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Música y Libros

La herencia musical del Cisne de Pesaro

Escena de la ópera ‘El barbero de Sevilla’, que se verá este viernes en Hayuelos. Participan: Erwin Barrera, Paola Leguizamón, Nancy Huérfano y Hans Mogollón.

Escena de la ópera ‘El barbero de Sevilla’, que se verá este viernes en Hayuelos. Participan: Erwin Barrera, Paola Leguizamón, Nancy Huérfano y Hans Mogollón.

Foto:Carlos Lema/El club de la música

Con 'El barbero de Sevilla' se celebran los 150 años de la muerte de Rossini.

Carlos Restrepo
En 1829, el célebre maestro Gioachino Rossini, en la plenitud de su carrera artística, se despidió del mundo de la escena lírica con su obra Guillermo Tell. Gaetano Donizetti, en referencia a la mencionada ópera, dijo: “Rossini compuso la primera parte, pero la segunda... es la voz de Dios”. Las palabras de Donizetti, a su vez un brillante compositor del bel canto, representan una pequeña muestra de lo que fue el gran círculo de cariño y admiración que Rossini logró construir como músico y ser humano.
Gioachino Antonio Rossini nació el 29 de febrero de 1792 en Pesaro, donde las montañas contrastan con el paisaje adriático. Una visita a esta ciudad nos permite familiarizarnos con elementos que forjaron la personalidad del maestro. En una calle estrecha del centro histórico se levanta la casa natal del compositor. Podemos imaginar el ambiente de la época, rodeado de la música proveniente de las bandas de pueblo que su padre dirigía, o la dulce voz de doña Anna Guidarini, madre de Gioachino, interpretando, mientras cumplía sus oficios de costurera, las arias más famosas de su tiempo.
Recorriendo la ciudad encontramos múltiples referencias al Cisne de Pesaro, nombre dado al compositor. En sus calles se libraron batallas, las cuales el maestro convirtió en música a través del crescendo. No es de extrañar ver en un café o en un pequeño restaurante a personajes de edad y aspecto generoso que evocan la simpatía de don Bartolo o don Basilio, del Barbero de Sevilla, su ópera más famosa.
La vida agitada de Pesaro, la belleza del idioma italiano y los sonidos de la calle sirvieron para que Rossini adquiriera una destreza rítmica que da un sonido individual, sobre todo a sus óperas bufas. En su infancia, el canto ocupaba un lugar importante y en la adolescencia, cuando su voz quebró, formó parte de orquestas donde brillaba como clavicembalista.
En su vida cotidiana, Rossini se destacaba por su buen humor, crítica ácida pero divertida. Se habla de su profunda admiración por la obra de Ludwig van Beethoven. Sobre Richard Wagner, autor de El anillo de los nibelungos, Rossini decía: “Su música tiene bellos momentos, pero terribles cuartos de hora”. Wagner y Rossini se reunieron en París. Amigos del compositor quedaron sorprendidos al ver cómo la gentileza de Rossini y su buen humor lograron derretir el difícil carácter del compositor alemán.
Rossini tuvo también oportunidad de encontrar a Beethoven en Viena, en el verano de 1822. Seis de sus óperas se representaron, y el erudito público de la ciudad de la música se rindió a sus pies creando lo que podríamos llamar una Rossinimanía. El maestro de Bonn fue particularmente amable con Rossini y le sugirió componer muchos Barberos más.
La relación que mantuvo Rossini con la cocina se ve reflejada tanto en la ópera como en su vida cotidiana. El maestro alguna vez dijo, en relación con los homenajes que le rindieron los ciudadanos de su ciudad natal: “Si solo los habitantes de Pesaro, en lugar de hacer aburridas estatuas de mí, me regalaran un par de buenas mortadelas”.
Alexandre Dumas escribió un delicioso relato llamado justamente Una cena en casa de Rossini. En él, Dumas describe en detalle la bella mesa de la casa de Rossini en Bolonia, decorada con flores y frutas; la amena conversación en la que el maestro expresa sus opiniones sobre los grandes compositores y de dos figuras históricas de la culinaria: Grimod de La Reynière y Jean Anthelme Brillat-Savarin.
Entre las referencias a la comida en sus óperas podemos elegir una bella y romántica aria dedicada al dulce y sensual sabor de las fresas, cantada por la protagonista de la ópera Adina o El califa de Bagdad. En La italiana en Argel, la hilaridad llega a su máximo grado al final de la obra. Lindoro, Isabella y Tadeo, prisioneros del sultán, le enseñan a este los placeres de la pasta italiana en una ceremonia llamada Pappataci mangia e taci. Así, mientras el sultán disfruta de un suculento plato de espaguetis con queso parmesano y boloñesa, los protagonistas preparan su regreso a Italia.
En las miniaturas para piano que Rossini compuso encontramos piezas dedicadas a los frutos secos, la mantequilla, los rábanos, las almendras, las uvas pasas y una colección de temas y variaciones cuya inspiración es el sabor de las anchoas.
Resulta difícil comprender cómo Rossini, con menos de 40 años, decidió terminar de manera abrupta su impresionante carrera para la escena. En la segunda mitad de su vida, el maestro se dedicó a la música instrumental y vocal de cámara y compuso dos monumentales piezas sacras: el Stabat Mater y la Pequeña misa solemne, obra con una duración superior a las dos horas. En la partitura original de la misa se pueden leer las siguientes palabras: “Querido Dios, mi pobre pequeña misa está terminada. ¿Es esta de verdad música sacra? Yo nací para la ópera cómica, como tú ya sabes. Solo necesité un poco de destreza y corazón, nada más. Sea bendecida la obra y, por favor, no dejes de admitirme en el paraíso”.
Un recorrido cronológico por la obra de Rossini –fallecido en París el 13 de noviembre de 1868– se inicia cuando el compositor, antes de cumplir los 12 años, crea una serie de piezas para orquesta de cuerdas que podemos describir como un verdadero deleite para los oídos. El maestro incursiona en la ópera, inicialmente con una serie de comedias relativamente cortas. Destacamos El cambio de matrimonio (1806) y El engaño feliz (1812). Cada una de sus óperas merecería atención, pero para nuestro propósito nos detenemos en dos de las composiciones que desde su primera representación no han pasado al olvido. Son ellas El Barbero de Sevilla y La Cenicienta.
'El Barbero de Sevilla', estrenada en el teatro Argentina de Roma en 1816, forma parte del llamado abecé de la ópera, junto con Aída, de Giuseppe Verdi, y Carmen, de Georges Bizet. Se dice que no hay día que en alguna parte del mundo las aventuras de Fígaro, del barbero y de la bella Rosina no diviertan y conmuevan al mismo tiempo al público amante de la lírica. Su estreno, sin embargo, representó uno de los grandes fiascos de la historia de la música. Rossini no fue el primer compositor que demostró interés en la primera parte de la trilogía Le roman de la famille Almaviva, de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, pero sí fue pionero en resaltar, a través de su genio musical, la chispa y, por qué no decirlo, la delicadeza presentes en el texto.
Otros compositores como Giovanni Paisiello y Francesco Morlacchi se sintieron atraídos por la obra maestra del escritor francés. El secreto de Rossini, en comparación con otros compositores, está en ir más allá de bellas melodías creadas para agradar a quien las escucha.
La escena del Barbero se desarrolla en Sevilla. Allí ha llegado el conde de Almaviva en busca de la joven Rosina, de quien ha caído perdidamente enamorado después de haberla visto pasar en un carruaje por una calle de Madrid. La joven vive con un anciano avaro pero simpático, al que conocemos como don Bartolo. Con la ayuda del astuto y ambicioso Fígaro, el equivalente en nuestro tiempo a un todero, el conde, disfrazado de joven humilde, logrará conquistar a su amada.
'El barbero de Sevill', producido por El Club de la Música.

