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Arte y Teatro

Artistas, bajo la lupa de Álvaro Medina

Obra del artista Bernardo Salcedo.
Foto:

Obra del artista Bernardo Salcedo. Foto:

Foto:Jaiver Nieto Álvarez/ ELTIEMPO

Personajes del arte hablan con Martín Nova, para el libro ‘Conversaciones con el fantasma’. 

Nos entrevistamos en su apartamento, ubicado en el tradicional barrio bogotano La Soledad, un sábado en la mañana, a mediados de mayo del año 2015. Nos sentamos alrededor de una mesa cuadrada de comedor, en un apartamento rodeado de arte de distintas épocas: fotografía, pintura, escultura, artistas como Botero, Obregón, Armando Villegas, Germán Londoño, Carlos Rojas. Y muchos libros.
Durante unas tres horas tenemos una conversación sobre el arte en Colombia y su visión. Tres horas que se hacen cortas, tres horas que no alcanzan para tanto tema (...).
Hablando de artistas con tan poca obra: Mefisto, ¿qué papel juega?
A mí Mefisto no me interesa para nada. Eso sí es como pintura del siglo XIX, más o menos académica, muy bien jalada, un esfuerzo tremendo. Pero es un tipo de pintura que... ya en ese momento estábamos en otros paseos de lo que debe y puede comunicar una buena pintura, entonces no me interesa para nada.
Débora…
Débora Arango. Ahí tienes a otra artista precaria. Débora tiene una gran fama, y me parece bien, me alegra que tenga esa gran fama, pero es tal vez la artista más irregular que tiene este país. Teniendo un elemento a su favor, contundente a nivel internacional: el atrevimiento con los temas y la fuerza con la que los manejaba. Eso es raro. Pero dentro de esa fuerza, ¿cuál es su precariedad? Que un día hacía una cosa maravillosa y mañana, a las veinticuatro horas, hacía otra absolutamente descartable. Subiendo y bajando constantemente. A mí me desconcierta porque al lado de una cosa que es una maravilla, extraordinaria, hay otra que uno dice: esto es, francamente, un fracaso.
Ariza…
Gonzalo Ariza, lo traté bastante. Viejo simpático y muy querido. Nos acercó bastante que cuando lo conocí me dijo que su papá también era barranquillero. Y claro, Ariza es un apellido barranquillero.
Ariza es un caso raro. Es el caso más raro del arte latinoamericano. Porque, por ejemplo, él nunca fue a Europa como decisión personal. Me decía: “No, es que a París va todo el mundo, y yo quiero romper. A mí me dieron una beca y que escogiera el país al que quisiera ir, cualquiera”. En principio quiso ir a México, y después se le ocurrió que todo el mundo estaba trabajando a la manera mexicana, incluido él mismo, con sus grabados, y escogió Japón. Y entonces encontrar a un pintor japonés pintando los Andes y los alrededores de Bogotá es rarísimo. Tiene unos cuadros acertados, y que pueden, curiosamente, ser los más japoneses que él haya pintado, entiendo que son solamente tres. La Luis Ángel Arango tiene uno, donde él los exhibió originalmente. Yo vi esa exposición cuando estaba en la Nacional, cuando las veía todas; leía a Marta Traba, y una de las fortunas que ella tuvo es que publicaba a tiempo, con las exposiciones todavía abiertas. Yo subrayaba y me iba a verlas. Si ya la había visto, que no era cosa rara porque eran en el centro de Bogotá, volvía con mi subrayado de Marta Traba, porque ella decía su opinión cuadro a cuadro, con títulos, y yo hacía mis anotaciones. Esas obras de Ariza las vi, unos cuadros muy alargados, verticales, que son blancos, con una pureza interesante, la neblina, y se rompen tres o cuatro puntos y aparece el paisaje. Uno descubre una montaña, árboles, un caminito, desde el punto de vista compositivo es lo más japonés, y al mismo tiempo lo más andino que pintó. Me gustan entonces ciertos cuadros, su pintura y la actitud un poco soberbia que asumió, aunque me parece que él mismo se quitó la oportunidad de ser un poco más contemporáneo.
