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Arte y Teatro

‘La historia de la galería es la historia de mi vida’: Luis Pradilla

Exposición ‘Galería El Museo. 30 años. Una historia’. Calle 81 n.° 11-41.

Exposición ‘Galería El Museo. 30 años. Una historia’. Calle 81 n.° 11-41.

Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO

El director de la galería El Museo cuenta cómo han sido los 30 años de existencia de este lugar.

Al remontarse a la historia de la galería El Museo, es inevitable que Luis Fernando Pradilla recuerde la primera exposición que hizo de Fernando Botero: estaba en sexto de bachillerato y se lanzó a exhibir 60 obras del maestro en la biblioteca del colegio San Carlos, en Bogotá.
Como allí no había alarmas ni ningún sistema de seguridad, Pradilla y su amigo John Crawly durmieron en sleeping bags, bate en mano, para salvaguardar las obras que los coleccionistas les habían confiado.
“Mi vida se convirtió en esto. A los 13 años, en 1969, compré mi primera obra en mi primer viaje a Nueva York, un Wiedemann que pagué durante año y medio. Todo se volvió arte. Si me daban plata para salir con una niña, todo lo gastaba en arte”.
Luego de estudiar Derecho, vivió en Europa y aprendió allí sobre arte. Hizo una maestría en Administración de Empresas y se trasladó en 1982 a Nueva York para trabajar con una galería, hasta el 87. En ese mismo año volvió a Colombia y abrió la galería, gracias a Byron López, quien le prestó un edificio de cinco pisos en la calle 83, frente al parque León de Greiff.
Hoy, a sus 61 años, cuenta que dedicarse al arte es lo único que le gusta y lo único que sabe hacer, pese a que cada vez sea más complejo, a causa de, según dice, la gran cantidad de artistas, la incidencia de la contemporaneidad y la aparición de las ferias de arte que “fragmentan el mercado”.
“Antes trabajábamos de una manera más relajada, cada uno en sus galerías. Hoy nos toca salir a ver el mercado, los coleccionistas y a reunirnos con los curadores. Es un mundo que implica una vocación y, definitivamente, amor por lo que estamos haciendo”, dice Pradilla.
¿Por qué comenzaron con un proyecto tan ambicioso para la época, una galería de 2.500 m²?
Era joven, tenía 30 años y un poco de bagaje y sabía lo que quería. En ese entonces, un edificio de ese tamaño era un compromiso terrible pero una gran satisfacción, pues en Colombia no había mayores instituciones, más allá del Museo de Arte Contemporáneo, de alguna u otra manera la Luis Ángel Arango y el Museo de Arte Moderno. Yo quería otra dinámica donde no solo pudiera trabajar con artistas contemporáneos, sino traer artistas del exterior y ser vitrina para muchos otros que no tenían una galería que los representara, como era el caso de Carlos Rojas.
¿Qué pasó a finales de los 90?
Lamentablemente, nos toca la crisis de 1995 y la de Samper y del proceso 8.000, porque en ese entonces, la gran mayoría de los clientes, el mercado naciente de coleccionistas y la gente que tenía dinero se fueron del país por cuestiones de seguridad. En ese momento me di cuenta de que estábamos perdiendo muchos clientes. Ya en el 98, las ventas habían caído, entonces me fui a la segunda sede, en la carrera 11 con 93, un espacio más pequeño y más fácil.
¿Cuál ha sido la clave para mantenerse estos 30 años?
Defender una serie de ideales. Primero, un estandarte de la galería es que desde el principio somos los representantes de un artista como Botero. Gracias a Dios sigue vivo, le tengo gran admiración. Tengo que seguir defendiendo su trabajo y el de otros grandes artistas de su generación, como Alejandro Obregón, Carlos Rojas, Juan Antonio Roda y Ana Mercedes Hoyos. Yo habría podido convertirme en una galería internacional, pero uno debe ser consciente de las circunstancias: es distinto estar en una galería en Nueva York que en una en Bogotá y en un país que tiene tantas carencias y en el que no se les ha dado la oportunidad a muchos artistas. Tenemos que mantener presente la memoria de esos artistas y no dejarlos empujar por la contemporaneidad.
¿Esto también lo hace en su galería de España?
Al abrir allí, les di mucha prelación a los artistas colombianos. Ahora, también me interesa actuar como puente, traer artistas españoles a Colombia y viceversa. La gran mayoría de los coleccionistas compran lo que conocen, y aquí es mucho más difícil vender un artista extranjero que uno colombiano. Lo mismo sucede en España. Es una lucha permanente, pues es un medio arrogante y esnob, hay muchos intereses, deslealtades e infidelidades entre los artistas.
¿Cómo se vende el arte nacional a los extranjeros?
Vivimos en un país que ha estado en relativa paz, y eso ha sido conveniente porque ya vienen los extranjeros. Una feria como ArtBo ha sido vital para el desarrollo del mercado, pues la gente nos visita. Cuando abrí la galería no venía ningún extranjero. El país ha cambiado, debemos aprovechar esa coyuntura. Nuestro arte es extraordinariamente bueno, los precios son muy baratos y el arte dejó de ser elitista; todo el mundo tiene la posibilidad de acercarse al arte.
LAURA GUZMÁN DÍAZ
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