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Cine y Tv

Carta abierta a Natalie Portman

En el 2011, Portman se hizo merecedora del Óscar a mejor actriz por 'El cisne negro'.

En el 2011, Portman se hizo merecedora del Óscar a mejor actriz por 'El cisne negro'.

Foto:Mario Anzuoni / Reuters

El crítico Ernesto Garratt tomó lápiz y papel para dedicarle un tributo epistolar a la actriz.

Estimada Natalie:
He podido apreciar, una vez más, su infatigable talento en la película ‘Jackie’, donde usted ha sido dirigida por primera vez en su vida por un chileno, Pablo Larraín.
Y sé que no es la primera vez que usted está en frente de un espécimen de esa nacionalidad: yo la entrevisté hace unos años, cuando estrenó ‘El cisne negro’ en el Festival de Venecia. Seguro que no se acuerda de mí. Siempre debe ser lo mismo: periodistas, algunos de exóticos rincones, nerviosos y embobados preguntando lo obvio para usted.
Pero aún recuerdo esos 23 minutos de conversación y la sensatez y lucidez de sus respuestas, en especial cuando, a petición de este servidor, usted ofreció un diagnóstico psicológico de su personaje, la mentalmente alterada bailarina Nina Sanders: una chica que desea ser la mejor en el ballet de ‘El lago de los cisnes’, con una presentación en el exigente ambiente del Lincoln Center de Nueva York. Porque Nina Sanders, la Nina que usted interpretó desde la esquina del miedo y la paranoia, es una chica tan obsesionada con la perfección que cae en alucinaciones y un delirio de pesadilla que el director de esa película, el talentoso Darren Aronofsky, rodó de manera vívida y oscura.
Bien es sabido que usted estudió un grado en psicología en Harvard cuando hizo una pausa de la actuación en su juventud más temprana, después de rodar ‘La amenaza fantasma’ y las otras precuelas de ‘Star Wars’ como la princesa Amidala.
Todos coinciden en que usted es una persona aplicada y que en Harvard, según los registros de notas, fue de las mejores estudiantes. Entonces, era de suponer algún análisis suyo desde la experticia psicológica para deconstruir a Nina Sanders, personaje inolvidable que le hizo ganar un Óscar a la mejor actriz y que le dio esa legitimidad que tanto se busca en la industria voraz y a veces cruel en la que usted se mueve: Hollywood y sus feroces fauces.
“Si Nina fuera su paciente, ¿cuál sería su diagnóstico como psicóloga?”, le consulté en Venecia en aquella ocasión, tratando de empatizar con usted, quizás de una manera un poco desesperada.
“Es una obsesiva compulsiva y anoréxica-bulímica con un desorden de personalidad narcisista. Probablemente bipolar”, fue su respuesta automática, como una metralleta.
“¿Y cómo arregla eso?”, le pregunté de nuevo, curioso por encontrarle una solución a la tragedia de ficción que vivía su rol en ‘El cisne negro’.
“Años y años de terapia”, señaló usted, serena y segura de sí misma, y con una sonrisa fugaz de unos segundos de duración.
Si me permite una observación a su carrera, que ha sido descollante, déjeme decirle que quizás desde su primera película, ‘El perfecto asesino’, de Luc Besson –de 1994, que filmó siendo una chiquilla–, usted comenzó a hacer lo que ha hecho casi siempre después de ese debut. Y eso es tomar riesgos. He leído que el riesgo le gusta, pero que a veces le da miedo. Me lo ha dicho a mí y a muchos periodistas más.
“Le temo a todo. Es decir, yo trabajo con las cosas que me dan miedo, porque representan un desafío para mí. Sé que es totalmente cliché, pero es como: ‘Mientras más lo haces, más te sacas ese temor de encima’ ”, me dijo sobre el tema, y es interesante que desde ‘El perfecto asesino’ –donde interpretó una niña que trata de sobrevivir, con la ayuda de un ‘hitman’ de buen corazón (Jean Reno), a la locura criminal de un agente corrupto de la DEA (Gary Oldman) que ha asesinado a toda su familia– su camino artístico ha sido el de la ambición bien entendida.
Por ejemplo, supo que tenía que dejar sus clases de ballet, que tomaba desde los 3 años, para seguir la ruta de una actriz, ojalá seria. Cuando usted era una menor de edad en el rodaje de ‘El perfecto asesino’, sus padres vigilaron que no hubiera más de cinco escenas donde se fumara a su lado.
