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Cultura

‘Mi obra invita al silencio para que nos podamos escuchar’

El armamento de las FARC se fundió y se instaló, como arte, en el corazón de Bogotá.

El armamento de las FARC se fundió y se instaló, como arte, en el corazón de Bogotá.

Foto:Juan Fernando Castro.

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Entrevista con Doris Salcedo, que presenta este lunes la obra que hizo con el armamento de las Farc.

María Paulina Ortiz
Doris Salcedo ha pasado los últimos meses escuchando relatos de varias mujeres que fueron víctimas de abuso sexual por parte de actores armados del país. “¿Cómo ayudar a sanar tan desgarradoras heridas?”, se preguntaba la artista, que ha expuesto sus creaciones en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, en el Centro Pompidou de París, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y en el Tate Modern de Londres, entre otros espacios.
La cuestión la desvelaba desde que fue escogida para hacer con las armas dejadas por las Farc, en Colombia, una de las tres piezas en homenaje a las víctimas. Las otras dos, según el acuerdo de paz, estarán en la sede de las Naciones Unidas (Nueva York) y en La Habana. La escultora imaginaba los gritos de dolor de ellas, el “no por favor, suéltela, se lo suplico”, de sus humillados hijos, el estruendo de los bombardeos y el golpe seco de los disparos.
Salcedo había experimentado dos emociones diametralmente opuestas. La derrota del sí en el plebiscito –“el día más triste de mi vida”– y luego, la entrega de cinco contenedores con miles de armas por parte del general de la Policía Álvaro Pico Malaver, una de las muchas personas de organismos nacionales e internacionales que fueron testigos de excepción de la dejación voluntaria por parte de la guerrilla de 8.112 armas y 1,3 millones de cartuchos, entre el material bélico.
“Ante posiblemente uno de los gestos más trascendentales de nuestra historia, ¿qué lleva a algunos a dispersar la mentira de que no se habían dejado las armas?”, era otro interrogante que la asaltaba. Entonces empezó a considerar que ha sido el ruido, del fuego cruzado, de la discusión diaria, de la pelea sin fin, el que nos impide pensarnos en colectivo para convivir. Así que invitó a las mujeres a fundir las armas y luego a ver en los hornos de la Industria Militar Colombiana (Indumil) cómo eran transformadas en material que ellas después volvían láminas y a las que después les hacían heridas, cicatrices visibles, a golpe de martillo y a manera de catarsis. Luego estas láminas fueron llevadas a una vieja casona, en la carrera 7.ª n.° 6B-30, en el corazón de Bogotá, y las extendió a manera de piso. ¿Para qué? “Para pararnos y escuchar el silencio”, dice. La obra se llama Fragmentos y mañana será abierta al público. Se trata de un espacio de Arte y Memoria, que se integra al Ministerio de Cultura, y en el que cada año habrá dos artistas que expondrán allí. Y luego otros dos. Así, sucesivamente, durante cincuenta y tres años, que es el tiempo que duró la guerra con las Farc.
¿Cómo se siente en este instante, a horas de presentar su obra?
Es satisfactorio haber podido fundir treinta y siete toneladas de armamento. Ver que estas armas, que tienen un poder letal enorme, yacen inoperantes en el piso de un espacio para arte y memoria es muy satisfactorio. Ojalá pudiéramos fundir más, fundir todas las armas.
Usted dice treinta y siete toneladas…
Así es. Las Farc entregaron sesenta y nueve toneladas de armamento y munición. Utilicé las armas, no la munición. ¡Un total de treinta y siete toneladas!
Hay escépticos que, pese a lo que ha pasado –se firmó el acuerdo, vivimos las elecciones más tranquilas de la historia reciente, la mayoría de miembros del secretariado están sin fusiles–, aún dudan de que las armas se hubieran entregado. ¿Usted sí las vio?
Claro que sí. Recibí los contenedores de manos del general Álvaro Pico. Son unas armas que, es importante anotar, estuvieron en una cadena de custodia absolutamente estricta. De Naciones Unidas pasó a la Policía Nacional, de la Policía a Indumil en Sogamoso, y de ahí se continuó una custodia durante el tiempo de elaboración de la obra, hasta que llegó al espacio que se llama Fragmentos. No eran armas viejas, no eran unas ‘chizas’. Por ejemplo, había miles de ametralladoras de última generación, fabricadas en Estados Unidos, con número serial consecutivo. Había ametralladoras punto cincuenta, que pesaban mucho.

