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Daniel Samper Pizano, el académico

Daniel Samper Pizano, en el día de su posesión como miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua. Aquí saluda a su presidente, Jaime Posada.

Daniel Samper Pizano, en el día de su posesión como miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua. Aquí saluda a su presidente, Jaime Posada.

Foto:Néstor Gómez / EL TIEMPO

‘Los Samper han contribuido a que Colombia sea República de las Letras’, dijo Benjamín Ardila.

Luego de que Daniel Samper Pizano recibió el diploma que lo acredita como miembro correspondiente de la Real Academia Española por ser nuevo miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, los aplausos resonaron en la sala José María Vergara y Vergara de esta prestigiosa institución, fundada en 1871 –la primera en el Nuevo Mundo– por Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, donde se acababa de rendir un sentido homenaje al periodista, escritor y político español Vicente Blasco Ibáñez al cumplirse 150 años de su natalicio.
A continuación vinieron los comentarios de rigor, entre los cuales no podían faltar, ni mucho menos, los cálidos elogios a Samper por tan honrosa designación, más que merecida, en opinión unánime de los asistentes.
Más aún, no faltó quien hiciera allí la exaltada mención de sus antecedentes familiares, que se remontan a los tiempos coloniales, deteniéndose especialmente en José María Samper –padre del derecho constitucional en Colombia–; Miguel Samper, distinguido economista, y su abuelo Daniel Samper Ortega, director de la célebre Colección Samper Ortega sobre literatura colombiana.
Nadie hizo referencia, claro está, a los lejanos días en que él fungía como uno de los ‘Guerrilleros del Chicó’, con Enrique Santos Calderón, hermano mayor del actual Presidente de la República.
Nadie, además, osó calificarlo como ‘Daniel el travieso’, según muchos lo llamaban en otras épocas, aunque todos a una, con seguridad, recordaban su casi interminable paso por el diario EL TIEMPO y su columna editorial (la más leída en el país durante décadas), así como sus trabajos de investigación, que fueron pioneros del periodismo investigativo entre nosotros, o sus numerosos artículos de humor que con el sabroso título ‘Postre de notas’ se divulgaban en la revista Carrusel.
Todos pensaban, sin duda, en sus exitosos libretos para series de televisión, como Escalona y Dejémonos de vainas; en sus numerosos libros, que ahora son best sellers, y naturalmente en su familia, en la que no pueden faltar las menciones a su hermano Ernesto –el expresidente– y a su hijo Daniel Samper Ospina, vedete del periodismo nacional en la actualidad, con quien al parecer poco le gusta que lo confundan.
“Los Samper han contribuido en grado sumo a que Colombia sea República de las Letras”, declaró el académico Benjamín Ardila Duarte al término de su breve pero documentada intervención sobre la frondosa genealogía samperista.
Daniel, entre tanto, guardaba prudente silencio, con una leve sonrisa que se adivinaba en sus ojos, mientras esperaba el momento de tomar la palabra; permanecía sentado, con su informalidad característica y sin corbata, a diferencia del resto de sus colegas. De hecho, había enorme expectativa por lo que diría en respuesta a tantas loas en su honor.

“Gente bien de tierra caliente”

