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Música y Libros

'Borges siempre me acompaña, no siento su ausencia'

Kodama, hija de un químico y fotógrafo japonés, nació hace 79 años en Buenos Aires, como su esposo, Jorge Luis Borges.

Kodama, hija de un químico y fotógrafo japonés, nació hace 79 años en Buenos Aires, como su esposo, Jorge Luis Borges.

Foto:Alfredo Estrella / AFP

María Kodama, viuda del escritor argentino, habla sobre el libro que rinde homenaje a su esposo.

Redacción El Tiempo
Está de muy buen humor. El abrigo blanco y la cabellera se iluminan mutuamente. Que esté de buen humor no es raro; lo raro es que pueda tener tan buen humor cuando está tan cansada.
El trigésimo aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges precipitó las actividades. Los homenajes al escritor bonaerense y a ella, su viuda, se suceden. Por ejemplo, el Senado le concedió a él la Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento, mientras que María Kodama recibió la tercera orden en importancia entre las que otorga el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Sin embargo, nada parece más importante y esperado que ‘Homenaje a Borges’ (Sudamericana), el primer libro que Kodama le dedica a Borges. Se trata de un texto confeccionado sobre la base de una serie de conferencias que ella ha venido dictando en los últimos años, pero recorrido por cierta intimidad entre líneas.
Hija de un químico japonés y de una pianista descendiente de alemán y española, esta mujer de 79 años habla sobre su libro y sobre su esposo, uno de los escritores más importantes en lengua española.
En la última de las conferencias recopiladas en el libro, te diriges a Borges en segunda persona, como si la posibilidad del diálogo todavía existiera. Eso le da al texto una entonación un poco conmovedora. ¿Sigues conversando con él?
Cuando alguien quiere muchísimo a otro, esa conversación continúa aunque esa persona no esté y uno sepa que no está. Pensar si lo que uno está haciendo le gustaría o no, los recuerdos... es algo que continúa, un diálogo eterno.
Muchas veces dices que tu esposo está ahora en el Gran Mar. ¿Cómo te lo imaginas y cómo crees que se lo imaginaba Borges?
Esa es una expresión muy linda que yo uso siempre en lugar de ‘la muerte’. Los florentinos decían que la persona había entrado al Gran Mar, que es la eternidad. Y los ‘vikings’ –digo ‘vikings’ porque Borges no quería que se dijera ‘vikingo’– también colocaban a sus muertos en una balsa, con la proa hacia el este, en el mar, porque consideraban que eso los iba a llevar a la eternidad.
Borges escribió mucho sobre la muerte y en ocasiones da la impresión de que la veía como un alivio...
Él sentía la curiosidad de saber cómo era eso de lo que nadie ha vuelto para contarlo. Como yo, era agnóstico, pero decía, casi como una broma, que de todas las formas posibles después de la partida la más lógica era la reencarnación. Entonces me pedía que, si eso era cierto, nos prometiéramos reencontrarnos. Yo le decía: “Sí, Borges, totalmente seguro nos encontramos. Ahora, tengo que ser sincera con usted: yo, en la próxima, científica”. Y él me contestaba: “no me diga eso”, porque él quería reencarnar y volver a ser escritor.
¿También tienes esa curiosidad de una reencarnación en la que vuelvan a encontrarse?
Son juegos que uno hace: si eso existiera, sería divertido reencontrarnos. Como él decía, venimos de varios reencuentros anteriores. Por eso me proponía que prometiéramos volver a encontrarnos.
Cuando uno pierde a un ser muy cercano, el sentimiento de la ausencia se nota en detalles minúsculos. ¿En qué momentos del día sientes esa nostalgia?
Es que no siento la ausencia. Es como si estuviera en mí. Yo no puedo explicarlo. Es como una compañía permanente, aunque sé que no está.
¿Por qué esperaste tanto para publicar un libro sobre Borges?
Bueno, no es un libro sobre Borges. Son conversaciones que yo hago en torno a él a quienes me las piden, en distintos lugares. Yo no quería hacerlo, pero una de las conferencias cayó en manos del agente (literario), entonces a él le interesó y empezó la presión. Y llegó un momento en que o nos enojábamos o aceptaba publicarlo. Y como venía justamente esta fecha, pensé: “bueno, está bien, vamos a hacer un homenaje a Borges y ya está”. Fue por ese motivo, yo no tenía interés en publicarlo.
¿Lo ves como un homenaje?
Sí, porque Borges quería que yo publicara. Yo escribía cuentos y él quería hacerles el prólogo, pero yo no quería. Por eso nunca publiqué.
¿Era muy diferente el Borges público del Borges íntimo?
Por supuesto, en la intimidad tratábamos temas que eran diferentes a los que podían preguntarle los periodistas o la gente en una conferencia. Pero con respecto a sus ideas era siempre el mismo, muy auténtico. Podía hablar de algunas cosas de las que no hablaba con los periodistas, pero sus ideas sobre los temas, en público o en privado, eran las mismas. Él era Borges siempre.
