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Música y Libros

‘El túnel’: la importancia de una novela peligrosa

Primera edición de ‘El túnel’, publicada por la editorial Sur de Buenos Aires.

Primera edición de ‘El túnel’, publicada por la editorial Sur de Buenos Aires.

Foto:cortesía Juan Camilo Rincón.

Hace 70 años llegó a las librerías la obra más famosa del argentino Ernesto Sabato.

Carlos Restrepo
Hace 70 años vio la luz 'El túnel', una de las obras precursoras de la literatura latinoamericana, publicada en 1948, siete años antes de Pedro Páramo. Esta novela corta fue el primer libro de ficción que sobrevivió a la condena del fuego a la que Ernesto Sabato, su autor, sometió textos suyos anteriores como La fuente muda. “Siempre me gustaron los incendios; todos somos más o menos pirómanos”, dijo en alguna entrevista.
En su libro de memorias Antes del fin (1998), afirmaba: “... a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito durante la mañana. Y así, cuentos, ensayos y obras para teatro los he visto consumirse en el fuego, al que también estaba destinado Sobre héroes y tumbas; tantas han sido siempre mis dudas. Por mi propensión a las llamas, hubo veces en las que me arrepentí” (pág. 102).
Sabato, el gran maestro sombrío que desde su infancia llevó el nombre de un hermano fallecido, buscó por medio de la ciencia dar un sentido al mundo, a su mundo; la Física no logró saciarlo, y decidió entonces entregarse a la literatura. En Argentina generó conmoción este viraje de un hombre que tenía asegurada una vida entre reglas rigurosas; el nacimiento de esta novela fue su primer gran golpe a favor de las palabras.
Nadando siempre contra la corriente, tuvo que estrellarse con la élite intelectual argentina de la época, que no supo comprender la grandeza de su genio literario visionario. Ejemplo de ello es 'El túnel', que no corrió con suerte. Escrito el primer bosquejo en una estación de tren en Zúrich, el manuscrito fue llevado en su versión final a varias editoriales y rechazado por todas. Solo pudo ser publicado porque un amigo de Sabato, Alfredo Juan J. Weiss, le prestó el dinero para editarlo bajo el amparo de la revista Sur.
Histórico epígrafoe de 'El Tunel'.

Histórico epígrafoe de 'El Tunel'.

Foto:cortesía Juan Camilo Rincón.

En un libro póstumo publicado en 2001 por la editorial Sudamericana, llamado Descanso de caminantes, nos encontramos con que Adolfo Bioy Casares revisó alguna vez el original de El túnel: “Un día me trajo (...) el manuscrito de El túnel ¿para que se lo corrigiera? (...). Lo cierto es que leí con lápiz colorado el librito y, según mi costumbre (...), lo corregí casi todas las veces que fue necesario. Cuando Sabato vino a retirar su novela, comprendí mi error. Él venía dispuesto a recibir elogios por un gran libro; yo le devolvía un librito plagado de errores de composición, que no podían corregirse (...) y con las páginas garabateadas de elementales correcciones en rojo: correcciones de palabras, como constatar, de sintaxis, etcétera. Nuestra amistad, que nunca fue del todo espontánea, empezó a deteriorarse” (pág. 130).
El escritor nacido en Rojas lo recuerda así: “El túnel fue la única novela que quise publicar, y para lograrlo debí sufrir amargas humillaciones. Dada mi formación científica, a nadie le parecía posible que yo pudiera dedicarme seriamente a la literatura. Un renombrado escritor llegó a comentar: ¿¡Qué va a hacer una novela un físico!? ¿Y cómo defenderme cuando mis mejores antecedentes estaban en el futuro?” (1998, pág. 100).
Sábato murió en su casa de Santos Lugares hace 7 años. Una crisis existencial, en los años 40, lo hizo dejar del todo la física por la literatura.

Sábato murió en su casa de Santos Lugares hace 7 años. Una crisis existencial, en los años 40, lo hizo dejar del todo la física por la literatura.

