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Música y Libros

Así ha sido la carrera de Darío Arizmendi, la voz de Caracol Radio

Darío Arizmendi y Yolanda Ruiz, segundo y tercera de izquierda a derecha, en la ceremonia.

Darío Arizmendi y Yolanda Ruiz, segundo y tercera de izquierda a derecha, en la ceremonia.

Foto:Efe

Arizmendi es uno de los monstruos de la radio en Colombia, fue jefe de redacción de El Colombiano.

Luisa Mercado
(Darío Arizmendi anunció su retiro de Caracol Radio este martes tras casi 30 años de haber ejercido en el programa '6 a. m. Hoy por Hoy'. Este artículo fue cedido por la revista DONJUAN y publicado originalmente en 2015).
Es uno de los monstruos de la radio en Colombia. Darío Arizmendi ha ejercido el periodismo por más de 45 años, 25 de ellos al frente de 6 A. M. HOY POR HOY, el programa de las mañanas de Caracol Radio. Ha visto desfilar a diez presidentes por la Casa de Nariño: Misael Pastrana, Alfonso López, Julio César Turbay, Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana, los dos periodos de Álvaro Uribe y los dos de Juan Manuel Santos. Estudió periodismo en la Universidad de Navarra en España y trabajó en un par de periódicos en Madrid en plena dictadura de Franco. Fue jefe de redacción de El Colombiano, fundó El Mundo y estuvo a punto de sacar el periódico El Otro junto a Gabriel García Márquez. No entrevista a bandidos ni a abogados de bandidos porque “¿a cuenta de qué voy a hacer apología de sus asesinatos?” y no hace entrevistas en inglés porque según él “el 99 por ciento de la gente en Colombia no habla ni sabe inglés”, incluido él. Esta es su historia. .
1.
Darío Arizmendi llegó a Caracol Radio el día que Estados Unidos invadió Irak. El 15 de enero de 1991. Yamid Amat, director del programa de la mañana, había salido de un momento a otro. “Yamid renunció el 28 de diciembre y teníamos que buscar un reemplazo. En ese momento yo era gerente general de Caracol Radio y vi que en el equipo no había quién pudiera ocupar su puesto –recuerda Ricardo Alarcón–. Yamid siempre había pensado que Darío era un periodista importante, incluso lo había querido traer y yo lo tenía en la cabeza. Casi sin quererlo, Yamid escogió su reemplazo”.
En ese tiempo las comunicaciones no eran tan fáciles como ahora y Arizmendi estaba en una finca en Ayapel, Córdoba. No había teléfonos. Alarcón estaba en Cali pasando unos días de Navidad y comenzó a mandarle razones con todo el que podía.
–Ya lo tengo localizado, pero en la finca donde está no hay teléfono. Toca ir al granero y mandarle la razón –le dijo el gerente de Caracol Radio en Medellín.
Como era 28 de diciembre, Darío pensó que era una tomadura de pelo, una inocentada de sus amigos. Pero las razones que le llegaban eran aparentemente serias.
–Vea que es muy urgente, que vaya al granero porque tiene que llamar a ese señor de Cali que lo está buscando –le decían los mensajeros. Finalmente, Arizmendi se comunicó y logró hablar con Alarcón. Tomó un avión para Cali, llegó en plena feria y se encontraron para ir juntos a una corrida de toros. Conversaron toda una tarde. Al comienzo Arizmendi no quería aceptar, pero Alarcón logró convencerlo.
Luego de esa charla, Darío voló a Bogotá para conocer al que sería su nuevo equipo de trabajo.
–Bueno, señores, muchas gracias, empiezo a trabajar el 1 de febrero. Ahora regreso a Medellín a organizar mis cosas personales y a contarles a mis socios que me voy –les dijo Arizmendi a los periodistas, tan pronto terminó su recorrido por la compañía. Pero en el camino hacia el aeropuerto El Dorado, oyó la noticia en la radio del taxi: “Extra, extra, cuando la noticia se produce, Caracol se la comunica. Acaba de estallar la guerra de Oriente Medio, Estados Unidos está invadiendo y bombardeando a Irak”.
–Devuélvase para Caracol –le pidió Arizmendi al conductor. “Me senté en la mesa, me puse los audífonos y estuve ahí callado, oyendo lo que los periodistas decían y mirando cómo manejaban el cubrimiento. Al otro día ya me atreví a hablar un poquito”, recuerda. Era la primera vez que hacía radio en su vida. “Con mucha paciencia”, responde Arizmendi a la pregunta de cómo le cogió el tiro.
“Para tener éxito en la radio se necesita un buen equipo, ser muy disciplinado, tener humildad, reconocer errores, entender que hay gente más capaz que uno. Trabajar en equipo con amistad, con cariño, creer en la gente, ser creativo y conocer muy bien la audiencia, detectar qué quiere saber la gente, de qué quiere que uno le hable, saber a quién escojo para que opine sobre un tema u otro”, dice con su acento paisa intacto.
A pesar de que ha vivido en Bogotá casi la mitad de su vida, se rehúsa a perderlo y a dejar de usar los dichos de su tierra. Pero todo este conocimiento de la radio lo puede resumir de esa manera ahora. Hace 25 años, recién llegado de Medellín, era otra cosa.
Darío Arizmendi (izq.) sucedió en la dirección de esta cadena radial a Yamid Amat (der.).

