conoció cuando era su subalterno en el Ejército.
Es que en esto de superar los momentos difíciles y de tensión, Óscar Figueroa es también un campeón de la vida, al lado de los suyos.
Nació el 27 de abril de 1983 en Zaragoza, un pequeño municipio antioqueño de unos 30.000 habitantes, a donde sus padres chocoanos, Jorge Isaac Figueroa y Hermelinda Mosquera, llegaron a dedicarse a la minería artesanal de oro.
A sus 11 años, hace 22, con sus hermanos Jorge y Juana María, la violencia y tensiones del conflicto entre guerrilla y paramilitares –que golpeaban en esa zona de Antioquia–, lo llevaron a dejar ese municipio.
Llegó a Cartago, en el norte del Valle. Mientras su mamá debía salir a ganarse unos pesos en oficios varios, Óscar recibía clases en la mañana y en las tardes con otros niños de escasos recursos. Pasaba las horas en la Fundación Teresita Cárdenas de Candelo, que aún existe en el sector del parque La Isleta, y que tiene la guía del ICBF.
“Óscar vivía con su familia en el barrio Bellavista, y el tiempo que no estudiaba lo pasaba en la fundación, hasta que lo recogía. Allá les daban almuerzo, hacían diversas actividades. Desde ese entonces se perfilaba como un muchacho muy enfocado, cuando se proponía algo lo hacía”, dice Damaris Delgado, su primera entrenadora y quien descubrió las potencialidades de Óscar a esa temprana edad.
Y aunque este muchacho jugaba fútbol con sus amiguitos, Damaris tenía y tiene olfato para percibir el potencial de niños y adolescentes para las pesas. En ese entonces ella tenía unos 18 años y ya había sido campeona nacional en pesas y subcampeona suramericana en 85 kilos. Además, su hermana Carmenza era campeona panamericana en el mismo deporte en más de 85 kg, y también destacaba en pesas su hermano Mauricio Castillo, en más de 105 kg. Los tres siguen como entrenadores, ella en Yumbo, su hermana en España y él en Cartago.
“En ese entonces eran unos 15 muchachos y en la fundación, como parte de las actividades, se debía hacer deporte y se tenían las pesas entre las opciones. Empezamos con Óscar siendo un niño, y estuvo con nosotros hasta los 16 o 17 años, cuando con mi hermana Carmenza lo mandamos para Cali. A esa edad ya era campeón nacional juvenil”, dice Damaris.
Y en Cali lo acogió el profesor Jaiber Manjarrés Cortés, otro hombre de las pesas, campeón suramericano juvenil en 1970, quien recibió a Óscar y se encargó de sacar todo su potencial. “Se deben tener dos condiciones para el deporte: aptitud y actitud. En este muchacho se combinaban ambas. Eso le ha permitido superar más de una adversidad, otro se habría desanimado”, insiste.
Además de las dificultades de la niñez, Manjarrés se refiere a varias lesiones que casi sacan a Óscar del mundo del deporte, y también al quite que tuvo que hacer a comentarios adversos: llegaron a decirle que no sentía el país, que no se esforzaba en la plataforma de alzamiento.
En Cali, Figueroa alcanzó a unirse al Ejército, pero luego de un año en el servicio volvió a su pasión: las pesas.
Tras coronarse campeón nacional en el 2001, siguió su preparación rumbo a los Olímpicos, pero una lesión lo afectó. Se clasificó para Atenas 2004, pero el resultado no fue suficiente para estar en el cuadro de medallería. Siempre se apartó de la línea del entonces entrenador nacional, el búlgaro Gantcho Karouskov, quien llevó a María Isabel Urrutia al primer oro olímpico colombiano en Sídney 2000. Y defiende a los entrenadores nacionales.
Una lesión en una rodilla lo sacó de la opción de una medalla en Atenas. Para Pekín 2008, una lesión en la vértebra cervical casi le paraliza el brazo derecho. Sufrió mucho por los comentarios, que incluso hablaban de cobardía. Sin dar nombres, Manjarrés dice que fue producto de una mala orientación y que, teniendo pesistas de alto rendimiento, fueron más las medallas que el país perdió que las que se ganaron. En esos Juegos, Diego Salazar obtuvo medalla de plata.