Hay escépticos que, pese a lo que ha pasado aún dudan de que las armas se hubieran entregado.

¿Y usted las tuvo en sus manos?
Sí, las tuve en las manos. Cada día fundíamos dos, tres, cuatro o cinco toneladas de acuerdo con la capacidad del horno, y teníamos que sacarlas de los contenedores con nuestras manos. Los desperdicios se recogían para ser fundidos de nuevo, de tal manera que la obra tuviera el mismo peso que las armas.
Usted, como la mayoría de colombianos, ha atravesado buena parte de su vida entre la violencia de este país. ¿Qué sintió cuando estaba poniendo esas armas para fundirlas?
En un comienzo, euforia. Era una gran felicidad porque destruir armas significa salvar vidas. Pero esa primera alegría se ensombrecía en la medida en que veía que las Farc cumplieron entregando sus armas, pero nosotros no le hemos cumplido con lo acordado. En la medida en la que ellos están desarmados dejaron de ser interlocutores válidos para los poderosos, que toman decisiones arbitrarias. Entonces hay una sombra sobre ese primer sentimiento de alegría.
El espacio artístico en el centro de Bogotá.

El espacio artístico en el centro de Bogotá.

Foto:Juan Fernando Castro.

¿Es una demostración, otra vez, de que en este país ha habido un culto a las armas, y que si no hay armas, ser interlocutor del poder es muy difícil?
Sí, eso es cierto. Pero justamente el valor que tiene esta obra es que se les presenta a los colombianos un espacio en donde están treinta y siete toneladas de armas fundidas para recordarnos de forma permanente que no necesariamente nos tenemos que matar. Nosotros pudimos, a través del diálogo, desarmar a 12.500 guerrilleros y milicianos, sin un solo tiro. Fue mucho más eficaz acabar el conflicto por medio del diálogo que terminarlo por medio de la guerra.
Con las armas en sus manos, ¿qué hizo? ¿Trabajó usted sola o tuvo ayuda de otras personas?
Primero analicé el acuerdo de paz, en donde se hablaba de la necesidad de construir tres monumentos. Decidí participar porque no quería que las armas fueran monumentalizadas, las armas no lo merecen. A partir de eso empecé a trabajar, en primera instancia, sola. Yo dibujo mucho. A través de esos dibujos llegué a la conclusión de lo que quería hacer con las armas, y era que fueran el piso o el fundamento de este lugar de memoria.
¿Y luego? ¿Qué pasó?
Esta obra se vuelve absolutamente colectiva. ¿Por qué? De cierta manera, participaron varios actores. Las Farc, porque eran sus armas. El gobierno de Juan Manuel Santos, que aprobó la construcción del monumento. Y el grupo de mujeres víctimas de violencia sexual, que precisamente fueron abusadas por parte de hombres armados, que fueron invitadas por mí para martillar el metal y darle esta nueva forma. También trabajé de la mano de arquitectos e ingenieros, que diseñaron y construyeron el edificio que protege este gran piso.

Decidí participar porque no quería que las armas fueran monumentalizadas, las armas no lo merecen.