Darío Arizmendi (izq.) sucedió en la dirección de esta cadena radial a Yamid Amat (der.).

Foto:Archivo EL TIEMPO

Eran las épocas duras de la Medellín acosada por Pablo Escobar, y a Arizmendi lo habían amenazado varias veces y por razones de seguridad trabajaba desde la casa. Con Ana, su esposa, estaban acostumbrados a recibir visitas de sus amigos, a acostarse tarde, a levantarse tarde. Cuando llegó a Bogotá, la vida cambió. Arizmendi tenía que estar de pie a las 4:30 de la mañana para llegar puntual a hacer el programa de las seis. Aquí intentó seguir el mismo ritmo social. Era un tipo amiguero y conocía a mucha gente. Cuando Ricardo Alarcón comenzó a ver su movimiento nocturno, de comidas y cocteles, y la vida social agitada de Darío en Bogotá, decidió llamarlo a su oficina.
–Mira Darío –le dijo–. Yo sé que eres muy joven y crees que el cuerpo te va a aguantar, pero ese ritmo no lo vas a resistir. Vas a tener que bajarle al tema porque no vas a poder seguir indefinidamente asistiendo a cosas por la noche y madrugando. Eso al final te va a pasar la factura.
Tiempo después, Ana, esposa de Darío, se encontró con Alarcón en un acto social. Lo llevó a un lado y le dijo: –Ricardo, me parece bien que nos hayas sacado de Medellín, que nos hayas traído a vivir a Bogotá, que le hayas cambiado la vida a Arizmendi. Hasta ahí está perfecto. Pero que nos vengas a decir cuál es la vida social que podemos hacer y que no podemos hacer, eso sí no.
–Tienes toda la razón –le respondió.
2.
“Cuando fuimos al Mundial de Francia 98, él con Ana y yo con Malú (María Lucía Fernández, esposa de Ricardo Alarcón), hicimos un plan de ir a Lyon a ver el partido de Argentina- Inglaterra. Íbamos a ir también a uno de los mejores restaurantes del mundo en ese momento. Pero no nos encontramos. Malú y yo teníamos los tiquetes. Darío vio que el tren iba a salir y nosotros no aparecíamos, entonces resolvió subirse porque pensó que nosotros debíamos estar adentro. Ellos se subieron a ese tren sin tiquetes y Ana furiosa le dijo: ¿Y si no están? ¡Nos van a cobrar una multa! Pero jamás les pidieron el tiquete. Llegaron a Lyon y fueron al restaurante famoso. A Ana le salió un alambrito en el postre, se armó un drama y, al final, la cuenta les salió gratis. Luego nos encontramos y fuimos al partido. El tipo hizo todo mal y todo le salió perfecto –cuenta Ricardo Alarcón–.Tiene estrella, pero además una actitud muy positiva. Es un optimista que se ayuda”.
Y si se piensa en la responsabilidad que asumió al aceptar ser el reemplazo de Yamid Amat, tiene sentido lo del optimista que se ayuda. “Siempre he pensado que los cuatro monstruos de la radio de la mañana en Colombia son Yamid Amat, Juan Gossaín, Darío Arizmendi y Julio Sánchez. De los cuatro, él es el más estructurado como periodista. Yamid fundamentalmente es un monstruo de la reportería. Juan es un gran conversador, con un don de la palabra increíble, y Julio es el mejor conductor radial de los cuatro. En radio hay que improvisar porque muchas cosas se hacen sobre la marcha, pero Darío siempre improvisa sobre un esquema. Tiene su cabeza muy organizada. En estos programas de la mañana, los directores también tienen que ser conductores, tener esos dos hemisferios y eso Darío lo maneja muy bien”, agrega Alarcón.
Darío Arizmendi llega todas las mañanas a las 4:40 de la mañana al edificio de Caracol Radio en la carrera 67 con Séptima, en Bogotá. Revisa los periódicos impresos y las páginas web de algunos de ellos. A las 4:53 ajusta el plan del día junto a Édison Molina, el productor de su programa. A las cinco en punto entra en la cabina. El resto del equipo llega por lo general a las cinco de la mañana, salvo Erika Fontalvo, la periodista que más tiempo lleva trabajando con él, que está en la oficina desde las 4:15 a.m. D’arcy Quinn, Luis Carlos Vélez (desde Miami), Diego Senior (desde Nueva York) y Edwin Giraldo (desde Washington) empiezan también a las cinco. Hernando Herrera, analista de temas jurídicos, comienza a las 5:50. Patricia Pardo, a las seis; y César Augusto Londoño, la voz de los deportes, a las 6:30. Esa es su mesa de trabajo. Además de los veinte o treinta periodistas que conforman el sistema informativo de Caracol Radio con corresponsales en las cuatro principales capitales del país y en las ciudades intermedias más importantes.
