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Gente

Un mes sin Abdón Espinosa

Espinosa fue concejal de Bogotá y columnista de EL TIEMPO.

Espinosa fue concejal de Bogotá y columnista de EL TIEMPO.

Foto:Felipe Caicedo / Archivo EL TIEMPO

Con su partida quedaron en el tintero acontecimientos en los que ocupó un papel protagónico.

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Era un sabio. Erudito en filosofía, historia, literatura, derecho y, por supuesto, economía, a la que dedicó la mayor parte de su tiempo y en la cual, por razones obvias, la gente lo recordaba al frente del Ministerio de Hacienda y por sus intervenciones brillantes en las corporaciones públicas.
Se hizo famoso cuando mandó al carajo a las intocables vacas sagradas del Fondo Monetario Internacional. Pasó a la historia con el diseño, en 1967, del Estatuto Cambiario, vigente por más de veinte años. Él inventó la exitosa “devaluación gota a gota”.
Hablaba en privado y en público con elocuencia natural y autoridad indiscutible. Era un conversador exquisito. Se alargaba con placidez en los detalles de los episodios de la historia política que vivió al lado de personajes de la talla de Eduardo Santos, Alberto Lleras, Carlos Lleras, Alfonso López Pumarejo, Alejandro Galvis, Roberto García Peña, Carlos Pérez Norsagaray, al igual que de López Michelsen, con quien se peleó, se amistó, se volvió a pelear y se volvió a amistar, así como a compartir “las mejores migas” en los últimos años de ambos.
Defendía sus ideas con garbo y valentía, y no pocas veces con revólver, que su padre le había enseñado a portar cuando cumplió quince años y se vistió de frac para enamorar a las niñas de sociedad de Bucaramanga.
Era una época en que los dirigentes políticos cargaban armas y se producían balaceras como la muy lamentable de la Cámara de Representantes (1949), en la cual falleció el parlamentario Gustavo Jiménez y, unos meses más tarde, don Jorge Soto del Corral, a quien el liberalismo consideraba un figurón y a quien Espinosa veía como un seguro candidato presidencial.
Con la partida de Abdón quedaron muchos acontecimientos históricos entre el tintero. Sus memorias habrían contribuido a entender el proceso político de la nación, en la que ocupó un papel protagónico, que no quiso dejar escrito en un libro y sin duda hará mucha falta. Ejemplos para justificar mi aserto son muchos. Me limito a mencionar los más protuberantes: los secretos de la renuncia del presidente Carlos Lleras en 1968, para presionar al Congreso y conseguir la aprobación de su reforma constitucional a tiro de hundirse. El Congreso no le aceptó la renuncia, pero detrás de bambalinas se quedaron un montón de conversaciones entre el presidente y el jefe de un sector del conservatismo, nadie menos que el presidente Ospina Pérez, al igual que con otros figurones del establecimiento. La coalición gobernante estuvo a punta de romperse y solo su ministro de Hacienda sabía cuál fue la fórmula para evitarlo; nunca quiso revelarla.
De la misma manera tampoco dejó conocer Abdón la renuncia presentada por él a su presidente Lleras Restrepo, por la molestia que le causó el hecho de que el jefe del Estado hubiese designado al doctor Miguel Aguilera Rogers como superintendente bancario sin él saberlo, siendo ese nombramiento del resorte del ministro de Hacienda. El presidente Lleras se vio obligado a disculparse y de ese modo conseguir que Abdón renunciara a su renuncia.
Tampoco dejó publicar los incidentes no conocidos de los hechos relacionados con el debate del senador Vives contra Fadul y Peñalosa, en el cual injurió al presidente Lleras Restrepo. Ante tal irrespeto, el presidente intentó dirigirse a la sede del Senado, donde Vives se hallaba despotricando del gobierno, para “darle una cachetada” al calumniador. Abdón y el secretario económico de la Presidencia, Rodrigo Botero, lograron disuadirlo en el momento que se preparaba para tomar el ascensor de la casa presidencial. Abdón le pidió que lo dejara a él –Abdón– darle su merecido a Vives.
Fue concejal de Bogotá en 1974 y desde allí modernizó el Régimen Tributario del Distrito, el cual rige hoy, permitiéndole a la ciudad aprovechar su capacidad fiscal para atender los retos del crecimiento.
Tuve el privilegio de fungir de acólito suyo; aprendí montones bajo su tutoría en interminables jornadas sin que apareciera de parte suya el más mínimo gesto de cansancio. Sí interrumpía, el oficio, para concurrir a la plaza de toros en donde ocupábamos puestos de honor, pero con la condición fatal de continuar la tarea al término de la fiesta taurina sin menoscabo del disfrute de exquisitos y abundantes licores que cataba con el mismo conocimiento y autoridad que aplicaba a los cálculos y estadísticas de las rentas distritales. Sus médicos le habían autorizado las bebidas que elevaban la presencia del ácido úrico a cambio de tomar Ziloprén, medicamento moderno para la época y que evitaba las dificultades del consumo del mejor vino de Rioja, su preferido. Es milagroso, me decía con gesto demostrativo del gusto que le representaba saborear su contenido.
Abdón y Augusto Espinosa son dos personajes claves para conocer el comportamiento del partido Liberal en la segunda mitad del siglo XX. Fueron protagonistas de primer orden en la historia de Colombia. Eso explica el porqué de las referencias de las caricaturas y del humorismo periodístico de los mamagallistas de turno, incluido Klim.
El médico, filólogo y humanista Hernando Martínez Rueda los consagró con su balada: Son ambos importantes/ son ambos Espinosa/ son ambos liberales/ de estirpe belicosa/ y en cuanto simpatía/ dividen la opinión/ porque Augusto es Augusto/ pero Abdón es Abdón.
A un mes de su desaparición, podríamos decir en palabras de López Michelsen: no importa dónde estaba la historia, allí le daba cita Abdón Espinosa.
ALBERTO CASAS SANTAMARÍA
* Periodista y exministro de Comunicaciones y de Cultura.
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