Como era de esperarse, Samper agradeció los elogios recibidos y las alusiones a su rancio abolengo (que cualquiera puede encontrar ampliado en Wikipedia), pero aclaró que estos homenajes o reconocimientos, como tantas cosas en la vida, se suelen aceptar en su familia con mucho humor, del que él, a propósito, hizo gala en su reciente disertación académica en torno a la obra poética de Francisco de Quevedo, en la cual resaltó precisamente sus aspectos humorísticos.
Así, para dejar constancia en tal sentido, se remontó a los tiempos en que José María Samper cortejaba en Bogotá a Soledad Acosta para sorpresa de algunos encopetados miembros de la sociedad santafereña, quienes se preguntaban, sorprendidos, de dónde había salido este señor, que no era oriundo de por acá ni pertenecía desde sus orígenes a los exclusivos círculos sociales de la capital de la República.
“Somos gente bien de tierra caliente”, comentaba don José María, en tono socarrón, a quienes averiguaban por su pasado, citando en forma explícita las raíces de su familia y de él mismo en Honda y Guaduas, lejos de preocuparse por mostrarles qué figuras ilustres de la historia patria precedieron a su nacimiento.
Dicha respuesta, por cierto, no fue obstáculo insalvable para que el personaje en cuestión contrajera después nupcias con una famosa escritora, conocida luego como doña Soledad Acosta de Samper.
Y como ‘al que no quiere caldo se la dan dos tazas’, Daniel citó otra anécdota de idéntico calibre: obsesionados por su abolengo, que consta en múltiples documentos, algún día se fue con Ernesto hasta un pueblo de Aragón, en España, de donde provenía la familia, según sus pesquisas.
Buscaban, en especial, un castillo que aparecía en su escudo de armas, el cual, sin embargo –les informó un especialista en la materia cuando llegaron al sitio anhelado–, no existía, ni había existido, mientras la familia Samper a que ambos pertenecían había que encontrarla en una de sus tres ramas: la de los influyentes, que desaparecieron por completo; la de los burgueses, cuyos descendientes están plenamente identificados, y la de los campesinos, que era la más amplia y luego se dispersó por España y, sobre todo, América.
Ante semejante revelación, los dos hermanitos dieron marcha atrás, dejaron de averiguar por sus nobles antepasados hispanos y regresaron al país, sin contarle a nadie, hasta el sol de hoy, lo que había pasado.
Esta vez, los aplausos de sus colegas académicos fueron ahogados por estruendosas carcajadas.

La última faena

Por último, Daniel Samper no podía dejar de terciar en el debate que minutos antes se formó en torno a la fiesta brava, ahora de moda y que un siglo atrás contó con el invaluable aporte de Blasco Ibáñez, el inmortal autor –según suele decirse– de la novela Sangre y arena, que fue llevada al cine con Rodolfo Valentino como protagonista.
Aclaró, nada raro, que su pasión es el fútbol, en tácita alusión al ‘Santafecito lindo’ y sin dejar de echar un vainazo contra el Real Madrid de James y Cristiano Ronaldo; admitió que era asiduo lector de historias y crónicas taurinas, desde Ernest Hemingway hasta Antonio Caballero; celebró con orgullo ser viejo amigo de César Rincón, cuyas históricas faenas en la plaza de Las Ventas, en Madrid, vio de cuerpo presente, y aunque no se puso al lado de quienes defienden la tauromaquia, sí les dio una razón de mucho peso para mantenerse en la lucha, hasta la muerte.
En efecto, confesó que en aquellas corridas de Rincón y en otras tantas, cuando el torero arriesga su vida frente al animal y sale bien librado con mágicas verónicas y chicuelinas, soberbios naturales y pases de pecho en medio de los aplausos delirantes del público, ha sentido también la emoción que solo pueden dar ciertos pasajes de una obra musical o de un poema, cuando no de tal pintura o de una gran novela.
“Ahí es cuando uno entiende por qué se habla del arte del toreo, pues solo el arte genera tales emociones que los apasionados por los toros nunca olvidan”, aseguró para satisfacción de sus oyentes taurófilos... y para rabia de quienes no lo son.
Al rematar su faena, anunció que fotocopiaría de inmediato, en tamaño adecuado para su billetera, el amplio diploma otorgado (que exhibió en sus manos apenas se lo entregó el Director de la Academia, ¡sin imaginar que no hubiera fotógrafo a la vista!), dizque para presentarlo en la Real Academia Española, donde siempre temió que no lo dejaran entrar cuando acompañaba a uno que otro amigo académico, de quienes se ha convertido, por fin, en su colega.

Estocada final

Cuando menos pensamos, levantada la sesión, Daniel ya estaba rodeado por sus compañeros de letras –o de número–, haciéndolos gozar de lo lindo, esperando a lo mejor que le pidieran autógrafos, sueño imposible en tales circunstancias.
Y volvería después, con seguridad, a investigar en la biblioteca del segundo piso, según lo viene haciendo en forma anónima, sin que nadie lo sepa, en esta nueva etapa de periodismo investigativo, perdido en las páginas de revistas viejas, donde se topará, una y otra vez, con el apellido Samper, el de aquella “gente bien de tierra caliente” con raíces perdidas en España, a las que se recomienda no buscar, ni mucho menos encontrar.
JORGE EMILIO SIERRA MONTOYA
Escritor y periodista, exdirector del diario ‘La República’ y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.
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