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El Real Madrid se perfila para la duodécima… (Opinión)

Empezó a funcionar como un Fórmula Uno justo en abril, cuando se cocinan los torneos.

Jorge Barraza
Los resultados suelen mentir. El 1-1 de la semana anterior entre el Real y el Atlético de Madrid escondió una verdad: que el Madrid había jugado mucho más y había merecido la victoria. La seca enunciación del empate inducía a pensar en la solidez habitualmente granítica del cuadro colchonero, pero ocultaba una manifiesta superioridad blanca. El miércoles, otra vez, el resultado fue engañoso. Dijo Bayern 1 - Madrid 2. Sugiere un partido estrecho; no obstante, la trama del juego indica una diferencia mayor. Mucho. De no ser por seis o siete paradas gigantes de Neuer era goleada a domicilio. (Es lo que no logran ver en Barcelona: la grieta profunda entre un superarquero como Neuer y uno menos que común como Ter Stegen).
Está jugando bien el Real Madrid. Pasó siete meses oscilando entre lagunas, dudas, desajustes defensivos y algunos reproches a Zidane por la construcción de juego, y empezó a funcionar como un Fórmula Uno justo en abril, cuando se cocinan los torneos. El punto justo de un equipo nadie lo puede prever, se da. Por eso el secreto para ganar un Mundial es encontrar ese momento entre junio y julio de un año mundialista, pero ¿quién tiene la receta…?
Un año atrás, cuando la victoria de Atlético Nacional 4-0 sobre Peñarol en Montevideo, dijimos que era una de esas actuaciones que postulan a un equipo al título. Por contundencia, por brillantez y autoridad. Recién era su cuarto partido en esa Libertadores, debía desandar un largo camino, sin embargo expuso su potencialidad, se advertía un aspirante a campeón. Lo mismo sucedió el jueves con River. Más allá del 4-2 (pudo ser 7 a 2), por encima del rival -Melgar no es la vara más exigente- se vio un equipo fuerte, dinámico, veloz, agresivo, con cantidades de variantes ofensivas y llegada masiva al área rival. Apenas fue el segundo partido de los de Gallardo, aunque puede vislumbrarse un candidato.
Lo mismo aconteció en Munich con el Madrid: se candidateó en firme. Debe anotarse, de antemano, que el Bayern soportó dos bajas fundamentales de último momento: Hummels y Lewandowski, este último en una fase excepcional de su juego. También que cometió dos errores inmensos: primero el penal dilapidado por Arturo Vidal al minuto 46 que podía sentenciar el partido. (El Cacique deberá revisar si continua ejecutándolos, ya falló varios, en Juventus, en la final de la última Copa América con Chile... No es fácil hoy encargarse de un penal, la presión sobre el pateador es brutal). La segunda, a cargo de Javi Martínez, amonestado a los 58’ y expulsado tres minutos después por juego brusco. Martínez es de los que cree que puede pegar y pegar y salir siempre indemne con una amarillita. Esta vez el italiano Rizzoli fue inflexible y lo mandó a duchar. Bien. El golpe anímico de fallar un penal (que no fue) y de quedar con diez devastó al cuadro bávaro.
Hechas las salvedades, el Madrid jugó quizá su mejor partido del año, por el rival, la competición, la condición de visitante. Le mostró al rey de la Bundesliga el poderío de los equipos españoles. Soportó tieso el dominio y la posesión del Bayern durante el primer tiempo. Asimiló el golazo de cabeza de Arturo Vidal; luego se lanzó hacia la victoria, que le fue mezquina y deja abierta una serie que bien podría haber quedado sellada. En ese segundo tiempo se vio la versión más armónica y hasta estética del Madrid de Zinedine Zidane. Gigantesco Carvajal, dueño absoluto de toda su banda, de largo a largo, impasable en el mano a mano y brillante escalando y tirando centros de gol. Enorme, como es habitual, Sergio Ramos en la transmisión anímica; decisivo Marcelo en sus subidas como variante de descarga para Modric y Kroos. Talentoso Benzemá, dinamizador Asensio y contundente Ronaldo para aparecer dos veces en el área y anotar dos goles de goleador, esos de oportunismo, de viveza, de anticipación, de velocidad de reacción. Nadie le puede pescar el desmarque, y mientras eso pase seguirá marcando goles porque además remata espléndidamente. Ya había destacado ante el Atlético.

Hechas las salvedades, el Madrid jugó quizá su mejor partido del año, por el rival, la competición, la condición de visitante. Le mostró al rey de la Bundesliga el poderío de los equipos españoles.

Sin embargo, lo más importante que se visualiza es la gestualidad de los jugadores entre ellos: los abrazos, la efusividad, las sonrisas, el apoyo en diversas situaciones revelan un buen rollo grupal. Cuando eso sucede y además hay un plantel estelar, el fútbol fluye y los goles no se buscan, se encuentran. Ese buen ambiente se nota incluso en los cambios: no hay caras largas de los que salen, al contrario, la TV delata arengas del tipo “Vamos, eh… a dejar todo”. Este clima es la mejor virtud de la gestión Zidane, cuya mano de seda ha conseguido esta camaradería que, al menos en el campo, es palpable. Está a años luz de aquel Madrid de Mourinho que hizo de la crispación un sello y vivía sumido en la agresividad, el enfado, la protesta, la falta fuerte, el manotazo.
Esta unión del grupo en la cancha se manifiesta en un instante feliz del equipo y eso, más que el 2 a 1 de la ida, lo torna primer aspirante a la corona. Se ve un plantel muy fuerte de la cabeza y muy solidario en el césped. Y, por supuesto, está la calidad línea por línea. Esa riqueza individual se notó especialmente ayer en Gijón, cuando el Madrid “B” (sólo Sergio Ramos de los titulares, el resto fueron diez suplentes) sacó adelante un compromiso más difícil de lo previsto ante el Sporting. Isco fue el héroe con dos goles, el segundo a los 90’. Isco es el paradigma perfecto de la asimetría entre la nómina del Madrid y la del Barsa. Cuando las cosas no están saliendo con el once de gala, Zidane puede echar mano al malagueño y cambiarle la cara al equipo. Isco aporta habilidad, desequilibrio, gambeta que quiebra líneas. Y gol. Es el tercer artillero del equipo en Liga detrás de Cristiano y Morata. En igual situación, en el Barsa entran Rafinha o André Gomes o Paco Alcácer o Arda, que no agregan creatividad ni gol ni lucha. Aunque sólo los tres últimos costaron 120 millones de euros.
Zidane, criticado en su inicio como DT (“Dirige solamente porque es Zidane”, fue lo más escuchado) puede dar un doble golpe sobre la mesa con Liga y Champions en su primera incursión en el banco. Sin embargo parece que sabe crear ambiente en el vestuario. Al menos los jugadores no pueden decirle “¿Y vos dónde jugaste…?”
Aún está todo abierto, la Champions y la Liga. El martes le toca otra vez el Bayern y el domingo el Barcelona. Un programita terrible, incluso para este sólido Madrid. Pero terrible también para los otros…
JORGE BARRAZA
Para EL TIEMPO
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