Yo vi a Borges una sola vez, en una feria del libro en la que tú le sostenías la mano para que firmara los ejemplares. Y te preguntaba sobre su intimidad porque cuando uno lo ve en entrevistas o conferencias presiente que era completamente auténtico.
En lo que respecta a su forma de pensar, sus ideas siempre eran las mismas, estuviera o no el periodismo presente.
Para diciembre estás preparando una muestra en el Instituto Cervantes de Nueva York con cinco artistas: Gabriela Aberastury, Gabriel Barna, Norma Bessouet, Mariano Cornejo y Sara Facio. ¿Por qué tuvieron esta idea?
Me pareció interesante hacerlo con un aniversario doble: son 25 años que la biblioteca del Instituto Cervantes lleva el nombre de Borges y 30 de su partida. Me pareció lindísima la idea del director.
Le dije que si también se podía hacer algo desde el punto de vista del arte y me respondió que si conocía alguna posibilidad se la enviara. Justamente, en ese momento me habían contactado estos artistas y así surgió todo.
¿Qué hay en la obra de Borges que resulta tan propicio para la imaginación de los artistas, de aquellos que no necesariamente trabajan con palabras?
Era una persona que adoraba la pintura y dibujaba muy bien. Cuando vivió en Europa, a principios del siglo XX, una de las cosas que más le gustaban era ir a los museos. Y cuando empezamos a viajar, me decía siempre que debíamos guardar un día para visitar a nuestros amigos, los pintores que nos gustaban.
¿Qué crees que hay en sus ficciones que auspició tanto esta imaginación no literaria?
Yo creo que, curiosamente, y eso es lo que lleva al fracaso a los directores de cine, la obra de Borges es aparentemente muy visual, quizá porque se interesaba en la pintura. Y ahí está la trampa: debajo de eso hay otra historia que, en general, los directores olvidan o no ven, que es toda su dimensión filosófica. Él no cuenta simplemente algo. Por eso, adaptarlo es muy difícil.
¿Ese rasgo en la literatura de Borges fue lo que te motivó para hacer algo como ‘Atlas’, que es un libro tan visual?
No, no. Eso fue idea de Alberto Girri, ese gran escritor al que no se le da la importancia que tiene. Yo sacaba muchas fotos cuando viajábamos, como hace todo el mundo. Y Alberto un día le dijo: “Pero Borges, ¿por qué no hacen un libro? Escribes los textos y ella pone las fotos, que son lindísimas”. De ahí salió el libro.
¿O sea que tienes muchas más fotos?
Sí, infinitas.
¿Nunca van a aparecer?
No sé. Puede ser...
¿Cuándo va a haber un libro tuyo que no sea sobre Borges?
Yo escribo cuentos y tengo para publicar. Unos pocos aparecieron en diarios y revistas, en la época en que él estaba muy enojado porque yo no quería su prólogo. A él le gustaban mucho y estaba contentísimo porque la gente le decía que no tenían nada que ver con los de él.
¿Pero hay posibilidades de que haya un libro de tu ficción?
Sí, puede ser.
¿Hay algún texto de Borges al que vuelves una y otra vez?
Es una cosa muy interesante: yo tendría más o menos 10 años, abrí una revista que había en mi casa –seguramente ‘Sur’– y leí: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”. Yo dije: “¡Qué es esto!”. Lo leí hasta el final sin entender nada. Lo interesante es que ese cuento me siguió atrapando toda la vida, a raíz de que yo quería ver el jardín donde lo habían escrito. Y desde lo que hoy es la Fundación (Internacional Jorge Luis Borges, creada por Kodama en 1988 y dedicada a la difusión de la obra del escritor) se ve la casa donde Borges lo escribió. Si saliera una ley por la cual los países tienen que destruir toda la obra de sus escritores y salvar un cuento, yo salvo ese.
Y lo fascinante es que muchos años después, para el Salón del Libro, me dieron una serie de entrevistas que había hecho Victoria Ocampo a Borges de una manera muy interesante: eran descripciones de fotos que ella le hacía y él decía lo que había sucedido allí. Me las dieron para que hiciera el prólogo.
De pronto, Victoria le dice: “Acá hay una casa, con el jardín a la izquierda y la escalera a la derecha”. Y Borges contesta: “Ah, es la casa de la calle Anchorena, donde yo, en una semana, escribí ‘Las ruinas circulares’ (la familia del novelista vivió allí entre 1938 y 1943). Durante esa semana yo trabajaba, salía con mis amigos, iba al cine, pero lo único que quería era volver a esa casa. Nunca pude escribir con la intensidad con que yo escribí ese cuento”.
Esa intensidad es la que siente una chica de 10 años que no entendió nada y que quedó atrapada por ese cuento hasta el día de hoy. Y sería el único que salvaría.
Esa es la mejor refutación posible de que hay que esperar hasta cierta edad para leer y para entender a Borges...
No es entender, es sentir. Lo sentí como música, como algo maravilloso, misterioso. No entendí nada: a los 10 años es imposible entender ese cuento.
Tal vez no leemos para entender...
Exactamente. Yo todo lo hago por placer. Soy hedonista.
Esa también fue una lección de Borges: el lector hedónico...
Sí, teníamos tantas cosas en común.
PABLO GIANERA
LA NACIÓN (Argentina) - GDA
Redacción El Tiempo
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