A su regreso, Óscar decidió someterse a una cirugía poco invasiva del especialista Jorge Ramírez, a quien el pesista considera clave para no haber quedado postrado y que este fuera de su deporte. Se venía Londres 2012. Cuatro años después, Manjarrés aún guarda los cuadernos con las anotaciones diarias del trabajo e intensidad que siguió con Óscar. Es un registro que lleva con cada uno de los muchachos y muchachas con los que trabaja en el centro de entrenamiento junto a la Escuela Nacional del Deporte, en Cali.
Figueroa logró medalla de plata en esos olímpicos y las cosas empezaron a cambiar en su hogar: pudo ayudar a su mamá y tener la casita que ella soñaba en Cali, capital del Valle, departamento al que llegó muy niño, donde se formó y ha tenido los mayores resultados de su carrera.
Tampoco para Río faltó una lesión. En enero, a siete meses de las competencias, otra vez debió ser intervenido por el médico Ramírez, fundamental en ese proceso de recuperación, así como su actual entrenador de pesas en Colombia, Oswaldo Pinilla, el tercero al que Óscar agradece gran parte de su logro, sargento que lo orientó en el Ejército. Es el mismo que luego de la hernia discal en la columna y los cuestionamientos tras Pekín 2008, que sumieron al deportista en una crisis, y una inactividad de seis meses, lo respaldó y estuvo ahí hasta llevarlo a la medalla de plata en Londres. Y ahora al oro en Río.
El día más feliz
El pasado 8 de agosto, tras la participación del indonesio Eko Yuli Irawan y del kazajo Farkhad Kharki, Óscar Figueroa no logró un nuevo registro olímpico, pero cayó de rodillas y con lágrimas de felicidad. Se quitó los zapatos y besó los discos de pesas. Sintió que era la culminación de 22 años de carrera deportiva, la felicidad por tantos años de esfuerzos.
Ahora es a él a quien la vida, su obstinación, privaciones, esfuerzos y disciplina le permiten opinar, reclamar y diseñar otros rumbos, pero en la misma senda del deporte. Estos días no hay descanso en su agenda, por los compromisos con medios, dirigencia deportiva, entidades públicas y privadas.
Se preocupa por mantener su imagen y pide que se mantenga y respete la reserva de su familia.
Y aun cuando en Río se quitó las zapatillas como símbolo de un retiro, dice que es una licencia de dos años mientras termina sus estudios de administración de empresas en la Universidad Santiago de Cali (Usaca); cursa octavo semestre.
El deporte también le ha permitido adelantar su carrera. Antes de su participación y plata en Londres, la Usaca lo había becado para su carrera. A su regreso, y luego de la plata, se le informó de una beca para una especialización o maestría, la que ahora, cuatro años después, espera aprovechar.
Óscar explica que, sin retirarse del deporte, tendrá una pausa para sus estudios y hacer una maestría en Gestión Pública.
Mira alto y con objetivos de mediano y largo plazo. Primer campeón mundial juvenil de pesas, primer campeón para el país en mayores y primer oro en hombres en una olimpiada, se ve en el mundo del deporte en el terreno administrativo y de gestión, y hasta en un ente nacional del deporte; y la maestría es un peldaño en esos caminos.
Destaca el respaldo de su familia, la mano de sus profesores, del médico Ramírez, de Indervalle, Coldeportes y el COC; y, medalla en mano, pidió que se adecúe un centro de alto entrenamiento de pesas, y este empieza a ser una realidad.
Se tiene un espacio en la inmensa Unidad Deportiva Panamericana, y la gobernadora Dilian Francisca Toro anunció 3.000 millones de pesos para el complejo, cuyo costo se estima en 10.000 millones. Se espera apoyo del Gobierno Nacional.
El primer oro masculino para Colombia, que siempre ha reclamado un buen trato para los deportistas, pide al Gobierno y a la dirigencia deportiva que se aumente el reconocimiento económico para los medallistas olímpicos y que esos apoyos no lleguen solo a esas alturas, sino desde las etapas de formación, cuando son vitales para luego conseguir resultados como el suyo.
IVÁN NOGUERA YANTÉN
Redactor de EL TIEMPO
Cali
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