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Guía para hombres desorientados en la era del ‘nuevo’ feminismo

De acuerdo con varios expertos, la cruzada por el respeto de los derechos femeninos ha transformado de manera radical los modos de acercamiento de los hombres.

De acuerdo con varios expertos, la cruzada por el respeto de los derechos femeninos ha transformado de manera radical los modos de acercamiento de los hombres.

Foto:Liam Norris / AFP

La lucha por la igualdad de géneros ha despistado a los hombres con los nuevos códigos de seducción.

“Te quiero invitar, pero no quiero que pienses que soy machista”, cuenta Milagros Andaluz que le dijo un chico con el cual salió cuando llegó la cuenta. “Le dije: ‘Tranquilo, pero me parece que estaría bien si pagamos a medias’, y así fue –relata esta actriz de 30 años–. No me molesta que me quieran invitar, pero también me gusta invitar o que paguemos a medias. Lo que no me gusta es que se asuma que es el varón el que tiene que pagar”.
La situación que relata Milagros ilustra lo que muchos hombres temen a la hora de acercarse a una mujer: ver que cualquier gesto de gentileza puede ser leído como un acto de menosprecio o de dominación, en una época en la que la lucha por la igualdad de género atraviesa cualquier ámbito. “Abrirle la puerta del auto a una mujer, acompañarla por la calle instándola a caminar por el lado de la pared, tenderle la mano para que descienda de un vehículo o cederle el asiento en un transporte público son costumbres que hoy están en tela de juicio frente a la predominancia del discurso feminista”, advierte el psicoanalista Juan Pablo Capdevielle.

Abrirle la puerta del carro a una mujer o cederle el asiento en un transporte público son costumbres que hoy están en tela de juicio por la predominancia del discurso feminista

“Cuando esperaba un colectivo, si había diez mujeres en la fila las dejaba pasar y luego subía yo –cuenta Roy Cifre, diseñador gráfico de 32 años–. Pero en los últimos tiempos es frecuente que alguna mujer se enoje y me diga: ‘¿Por qué, si somos iguales?’. A mí me enseñaron que era algo bueno, del mismo modo que cuando abro una puerta para pasar la sostengo para que pase quien viene detrás. Hoy, si la mujer me dice ‘pasa’, no insisto; trato de acomodarme a lo que esa persona demanda”.
Según el psicoterapeuta Miguel Espeche, “muchos hombres y mujeres están confundidos porque los códigos culturales propios del cortejo son leídos en la actualidad como armas de una ideología de dominación”.
En este contexto, hay quienes surfean estas olas de cambio con naturalidad; en general, los jóvenes: no los sonroja si un grupo de chicas les suelta un piropo al pasar, como tampoco se incomodan si a la hora de pagar en es ella quien saca la billetera. Pero quienes más desorientados se encuentran son aquellos de mayor edad, que después de años en pareja regresan a la soltería.
“Ahora que vuelvo al ruedo, no sé bien cómo manejarme –admite Martín González, de 45 años, separado tras más de cinco años de relación–. Hubo muchos cambios, y estamos en una etapa de sensibilidad. Entonces tengo que intentar ser políticamente correcto, sobre todo hasta que la otra persona sepa cómo soy. El punto es descubrir dónde está el límite, para ser caballero pero sin quedar en fuera de lugar”.
Claro que la cuestión no atañe exclusivamente a los hombres. Muchas veces sucede que las mujeres enarbolan un paradigma antiguo, tan (o más) machista que aquel que el varón pretende evitar en sus dichos y modales. “Hace un mes salí con una chica, y cuando la fui a buscar le avisé por WhatsApp que estaba abajo, en el auto –cuenta Javier Fernández, de 39 años–. Ella bajó y cuando me vio le hice un gesto para que se acercara. Pero se quedó esperando y mirándome, como dando a entender que esperaba que yo bajara del auto, fuera hasta la entrada a buscarla y le abriera la puerta para que subiera. A mí me gusta el gesto, pero no como algo obligado”.
En ese resbaladizo terreno que supone todo cambio de época, incluso es posible encontrar argumentos esgrimidos por quienes dicen apoyar la igualdad de género, pero que refuerzan conductas que no se llevan bien con esos principios. “Si salgo con un chico, que pague él. ¡Si los hombres ganan más que las mujeres!”, comentaba en Twitter alguien que se decía feminista.
“Hay mujeres que, ya sea por comodidad o por mantener esa idea romántica de que deben ser tratadas como princesas, quieren tener al hombre a su disposición y se resisten a ese corrimiento de roles que se está produciendo en la actualidad”, opina Darío Polaco, de 37 años y diseñador industrial. “Tanto hombres como mujeres estamos aprendiendo a no ser machistas. Desnaturalizar ideas tan instaladas es un proceso difícil aun para quienes queremos cambiar esta realidad”, sostiene Milagros Andaluz.