Nada ni nadie debía dañarla. Siempre bien protegida, usted, sin embargo, ha buscado como artista el riesgo. Porque, pese a las precauciones, es en el vértigo de lo inesperado donde, creo, usted intuye que surge lo mejor del arte.
Así pasó con ‘Closer’ (2004), de Mike Nichols, donde usted personificó a una joven de peluca rosa tan peligrosa como impredecible: la cuarta integrante del intenso juego de deseo e infidelidades de dos parejas: usted, Jude Law, Julia Roberts y Clive Owen.
Ese mismo año me quitó el aliento en una película hecha para jóvenes de corazón sensible, ‘Garden State’, una historia pequeña (chico quiere chica), pero donde usted estaba en verdad como una actriz de las grandes, porque con poco y nada hacía mucho en pantalla.
Mientras mi generación y yo crecíamos a este lado de la pantalla, en el cine la veíamos crecer hasta hacerse y formarse como una tremenda intérprete. Disfruté los ejercicios juveniles de ‘Marcianos al ataque’ (1996), por ejemplo, esa locura de Tim Burton donde usted era la despierta hija adolescente de un atolondrado presidente de los Estados Unidos, Jack Nicholson, bajo la invasión extraterrestre.
O el tormento palpable y visible como una hija bajo la amenaza de la depresión y el intento de suicidio en ‘Fuego contra fuego’ (1995), de Michael Mann; una película de duros, porque se topaban Robert De Niro y Al Pacino, y entre las chispas que sacaban ambos usted supo hacer un nicho brillante gracias a su rol de hija desvalida.
Y en ‘Beautiful Girls’ (1996), de nuevo desde la esquina de los papeles secundarios, supo hacerse notar y emocionar como una niña en camino a la adultez en una historia sensible de machos heridos, dirigida por el tempranamente fallecido Ted Demme (1963-2002).
Si la han ofendido por su trabajo en ‘La amenaza fantasma’, la precuela de ‘La guerra de las galaxias’, no se preocupe. Es solo trabajo. En la vida, y sobre todo en Hollywood, hay que trabajar. Usted fue honesta desde el comienzo. Siempre dijo que jamás había visto ‘Star Wars’. Pero tomó el riesgo. Apostó.
También lo hizo con Pablo Larraín en Jackie, donde encarna a Jacqueline Kennedy tras el asesinato de su esposo, J. F. Kennedy, en Dallas.
Darren Aronofsky, su amigo y el director que la llevó a ganar el Óscar por ‘El cisne negro’, le recomendó trabajar con el chileno. Larraín ya había colaborado con el mexicano Gael García (‘No’ y ‘Neruda’), su expareja, y tenía buenas referencias de él. Usted lo ha dicho en entrevistas.
También ha señalado que tuvo miedo. Porque el sistema del director de películas como ‘No’, ‘El club’ y ‘Tony Manero’ no es el ortodoxo. Larraín ha hablado de crear durante el rodaje un “accidente controlado”: un sistema de alto riesgo donde se busca sacar algo distinto y real, conmovedor y trascendente para la historia y los personajes, mediante un método más libre. Improvisado. Menos controlado.
En el último Festival de Toronto, después de terminar la función de ‘Jackie’ –donde encarna, como pocas actrices, el poder en todas sus acepciones: su pérdida, su ejercicio, su apego, su nostalgia–, usted lo confesó: “Tuve miedo”. Tuvo miedo de que el rodaje, la historia, el “accidente controlado” de Larraín, no funcionara. Pero se dejó llevar. Confió en el chileno. Confió en su mirada, en cómo, por ejemplo, debía actuar en el inicio de la película. Y ahí está usted haciendo de Jackie, la viuda, la Primera Dama que perdió a su marido y a su Camelot: la idílica corte en que los Kennedy convirtieron la Casa Blanca en los años 60.
Y ahí está, sentada frente a un periodista, interpretado por Billy Crudup, que no se dice, pero que está inspirado en Theodore H. White, de la revista ‘Life’, mientras usted, Jackie, en la escena, ejerce sus condiciones y todo su poder sobre él, con malicia, con soberbia, para contar no cómo se siente ser una viuda, sino para decir lo correcto y dejar lo privado así. Privado.
Creo que usted lo entendió a las mil maravillas.
Porque así ha sido en sus entrevistas con la prensa. Desde siempre. Desde ‘El perfecto asesino’ hasta ‘Jackie’.
Y lo que queda es su sobresaliente carrera: un cada vez más interesante y potente viaje al riesgo. La superación del miedo. Y, lo más probable, su segundo Óscar como actriz, gracias a un chileno.
ERNESTO GARRATT VIÑES
EL MERCURIO (Chile) - GDA
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