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Fútbol Colombiano

‘Americano hasta la muerte’

Tras un lustro afuera de la máxima categoría del fútbol nacional, América de Cali logró el ascenso a la Liga Águila el 27 de noviembre pasado, frente al Quindío.

Tras un lustro afuera de la máxima categoría del fútbol nacional, América de Cali logró el ascenso a la Liga Águila el 27 de noviembre pasado, frente al Quindío.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

Fragmentos del prólogo de Iván Mejía Álvarez al libro ‘¡Y dale, rojo, dale!’, de Alejandra López.

Fui, soy y seguiré siendo americano hasta el día en que me muera. Se cambia de partido político y hasta de creencias religiosas, pero nunca se olvida el amor por una camiseta. Y mi amor eterno está íntimamente ligado a esa roja con el diablito en el pecho.
Recuerdo como si fuera ayer el primer partido al que asistí, llevado de la mano por mi padre. Fue en El Campín, jugaban Millonarios y América, y los azules ganaron 4-1 a un equipo de color rojo del cual desde entonces me enamoré.
(…)
Hace poco, Tulio Gómez, presidente del América, publicó un tuit con una vieja foto, con el color carmelita de lo añejo, donde aparece el maestro Adolfo Pedernera como jugador del América en 1960. Pedernera, uno de los grandes de la famosa ‘máquina’ de River Plate –junto a Muñoz, Moreno, Labruna y Lostau–, era el director técnico y había armado una escuadra sensacional que salió subcampeona del torneo nacional.
La imagen del ‘Indio’ Carlos Montaño, uno de los tres mejores porteros que ha tenido América en toda su historia, al lado de Falcioni y Gustavo Adolfo Riquelme, me persigue y me atropella. Montaño se le mandaba a una locomotora en marcha, imponente con su camisa amarilla a cuadros, tenía fama de díscolo y de indisciplinado. Dicen incluso que cuando la yerba no era de estratos superiores, sino producto de la cultura del anacobero jefe Daniel Santos, ya Montaño se daba sus toquecitos.
Volaba de palo a palo, pero no estaba solo, porque a esa defensa de Arcángel Brittos, Mousegne y Charol González era difícil pasarla. El recuerdo más grande de aquel América fue el clásico contra el rival de patio, Deportivo Cali, al que le ganaron por 5-0. América goleó con Juan Manuel López y Shinola Aragón, un delantero de piel negra, pero tan negra, que el maestro Carlos Arturo Rueda le puso ese apodo (Chinola), pues en Palmira funcionaba una fábrica de betún con ese nombre (…).
Qué años aquellos, la clase de Marcos Coll, la seguridad de Jaime ‘Charol’ González, un marcador de punta del que se dijo que lo quería Peñarol, cuyos dirigentes lo vieron en una Feria de Cali cuando allí se armaban buenos cuadrangulares con equipos suramericanos y europeos.
Los goles de Harvey Colonia, un delantero que se comía tres antes de embocar uno, pero al que la tribuna quería tanto como a Luis Carlos Paz o el ‘paragua’ Quiñónez, un tipo corredor, luchador, que entusiasmaba con sus juegos de cintura. Y la categoría y clase de Montanini, que la dejaba chiquitica cuando la ponía debajo de la suela. En el arco estaba Gustavo Adolfo Riquelme, un porterazo, con sus rodilleras, gigantesco en el achique y las voladas.
De aquellos años es Norman Emilio ‘Barby’ Ortiz, un tipo grandote, con cintura mágica, que bajó de las faldas de Siloé para deleitar al pueblo rojo. El ‘Barby’ es un ídolo gigante en el anecdotario americano. Salió de una selección juvenil del Valle y su debut fue promocionado como si hubiera aparecido la reencarnación de Pelé. Curiosamente, aquel día de 1966 en que debutó el Barby también apareció Gilberto Cuero, a quien nadie esperaba y quien resultó siendo uno de los jugadores más rendidores de la historia escarlata.
