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El hombre que defendió la ecología en Colombia, hasta la muerte

El año pasado, Patiño con una integrante de la Asociación de Pescadores que trabajó con él en la defensa de la laguna de Sonso.

El año pasado, Patiño con una integrante de la Asociación de Pescadores que trabajó con él en la defensa de la laguna de Sonso.

Foto:Archivo familia Patiño Millán

Aníbal Patiño defendió su carrera desde 1967 hasta marzo de este año. Vivió adelantado a su tiempo.

Torció su destino. Su padre falleció cuando tenía 7 años y su madre, una madre coraje, como las hay tantas en este mundo, sacó adelante a sus ocho hijos. Aníbal se refería a esos años como la época en la que vivió en la pobreza extrema. “Mi hermano mayor y yo vendíamos periódicos y ganábamos cinco centavos por cada ejemplar vendido. La pura y física lucha por la supervivencia”, expresó con orgullo en una entrevista.
A punta de becas, para acabar la primaria, la secundaria y llegar a cursar estudios superiores, terminó en la prestigiosa Normal Superior de Bogotá, dirigida por el psiquiatra samario Francisco Socarrás, titulándose como pedagogo con énfasis en Biología y Química, por lo cual enseñó en colegios y en universidades la mayor parte de su vida. La otra se le fue en el activismo ecológico y en la investigación.
“En la Normal Superior, la ecología estaba ausente en el plan de estudios. En cuanto a la biología, era poco más que morfología y taxonomía. Mi interés por la ecología se despertó cuando fui enviado por la Universidad del Valle a participar en un curso de biología moderna con enfoque ecológico a Brasil, en la Universidad de San Pablo. El carácter interdisciplinario de esta nueva ciencia y las herramientas conceptuales que generaba para la comprensión y valoración de los recursos naturales, me sedujeron desde entonces”, escribió a manera de introducción en el libro 'Ecología y compromiso social', que el Cerec editó compilando artículos, intervenciones y algo de su autobiografía.
En 1967, una “iluminación”, como nombraba a los sucesos afortunados que lo rondaron, lo ratificó como ecólogo adelantado. Una beca de la Fundación Rockefeller, para estudiar un curso de verano, en la universidad de Oklahoma, sobre ecología acuática, lo capacitó en técnicas para intervenir las aguas estancadas y lo estimuló para investigar las principales características de ríos y lagunas. Hizo la primera marcación de peces de la que se tenga noticia en el país, con el bocachico, y, luego, una investigación sobre piscicultura con importantes hallazgos.
Se obsesionó con el agua, vital elemento que encumbró con sobrada razón y por el que peleó, en distintos espacios, contra poderosos intereses locales y foráneos.
Homenaje a Aníbal Patiño Rodríguez, formador de generaciones, junto al lago de la Universidad del Valle, el 17 de marzo pasado, diez días después de su deceso.

Homenaje a Aníbal Patiño Rodríguez, formador de generaciones, junto al lago de la Universidad del Valle, el 17 de marzo pasado, diez días después de su deceso.