Arizmendi se levanta de su silla sólo una vez durante la emisión del programa. A veces come una fruta antes de llegar a la oficina, pero nunca mientras está al aire. Eso sí, se toma unas tres o cuatro aromáticas. Jamás café. Desayuna a las diez de la mañana. Siempre lo mismo: fruta, galletas integrales, aromática y queso. No come comida chatarra. Se va entre las 12:30 y una de la tarde, y sólo cuando la situación es muy importante se comunica por teléfono con su productor. Le gusta delegar y generar confianza en su equipo, de manera que no es del tipo que llama todo el tiempo a controlar a su gente. A las 7:30 de la noche, su productor le envía el plan de trabajo del día siguiente y él responde por correo con algunas sugerencias o comentarios. No es de malgenio: considera que disgustarse es una pérdida de tiempo. Es un tipo alegre.
“Trabajar feliz es su filosofía”, dice el periodista Gustavo Gómez. Y agrega: “Es sincero y muy buen consejero”. Para Fidel Cano, director de El Espectador, Darío ha pasado por muchas fases del periodismo, pero lo que ha caracterizado su trabajo es que vive pendiente de las audiencias y ha sabido adaptarse a los cambios. “Me gusta mirar y admirar ese trabajo juicioso, que me parece más importante que algunos de los momentos en que siento que se ha dejado llevar por sus creencias políticas y se le ha ido la mano entrando en batallas de ese corte que le han hecho mella a su credibilidad. Pero han sido momentos puntuales que quedan casi que en anécdotas cuando uno mira su largo y juicioso ejercicio profesional”.
Juan Gossaín, uno de los hombres más respetados de la radio en Colombia, afirma que lo que diferencia a Arizmendi de los demás que hacen radio es que tiene una forma muy personal de decir las cosas y un acento paisa que, además de familiar, lo identifica.
Para Gossaín son varias las razones del éxito del formato actual de 6AM- 9AM: “Sin dejar de ser un noticiero serio, se ha ido modernizando. Mire la buena cantidad de mujeres periodistas que participan, todas ellas respetadas por la opinión pública. Lo que ha hecho que Darío siga vigente después de 25 años es su capacidad para el trabajo, su constancia y su talento para renovarse de tiempo en tiempo”. “Darío es un hombre bien informado y con criterio. No conozco que haya sido rectificado de manera grave. Por supuesto lo que dice en su programa es un referente, o bien por los personajes a los que entrevista, o por el tema o el enfoque. Muchas veces una noticia puede parecer no relevante, pero si en 6AM-9AM le dan despliegue, uno sabe que hay que prestarle atención”, dice Alfonso Ospina, editor general de Colprensa, la agencia de noticias que provee información a los principales periódicos regionales del país.
Para Diego Martínez Lloreda, director de información del diario El País, de Cali, la gran virtud de Darío es haberle puesto rostro a los problemas. Y, además, su paso por el periodismo regional.
“Muchos periodistas piensan que Colombia se acaba en Usaquén, y esa es una de las cosas que resentimos los periodistas regionales. Darío ha sido capaz de ver que Colombia va más allá”. Gustavo Gómez, que además es uno de sus discípulos más juiciosos, afirma que el estilo de Darío es apasionado y fogoso.
“A veces se mete unas calentadas muy bravas, pero se le pasa rápido”, cuenta.
Darío Arizmendi y Ana María Navarro.

