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Gente

El valor de lo que no tiene precio / Columnista invitado

Muchos padres queremos enseñarles a nuestros hijos el valor de lo importante.

Diana Rincón
La pequeña María llegó con algo de dificultad hasta el sofá en el que estaba sentado su papá. Y, apoyada ya en sus rodillas, abrió el puño que había mantenido cerrado
varios minutos. Su padre, con sus ojos adultos, vio un nudo de motas sucias sacadas de la alfombra. María, con sus ojos de niña, podía ver claramente el brillo de aquel tesoro que fue extrayendo del piso y guardando con gran esfuerzo durante toda la tarde. Era su gran hallazgo, y no se lo guardó, sino que se lo ofreció como un regalo a su héroe con bigote. Cuando el papá cruzó miradas con la mamá de la niña, entendió el valor de aquel motoso presente.
Treinta años atrás, la mamá de María, con apenas 4 años, había visitado a su abuelita. Era una casa grande en cuyo enorme patio resplandecían diversidad de flores coloridas. La bisabuela de María amaba las flores, las regaba a diario y les hablaba. La niña sabía lo mucho que las flores alegraban a su abuelita. Mientras madre e hija preparaban el chocolate, la nieta recorría el enorme patio atesorando
el regalo que haría feliz a su abuelita. La abuela, bandeja en mano, había salido al patio llamando a la pequeña a tomar las onces, cuando se la encontró de frente.
“Abuelita, mira lo que tengo para ti”, dijo la niña, mostrando un centenar de
pétalos de colores que reposaban en su vestido. La abuela estaba a punto de soltar la bandeja con roscones y chocolate. La mamá, por su parte, llegó a pensar en arremeter contra la pequeña, pero la abuela, haciendo de pétalos corazón, la detuvo oportunamente. “No la regañe, mija. Su hija me está dando el mejor regalo que me puede dar. Ya después le explicamos”, dijo, mientras una lágrima de rabia escurría por una de sus mejillas y, por la otra, una de ternura y agradecimiento.
Muchos padres queremos enseñarles a nuestros hijos el valor de lo importante. Para lograrlo, es necesario valorar aquellas pequeñas cosas que son valiosas para ellos. Lo que para nosotros es un incómodo rayón en la pared, para ellos puede ser una valiosa manifestación artística. A un pedazo de ladrillo viejo lo vemos como un escombro; ellos, como un hallazgo arqueológico. Los grandes sabemos que las matas vuelven a florecer y que las motas se pueden limpiar del suelo, y también sabemos que la niñez no volverá.
FERNANDO ESCOBAR
Escritor y conferencista
Diana Rincón
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