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Cine y Tv

Las mujeres guardianas del legado de Jericó

Licinia Henao (derecha), una de las protagonistas, es una costurera de la vida real en Jericó (Antioquia), pueblo patrimonial situado a dos horas de Medellín. Fotos: Black Velvet

Licinia Henao (derecha), una de las protagonistas, es una costurera de la vida real en Jericó (Antioquia), pueblo patrimonial situado a dos horas de Medellín. Fotos: Black Velvet

Foto:Black Velvet

La película 'Jericó, el infinito vuelo de los días', de Catalina Mesa, ya está en cines del país.

Redacción El Tiempo
La semana pasada, Licinia Henao Gutiérrez se montó a un avión por primera vez. El vuelo cubrió la ruta Medellín-Bogotá y fue una de las experiencias más emocionantes que ha tenido en sus 69 años de vida. Ya en la fría capital, a Licinia lo que más le preocupaba era que “en algunas partes del documental me veo muy vieja”.
El comentario causa risa entre sus compañeras de viaje, Ana Luisa Molina y Cecilia Bohórquez, conocida como ‘Chila’. Las tres lucen radiantes y agitadas por la altura. Llegan a Bogotá como invitadas al lanzamiento de 'Jericó, el infinito vuelo de los días', documental del que son protagonistas y que se encuentra en cartelera en las salas del país.
“¿Yo, cuándo me iba a imaginar que iban a llegar a hacer una película aquí? A mí me dio mucho susto y emoción el primer día que llegaron con cámaras a mi casa”, agrega Licinia, una simpática y coqueta costurera, oriunda de Jericó, que jamás se casó y que dedicó su vida a armar colchas para sus familiares y conocidos. Como si los retazos materializaran esos amores que no fueron.
Su relato es uno de los que integra la obra que dirige Catalina Mesa, una joven antioqueña que se estrenó en el largometraje con este documental que rodó con la estética y hasta con la narrativa de una producción de ficción.
“Para mí está en el umbral, porque hay un trabajo etnográfico (que lo define como documental), pero tuve muchas influencias de otras películas, como la brasileña Remolinos, que me permitió dar una mirada de autor muy cuidada, con movimientos y posiciones de cámara particulares (que lo acerca a la ficción). Y Jericó, con sus fachadas y balcones, siempre me impuso una mirada muy pictórica, por sus geometrías abstractas, llenas de líneas. Fue una manera muy frontal de filmar, el pueblo me impuso su verticalidad”.
Las historias de Henao, ‘Chila’ y Molina se suman a las de Manuela Montoya, Elvira Suárez, María Fabiola García, Luz González, Celina Acevedo y Laura Katherine Foronda.
Son retratos de mujeres que conmueven delante y detrás de las cámaras. “Quería que Luz (González) viniera, pero de entrada me dijo: ‘Ni loca me le monto a un avión’. Así que máximo pudimos llevarla en bus hasta Medellín y allí por primera vez conoció un ascensor y usó unas escaleras eléctricas”, agrega la directora y guionista.
Mujeres de arraigo campesino, representantes de una generación azotada por la desigualdad, la injusticia y la violencia, temáticas que apenas se esbozan en el filme, cuyo eje argumental gira en torno a la cotidianidad de sus protagonistas: qué cocinan, a qué se dedican, en qué creen.
“Ellas nos regresan al campo, a los pueblos de antaño, donde no hay tanta tecnología y se mantienen esos quehaceres ancestrales, algo bonito de preservar”, explica Mesa.
'Jericó, el infinito vuelo de los días' registra las jornadas de buenas y malas ventas de ‘Chila’ en su almacén; el queso que cuaja sin falta después del ordeño Celina Acevedo, que vive en las afueras del pueblo; las arepas en fogón de leña que asa Luz González, o la exhaustiva labor de María Fabiola García en la limpieza de sus imágenes de santos.
Fueron sesenta horas de material que se redujeron, con fatigoso esfuerzo, a 90 minutos de metraje. Un reto para su directora que abandonaba la sala de edición y dejaba al francés Loic Lallemand encargado del recorte, para regresar a los pocos minutos y revisar la propuesta que le tenía.
“El proceso fue duro, de despojo, de selección. Mucha cosa quedará en las redes para que la gente las pueda disfrutar. Por ejemplo, hubo dos relatos enteros que se quedaron por fuera: de una monja de clausura y la historia de unas mujeres más jóvenes”.