América hacía grandes esfuerzos todos los años para traer nuevos jugadores y técnicos, gente que pudiese arrimarse a los lugares de comando. Hasta un exentrenador de la selección argentina, José María Minella, llegó a dirigir, pero no pasó nada. La historia era reiterada, siempre terminaba como técnico interino Porfirio Rolón, un Benitín Urruti del Quindío, un Cachaco Rodríguez de Santa Fe, un tipo querido de la casa que siempre estaba listo para rematar las tareas que otros no habían podido encauzar.
Un ídolo de aquellos años fue Reynaldo Volken, un gigante argentino que comandaba la defensa al lado de Alberto Castronovo, otro defensor que metía pierna como ninguno. Y el maestro Urriolabeitia, que le pegaba a la bola como los dioses. Tiro libre de ‘Urriola’ era tres cuartos de gol, decían en la tribuna.
Ya el rival de patio había conseguido su primera estrella en 1965, y los hinchas americanos soportaban, mejor dicho soportábamos, las burlas del verde y blanco. América era pasión, los mismos 10.000 en el estadio, los mismos problemas económicos, que era culpa de la maldición del Garabato, la misma fiebre, el transistor en la mano, pendientes de los partidos por fuera, no se veía cómo aquello podía cambiar.
Don Julio Tocker, el ‘Filósofo’, un tipo queridísimo, sereno, caballero a la antigua, tomó el equipo en 1967, y América hizo una campaña excepcional. Sus 24 fechas de invicto, paseando clase y juego por todos los estadios del país, lo aproximaron a los lugares de punta y marcaron el récord de jornadas sin perder que era del Cali. Inmenso orgullo, gran gloria, arrebatarle algo al Cali de Gorayeb, una trituradora, un equipo riquísimo que compraba lo que quería y manejaba todos los registros, todos.
Ya se había ido Riquelme, había pasado Largacha por el arco rojo, había llegado Silvio Benítez, estaban Guillermo Reynoso, un volante técnico y criterioso; Dardo Migone, un obrero; Mario Moreno, un magnífico centrocampista mixto; los centrales eran Rojas y Volken, y Julio San Lorenzo era el centrodelantero y goleador del equipo.
Aquella campaña supo a gloria, permanece en la memoria, le dio al pueblo americano un motivo de orgullo. Pero era tan solo una campaña, un éxito pasajero, mientras el Cali seguía acumulando títulos. Los sueños de don Julio Tocker y su banda duraron hasta que el Unión Magdalena, en una tarde de viento infernal, los goleó 4-1 y mandó para el carajo el récord. Los hinchas viejos no olvidaremos aquella épica cabalgata de partidos sin perder, no estábamos enseñados a aguantar tanto ni a hacer tanta fuerza.
Una de las condiciones básicas para ser buen americano era ser un ‘envenenador’, es decir, inocularle el virus rojo a cuanto pariente, amigo y conocido pasaba por ahí. Ya mis hermanos me hacían compañía para ir a gritar al estadio por la Mecha. Ellos también siguen siendo rojos. La tarea estuvo bien hecha.
Tumbaron la tribuna de Occidental para los Juegos Panamericanos y el estadio cambió, pero América seguía siendo el equipo humilde, luchador, abnegado, sacrificado; América era la Mechita. Siguieron llegando técnicos y jugadores, buenos y malos, y la memoria recuerda a Ángel Perucca, un técnico argentino que se dio el lujo de rechazar a Willington Ortiz, dándole como única explicación que era piernicortico. Gracias a Dios, Perucca no estaba en el Barça cuando llegó Messi (...).
Pasaban los años, y América nada, y lo peor era que no se veía por dónde. Llegaron nuevos dirigentes como Ricardo León Ocampo o don Pepino Sangiovanni, un señorazo italiano que merece un partido homenaje por todo lo que hizo y le dio al América. Pasaron los Vilic Simo y sus Lucumís y Carabalís, en su confuso y enredado español.
