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Música y Libros

Levi y la búsqueda de un reino antiguo y un amor perdido

Levi (Nueva York, 1955), fundador de la revista ‘Granta’, es colaborador de la Fundación Nuevo Periodismo de Gabo.

Levi (Nueva York, 1955), fundador de la revista ‘Granta’, es colaborador de la Fundación Nuevo Periodismo de Gabo.

Foto:Claudia Rubio / EL TIEMPO

El escritor estadounidense crea un universo atemporal en ‘Septimania’, novela que presenta en Filbo.

Malory subiendo por el campanario, mirando a través de los listones a una joven que nunca había visto, de cuya existencia no había sospechado. Louiza buscando el retrete, pero atraída hasta el otro lado de la calle hacia una iglesia y una escalera.
Esta es una de las escenas en donde se inicia la historia de amor entre los dos jóvenes protagonistas de Septimania, novela del autor neoyorquino Jonathan Levi, traducida al español por el caleño Juan Fernando Merino. Sobre su apasionante vida y sobre cómo surgió este libro, Levi conversó hace algunas semanas con la periodista Marta Orrantia, en la librería de Rey Naranjo Editores, en donde estuvo presente este diario.
En este libro lleno de ciencia, música, romance y ficción, Levi cuenta la historia de Malory, un joven afinador de órganos que descubre ser el heredero del antiguo reino de Septimania. En medio de esta aventura, Malory emprende la búsqueda de su enamorada, una joven genio de las matemáticas que desaparece.
“La primera vez que escuché de Septimania, fue en un libro llamado El enigma sagrado, que algunos han escuchado, fue la inspiración de Dan Brown para El código Da Vinci. En este libro nombran a Septimania como un reino en el sur de Francia en el siglo octavo”, recuerda el autor.
Durante sus investigaciones en la biblioteca de la Universidad de Columbia, en Nueva York, Levi descubrió que aquel territorio fue otorgado por Carlomagno a los judíos de la ciudad de Narbona. Sin embargo, para entonces (1997), al escritor se le presentaron varias oportunidades laborales que lo obligaron a posponer la idea del libro.
Pasó mucho tiempo antes de que esa curiosidad se convirtiera en una idea sólida. Levy anota que tardó diez años en poner en marcha este proyecto literario, pues a pesar de estar involucrado con la literatura durante toda su vida, sus otras ocupaciones le dejaban poco tiempo en la agenda. En ese entonces, trabajaba en proyectos relacionados con la música, el teatro y la educación, sus otras pasiones.
Durante años, el autor se concentró en diversas tareas en su ciudad natal, donde creó el programa New Opera for New Ears luego de haber trabajado con el Metropolitan Opera Guild enseñando a niños y profesores de Estados Unidos y Europa. Asimismo, inició varios programas para revitalizar las artes, junto con un equipo convocado por la secretaría de Educación de Nueva York, para tratar temas culturales.
Por entonces, estrenó su primera ópera, The Scrimshaw Violin, basada en un cuento homónimo suyo. También fundó, junto con el violinista Gil Morgenstern, el Teatro Nine Circles Chamber y se convirtió en el primer director del Centro Richard B. Fisher para las artes escénicas, en Bard College, donde creó el Festival Bard SummerScape.

Manos a la obra

“Fue realmente en el 2007 cuando comencé en serio a volver a escribir y empezar a decir ‘no’ a otro montón de cosas”, anota Levi, quien a partir de ese momento se enfocó en la escritura del complejo universo literario que conforma Septimania. De ahí en adelante, todas las experiencias vividas y los lugares visitados entraron a formar parte de esta historia que comienza en la Universidad de Cambridge (Inglaterra), pasa por Roma (Italia) y termina en Nueva York.
Estas ciudades, que cobran vida a través del desarrollo de la novela, permiten que se lea desde diferentes ópticas como la ciencia, la historia o el amor. Se trata, sin duda, de lugares con los que el autor neoyorquino se identifica, luego de haber estudiado en la universidad antes mencionada y haber degustado la vida cotidiana de estas urbes.
Del mismo modo, la música también aparece como un componente importante en Septimania. No solo por el trabajo de Malory, sino porque, al mejor estilo del caleño Andrés Caicedo, en ¡Que viva la música! (1977), o de Rafael Chaparro Madiedo, en Opio en las nubes (1992), a lo largo de todo el libro se extiende una amplia banda sonora. Allí es posible encontrar sonidos familiares con la música clásica y el rock n’ roll, e incluso una canción compuesta por el mismo Levi que “suena” en una escena donde Louiza explica un problema matemático.
Precisamente, en la pasada edición del Hay Festival en Cartagena, el autor interpretó junto con su viejo amigo Chucho Merchán una versión bossa nova del tema que compuso. Momento al que se refiere como “una de las cosas más emotivas, pues de alguna manera creé una canción para un libro que magnéticamente atrajo esta reunión con alguien que no había visto literalmente en 40 años. Y pudimos hablar de los recuerdos de esa época y tocar música juntos, que después de todo es algo que buscamos tanto como buscamos el amor, esos hermosos momentos”, dice.
Que Levi haya tomado el riesgo de incluir un toque sonoro en sus páginas, como lo hizo en Tokio Blues (1987) su amigo Haruki Murakami –a quien conoció hace 30 años en Nueva York–, no es algo inesperado.
Pues, además de componer, entre los múltiples talentos del escritor también está su capacidad de interpretar el violín, un instrumento que lo acompaña desde sus días de universitario. Época en la que solía hacer parte de una banda con la que se presentaba en distintos bares. Fue en una de esas noches de bohemia romántica cuando, en compañía de algunos amigos, se les ocurrió revivir una antiquísima revista fundada en 1889, por estudiantes de la universidad de Cambridge.