Foto:EFE

El espaldarazo de los grandes

Contra todo pronóstico, la primera edición se agotó rápidamente y comenzó a generar expectación en los nuevos lectores, quienes sucumbieron bajo el sortilegio existencialista del texto. Bien dicen que nadie es profeta en su tierra, y así le ocurrió a Sabato con este libro: los grandes escritores europeos lo vieron como la renovación literaria de nuestro continente. El 13 de junio de 1949, la llegada de una carta proveniente de París cambiaría para siempre el rumbo de esta obra: el reconocido escritor argelino nacionalizado francés y futuro nobel de literatura, Albert Camus, lo halagó con estas palabras: “Le agradezco su carta y su novela. Caillois me la hizo leer, y me ha gustado mucho la sequedad y la intensidad. He aconsejado a Gallimard que la editen, y espero que 'El túnel' encuentre en Francia el éxito que merece. Hubiera deseado poder decirle todo esto de viva voz, pero la prohibición de una de mis piezas en Buenos Aires me impide dar allí las conferencias previstas. Si, no obstante, llegara a ir a Brasil, trataría de acercarme a título personal a Buenos Aires y me alegraría entonces conocerlo. De aquí a entonces, cuente con toda mi simpatía fraternal” (Sabato, el hombre, 2011, pág. 287). Años después, Sabato dijo sobre el creador de La peste: “Cuánto le debo a aquel escritor genial, con quien compartiría luego inquietudes metafísicas y éticas” (1998, pág. 102).
La novela tomó vuelo, y reconocidos escritores de todo el mundo se confesaron encantados ante sus páginas. Es el caso de Graham Greene, escritor, guionista y crítico británico galardonado con la Orden de Mérito del Reino Unido y el premio Shakespeare, quien le dijo a Sabato en una misiva: “Leí 'El túnel', que usted tan amablemente me envió hace unos días, y debo expresarle mi gran admiración por un estudio psicológico realmente tan fino. No puedo decirle que disfruté al leerlo, pero sí que lo leí completamente absorbido” (2011, pág. 287). También impactado por sus letras, Thomas Mann la calificó como “impresionante”. El Book Review de The New York Times describió la obra como un “clásico existencialista con un poder memorable”.
Lo esencial de esta novela profundamente psicológica, que le permite sostener su vigencia aun en el siglo XXI, es su poder de reflejar la crisis del hombre contemporáneo y su forma magistral de expresar las preocupaciones existenciales, que pueden llevar a la locura. No se trata de un texto venturoso; por el contrario, sus matices generan una angustia creciente en el lector, quien va sintiendo la desazón sombría que invade a Juan Pablo Castel, el pintor que da muerte a su amada María Iribarne en un crimen orquestado por la temible secta de los ciegos, dato que conoceremos en una novela posterior. Transcurre además en una Buenos Aires escondida en el olvido y es narrada desde un único punto de vista.
Para el escritor José Ortega, en un interesante texto titulado ‘Las tres obsesiones de Sabato’, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos en 1988, El túnel, “como la literatura de Kafka, surge de un mundo de alienación, entendiendo esta como un proceso único de deshumanización” (pág. 125). Destaca sus notas existenciales y “el radical desamparo del hombre en un mundo absurdo, es decir, la incomunicación”. Aunque fue elogiada por millones, para Sabato, su novela, como toda su obra, “está llena de imperfecciones”.
El comienzo de 'El tunel' es un párrafo clásico.

El comienzo de 'El tunel' es un párrafo clásico.

Foto:cortesía Juan Camilo Rincón.

Con 39 capítulos, es la primera de una trilogía que completan 'Sobre héroes y tumbas' y 'Abaddón el exterminador'. Al contrario de la estructura usual de las historias, en esta, el autor de un crimen revela su nombre en la primera línea. Así, ha sido escudriñada por cientos de especialistas, quienes la han analizado desde los planteamientos freudianos y lacanianos.
Su influencia ha tocado otras artes, además de la literatura. Fue adaptada al cine en dos ocasiones (por León Klimovsky en 1952 y por Antonio Drove en 1987) y en 1977 para formato televisivo por José Luis Cuerda. En la versión homónima de 1952, el propio Sabato coescribió el guion junto con Klimovsky.
También ha sido llevada a las tablas por compañías teatrales argentinas, ecuatorianas, uruguayas, dominicanas y españolas, e, incluso, al formato de danza por la bailarina y coreógrafa rumana Mihaela Santo. En el caso de las producciones hechas en su tierra natal, Sabato comentó lo siguiente sobre la adaptación que en 1996 hizo de El túnel el autor e intérprete argentino Roberto Ibáñez, cuya puesta en escena corrió por cuenta de Andrés Bazzalo: “Debo confesar que yo venía con un poco de miedo, en el sentido de que es una conversión de una obra para ser leída a algo para poner en escena. Siempre es peligroso eso. Han vencido los peligros de una manera verdaderamente notable... la puesta en escena, la música y la manera enloquecida como se desarrolla la acción. Los felicito y les agradezco profundamente que se hayan tomado este trabajo”.

El túnel fue la única novela que quise publicar, y para lograrlo debí sufrir amargas humillaciones.

Michel Bibard, traductor de tres de las obras de Sabato, entre ellas El túnel, comenta que el argentino temía que su trabajo fuera llevado a otros idiomas, pues le preocupaba que una mala traducción se convirtiera en la peor de las versiones. Pese a su prevención al respecto, el libro fue traducido a 35 lenguas.
En 1965, los censores del gobierno del dictador español Francisco Franco prohibieron en tres ocasiones (mayo, noviembre y diciembre) la publicación de la novela por considerarla pornográfica, con adulterio y asesinato, desarrollada en un “ambiente moral disolvente y absurdo”. Una nueva reedición de Seix Barral publicada en junio de este año incluye el expediente de la censura franquista.
Esta novela ha soportado con gran fuerza todos los abatimientos. Hoy sigue vigente como hace 70 años y nos invita a revisitarla. Fue pionera de la literatura latinoamericana: cuando nació Cien años de soledad, El túnel ya llevaba trasegando 20 años, recogiendo adeptos para la gran secta de los amantes de Sabato. Como la primera novela de su obra narrativa, El túnel es una trampa que deja rastros que no se borran aunque pase el tiempo.
Juan Camilo Rincón*
ESPECIAL PARA ELTIEMPO
* Periodista y escritor, autor de libros como ‘Historias de Jorge Luis Borges y Colombia’ y ‘Viaje al corazón de Cortázar’.
Carlos Restrepo
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