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Gente

‘Llegué a lugares donde los hombres no podían llegar’: Lucía Newman

Un retrato de la periodista Lucía Newman.

Un retrato de la periodista Lucía Newman.

Foto:Cortesía El Mercurio / GDA

Ella es una de las corresponsales más reconocidas, cubre grandes acontecimientos de A. Latina.

En una de las reservas de petróleo más grandes del mundo, en Caracas, se vive el miedo de la inestabilidad política. Desde ahí reporta en vivo y en directo Lucía Newman para la cadena de noticias en inglés Al Jazeera. “Para el mundo, Venezuela es la gran historia de Latinoamérica hoy”, declara.
Ella ha sido testigo privilegiado de los conflictos de este continente por más de tres décadas. Ha vivido el cambio de la agenda informativa mundial. Y, como muestra de su objetividad, tiene una carrera singular: hoy le toca presidir la corresponsalía latinoamericana de Al Jazeera, cadena que ganó notoriedad en el mundo tras el atentado a las Torres Gemelas en 2001 al mostrar una mirada diferente de la que informaban señales como CNN, donde Lucía ejerció por 20 años como corresponsal.
Lucía partió a Venezuela después del traspaso de mando en Cuba, al que asistió luego de estar en Lima cuando se celebró la Cumbre de las Américas que siguió a la crisis tras el encarcelamiento del expresidente Lula, en Brasil. De todos esos eventos ella informó con la propiedad de conocer de cerca a los protagonistas de cada situación.
La periodista vive en Chile hace 6 años. Y su residencia no es casual. Es hija de una chilena de familia de diplomáticos y de un corresponsal del diario ‘New York Herald Tribune’ –competencia de ‘The New York Times’ en los 60–. Sus padres se conocieron en Moscú, se casaron en París y ella nació en Londres. Vivieron en Berlín, Buenos Aires, Nueva York y Washington, pero ella siempre viajó a Chile, país que identificaba con lo familiar. “Chile terminó siendo la referencia de familia para mí, aunque vivía en otros países, siempre volvía aquí”.
Al terminar el colegio en Estados Unidos, Lucía decidió entrar a estudiar Periodismo. “Mis padres no estaban muy de acuerdo. Justo había llegado Allende, entonces era en un momento muy convulsionado, pero entré a la Universidad de Chile. No duré mucho porque vino el golpe de Estado y me fui a Australia, trabajando como intérprete en la embajada, y pude terminar de estudiar. Ahí mismo comencé a trabajar en periodismo, en un canal multicultural donde yo hacía las noticias internacionales”.

Mujer de ‘guerrilla’

Lucía Newman vive en un departamento del sector El Golf. En su gran mesa de centro hay pequeños recuerdos de lugares tan lejanos como Moscú. De esa capital, cuenta ella, fueron expulsados sus padres cuando el régimen comunista rompió relaciones con el chileno de González Videla. “Después yo también sería expulsada, en Panamá, por Noriega porque no le gustaba lo que yo hacía. Imagínate, en ese entonces había una guerra política entre Estados Unidos y Noriega, y eso terminó por supuesto con la invasión de Panamá. Y yo empecé a hacer los reportajes donde mostraba la represión del Gobierno, hasta que un día salió Noriega en público a gritar que yo era una desinformadora y que ‘para fuera’”, relata.

Yo empecé a hacer los reportajes donde mostraba la represión del Gobierno, hasta que un día salió Noriega en público a gritar que yo era una desinformadora y que ‘para fuera'

Su primer destino periodístico como corresponsal fue en Nicaragua en los 80, cuando la guerrilla de ese país se tomaba las páginas internacionales de la prensa mundial. Entre 1985 y 1989, Lucía reporteó como ‘freelance’ para cadenas australianas y como productora periodística para otras como BBC, hasta que un día Peter Arnett –el reportero que años después transmitiría la guerra del Golfo al mundo– le pidió que produjera para CNN. “Y después –cuenta– apareció en Nicaragua el vicepresidente de la cadena y me ofreció si quería ser su corresponsal, primero ahí y después como jefa para América Latina”.
Lucía vuelve a ese momento en que recibió la oferta clave para su carrera profesional, y agrega un dato de la negociación: “Pedí solamente una condición: que no me vengan a decir, desde arriba, desde el norte, lo que está pasando en el sur”.
¿Ya había mujeres corresponsales de guerra entonces?
Pocas. Estábamos empezando. Había más mujeres fotógrafas, como Susan Meiselas, que es un referente, y un par de periodistas; una del ‘The New York Times’, otra del ‘The Washington Post’. Latinoamericanas, poquitas.
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Newman recuerda cómo supo sacarle provecho al hecho de ser mujer en un contexto de violencia, masculinizado y militarizado: “En esa época se creía que las mujeres éramos como más bobas. Los hombres bajan la guardia frente a las mujeres. No es que yo me abriera la camisa y mostrara el escote. Es solo que no te veían como una amenaza tanto como a un hombre, así que te permitían llegar mucho más lejos. Yo conseguí unas entrevistas y llegué a lugares donde los hombres no podían llegar”.