¿Cuántas mujeres estuvieron trabajando con usted?
Más o menos veinte mujeres. Yo había hecho una invitación mucho más abierta, había invitado a veinte víctimas y a veinte excombatientes de las Farc, que también habían sido víctimas de violencia sexual, por agentes del Estado o por paramilitares. Pero a última hora, las Farc decidieron no participar.
Usted es una creadora, y las mujeres víctimas de violencia sexual estaban creando, pero también destruyendo. ¿Cuáles eran sus gestos y actitudes?
Fue muy sorprendente. Más allá de una catarsis, que era lo que yo les estaba planteando, ellas estaban martillando. Cada una tenía un aspecto de su vida que estaba martillando. Y lo que me sorprendió fue eso, no era para alguien, era para un periodo de sus vidas.
¿De sus vidas y del país?
Sí. Hubo dos comentarios que me agradaron muchísimo: una de ellas decía que era consciente de que estaba haciendo historia, y que era la primera vez que se sentía parte de algo tan grande, de un hecho que iba a ser permanente, y que les contaría a los colombianos su propia historia. Ella guardó los implementos de trabajo, el martillo y los protectores de oído, porque se los iba a llevar a sus nietos como prueba de que ella participó en la historia.
¿Y el otro testimonio?
El de una mujer, de bajos recursos, que decía que creía que el arte era para personas de clase alta. Que personas pobres como ella lo único que podrían hacer eran cosas como artesanías, y que de pronto ella estaba feliz porque no solo estaba apreciando el arte, sino, además, creando. Estaban tan contentas y con claridad y conciencia absoluta de lo que estaban haciendo. Creo que sintieron en su interior que, si bien habían perdido el control de su cuerpo y de su vida con la violación, volvieron a retomarlo. ¿Cómo? Cuando se hicieron cargo de estas armas y les dieron otra forma. Ellas me han comentado que la creación las ha fortalecido muchísimo.
Eran las víctimas de abuso sexual destruyendo parte del poder con el que fueron cruelmente sometidas...
Sí, era exactamente eso. Era invertir esa relación de poder con los hombres armados. Ellas, en ese momento, podían destruirlo. Además no era destruir porque sí, era para dar forma. Era hacer una placa de metal donde las personas pudieran caminar y pararse. No estaban mirando hacia el pasado, a lo que les ocurrió a ellas, sino hacia el futuro.
¿Por eso 'Fragmentos'?
Así es. No se trata de contar una única historia, no se trata de contar la historia que cuentan algunos de que en Colombia no hubo conflicto armado. Tampoco se trata de mitologizar el nacimiento de las Farc. Es encontrar un punto donde podamos contar diferentes historias, disímiles y diversas, para llegar a ese lugar de encuentro.
¿Cómo es este espacio de arte y memoria creado por usted?
Tenemos un lote de 1.200 metros cuadrados, en el que había una ruina del siglo XIX, que no era de conservación, pero que mantuvimos como un recordatorio de que la guerra deja ruinas. Ahí construimos tres salas de exhibición de arte, unas salas sublimes de quince metros por quince metros y de ocho de alto. Allí vamos a invitar a artistas a exponer, durante un periodo equivalente a la duración de la guerra.
¿53 años?
Hay dudas de si son 52, 54, 53… pero digamos que por más de cincuenta años. Cada año, el Ministerio de Cultura se encargará de abrir una convocatoria para seleccionar a dos artistas, o a dos grupos de víctimas, o de excombatientes, o colectivos, o quien tenga una propuesta para ser presentada. Siempre habrá un dinero, una bolsa de trabajo para producir obras, estrictamente relacionadas con el conflicto armado. No tenemos un monumento, sino que vamos a tener cien contramonumentos, cambiantes, vivos, polifónicos.

Tenemos un lote de 1.200 metros cuadrados, en el que había una ruina del siglo XIX, que no era de conservación, pero que mantuvimos como un recordatorio de que la guerra deja ruinas.

La obra está hecha. ¿Cómo se siente estando sobre lo que fueron las armas de las Farc?
A mí me conmueve profundamente. Me parece que tiene una carga simbólica fuertísima. Personalmente, me siento erizada frente a eso, porque uno sabe la muerte, la destrucción y el horror que generaron. Y eso se siente ahí muy vivo.
Al escuchar los testimonios de estas mujeres, al pensar que esas armas causaron tanto dolor, ¿cómo logró mantener el equilibrio emocional para hacer Fragmentos? ¿Cómo pudo seguir adelante?
Así sea desde donde lo vi yo como testigo secundario, el dolor duele mucho. Pero nunca nos duele tanto como a la víctima, y eso es algo que hay que tener presente. Ellos han llevado la peor parte, pero con sus vidas y experiencias nos enseñan, nos marcan cuál es el camino. Borges decía que cuando uno es artista la vida le da a uno un don; creía que su ceguera era un don. Pienso que vivir en Colombia y estar en contacto con víctimas nos enriquece. Es en la tragedia donde lo más extraordinario del ser humano aflora.
Este país, y casi todas las sociedades, lo han salvado las mujeres. Aquí, las Farc, como ente militar, ha sido una de las organizaciones más machistas que ha dado esta sociedad. Los guerreros del otro lado también eran muy machos. Es una mujer la que destruye las armas y la que construye ahora, con ayuda de otras mujeres. ¿Ahí hay alguna reflexión? ¿Fue intencional?
Claro, claro que fue intencional. Justamente por eso escogí mujeres. Evidentemente, también hay hombres víctimas de violencia sexual. Pero escogí un grupo de mujeres porque me parecía importante llevar la voz de la mujer al centro del monumento. Era esencial. Las mujeres hemos tenido muchas menos oportunidades de narrar la historia. Como dicen por ahí, la historia la cuentan los vencedores, y la mujer siempre ha estado de lado. Llegó el momento de tomar la vocería de narrar las historias de todos desde otra perspectiva.