Darío Arizmendi y Ana María Navarro.

Foto:Néstor Gómez / EL TIEMPO

Arizmendi tiene sus sellos particulares: a diferencia de la mayoría de sus competidores, por ejemplo, sólo entrevista políticos cuando hay temas importantes. Considera que “la política está muy corrompida”. No entrevista a bandidos ni a abogados de bandidos porque “¿a cuenta de qué voy a hacer apología de sus asesinatos?”. Tampoco hace entrevistas en inglés porque, según dice, “el 99% de la gente en Colombia no habla ni sabe inglés”, incluido él. Sus contradictores, por su parte, lo acusan de editorializar, opinar, de ser imparcial y sesgado, hasta lo tildan de “lagarto” por su cercanía con el poder. “Mi opinión de él sería descortés decírtela y descortés publicarla”, fue la respuesta de Néstor Morales, conductor de Blu Radio, al consultarle su opinión.
Esto responde Arizmendi cuando se le pregunta, precisamente, sobre su cercanía con el poder: “Yo estaba en El Mundo cuando Virgilio Barco llegó a la Presidencia de Colombia. Fuimos muy amigos. Almorzábamos con Germán Montoya, su secretario general, en la Casa de Nariño, los tres solitos. Con César Gaviria pisé el Palacio dos veces en cuatro años. Una de ellas con Ricardo Alarcón, cuando fuimos a llevarle unas grabaciones de Pablo Escobar. Con Andrés Pastrana hubo cuerda rota por una pelea del Grupo Santo Domingo con él, y en ese momento el grupo era dueño de Caracol. Después nos hicimos amigos y lo somos todavía. Con Belisario Betancur fui muy amigo, aunque crítico: le daba palo y él me llamaba a decirme que no le diera tan duro. Cuando sucedió la toma del Palacio de Justicia, fui feroz. Durante la administración de Ernesto Samper se vivió un momento difícil en el que el Grupo Santo Domingo tomó una posición de defensa institucional.
Caracol fijó una línea editorial de defensa de la institución presidencial. Soy amigo de Samper, le tengo aprecio. No entro en consideraciones políticas de otra naturaleza. Después vinieron los dos mandatos de Álvaro Uribe. En el primer gobierno, reconocimos su trabajo, fuimos amigos; el país estaba en una situación muy difícil de seguridad y lo respaldamos. En el segundo mandato, y cuando tuve la certeza –porque me lo dijo José Obdulio Gaviria– de que el plan de ellos era quedarse 12 o 20 años, me convertí en un enemigo, no de Uribe, sino de la reelección”. La cercanía de Arizmendi con los empresarios tampoco es secreto. Él mismo admite que defiende el sistema de empresa privada.
Con Luis Carlos Sarmiento Angulo tiene una buena amistad. “Es un señor que le ha aportado a este país. Lo admiro mucho y soy amigo personal de él. También fui amigo de Julio Mario Santo Domingo, él me consideraba su amigo y me honraba mucho. Soy amigo de empresarios antioqueños, vallunos, de la costa. Caracol es una empresa privada y apoya a las empresas, lo que no quiere decir que cuando se trate de darles madera, no lo hagamos”.
Los que no lo quieren mucho son los uribistas por cuenta del rifirrafe que tuvo con el expresidente Álvaro Uribe cuando afirmó que Darío Arizmendi le había pedido el tercer canal. “Imagínate un bobo como yo, sin plata”, dice el periodista. Arizmendi viene de una familia de Yarumal, Antioquia, sencilla y tradicional. Francisco, su papá, era peluquero. Y Nora, su mamá, era ama de casa y la persona que estuvo al frente de los ocho hijos que tuvieron: Gustavo, Octavio, Horacio y Martha Luz, ya fallecidos, y Hernán, Ignacio, Darío y Francisco. Los cuatro últimos hijos, incluido Darío, nacieron en Medellín.