'El barbero de Sevill', producido por El Club de la Música.

Foto:Carlos Lema/El club de la música

Momentos memorables del Barbero: el Largo al factotum que canta el protagonista en el primer acto; la cavatina de Rosina: Una voce poco fa (Una voz hace poco me resonó en el corazón), página que requiere una experta cantante en el arte de la coloratura; los preciosos duetos, tríos y ensambles en los que Rossini demuestra su maestría contrapuntística. No podemos olvidar la obertura, que, aunque no fue creada originalmente para el Barbero, sí describe el espíritu jovial que reina en toda la ópera.
La versión de La Cenicienta que propone Rossini nos aleja un poco del cuento de hadas de Charles Perrault, en el cual, con la ayuda de un hada madrina, una pobre joven encuentra el amor de un príncipe, superando las terribles maquinaciones de una malvada madrastra y sus dos hijas. La Cenicienta de Rossini es una obra muy humana, de amor y perdón. Angelina, la protagonista, canta una nostálgica balada que contrasta con las simpáticas frases de Tisbe y Clorinda, un par de caprichosas adolescentes. Don Magnífico, padre de las insolentes señoritas, está económicamente arruinado pero lleva un estilo de vida que hace honor a su extravagante nombre. Alidoro, un hombre con poderes mágicos, expresa en sus arias una filosofía de vida que hace alusión a la bondad como secreto de la felicidad.
Entre los momentos memorables de La Cenicienta destacamos la virtuosa aria del tenor Si ritrovarla io giuro, el aria de Dandini Como un ape in un giorno d’aprile, difícil página en la que el autor, con la gracia de siempre, ríe sobre las convenciones musicales de la ópera seria. El tema del rondó que cierra la ópera aparece también en El barbero de Sevilla y Las bodas de Teti y de Peleo.
El aporte de Rossini a la evolución de la música es muy grande. Mencionemos el tratamiento sinfónico, no solo en sus grandes oberturas; también, la capacidad para resaltar un sentimiento a través de células melódicas, los bellos diálogos entre instrumentos solistas y la voz en algunas de sus arias, y, lo más importante, su facilidad para que los textos no se vean ahogados por la masa orquestal.
Concierto en Hayuelos
Las óperas de Gioachino Rossini siguen siendo hoy las favoritas del público, al igual que de jóvenes artistas de gran talento, como los que acompañarán el homenaje al autor italiano que ha preparado el Club de Música con su línea Ópera Quanta. La cita es hoy, a las 7 p.m. en el centro comercial Hayuelos, en Bogotá, donde presentarán El barbero de Sevilla. Esta tradición operática ha sido recibida en años anteriores con gran cariño por el público de este lugar con montajes como Carmen, de Bizet; El elíxir de amor, de Gaetano Donizetti, y La traviata, de Giuseppe Verdi, muy aplaudidas en su momento.
JOSÉ DANIEL RAMÍREZ COMBARIZA*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Productor y programador Emisora HJUT (106.9)
Carlos Restrepo
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