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El extraño señor fracaso y su hermano gemelo, el éxito

4 Consejos para evitar el fracaso en tu negocio

4 Consejos para evitar el fracaso en tu negocio

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El autor del texto asegura que, más allá de los resultados, lo importante es asumir el riesgo.

Un cuento siempre cuenta dos historias. Para probarlo, en su ensayo 'Tesis sobre el cuento', el escritor Ricardo Piglia recurre a una anécdota que Chejov apuntó en uno de sus cuadernos: “Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida”.
El desenlace sorpresivo de la secuencia, acaso el germen de un relato que Chejov no llegó a escribir, aparece desvinculado de los hechos que lo anteceden.
¿Por qué se mata este señor si acaba de ganar una fortuna? La respuesta, dice Piglia, hay que buscarla en la historia velada que se asoma entre los pliegues de la historia visible: “El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la búsqueda siempre renovada de una experiencia única que nos permite ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta”.
La anécdota de Chejov, el análisis de Piglia (que se verifica en cuentistas como Katherine Mansfield, Ernest Hemingway o Raymond Carver) refrendan el carácter relativo y engañoso de las apariencias. Al mismo tiempo, denotan la doble faz de la vida humana, que ofrece una dimensión social y otra personal, más velada y esquiva.
¿En cuál de las dos se inscribe el éxito? ¿Y en cuál, el fracaso? En la sinopsis apuntada por Chejov parece que el éxito social o material (volverse rico) queda relegado por una derrota interior que lleva al hombre a quitarse la vida aun en el umbral de una súbita prosperidad.
En tiempos en los que la sociedad parece obsesionada por el rendimiento y el éxito, en los que la cultura impone el mandato de triunfar privilegiando las apariencias por sobre la historia más íntima, conviene recordar la parábola que Chejov apuntó en su cuaderno. Al menos para abordar con prevención y delicadeza un tema como el fracaso, en el que la mirada de los otros suele entrar en tensión con la forma como nos percibimos a nosotros mismos o con nuestros deseos más genuinos.
En su Diccionario de uso del español, María Moliner apunta que fracasar es no conseguir en cierta cosa el resultado pretendido; no tener éxito con cierta actividad y tener que abandonarla, y no conseguir alguien en la vida la situación que esperaba.
Ese crescendo parece sugerir que hay fracasos parciales y otros más de fondo. A estos últimos apunta el ensayista Sergio Sinay: “Fracasar es no encontrar el sentido de la propia vida, no advertir qué es aquello propio y único que, a través de nuestra existencia, podemos aportarles a los otros y al mundo, así sea en planos muy íntimos y domésticos.

El verdadero fracaso es
el vacío existencial,
y hay legiones de exitosos que lo padecen