Darío estudió en el Liceo Marco Fidel Suárez, un colegio de hombres muy exigente. Su rector era Moisés Melo, padre del historiador Jorge Orlando Melo. “Cuando pequeños éramos muy distintos”, dice su hermano Ignacio. “Darío era más sociable, más entrador. Yo, en cambio, era cusumbo solo. Darío y yo estudiamos periodismo porque Octavio, el hermano mayor, nos habló de la Universidad de Navarra, en España, y nos dijo que podíamos estudiar allá con un préstamo del Icetex, como efectivamente sucedió. Darío se fue primero porque yo fui muy jodón y perdí muchos años. Pero ni en la infancia ni en la adolescencia teníamos conciencia de que nos gustara el periodismo.
Eso lo vinimos a saber muchos años después. Octavio fue fundamental para la formación de Darío”, recuerda. Su experiencia en España estuvo marcada por los coletazos del franquismo. Francisco Franco murió en 1975 y Darío regresó a Colombia en 1970, luego de estudiar periodismo y ciencias políticas y de trabajar en dos periódicos en Madrid. De hecho, fue uno de los primeros periodistas de su generación en asistir a una escuela de periodismo.
En ese momento la mayoría eran periodistas empíricos. En Madrid fue jefe de redacción en uno de los diarios en los que trabajó y él mismo reconoce que ocupó ese cargo gracias a un golpe del destino. “Vino la guerra de los Seis Días entre los árabes y los israelíes y a casi todos los reporteros de batalla los mandaron para allá; el uno para El Cairo, el otro para Tel Aviv, el otro para Jordania. Nos quedamos tres o cuatro en la redacción. Era el periódico 'El Alcázar', que ya no existe. La televisión no tenía el peso de hoy ni había satélites. Así que hacíamos hasta seis ediciones diarias, con extras, con suplementos; teníamos unos cronistas literarios excepcionales, unos analistas buenísimos y, por la suerte o el azar, me tocó empezar a manejar todo eso”, dice.
A Arizmendi lo marcó la censura de esa España franquista. Todos los días había que llevar a las oficinas del Ministerio de Información y Turismo el material periodístico para que unos lectores especiales decidieran lo que se podía publicar y lo que no. Los temas políticos, de opinión, de denuncia y los editoriales eran los más censurados. “Entonces poníamos, por ejemplo: El editorial de hoy está censurado. No lo dejaron publicar. Y así salía el periódico”, recuerda.
Arizmendi tiene varios cuadros de Fernando Botero, firmados y dedicados por el artista. En su biblioteca hay enciclopedias, una máquina de escribir Underwood, una colección de libros de las grandes entrevistas y reportajes de la historia, varios atlas universales y de Colombia, libros de la Expedición Botánica, diccionarios, literatura universal y colombiana, textos de política y de historia y, además, varias fotos de sus tres hijos y un gorro de los indígenas arhuacos que le regaló su hijo Alejandro en un cumpleaños. Y, en un rincón, hay un libro grande y pesado, empastado con tapa roja y letras doradas: Crónicas y reportajes. Darío Arizmendi Posada. Son los artículos que ha escrito a lo largo de su carrera. Las hojas ya están amarillas y dan cuenta del paso de los años.