Arenas Betancur…
Tiene una sola obra que me gusta, o dos. Arenas Betancur, su problema, es que era demasiado retórico. Jugaba con demasiadas cosas para halagar al grueso público y sus contratistas. Porque él se recorrió toda Colombia consiguiéndose contratos en todos los municipios, cosa que no le reprocho, pero que implicaba también hacer ciertas concesiones en gustos, temas y tratamiento, que le quitaban vuelo. Ahora, El Prometeo Quetzalcoatl, el monumento que está en la Unam, en México, es una gran obra. El Bolívar Desnudo es una gran obra. Y también el Cristo que tiene en la catedral de Barranquilla. Una vez se lo dije a Samuel Vásquez y se enfureció conmigo: “Cómo vas a decir esa pendejada, ¡ese tipo nunca hizo nada bueno!”, me decía. Yo no conocía el Cristo porque he vivido mucho tiempo fuera de Barranquilla, y al entrar a la catedral –que es horrible, por cierto– te cuento que es potente esa escultura, inmensa. Lo vi con ojos de crítico y es una buena obra.
Negret…
Negret fue un gran artista. Es de los grandes. No lo mencioné, fíjate, pero fue por olvido. Negret es de los artistas latinoamericanos que tiene un lenguaje absolutamente original, con temas originales, su propia onda, al mismo tiempo un lenguaje muy internacional. Y es curioso, es conocido en algunos países, como Venezuela, pero dicté por ejemplo una conferencia en la Universidad de Campinas, en Brasil, en un congreso sobre historia del arte, que es básicamente un congreso interno del Brasil al que invitan a algunos extranjeros; presenté mi ponencia sobre Negret, analizado al detalle, les encantó, y me quedé sorprendido porque me decían que no lo conocían. ¡No puede ser! Cuatro meses después tenía un compromiso en Uruguay, en Montevideo, y por falta de tiempo presenté la misma conferencia. Eran públicos distintos y me pasó exactamente lo mismo, no lo conocían. Los que lo conocían era solamente de nombre, no su obra. ¡No sé qué nos pasa! Negret es un artista de talla.
Caballero…
Luis Caballero, me quedo con la etapa que va más o menos del año 71 al 77. Figuras un poco planas, ligeramente abstractas, pero un lenguaje figurativo. Colores planos en el fondo. Y después él se volvió un naturalista, cosa que Galaor Carbonell le reprochó con mucha fuerza. En ese momento yo me fui para París por quince años. Conocí a Luis en ese momento, en 1978, recién había publicado un artículo y recuerdo que nos hicimos muy amigos, y le planteé eso. Y él me decía que Galaor no entendía. Yo le dije que pensaba que Galaor tenía razón. No, ¡es que estoy en otra onda!, decía. Me tocó toda esa etapa de él, de los años ochenta, y cuando se enfermó, que fue lo último que él pintó, estaba haciendo los cuadros negros, como les digo yo. Él también les decía así. Como los cuadros negros de Goya. Ahí Luis volvió a hacer una cosa realmente extraordinaria. Hizo pocos, creo que doce, grandes, de 1,90 por 1,80 metros, si mal no recuerdo. Esos cuadros son súper. Y yo le iba a comprar uno, desafortunadamente fui a la galería de él y pregunté por el precio: sesenta mil francos. Pensé que él me lo podía vender por menos y me dijo que ochenta mil francos. “Entonces vaya donde el galerista y cómprele a él, ¡aquí en mi taller valen ochenta mil!”. No seas tan cruel, le dije. No lo compré en venganza y hoy estoy arrepentido (risas).
Bernardo Salcedo…
Buen artista. En sus inicios no me gustaba tanto. Las cajas blancas. Pero pienso que es de los que sí supo trabajar. Entendió el dadaísmo, él es básicamente un dadá, aunque no lo parece, y eso es un mérito. Ser y no parecerlo, en el sentido de saber trabajar con objetos, cualquier objeto, remontarlo, poner cosas juntas, y el resultado es potentísimo. Puede ser el artista más brillante de su generación. Un precursor.
