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Cine y Tv

Libro de búsquedas visuales / Opinión

Mauricio Laurens analiza la cinta 'Wonderstruck', del polémico cineasta californiano Todd Haynes.

Doble exploración infantil con cincuenta años de diferencia por viejas librerías, museos de historia natural y galerías de cosas insólitas. Tras las huellas de identidades personales perdidas en el tiempo, según el experimentado artista plástico y polémico cineasta californiano Todd Haynes. Gran conocedor del estilo visual de los años 60 y 70, su espíritu –entre pop y ‘kitsch’– corre parejo con el brillo peculiar concedido al carrusel de imágenes en movimiento.
Haynes, autor del desenfrenado melodrama de época ‘Lejos del cielo’ (2002) y de la apasionada ‘Carol’ (2015), se hizo conocer en los círculos alternativos gracias al excentricismo roquero de ‘Velvet Goldmine’ (1998) y convertido en leyenda, diez años después, cuando dirigió la multifacética ‘I'm not there’ (2007). Esta última, una biografía inventada de reencarnaciones de Bob Dylan asumida por Cate Blanchett y cinco actores masculinos.
Presentada en mayo pasado por Cannes y nominada a la Palma de Oro (‘Wonderstruck’), su más reciente pieza es distinta a las anteriores aunque guarda en común el vistoso ejercicio de una aventura audiovisual hecha lectura. Se abre con un pensamiento vuelto recurrente: “Todos estamos en las alcantarillas, pero algunos ven las estrellas”.
Comienza en 1927, año de transición del cine mudo al sonoro, y paralelamente se vislumbra otra historia medio siglo adelante. Una niña sorda de Queens (Rose), quien huye de su casa para internarse por calles y teatros de Manhattan, y un huérfano provinciano (Ben) en busca del padre que no conoció con solo dos pistas en el bolsillo: separador de libros en el que un tal Danny le envía besos a su madre y postal coloreada de un salón para coleccionistas.
Más allá de la fluidez narrativa en las distantes décadas, que se conectan como las piezas sueltas de un reloj, desfilan por la pantalla mensajes cifrados y viñetas para evocar las películas silentes de Lillian Gish, una maqueta panorámica de Nueva York y el diorama de los lobos nocturnos de un lago en Minnesota.
Aunque solo contados espectadores la hayan visto, recomiendo ver una cinta fantástica y juguetona de tratamiento diferente para seguirle los pasos al escritor Brian Selznick, autor de ‘La invención de Hugo’ e ilustrador de libros. Igualmente, apreciar la partitura rítmica de Carter Burwell y la sutil paleta fotográfica elaborada por Ed Lachman.
Si los maestros Lang, Kurosawa y Fellini orientaron su virtuosismo al servicio del arte fílmico, otros más contemporáneos como Greenaway y Schnabel son primero creadores plásticos y después cineastas. ¡A ellos se les suma inevitablemente Haynes!
MAURICIO LAURENS
Para EL TIEMPO
maulaurens@yahoo.es
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