Foto:Archivo particular

–¿Se traicionó como escritor?
–Fui el hombre más feliz habiendo empezado mi carrera por prensa escrita, estudiando lo que estudié, trabajando en España en un momento que me ayudó a formar. Eso me permitió aprender a conocer mi país cuando entré en El Colombiano, a los 25 años.
A esa edad, Arizmendi era un tipo seductor, muy hábil con la palabra, buen conversador, histriónico y muy paisa. De aguardiente, fríjoles y arepas. “Llegué directo a ser jefe de redacción de El Colombiano”. Y era el consentido de Juan Zuleta Ferrer, su director. “Juan lo quiso mucho. Darío le escribía los editoriales muchas veces”, cuenta un amigo cercano de la época. Al salir de allí estuvo dos años retirado del periodismo. Trabajó en una multinacional sueca, una editorial que hacía libros y también tarjetas del Día de la Madre y del Padre... Pero entonces llegó quizás uno de los proyectos más ambiciosos que Arizmendi ha emprendido en su vida: El Mundo.
El periódico se creó en el comedor de la casa que en aquella época Darío compartía con Clemencia Echeverry, su primera esposa y madre de su hijo Alejandro. En esa mesa se quedaban horas enteras tomando trago, discutiendo los estudios de factibilidad, haciendo la lista de posibles colaboradores, periodistas, columnistas. La idea, en principio, era contar con escritores latinoamericanos de gran calado.
Querían hacer un periódico muy distinto a El Colombiano, que entonces llevaba la batuta del periodismo tradicional paisa. “Por la necesidad que tenía Medellín de otro periódico, de ideas más progresistas, más liberales, un grupo de empresarios antioqueños y amigos periodistas calificados nos dimos a una auténtica aventura. No fue fácil, pero sí fascinante. Desde reclutar egresados de la universidad, hasta comprar maquinaria. Fuimos el primer periódico con computadores”, recuerda Arizmendi.
El primer ejemplar de El Mundo salió el 19 de abril de 1979. Fue todo un acontecimiento político y social. A Medellín llegaron todos los directores de medios, el director de El Tiempo, de El Espectador, el presidente Julio César Turbay, ministros, dirigentes de todas las corrientes políticas. Fue un periódico que tuvo desde el comienzo una línea editorial pluralista. Por las páginas de El Mundo pasaron Daniel Samper, Alfredo Vázquez Carrizosa, Alberto Aguirre, Héctor Abad Gómez. El jefe de redacción era Héctor Rincón. Martha Botero era la subdirectora. El Mundo llegó a ganar en un lapso de diez años más de cincuenta premios nacionales e internacionales.
Por esa época de periodismo escrito, Gabriel García Márquez apareció en su vida. “En enero de 1982 recibí una carta desde México firmada por él. Eran dos hojas a máquina que más o menos decía: Durante los últimos años he estado estudiando distintos periódicos de América Latina y de Colombia y me ha llamado poderosamente la atención El Mundo. Estoy con otra serie de personas interesado en fundar un periódico que se va a llamar El Otro y quisiera que nos reuniéramos para hablar. Contacté al editor de la Oveja Negra en Bogotá y a los 15 días estábamos en México.
Gabo estaba esperándonos en el aeropuerto del DF con Mercedes. Nos recogió en su carro, él mismo condujo y estuvimos cinco días en Cuernavaca, donde él tenía una finca. Organizamos todo. Luego él fue a Medellín y se reunió con mis socios y con los periodistas. Todos los pasos estaban encaminados a traernos El Mundo para Bogotá y convertirlo en El Otro, pero se ganó el Premio Nobel y hasta ahí llegó el proyecto”, cuenta Darío.
La prensa escrita quedó atrás en su vida hace 25 años, lo que lleva trabajando en Caracol. Hace un tiempo le ofrecieron irse a RCN, pero no aceptó. Quienes lo conocen bien saben que Darío Arizmendi es “caracolero de corazón”. Ama su trabajo y en todos estos años ha dejado de ir a la oficina a lo sumo cinco veces. Y eso porque se ha enfermado. “Todas las cosas suceden por algo y mi vida ha sido una sucesión de eventos, proyectos que me van llevando de uno a otro.
Entonces, cuando me preguntas que si al haberme metido a la radio no sentí nostalgia de dejar la prensa escrita, la respuesta es no”, dice. Aunque es un hombre amenazado y vive escoltado, puede decirse que es un tipo feliz.
En julio pasado cumplió 70 años y los celebró con su esposa, su hijo mayor Alejandro, sus gemelas Manuela y Andrea, sus dos nietos, María y Martín, y sus amigos del alma. Para esa ocasión pidió un día libre. Y en Caracol Radio se lo dieron.
Arizmendi es hincha furibundo del Atlético Nacional. Tanto que fue nombrado miembro honorífico del equipo hace muchos años. Esa pasión se la transmitió a su hijo Alejandro, a quien llevaba al estadio Atanasio Girardot desde que era un bebé.
Alejandro era de esos niños privilegiados que podían estar en los camerinos y salir a la cancha de la mano de los jugadores. “Fui a todos los partidos del Nacional cuando vivíamos en Medellín –dice Alejandro–. Nuestro plan predilecto era ir a fútbol los domingos y, si había un partido muy bueno, volvíamos los miércoles en la noche. Nacional ganó en el 89, pero ese año nos sacaron de Medellín por todo el tema de las amenazas. No entendíamos por qué no podíamos ir al estadio. Eran muchas emociones encontradas”.
Lo de las amenazas es quizás lo único que no le gusta a Darío Arizmendi de su trabajo. Lo han amenazado varias veces a lo largo de su carrera, pero una de las más graves fue la recibida por las Farc, luego de su entrevista con Carlos Castaño, que generó un impacto muy grande en la opinión pública.
El periodista tuvo que salir del país tras descubrirse un plan de las Farc, para atentar contra su vida.