‘Granta’ recargada

De esta manera, en 1979, junto con Bill Buford y otros alumnos pusieron a Granta de nuevo en marcha, publicación que se convirtió en una de las revistas literarias más importantes en el mundo.
Como editor de Granta, Jonathan Levi conoció a plumas como James Penton, Richard Ford o John Updike, e incluso obtuvo del propio Salman Rushdie el primer capítulo de su novela Hijos de la medianoche (1981).
Impulsado por el hecho de ayudar a todos los autores que llegaban a sus manos a través de sus textos, Levi se dio cuenta de que lo que realmente quería hacer era crear. Así, se animó a escribir su primera novela, Guía para perplejos (1992). Esta obra fue recibida con positivos comentarios de la crítica de publicaciones como The New York Times, The Washington Post y Newsday.
Gracias a las cuales, los lectores del polifacético escritor estaban a la expectativa de lo que podría ser su próximo libro.
Sin embargo, su segunda novela tardó más de 20 años en ocupar un lugar en los estantes de las librerías. Luego de haber desaparecido por años, al mejor estilo de Louiza, su prodigio matemático, el autor regresó con un universo atemporal en Septimania.
Allí, Levi utiliza sus mejores herramientas para mezclar una gran cantidad de elementos que sorprendentemente logra reunir y hacer que tengan sentido, a través de un constante encuentro entre ficción y realidad.
Pues al igual que Steve Berry en La profecía Romanov (2004), el autor logra crear una historia alternativa a partir de situaciones y hechos históricos a los que luego añade personajes, escenarios y circunstancias de su creación. De modo que para él, “lo genial de escribir novelas sobre cualquier cosa, es que encuentras esas brechas donde la gente no sabe realmente qué pasa”.
Y así, de la misma manera como Gabriel García Márquez usó la realidad colombiana para contar Cien años de soledad (1967), Levi acumula diversos elementos de la historia por medio de una constante mezcla de factores que van formando todo el universo contenido en Septimania.
De todas las habilidades que posee el neoyorquino, él decidió dedicarse a la que considera la más difícil: escribir. Y aunque para el oficio no existen fórmulas exactas, Levi, como cada escritor, tiene sus propios métodos para superar el eventual bloqueo de ideas.
“A veces encuentras que cambiar cosas funciona muy bien. Viajar es fantástico igual que tomar cuaderno, bolígrafo y escribir a mano; en lugar de hacerlo en el computador. O si usas el silencio, ir a algún lugar ruidoso, eso de alguna manera te empuja en un camino diferente y a veces es muy útil”. Agrega que, además de conservar el hábito de tener papel y lápiz junto a su cama, también usa el deporte para aclarar sus pensamientos.
En su caso, lo que hace Levi (igual que Murakami) es correr. Pues, de acuerdo con él, en determinados momentos “necesitas algún modo de desahogarte, a manera de catarsis. Yo lo hago porque correr no cuesta tanto como el psicoanálisis, entonces descubrí que si me siento mal por cualquier razón –escribir es generalmente la razón–, voy afuera para correr y se va, es mucho mejor”.
Luego de terminar Septimania, Jonathan Levi ya tiene en mente su próximo proyecto. Serán una docena de cuentos japoneses basados en el tiempo que pasó en ese país.
Lo que estoy tratando de evitar es no hacerlos exóticos, como una cosa japonesa misteriosa (…). Allá encontré cosas raras y otras tradicionales, pero lo fascinante está en lo cotidiano; de ahí es que consigues los detalles de la vida y lo importante”, concluye el autor.
DAVID PENAGOS
EL TIEMPO
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