Al ritmo de la inspiración

Catalina Mesa vivió durante dos meses en Jericó. A su llegada, lo primero que hizo fue empaparse de la literatura local, sobre todo, de la obra de poetas como José María Ospina y Oliva Sossa de Jaramillo.
“Este mi noble Jericó es bonito
enclavado en el sol de la montaña
el monte azul rozando el infinito
y el infinito entrando en la cabaña…”
El inicio de Mi pueblo, el texto de autoría de Sossa, escrito a mediados de la década de 1940, y que también está en los créditos de apertura del documental, le sentó a Catalina Mesa las bases de filmación.
“Esas palabras me inspiraron mucho para filmar en Jericó. Pensé que el sol debía entrar por las ventanas y que la luz por usar tenía que ser natural. Leer lo que habían escrito los poetas sobre su terruño fue lo que me guio”. Esas palabras le llegaron cuando su intención de rodar la producción estaba bastante avanzada en su mente.
“Conozco Jericó desde pequeña, gracias a mi tía Ruth Mesa, que hasta reina municipal fue, por allá en 1948. Ruth era la que convocaba a la familia, la de las reuniones, la que conversaba del pueblo. Sus historias eran como un patrimonio, una memoria de conexión de nuestra familia con los ancestros y con el campo”.
“Su muerte me inspiró a dejarle a Antioquia, como familia colectiva que somos, la misma memoria de esos retratos femeninos de su generación. Jericó está congelado en el tiempo, en los años 40, y quienes son guardianas de esos entornos están entre los 70 y 90 años de edad. Eso significa que pronto no estarán más y no había un documento que celebrara eso, que les rindiera un tributo”.
Con la ayuda del líder cívico Nelson Restrepo, Mesa fue encontrando las historias que pasaron de 20 a una docena. “Son como un caleidoscopio, arquetipos femeninos diferentes, una fiesta de la diversidad”.
Inspirada en el libro La poética del espacio, del filósofo francés Gaston Bachelard, y los versos locales, la realizadora enalteció con su cámara lugares sencillos: la cocina, la sala, el cuarto, la huerta. Como si se tratara de un gran baile, cada mujer participa en una pieza: un bolero, una ranchera, un son. Melodías que se van entrelazando, uniendo o separando, las palabras que brotan de cada una con acérrimo acento paisa.
“¡Mirá, uno a estas alturas participando en esta película! Estoy muy agradecida con Dios, con Catalina, con toda la gente que intervino. Hicimos todo con alma, vida y corazón. Yo me siento como en un cuento de hadas”, comenta
Ana Luisa Molina, que fue de las primeras profesoras rurales del pueblo que destella con sus coloridas fachadas en las montañas del sureste antioqueño.
La mano de la reconocida pianista Teresita Gómez fue fundamental en la forma como se presentó la película. “Yo crecí con la música de ella. Así que la busqué, le mostré imágenes y conversamos en varias ocasiones. Le gustó tanto el proyecto que hasta me asesoró con canciones específicas para usar”, dice Mesa.
Las realidades de las mujeres de Jericó se ambientan con los sonidos de la naturaleza, de las calles matutinas y de los sitios de encuentro que se llenan al anochecer. Las transiciones van de la mano de los acordes compuestos por Gómez para el documental, inspirados en las músicas colombianas de principio del siglo, y de los clásicos del romance en las voces de Los Panchos y Eydie Gormé, así como del sabor de la orquesta de Pérez Prado.
“Los paisas somos una cultura muy musical. Mi inspiración primordial fueron mis tías abuelas, sus tangos, boleros, el romanticismo de esa época”, acota la realizadora que dejará pasar un tiempo antes de retomar su carrera.
Han sido dos años intensos moldeando su ópera prima, que ya ha dado sus frutos, incluso, antes de su estreno comercial con las exhibiciones en eventos especializados como el HotDocs en Toronto y en los festivales de Lima y Vancouver.
Entre las escenas de las guardianas de Jericó, sus realidades y tradiciones se intercalan las de Laura, una niña de 10 años, volando una cometa, que representa no solamente la libertad y la esperanza, sino la fiesta insigne de este pueblo antioqueño que se lleva a cabo en agosto.
“Lo mío era una mirada de amor, un tributo a esa generación que envejece –dice la directora–. Yo no quería un cierre nostálgico, pero las consultoras francesas (la película es una coproducción con el país galo) me sugerían que terminara con una escena triste. Ellas tal vez tenían razón, podría haber sido el final de una mejor película, pero yo no hubiera podido vivir con eso. Para mí, a la postre, el espíritu femenino al que yo quería honrar se transmite”.

La mujer detrás de la cámara

Catalina Mesa vive en París hace 15 años. Se licenció en Historia del Arte del Espectáculo e hizo una maestría en Letras en la Universidad La Sorbona.
Viajó a India, Japón y Bután, y de este último resultó su primer libro de poesía y fotografía: ‘Elixir del dragón’. Su formación académica continúo en la Escuela Gobelins, en donde realizó ciclos de fotografía, video y edición. Antes de radicarse en Europa, Mesa estudió Comunicaciones y Management en el Boston College (EE. UU.) y al graduarse se trasladó a Nueva York, donde trabajó en proyectos transmedia.
Su bachillerato lo cursó en La Enseñanza de Medellín. ‘Jericó, el infinito vuelo de los días’ es su primer largo.
SOFÍA GÓMEZ G.
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
Redacción El Tiempo
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