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Fernando Alonso, tan veloz como tóxico

Fernando Alonso siempre será recordado como uno de los grandes pilotos de la historia, a pesar de sus numerosas polémicas y carácter poco afable.

Fernando Alonso siempre será recordado como uno de los grandes pilotos de la historia, a pesar de sus numerosas polémicas y carácter poco afable.

Foto:AFP

El piloto de Fórmula 1 se retira después de casi dos décadas en lo más alto de la categoría reina.

No es ninguna complicación llenar esta página con los datos biográficos y estadísticos del piloto Fernando Alonso desde sus inicios como kartista y luego en la Fórmula 1 (F1), de la cual acaba de anunciar su retiro al final de este año y del que será su campeonato mundial número 18.
Por supuesto, las casi dos décadas rodando en el foco de las noticias y sus 37 años de edad, iniciados el 29 de julio de 1981 en Oviedo, corazón de la provincia española de Asturias, movieron al idioma castellano al lenguaje de Fórmula 1 donde nunca antes estuvo en primera plana.
Y no es para menos, porque las cifras del asturiano son de otro planeta: 302 carreras hasta la fecha; 16.477 vueltas completadas, de las cuales ha punteado 1.767, y campeón del mundo en 2005 y 2006 y tres veces subcampeón son honrosos títulos que se suman a las 32 victorias, rodeadas por 97 trepadas al podio, 22 poles y 23 veces autor de la vuelta más rápida.
En el 2005 se apuntó como el piloto más joven en haber ganado un mundial, con 24 años, superado luego en 2010 por cuestión de días por Sebastian Vettel. Para lograr ese acumulado, que es el tercero más jugoso de la historia, ha puesto sus guantes a los mandos de automóviles de Minardi (hoy Toro Rosso); luego Renault durante cuatro temporadas; McLaren en 2007; de nuevo Renault, en 2008 y 2009; Ferrari del 2010 al 2014 y, desde el 2015, en la malograda apuesta de McLaren con motores de Honda y Renault, pesadilla que está a punto de terminar.
Alonso le agrega a este inventario la victoria en la clásica carrera 24 Horas de Le Mans este año, aprovechando una silla que le abrió el equipo Toyota para que pudiera completar el segundo paso de la triple corona, formada por Le Mans, las 500 de Indianápolis y el Gran Premio de Mónaco. A Alonso le falta solo las 500, y muy probablemente las buscará en el 2019. Le fue bien su intento en el 2017, cuando su equipo de entonces, McLaren, lo liberó de la carrera de Mónaco para que pudiera ir a Estados Unidos a las 500.

Las dos coronas las consiguió venciendo al poderoso batallón mecánico y humano de Ferrari, que era por aquellos años el dream team de las carreras 