El periodista tuvo que salir del país tras descubrirse un plan de las Farc, para atentar contra su vida.

Foto:EFE

Desde ese momento, el grupo guerrillero cogió a Darío entre ceja y ceja porque consideró que esa entrevista había sido una especie de legitimación política de las autodefensas. Arizmendi y su familia han tenido que salir varias veces del país por temas de seguridad.
“Alejandro estuvo un tiempo en Nueva York y mis hijas estuvieron un año en París, otro en Alemania, después en Estados Unidos. A ellas casi las secuestran cuando estaban en bachillerato. No las secuestraron milagrosamente porque la empleada, antes de abrir la puerta, vio que había unos escoltas que no eran los habituales. Se las iban a llevar y las tuvimos que sacar del país”, cuenta Darío.
Muchas veces ha estado esperando el momento en que, al levantarse, alguien lo llame para decirle que algo pasó. Es un sentimiento que lo lleva con él.
“Intuitivamente ha estado expectante a que una sorpresa de esas pueda pasar. He tenido ayuda divina. La suerte y la información que me ha llegado oportunamente por distintos conductos me han permitido salvar mi vida y la de mis hijos”, dice Arizmendi sobre las amenazas. Y cambia de tema.
Él sigue sin cambiar su rutina. Levantarse a las 3:40 de la mañana, ponerse su traje de corbata y su reloj Omega. Llegar a Caracol Radio a las 4:40, ajustar el plan del día junto a su productor a las 4:53 de la mañana y entrar a cabina, tomarse sus cuatro aromáticas durante el tiempo que está al aire. Se acuesta a las nueve. A menos que juegue de noche el Atlético Nacional. Si es así, se queda despierto hasta que termina el partido y antes de acostarse llama a su hijo Alejandro para comentar las mejores jugadas.
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