Fracaso es vacío existencial

Ralph Waldo Emerson, poeta y filósofo, decía que una vida es exitosa si alguien respiró mejor porque tú exististe. Fracaso es no haber dejado esa huella. Todo lo demás puede ser fama, acumulación material, goce banal. “El verdadero fracaso es el vacío existencial, y hay legiones de exitosos que lo padecen”.
Alberto Rojo, músico y físico teórico, también remite en su visión del asunto a esos dos planos que cifra la anécdota de Chejov. “La noción de éxito o fracaso es personal y cultural. El fracaso de uno puede ser el éxito de otro –dice Rojo, profesor de la Universidad de Oakland, en Estados Unidos–.
Por mi parte, trato de no pensar en esos términos, pero no siempre lo consigo. ¡Eso ya sería un fracaso! Si parto de que lo ideal es tener una misión en la vida, un fracaso es un obstáculo no sorteado en el camino de ese objetivo, por abstracto que sea. Pero, cuidado, ese fracaso no siempre es negativo. Pienso en la analogía evolutiva. Se habla de errores de replicación del ADN. Sin embargo, cuando esos errores no se corrigen se convierten en mutaciones. Y las mutaciones son la clave de la evolución. Sin esos errores de replicación no existiríamos. Somos el resultado de una sucesión de fracasos”.
Fracasar, entonces, es también evolucionar. Incluso en el plano personal, y siempre que se aprenda de la experiencia fallida y se persista en el afán. Esto es posible si no se asume el traspié como algo definitivo. “El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperar”, decía Winston Churchill. La perseverancia, la disciplina, el foco puesto en el proceso antes que en el resultado, en el compromiso con las metas que uno se ha trazado, antes que en el reconocimiento social, que luego puede llegar o no.
En 2008, cuando fue invitada a pronunciar el discurso de la ceremonia de graduación de los alumnos de la Universidad de Harvard, J. K. Rowling habló de los “beneficios inesperados del fracaso”. Lo hizo a partir de su experiencia. Siete años después de su graduación, ya casi a los 30, la autora de la saga de Harry Potter, que había tratado de encontrar el equilibrio entre sus sueños y lo que su familia esperaba de ella, sentía que había “fracasado estrepitosamente”. Al menos según los estándares habituales. Su breve matrimonio no había funcionado, era madre soltera y no tenía trabajo. Pero, de pronto, lo que había temido tanto resultó liberador.
Mi mayor temor ya se había cumplido, y sin embargo seguía viva, y seguía teniendo una hija a la que adoraba y tenía una máquina de escribir vieja y una gran idea. Así fue como, tras tocar fondo, ese mismo fondo se convirtió en la sólida base sobre la que rehíce mi vida”, contó.
“¿Por qué hablo de los beneficios del fracaso? –se preguntó–. Sencillamente, porque el fracaso me obligó a prescindir de lo superfluo. Dejé de fingir ante mí misma que era lo que no era y empecé a concentrar toda mi energía en acabar el único trabajo que en verdad me importaba”. Ese trabajo era, claro, escribir. Tras recibir el rechazo de doce editoriales, el primer libro del joven mago se publicó finalmente en 1997 y se convirtió en un clásico literario juvenil, traducido a más de 80 idiomas.

La otra cara

Tocar fondo, dejar de fingir, desprenderse de los mandatos y abrazarse a su sueño. Rowling sacó fuerzas de la derrota. Sin embargo, convengamos que aquel fracaso tiene glamur porque lo miramos en perspectiva y desde la orilla del éxito.
¿Qué pasa con quienes fracasan y luego no alcanzan el reconocimiento buscado aunque perseveran? ¿El fracaso solo redime cuando es éxito a largo plazo? Y si no lo es, ¿acaso no tiene valor la entrega, productiva incluso, que no alcanza a trascender y permanece anónima?
La cultura actual es cruel. “En una sociedad que ha creado nuevos becerros de oro, tanto económicos como tecnológicos y sociales, que compra y adora ganadores por su packaging sin investigar su contenido, el fracaso es un estigma –señala Sinay–. En esta sociedad donde los exitosos son los Zuckerberg, los Elon Musk, las Kardashian, los Cristiano Ronaldo y una larga caravana de influencers o mediáticos que son materia prima del olvido, el fracaso está antes en los ojos ajenos que en la experiencia propia”.
Hay una exigencia de ser o parecer ganador, sin que importe demasiado qué se gana ni cómo, dice Sinay. En esta competencia absurda, no ganar es fracasar. Pero en el podio solo hay lugar para uno, y debajo de él mucha gente vive feliz con sus realizaciones, sus vínculos y el ejercicio de sus valores. Son, dice, los exitosos sin fama.
“Viktor Frankl trazaba dos líneas que se cruzan. Una tiene en un extremo el éxito y en el otro, el fracaso. La segunda tiene el sentido en una punta y el vacío en la otra. La vida debe medirse simultáneamente en ambas líneas. Se pueden alcanzar el éxito y el vacío al mismo tiempo. O el fracaso, según la mirada externa, y el sentido. Cuando se alcanzan el éxito y el sentido juntos es porque se ha respondido a las voces internas antes que a las externas, a lo intangible antes que a lo cuantificable”. En la sociedad de consumo, la sensación de fracaso se confunde con la insatisfacción que nace del desplazamiento del objeto de deseo. “El sistema de marketing en el que se apoya el capitalismo se dedica a la lógica del deseo e introduce el sentimiento de que, tengamos los objetos materiales que tengamos, nunca son eso, nunca son lo que realmente queremos”, dice la filósofa eslovena Renata Salecl en su libro Angustia. En esta lógica, no hay logro que alcance. Y siempre falta.
Hoy, el éxito –dice el mensaje de la publicidad– depende de nosotros. En consecuencia, el fracaso es culpa nuestra. Y se lo padece, dice Salecl, como una forma de inadecuación. Para evitarlo, para triunfar, muchos convierten su persona en un producto que hay que vender al mercado mediante el marketing de sí mismos en las redes sociales. El éxito es estar y ser visto.