Beatriz González…
Beatriz no me interesa. Un pop tardío que a mí no me llega. En determinado momento, en los años noventa, cambió un poco. Buena parte de su obra está basada en los mismos principios de Andy Warhol. Frontalidad, coger un retrato, una foto ya publicada, un personaje, foto de cédula, y ponerle colores. Eso no hace clic conmigo.
En determinado momento rompió con eso e hizo unas cosas más audaces, eso sí me interesa. Pero de resto no. El pop tardío no me interesa. No me interesa Álvaro Barrios, no me interesa Beatriz González (...).
Doris Salcedo…
Sus primeras obras no me interesan. Muy Joseph Beuys, demasiado. Sus primeros ocho o diez años. Comienza a trabajar cosas más contundentes a partir del año 2000, o de 1998, no te sabría precisar.
Ella es una de las artistas que se meten con temas delicados, su problema es que tocan un aspecto ético. Te transmito, por ejemplo, las observaciones de algunos estudiantes en mis clases de historia del arte colombiano, que tienen que ver con la ética. Ella va al Urabá y coge objetos de víctimas de la violencia que luego transforma, eso es válido, pero nunca ha hecho una exposición en el Urabá. Es una zona de violencia, si va allá le queman la exposición, les decía yo a mis alumnos. ¿Pero ella le ha dado a la gente que le ha colaborado, vendiéndole esos muebles a precios baratos, les ha dado ayudas? Bueno, esa tampoco es la misión de un artista, dar limosnas o caridad. Surgían ese tipo de debates, yo trataba de defenderla, pero no estaba tampoco muy convencido de mi defensa, ¡ni del ataque! Es una obra que suscita fibras, y yo pienso que un buen artista tiene que cubrir todos los flancos, y ella evidentemente tiene una cosa. Fíjate tú que ella ni siquiera expone en Colombia, es uno de los tantos casos que muestran lo tiránico que es el mercado. Botero tampoco expone en Colombia. Pero ¿por qué no exponen? Diez cuadros de Botero, a millón de dólares cada uno, ¿dónde están acá los clientes?, no los hay. Lo mismo pasa con Doris Salcedo. Acá no hay mercado para eso. Entonces uno se pregunta, dado que es una de las obras más políticas de la historia del arte colombiano, la de Doris Salcedo, por qué no hace ella, simplemente, un acto para decir que tiene una exposición en Colombia. Mande catálogos. Esto que estoy diciendo también es una bobería, ¿por qué un artista tiene que hacer eso? Lo menciono no tanto para hablar de Doris Salcedo, sino para hacerte ver lo tiránico que es el mercado. El artista en determinado momento se margina, se sale del mercado, se queda por fuera. Te cuento una anécdota simpática de Jorge Elías Triana, de más o menos en el año 1978, cuando llegué a París. Recuerdo que de las primeras visitas que hice fue a Botero y llegó Jorge Elías Triana de exponer en Moscú, éramos buenos amigos y he sido muy amigo de Jorge Alí, el hijo, teatrero y cineasta. Jorge Elías me llama y fuimos a comer, y me dice que había ido a comer con Botero en su casa, y al contarle que estaba en Moscú exponiendo, ¡la primera pregunta de Botero era si allá se vendía! “¡Allá no se vendía!, pero increíble que Fernando estuviera tan metalizado”, me dijo. En determinados momentos los artistas pierden la perspectiva de entender que deben darse el lujo de cierto tipo de cosas y gestos altruistas, por fuera del bolsillo. Es más, tienen tal capacidad que lo que Botero proponga acá en Colombia, cualquier empresa le pone la plata para hacer lo que él quiera (...).
MARTÍN NOVA
Especial para EL TIEMPO
* Empresario y estudioso del arte.
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