Tanto hombres como mujeres estamos aprendiendo a no ser machistas. Desnaturalizar ideas tan instaladas es un proceso difícil aun para quienes queremos cambiar esta realidad

Mientras tanto, muchos hombres, en el momento de abrir la boca ante una desconocida, se preguntan: ¿querrá que la trate de igual a igual o esperará que me comporte como un caballero del siglo XIX? “Lo que es bueno, sabiendo que no pueden abordar a una mujer de forma irrespetuosa sin que eso tenga un efecto que antaño no tenía”, sintetiza Miguel Espeche.
Toda esta tendencia social también se refleja en el trabajo. Pero en este caso no se trata del temor a ser considerado ‘machista’, sino de algo más serio: del temor a que cualquier gesto no laboral pueda ser leído como acoso. “Muchos hombres prefieren no exponerse a situaciones que puedan interpretarse como acoso, como viajes de negocios o en auto o reuniones a puerta cerrada de solo dos personas –precisa Melamed, director de Humanize Consulting–. Ello no implica que tengan algún precedente o que hayan sido denunciados, pero prefieren evitar cualquier tipo de susceptibilidad”.
Así, por pedido expreso de empleados varones, muchos viajes de trabajo comienzan a ser reemplazados por videollamadas u otras formas de reunión virtual, mientras que situaciones que otrora reunían a un varón y a una mujer en una oficina, un auto, un ascensor, un pasillo o cualquier lugar fuera de la vista del resto de la empresa se evitan o se resuelven favoreciendo la presencia de un tercero.
Esto es un efecto colateral que surge de la prosecución de un bien mayor y que seguramente será transitorio. “Estamos, por suerte, ante un nuevo contexto social respecto a situaciones de abuso de poder que se habían naturalizado dentro de las empresas y que no se manifestaban”, celebra Melamed. “Pero la idea de igualdad de género, ineludible en el derecho y en el trabajo, parece extenderse a campos como el afectivo, donde hombres y mujeres no somos iguales, sino complementarios”, sostiene el psiquiatra Pedro Horvat.
Y es en muchos casos el esfuerzo por librarse de rasgos tradicionalmente asociados a ‘lo femenino’ lo que genera ruido e incluso desinterés en más de un varón. “La igualdad de derechos entre hombre y mujer está bien, así como que a los dos les paguen lo mismo por el mismo trabajo, pero prescindir de aspectos de lo femenino y de lo masculino que no joden a nadie es una pérdida, porque tenemos sensibilidades distintas”, opina Darío Polaco. “Algo interesante de todo esto es que la mujer está dejando ese lugar de pasividad que se le asignaba. Si se me acerca una chica, lo valoro, el interés que demuestre es parte del juego de seducción”, agrega.
“La incorporación de nuevas formas de vivir el cortejo no significa la eliminación de las anteriores –opina Miguel Espeche–. Un ejemplo es la gentileza, un sano recurso de cortejo que nada tiene que ver con la dominación y el patriarcado”. “No creo que el hecho de que un hombre ceda el asiento a una mujer o que la deje pasar primero sea inconveniente –opina Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (Feim)–. No debería significar más que un gesto de atención”.

El piropo, en caída libre

“Muchas mujeres intentan anular el piropo etiquetándolo como acoso”, señala el psicoanalista Juan Pablo Capdevielle sin ignorar que “sí puede ser una agresión a la autonomía, pero, en un contexto de equivalencia, puede ser algo cariñoso y respetuoso. Tanto de hombre a mujer como de mujer a hombre”. Para Mabel Bianco, el piropo no es la mejor forma de acercarse a una mujer: “En vez de recurrir al piropo, cuando un hombre quiere iniciar una conversación con una mujer debería decirle ‘quiero hablar contigo’, para que ella tenga la posibilidad de elegir”.
Pero ¿quién dice hoy un piropo (y no estamos hablando de groserías)? “Así como hoy hay menos caballerosidad, también hay menos piropeadores. El hombre mide más sus palabras, para evitar posibles escándalos”, responde Pedro Caamaño Rial, periodista de 44 años.
“El 99 por ciento de los piropos que una mujer recibe en la calle son interacciones de agresividad, demostraciones de poder –dice Milagros Andaluz–. Hace poco pasé por una obra en construcción, y un tipo me dijo ‘me enamoré’. Fue la única vez en mi vida que no me molestó. Quizás porque no era una opinión sobre mí, sino que hablaba de él”.
SEBASTIÁN A. RÍOS
LA NACIÓN (Argentina) - GDA
En Twitter: @sebastrios
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