¿Por qué hablo de los beneficios del fracaso? Sencillamente,
porque el fracaso me obligó a prescindir de lo superfluo

“En el mundo de las carreras y los grandes egos, como la ciencia, hay una cuantificación muy clara del éxito –dice Rojo–. Hay rankings. El Premio Nobel es el título de nobleza. Luego hay otros premios prestigiosos, como la membresía a la Academia de Ciencias de Estados Unidos, las sillas dotales, el ranquin de la universidad en la que estás, el número de citas de tus trabajos. La reputación es la moneda del éxito científico. Pero es una moneda con respaldo, ya que, en general, se consigue si encontraste algo real, si aportaste algo a la ciencia, esa empresa construida por egos individuales pero que, como esfuerzo colectivo, es al mismo tiempo muy humilde, con sus mecanismos de validación de resultados y de detección de fraude”.

Aprender del error

La idea es la misma –responde Rojo, eximio guitarrista y compositor–. Por lo que veo, el éxito por alcanzar es la combinación de reconocimiento popular masivo, el de la crítica y el de tus pares. Pero, para mí, el máximo éxito sería que en el futuro una obra mía se convierta en un anónimo. El verdadero éxito debería ser el abandono del ego, aunque estoy lejos de eso. Tiene que ver con la aproximación al misterio, con salirse de uno mismo y sentir que la obra se integró a una gran unidad. Al fin y al cabo, éxito es salir, ¿no?
Rojo hace además una interesante observación sociológica: “En la Argentina, el fracaso es colectivo y el éxito es individual, mientras que en Estados Unidos es exactamente al revés”, compara. ¿Quién podría contradecirlo?
Viene a la mente el modo como el diario español El País interpretó el SOS que el Gobierno lanzó al Fondo Monetario Internacional hace poco, cuando escalaba la crisis: ‘El pedido de ayuda al FMI es la historia de un fracaso’, resumió. Otro más, podríamos agregar. Ahora la cuestión es ver si la sociedad y sus dirigentes han aprendido algo de este histórico empecinamiento en el error. Al menos lo suficiente como para salir del laberinto en el que nos hemos encerrado. En este caso no hay dudas: éxito es salir. Para no volver atrás.
Pero sigamos conjugando el fracaso en singular. Y en clave íntima, que es la que finalmente queda.
Canta Dylan en Love Minus Zero/No Limit: “She knows there’s no success like failure/ and that failure’s no success at all”. (“Ella sabe que no hay éxito como el fracaso, y que el fracaso no es ningún éxito”).
Los versos del poeta concilian los contrarios y equiparan la cara y la cruz de una moneda que gira en el aire para caer a veces de un lado y otras, del otro. Lo importante es arrojar la moneda, asumir el riesgo y dar todo en el camino de alcanzar lo que nos hemos propuesto. Lo que ocurra después siempre podrá ser resignificado.
Porque no hay fracaso definitivo y todo éxito es provisorio.
HÉCTOR M. GUYOT - LA NACIÓN (ARGENTINA) / GDA
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