Foto:Archivo familia Patiño Millán

Sabias y vigentes

“La recurrencia de las crisis del agua en Colombia, con su secuela de perjuicios de toda índole ocasionadas por las inundaciones o por los daños incalculables de las sequías prolongadas, se está convirtiendo en tema inofensivo debido a la superficialidad de su análisis y a la maraña de intereses creados que dificultan una búsqueda efectiva de soluciones a mediano y largo plazos”, escribió en 1977, en un artículo para la revista 'El Valle en la Nación', en donde hace un detallado inventario de los problemas de los recursos hídricos del país y de sus posibles soluciones.
Llama la atención en su listado, tan vigente hoy como ayer, los dos últimos párrafos, que dicen: “El agua ha dejado de ser una aliada para convertirse en un factor problemático. Cada temporada invernal o cada período seco adquieren con facilidad características de drama nacional o regional, como ocurre ahora. Pasado el clímax de la emergencia, lo único que resta son las promesas de que se van estudiar o realizar estas y aquellas obras, estos o aquellos planes, etc. En la siguiente emergencia se comprueba que los problemas siguen agravándose y que los proyectos fueron simples pretextos para aplacar la opinión pública, que trata de impacientarse sin que la desazón le dure más de unas pocas semanas.
“La crisis de nuestros recursos naturales es la expresión en otro plano de la crisis generalizada de la sociedad colombiana. Cuando uno tras otro gobierno central, o cada administración seccional, evidencian la misma incapacidad básica no solo para racionalizar y tecnificar su aprovechamiento, sino para impedir su deterioro acelerado, es forzoso concluir que las causas profundas del drama son estructurales y no dependen, por tanto, de la buena o mala voluntad de unos funcionarios o de unos técnicos al servicio del Estado”.
A pesar de este aciago diagnóstico y de la escasa receptividad que tuvo, no permaneció inmóvil. Por el contrario, un par de años más tarde iniciaría la que sería una de sus batallas fundamentales: la recuperación de la laguna de Sonso, en unión de diversos sectores sociales, de Fundavalle y de manera especial de su director, el economista Carlos Alfredo Cabal, con quien lograron movilizar el 15 de agosto de 1981 a unas 15.000 personas, en una marcha histórica por la defensa de un bien público, que era en ese momento más barro que agua, como dijo, con pragmatismo, un campesino. Hasta esa fecha eran escasas las movilizaciones por la defensa de los recursos naturales.
Su esfuerzo personal y social se vio colmado cuando la Corporación Autónoma Regional del Cauca (CVC) declaró la laguna “Reserva Natural” y, por la riqueza de las especies que contenía, fue inscrita dentro de los sitios protegidos por el Convenio Ramsar (convención relativa a los humedales más importantes del mundo por su riqueza en fauna y flora), lo que la hacía sujeto de recursos de la cooperación internacional, entre otros beneficios.
Se convirtió Aníbal Patiño en el defensor de la Laguna y en aliado de los pescadores artesanales que lo hicieron su abogado. Gremio humilde. Viven de lo que pescan cada día. Durante años, la suerte de la laguna ha estado sujeta a los vaivenes de las administraciones de la CVC y de los gobiernos locales, por lo cual tuvo que, varias veces, volver a pelear.
Creó las jornadas ecológicas en la Universidad del Valle en la década del setenta del siglo pasado y animó a decenas de jóvenes para que se hicieran protectores del medioambiente, lo que, en los años setenta, seguía sonando etéreo.
“Se le recuerda también por su lucha en las minas de azufre en el resguardo indígena de Puracé, en la Madre Vieja del Chuchal en el Norte del Cauca, en la laguna de Cabuyal, en canales y camellones en Villarrica y en las minas de oro en Suárez. Y por haberle devuelto a la CVC una medalla, en claro gesto de dignidad”, informa Alberto Rodríguez, director de Cetec, donde Aníbal Patiño fue asesor durante dos décadas.

Sí hay camino

Durante buena parte de sus 97 años de existencia, los dos últimos estuvo impedido, caminaba por senderos y trochas estudiando su flora, vegetación y fauna, conversando con sus habitantes y detectando las fallas graves que aquejaban a ese entorno privilegiado del Valle, destruido por el monocultivo de caña de azúcar, la ganadería y otros cultivos comerciales. Cuando se topaba con aciertos, los destacaba con alborozo.
En enero de este año, en la Escuela Verde, la corporación Cetec le rindió un cálido homenaje, que sería el último de los muchos que recibió este ecologista adelantado.
“En los días cuando Aníbal falleció dieron la noticia de la muerte de un oso de anteojos a manos de cazadores. Además del horror del insuceso, me llamó la atención la definición que dan a tan imponente ser: “jardinero del bosque”, por su trasegar por los territorios llevando en su pelaje las semillas que posibilitan y enriquecen la biodiversidad. Aníbal no tenía pelaje; tenía bolsillos, los cuales llenaba de semillas que recogía en sus recorridos, o que pedía a campesinas y campesinos, y al igual que el oso jardinero las iba repartiendo, germinando, plantando y trasladando con el concebido ‘manual del usuario’: qué aporta, cómo se cultiva, cómo se consume, cómo se conserva”, narra la educadora chilena Laura Vitale, residente en Cali, compañera de trabajo y amiga.
Sus hijos decidieron no hacer un funeral tradicional, sino esparcir sus cenizas en los distintos espacios por los que Aníbal Patiño Rodríguez esparció sus enseñanzas, su curiosidad, sus esfuerzos y sus palabras.
El 17 y 19 de marzo se le recordó en la Universidad del Valle como el formador de generaciones y de grupos comunitarios. Y en la laguna de Sonso, en donde se volvió a leer uno de sus primeros diagnósticos: “Me impresionaba cómo este humedal, una o dos veces al año, aumentaba su volumen, ayudando a evitar las inundaciones y cómo en los veranos comenzaba a desaguarse ayudando a mantener el nivel del río Cauca. Estos ciclos también eran la clave para la reproducción del bocachico”.
El espíritu de Aníbal Patiño se diría que llegó a Zarzal, su tierra natal, al bulevar del río en Cali y a la Escuela Verde de San Antonio, en Santander de Quilichao, el 22 de abril, cuando se celebró el Día de la Tierra.

La ecología no solo debe servir para defender los bosques, los animales, las aguas, los suelos y la atmósfera, sino, ante todo, para dignificar la vida y el trabajo de los hombres

Ese día renacieron estas palabras escritas para el libro del Cerec: “La ecología no solo debe servir para defender los bosques, los animales, las aguas, los suelos y la atmósfera, sino, ante todo, para dignificar la vida y el trabajo de los hombres, asegurando el disfrute de los bienes económicos, sociales y culturales a los que toda persona tiene derecho”.
MYRIAM BAUTISTA
Especial para EL TIEMPO
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