No te veían como una amenaza tanto como a un hombre, así que te permitían llegar mucho más lejos. Yo conseguí unas entrevistas y llegué a lugares donde los hombres no podían llegar

En Nicaragua, Lucía mostró el efecto de los ataques de los contras, grupo paramilitar entonces financiado por Estados Unidos: “Hice un reportaje para CNN donde mostré la gente malherida, les faltaban piernas, brazos porque vivían donde explotaban las minas que habían dejado los contras. Fue muy polémico, era el gobierno de Reagan y un grupo de ultraderecha estadounidense decía que yo me había aliado con el gobierno sandinista para hacer un montaje”.
Después de fijar su base en Nicaragua, Panamá y México, CNN le ofreció un puesto superior: ser la primera corresponsal norteamericana acreditada en La Habana de Fidel.
Lucía estaba en plena formación de su familia. En Nicaragua había conocido a un colega panameño, y se casó. Tuvo a su primera hija en Chile y a una segunda en México. “Entonces el lugar más peligroso era Ciudad de México. Yo andaba permanentemente aterrorizada de que me iban a secuestrar a mis hijas; solo quería salir de ahí. Esta oferta para irnos a Cuba me encantó”.
El desafío profesional la conquistó: “En La Habana había corresponsales de otros medios, pero no estadounidenses, y como sucedía que Ted Turner (dueño de CNN) y Fidel eran amigos, se creyó que de alguna manera iba a garantizar una cobertura más amigable. Pero no fue así, porque había una independencia editorial absoluta”, dice.

Cuba, mi amor

Acababa de terminar el traspaso de mando desde Raúl Castro hacia Miguel Díaz-Canel, y los cientos de corresponsales extranjeros apostados en La Habana se apresuraron a difundir las informaciones sobre un “cambio histórico”, sobre el comienzo de “una nueva era”. Pero no Lucía Newman. La corresponsal para Latinoamérica de la señal en inglés de Al Jazeera fue cauta. “Yo tenía muy claro que no iba a pasar nada. Alguien que ha vivido en Cuba entiende cuáles son los mensajes subliminales que se quieren enviar. Y el mensaje acá es que Raúl estará tutelando y acompañando a Díaz-Canel en las duras reformas económicas que debe hacer. Está clarísimo que hay un cambio generacional, pero no político”.
Lucía Newman vivió en Cuba 10 años, cuando fue corresponsal de CNN en la isla. Por eso quiso ir a ver cómo recibían el cambio de gobernante los cubanos de a pie años más tarde.
Durante esa década, la periodista dice que jugó a ser la Mata Hari del periodismo. Recuerda sus carreras tras los autos de las autoridades, sus infiltraciones en lugares donde el régimen no admitía extranjeros y su particular relación con Fidel: “Había momentos en que se indignaba conmigo. Estuvo casi un año sin dirigirme la palabra. Después hacíamos las paces y todo seguía igual. Me reclamaron por un montón de cosas, pero había otras cosas que pasaban en la isla que Fidel se enteraba gracias a mí”, cuenta.
¿De qué cosas?
De la corrupción que se daba en el Instituto de la Vivienda, por ejemplo. A la gente que se mataba construyendo una casita, de repente llegaba este instituto y le quitaba todo lo que tenía, para que a la semana apareciera un agente del gobierno mudándose ahí.
¿Era espiada por el Gobierno?
Sí, obvio. Estoy segura de que todo lo que yo decía en mi casa, en el baño, hasta en mi dormitorio, estaba siendo grabado. No me cabe duda. Es más, de vez en cuando se preocupaban de que yo lo supiera.

Estoy segura de que todo lo que yo decía en mi casa, en el baño, hasta en mi dormitorio, estaba siendo grabado. No me cabe duda.

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Lucía cuenta que en La Habana terminó su matrimonio y comenzó una larga relación con un cubano. “Ellos –el Gobierno– sabían con quién me acostaba, de quién estaba enamorada. Pero mi relación con el cubano le hizo más daño a él que a mí. Yo lo pasé bomba, bailando salsa y trabajando. Me metía a escondidas en todo y sacaba reportajes”.
Hoy las paredes del departamento de Newman ya no tienen micrófonos, sí arte cubano desplegado en gran formato. “Yo vivía en el centro de La Habana, vivía como una cubana más. Veía muchas cosas injustas y los controles a mi trabajo cada vez eran más fuertes. Después de un rato me empezó a afectar personalmente. Ahí es cuando dije: ‘Ya, me tengo que ir. Ya no puedo guardar distancia con esta realidad’”, relata. Fue entonces cuando le dijo a los responsables de CNN que quería marcharse a otro lugar. Frente a la negativa del canal, Lucía contactó a Al Jazeera para que la contrataran. Y así sucedió.
Se fue antes del final del gobierno de Fidel, ¿lo lamentó?
Todo el mundo me dijo: ‘Tú estabas ahí para esperar que se muriera Fidel’, pero mi vida no dependía de eso. A diferencia de otros, yo siempre supe que aunque se muriera, eso no iba a cambiar de un día para otro.
CLAUDIA GUZMÁN V.
EL MERCURIO (Chile) - GDA
En Twitter: @ElMercurio_cl
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