Retomando los anales, Alonso fue un brillante jovencito al volante desde cuando empezó a montar en los karts que su papá le preparaba en las pistas locales. Su proyección en esta categoría fue más que buena, ganando el campeonato nacional español y luego el mundial de estos minicarros, considerados la silla obligatoria para la formación de los corredores que aspiran a las grandes ligas.
Sin recursos familiares y menos de la talla que se requieren para ingresar a las categorías profesionales del automovilismo –hoy en día el dinero muchas veces cuenta más que el talento, y permite a bastantes pilotos competir en niveles que no son los de su habilidad pagando gruesas sumas que, a su vez, los equipos necesitan para sobrevivir–, Alonso tuvo grandes apoyos, especialmente de empresarios, que no dudaron en apostarle a su talento. Primero fue su compatriota Adrián Campos, cuyas conexiones lo pusieron en las Fórmulas Nissan (campeón en 1999) y 3.000. También fue el protegido del pintoresco Flavio Briattore, audaz vendedor de telas y productos de Benetton y luego mánager del equipo de la firma cuando esta entró a la F1.
Desde cuando pisó categoría reina en 2001, con el entusiasta, pero modesto, equipo Minardi que hoy es el Toro Rosso –y ha sido la puerta inicial para muchos corredores–, Alonso hizo nombre: de inmediato quedó en la mira de las escuderías de mayor potencial como Renault.
Su consagración de la mano de esta escudería, con la que debutó como piloto oficial en 2003 y ganó sus dos únicos títulos de Fórmula 1, fue muy complicada y por ende valiosa: las dos coronas las consiguió venciendo al poderoso batallón mecánico y humano de Ferrari, que era por aquellos años el dream team de las carreras.
Su grandeza y nivel quedaron firmados en los libros de ese tiempo, pero de ahí en adelante la cosecha comienza a enflaquecer por muchas decisiones y actuaciones, cuyos resultados no estuvieron de su lado y que dejaron al descubierto que una cosa es el genial Fernando Alonso con la visera del casco cerrada y otra cuando se afloja los cinturones de seguridad.
Acelerando Alonso es considerado uno de los grandes genios que han pasado por los circuitos. Políticamente, una calamidad. Y, personalmente, un elemento “tóxico”, según las palabras de Christian Horner, director del equipo Red Bull, a quien se le preguntó esta semana sobre la posibilidad de que Alonso pasara a sus filas.
En efecto, desde cuando estuvo en Renault, comenzó a trazar sus transferencias entre bastantes estrujones que develaron su difícil personalidad, cuyos rasgos son más que públicos. Y también su poco olfato, pues a donde se movió en busca de mejor máquina, llegó cuando esos equipos entraron en declive. Fue a Ferrari durante cinco años, pero en ese momento el carro para ganar era Red Bull. Pasó a McLaren y se topó con la ascensión de Hamilton. Su convivencia fue turbulenta porque el jovencito inglés resultó tan o más rápido que él y desertó las filas acusando al equipo de favorecer a su compañero. Alonso siempre ha exigido o construido un entorno de equipo enteramente inclinado a su favor como piloto número uno, y para lograrlo influye en todas las decisiones. Su prestigio y velocidad hacen que las estructuras se plieguen a sus condiciones, que suelen girar entorno a una suma de 30 millones de dólares al año.
Pero ese no sería el único lance aburrido de su biografía porque, finalmente, la situación entre los equipos es algo privado de su vivir y de alguna manera aceptada cuando los caracteres de los corredores inevitablemente comienzan a generar fricciones y luego chispas. Por eso, cuando alguien contrata a Alonso, tiene siempre los extintores activados.
El español fue protagonista de dos sonados y perversos escándalos de los cuales salió decentemente librado de sanciones mediante confesiones y arrepentimientos ante las autoridades deportivas.
En 2007 estuvo involucrado en la transferencia subterránea de 780 páginas de documentos técnicos de Ferrari a Mercedes-McLaren, en juego con ingenieros de ambos bandos. El spygate le costó a McLaren una multa récord de 100 millones de dólares. Alonso, cándidamente, declaró en Autosport, la revista más importante del medio: “Estuve en el lugar inoportuno en el momento inadecuado, pero muy contento de ayudar a la FIA a descubrirlo todo”.
Por su mensajería habían pasado todos los archivos, pero lo perdonaron por ser el ‘ventilador’. A pesar de eso, Ferrari lo contrató en 2010 y McLaren lo retomó en 2015, aunque en este momento ya no estaban en ese equipo los motores Mercedes, marca que se sintió ofendida por ese episodio y nunca más le abrió sus puertas.
En el 2008, corriendo con Renault en Singapur, estuvo en el centro de otro escándalo: el crashgate. Su mánager Briattore y el director del equipo Pat Symonds presionaron al segundo piloto, Nelson Piquet Jr., para que tuviera deliberadamente una colisión que precipitó las banderas amarillas, situación que el equipo tenía prevista para anticipar la entrada de Alonso al reabastecimiento que los otros equipos no pudieron prever oportunamente.
Las pesquisas llevaron a una vergonzosa descalificación por cinco años a Renault; Symonds quedó vetado para actuar en la F1 durante el mismo tiempo y Briattore suspendido de por vida, sanción vigente aunque se pasea orondo por los paddocks de las carreras como miembro notorio del jet set europeo. Piquet fue absuelto por colaborar y a Renault, finalmente, le ablandaron la sentencia por la misma causa. La FIA consideró que Alonso nunca conoció el perverso plan que rodó a sus espaldas, pero esa bendición no borró nunca las dudas, agravadas por los antecedentes.
Esta condición de ojos miopes ante los escándalos no es sorpresiva en la F1. En el 2014, el supremo jefe comercial del espectáculo, el inglés Bernie Ecclestone, pagó una multa de 100 millones de dólares para transar ‘legalmente’ una condena alemana por sobornos y corrupción cuando le comprobaron que le había pagado a un banquero otros 33 millones para que beneficiara a una empresa en la cual tenía intereses cuando estaban en venta los derechos de la F1.
Ecclestone, de 83 años en ese momento, pagó y siguió en su vistoso cargo como si nada, aunque algo menos rico.
Volviendo a Alonso, sus movimientos en los equipos nunca fueron producto de situaciones amistosas ni de decisiones concertadas. Por razones técnicas cuando los autos no daban para ganar, por motivos de convivencia o por falta de sincronización con los momentos difíciles que, por otro lado, nunca vaciló en comentar en la prensa con términos despectivos hacia sus motoristas o patrocinadores, Alonso no es una persona que convoque de manera unánime la admiración, salvo manejando.

Muchas decisiones y actuaciones dejaron al descubierto que una cosa es el genial Fernando Alonso con la visera del casco cerrada y otra cuando se afloja los cinturones de seguridad

Es uno de los grandes corredores de todos los tiempos, porque su consistencia y tenacidad se destacaron en todas las condiciones de piso y circuito. Un corredor es alguien que siempre salva resultados y trabaja a largo plazo la jornada o el campeonato y Alonso se excedió en esas demostraciones que le valen un respeto generalizado y reconocido por encima de su manera de ser.
Es un batallador incansable porque nunca desaprovecha una rendija que abra un rival en cualquier posición de la carrera, si bien no ahorra los comentarios en los cuales coloca las responsabilidades fuera de sus manos.
Es también un ‘pilotazo’, que es quien toma riesgos y hace maniobras diferentes y brilla en el terreno que le toque. Inclemente en el agua, gran largador, incisivo y calculador, frío y manipulador, el español puede ir en cualquier lugar del marcador y siempre reclama una mirada de la audiencia. Y no es menos magnético en sus conexiones con los medios.
Se va de la F1, cosa que él mismo dice que puede ser temporal, pero es improbable un regreso por su edad y porque solo habría dos o tres equipos en los cuales ganar carreras. Y en esos la puerta la tiene cerrada. Precisamente, por eso se va de la categoría reina.
Si corre en Estados Unidos, indiscutiblemente baja de perfil: las carreras Indy no tienen la misma trascendencia, aunque son técnicamente muy complejas, en especial las de los óvalos. Pero Alonso es un animal de la velocidad y necesita ponerse el overol todas las semanas, tal es su apetito por la velocidad y su ambición por el triunfo. Para lo segundo, desafortunadamente no bastan unas manos prodigiosas, como las que tiene, y los autos a su medida están con otros hombres mucho más jóvenes que él. Además, su carro ya está asignado al también español Carlos Sáinz, de 24 años, para el 2019.
End of the road, como sentencia el léxico de las carreras. Pero queda la historia de un grande.
JOSÉ CLOPATOFSKY
Director de Motor
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