Hasta que un día cambió la suerte. Don Pepino convenció a Gabriel Ochoa Uribe, y el médico aceptó dirigir al América en 1979. Cali había llegado con Bilardo a la final de la Libertadores contra Boca. Y fue más noticia el aterrizaje del doctor Ochoa que el nuevo logro verde y blanco. Y como por encanto comenzó a aparecer el billete para traer figuras, los jugadores que le gustaban al paladar del médico. Miguel Rodríguez Orejuela estaba en la junta directiva y todo fue diferente.
El primer título fue una locura. Aquel juego final contra Unión Magdalena en el Pascual Guerrero fue tan emotivo como el reciente partido ante Quindío para volver a la primera división. Brotaban americanos de debajo de las piedras, el pueblo rojo salió a la calle; no lo podíamos creer, América también podía ser campeón, el tal Garabato, parodiando a Santos, no existe, se acabó la joda, también podíamos celebrar. Gay, Chaparro, Reyes, el viejo Pascutto (Aurelio Pascutini), ‘Macuco’ Alegría Valencia, Juanito Caicedo, el Nene Quiñónez, la Fiera Cáceres, Alfonso Cañón, Víctor Lugo y los dos paraguayos, González Aquino y Battaglia. Habían ido a contratar a Battaglia y terminaron trayendo al ‘Monito’ Gerardo Sabino. Qué par de rendidores. A los 29 años, y tras muchos años de sufrimiento por la pasión roja, di la vuelta olímpica en el Pascual en una noche inolvidable (...).
Después, títulos y más títulos, las cinco finales de Copa Libertadores, los megacracks, el porterazo don Julio Falcioni, el gran goleador Ricardo Garecca, los peruanos Cueto y Larrosa, el paraguayo Roberto Cabañas. Y Willington, un regalo y un capricho de don Miguel para su equipo, al que había convertido en la niña de sus ojos, un regalo que, dicen, no le gustó al doctor Ochoa pero que el médico terminó aceptando. Don Miguel, envuelto en la guerra contra el Cartel de Medellín, era feliz contratando jugadores antioqueños del Nacional. Y así llegaron Porras, Sarmiento, Luna, Ricaurte y el inolvidable Arriero Herrera. La historia recordará a Cabañas, el ‘Mago del Pilar’, autor de goles tan bellos como acrobáticos. ‘Las cabañuelas’, una frase que quedó para la historia roja, frase que acuñamos en su momento para el noticiero ‘Criptón’.
(…).
La curva más alta de la historia del América coincide con la irrupción de los dineros calientes en el fútbol. A la historia no le podés meter mentiras: el Cartel de Cali manejaba al América, pero no era el único, otros carteles manejaban otros equipos. Era muy bravo el tema. Pistola, compraventa de árbitros, títulos a la fuerza, secuestro de jueces, un trencilla muerto, un torneo suspendido. El fútbol no es una isla de la fantasía, el fútbol es el registro del país, y el fútbol colombiano era igual al país, supeditado al narcotráfico.
En estos años gloriosos, la afición del América se multiplicó. Los chicos de ahora siguen al ganador, y el multicampeón, el que tenía los mejores jugadores, el equipo icónico del país era el América. El doctor Ochoa se ponía molesto porque el pueblo rojo seguía hablando de la Mechita, decía que era insultante para sus atletas (…).
La curva más baja del América coincide con el apresamiento del Cartel de Cali y la extradición a Estados Unidos de sus cabecillas. Entonces, América fue incluido en la ignominiosa Lista Clinton, y se acabó el dinero, y allí comenzó la debacle financiera y por supuesto deportiva, que terminó con el descenso a la segunda categoría. Imperdonable e inaceptable.
Fue un largo peregrinar de cinco años por estadios malditos, en pésimas condiciones, con técnicos malos, con fracasos y fracasos. Los verdaderos hinchas lo sufrimos interiormente, sabíamos que estábamos pagando una penitencia bastante dolorosa, volvimos a ser la Mechita, pero ahí estábamos, esperando a que se hiciera el milagro, y el milagro llegó de la mano de Tulio Gómez como presidente y Hernán Torres como director técnico.
IVÁN MEJÍA ÁLVAREZ
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