Escogí un grupo de mujeres porque me parecía importante llevar la voz de la mujer al centro del monumento. Era esencial.

A propósito de perspectivas y del debate público, las armas ya están fundidas, yacen ahora en el suelo. ¿Cree que este es el fin de las Farc como guerrilla?
Ellos tienen voluntad de paz si nosotros les cumplimos. Aquí lo que falta es que nosotros como sociedad cumplamos. Por eso es importante que la sociedad entienda o que acepte que las armas están ahí, que ellos hicieron su parte. Creo que sí tienen vocación de paz, pero en la medida en que no cumplamos, que el Gobierno y la sociedad no cumplan y no permitan su reinserción, no sabemos qué va a pasar.
Volviendo a su inspiración, la estética de la obra sorprende. ¿Por qué tomó esa decisión?
Es una imagen fea, abiertamente fea. Yo elegí no otorgarles belleza a las armas. Es un piso martillado, roto, ajado, doblado. Pero lo vital son las víctimas. El hecho de que estén en el centro de un monumento que es histórico es muy importante.
Otra decisión trascendental fue la de ponerlas en el suelo. ¿Por qué?
Somos un país pobre, y me parece obsceno hacer un monumento inútil, existiendo tantas necesidades. Hay ocho millones y medio de víctimas, es decir, necesitamos narrar ocho millones y medio de historias. Necesitamos generar espacios e instituciones que sean capaces de acoger esas historias, de organizarlas, de mostrarlas, de volverlas inteligibles. Así sea el horror más irracional, el arte tiene la capacidad de volverlo entendible. Por lo menos sabemos de dónde viene, y el efecto que tuvo en las personas. Los colombianos hemos sido muy crueles, hemos ejercido una ignorancia intencional brutal, y es hora de terminar con eso. Hay artistas muy talentosos, pero pocos lugares donde mostrar. Por eso esta base, una base conceptual. Un espacio en silencio para reflexionar y recordar.

Yo elegí no otorgarles belleza a las armas.

El arte desaparece, está en su esencia. Usted hace, por ejemplo, Shibboleth en la Tate Modern, en Londres; o Sumando ausencias, en la plaza de Bolívar, y ya no existen a pesar de su tremendo impacto. En este caso, cambió de propuesta porque Fragmentos se quedará al menos durante medio siglo. ¿Es un paso inédito en su propuesta?
Se queda, pero es cambiante. Lo que hice con Sumando ausencias, en la plaza de Bolívar, cuando perdimos el plebiscito, es una pieza que duró en elaboración doce horas y vivió doce horas, pero continuamente me encuentro personas que participaron en ese tejido y la obra vive en sus mentes y memorias. Delego la ejecución de la obra a estos voluntarios maravillosos que participaron generosamente en la elaboración, y la obra continúa viviendo en sus mentes. Así, la obra tiene una segunda vida.
¿Encuentra una similitud con Fragmentos?
Es parecido. Lo que hago aquí es que, como artista, desaparezco. Cuando otro artista pone una obra sobre mi obra, esta desaparece, y yo también. La artista Clemencia Echeverri, dentro de unos meses, presentará una instalación de video. El espacio estará completamente oscuro, no habrá manera de ver el piso. Se verá el video, y lo que vivirá será el video como obra durante unos meses. Entonces también ‘desaparece’ Fragmentos.
¿Le gusta esa idea?
Me gusta. Es permanente, pero es cambiante, mutante. Por momentos se oculta. Me gusta mucho.
Finalmente, esta historia empezó cuando un joven campesino, Pedro Antonio Marín, ‘Manuel Marulanda’, se fue al monte con una escopeta. Medio siglo después, con 300.000 muertos y millones de víctimas, va en treinta y siete toneladas de armamento fundido en una obra de arte. ¿Qué piensa de esto?
Creo que lo que nos permitió llegar a este nivel de horror es el no escuchar a las víctimas. Mi propuesta, por eso, es partir del silencio para poder escuchar. Si hubiera hecho una obra que grite, o una que muestre de manera obscena la muerte violenta, el espectador no puede pensar en nada. El arte es silencioso. Si no es silencioso, no permite que el espectador piense. El ser humano no puede pensar en medio de alaridos. Necesitamos que haya silencio para escuchar al otro.
ARMANDO NEIRA
Editor de Cultura de EL TIEMPO
LECTURAS
María Paulina Ortiz
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