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Arte y Teatro

‘La fotografía es una reserva maravillosa de la memoria’: Jesús Abad

Jesús Abad Colorado durante el montaje de la exposición de sus fotografías en el Claustro de San Agustín, en Bogotá.

Jesús Abad Colorado durante el montaje de la exposición de sus fotografías en el Claustro de San Agustín, en Bogotá.

Foto:Carlos Ortega / EL TIEMPO

Se abre ‘El testigo’, exposición con 500 fotografías, captadas por él entre 1992 y 2018.

Armando Neira
Las fotografías de Jesús Abad Colorado López (Medellín, abril de 1967) alteran, perturban, duelen. No hay posibilidad de quedar impasible. Cualquiera de sus imágenes transporta al espectador a ese país surcado por llagas aún sin cicatrizar. Entre sus méritos está el de haberlas tomado tras azarosos viajes a santuarios en donde los actores armados del conflicto imponían su ley.
Mientras una gran parte de la población cerraba los ojos y, para evitar cargos de conciencia, se decía ‘eso no es conmigo’, él, por el contrario, iba hasta allá y los abría aterrado. En ocasiones se le nublaba la vista. Como le pasó en Bojayá cuando entró, antes que cualquier autoridad, mucho antes que cualquier otro periodista, y se encontró con los restos –la mayoría de niños– provocados por el fuego de las Farc. Empapado en lluvia, bañado en fango, rasguñado tras haber atravesado la manigua, lloró pero siguió tomando las fotos.
¿Para qué? Porque él tiene la convicción de que 7 millones de víctimas de desplazamiento forzado, 220.000 muertos, 120.000 desaparecidos y 30.000 secuestrados sí tienen que ver con cada uno y todos los colombianos. Por eso arriesgaba su vida. Sus propósitos eran contarles a los demás lo que pasaba y dejar una memoria, cuando cesara este horror, para las futuras generaciones.
Ahora que en la primera plana de los periódicos ya no aparecen las masacres, pescas milagrosas o tomas de poblaciones de última hora, él llega con ‘El testigo, antología fotográfica - 1992 a 2018’, una exposición producida por la Universidad Nacional con curaduría de María Belén Sáez de Ibarra. Se trata de un conjunto de 500 imágenes, en blanco y negro y color, muchas de ellas inéditas, que muestran lo que aquí pasó. Por eso, al verlas duelen. Porque sí, porque esto sí tuvo y tiene que ver con todos nosotros.
¿Cada vez que disparaba la cámara tenía conciencia de estar registrando la historia del país?
Cuando tomé la decisión de narrar la historia de mi país con fotografías, estaba en el segundo semestre de periodismo en la Universidad de Antioquia. Fue en 1987, un año trágico para la universidad, con cerca de 20 profesores y estudiantes asesinados. Y lo hice por miedo de escribir en un país que no respeta la palabra, con la seguridad de dejar un testimonio, así varias personas banalizaran la decisión. Me decían que para manejar una cámara no se necesitaba estudiar periodismo.
Sus fotos muestran el dolor, pero de manera estética, ¿cómo se logra eso?
Con humanidad y respeto por la vida de la gente. No busco la espectacularidad, sino la sencillez y la dignidad. Trato de unir la ética y la estética.

Me preocupa que como sociedad no nos preparamos para la construcción de la paz

A propósito, en algunas imágenes suyas dan ganas de decir: ‘¡Qué foto tan buena!’, cuando en realidad corresponde a un hecho terrible del que usted fue testigo de excepción. ¿Qué piensa de esto?
No estoy dejando un testimonio de mi país y sus gentes para que piensen en la calidad del fotógrafo. Trato de que quienes vean las fotos de lo que nos ha pasado hagan una reflexión, que entendamos que deberíamos ponernos no solo en los zapatos de esas víctimas que han sido humilladas y ofendidas, sino que nos pongamos en su piel y su memoria. Eso hablaría mejor del corazón de quienes opinan.
Usted conoce como pocos la piel de este país, pero la piel de las heridas, de las llagas. Por esta circunstancia, ¿cómo ve hoy el país?
Depende de la región y los liderazgos que generan cambios. Hay zonas donde hoy hay un posconflicto y se está trabajando por la reconciliación, no solamente entre comunidades, sino también con la naturaleza. Me refiero a zonas como los Montes de María, el oriente antioqueño, algunas regiones del Meta o del Cauca. Pero, en general, me preocupa que como sociedad no nos preparamos para la construcción de la paz, porque no la hemos entendido y hemos permitido que distintos líderes políticos y religiosos siembren odio y cizaña en lugar de reconciliación. A ellos les falta mucha grandeza, y así es muy difícil.
“La exposición mantiene el tono ético de Jesús Abad Colorado, donde no acusa ni toma partido”, dice María Belén Sáez de Ibarra.

“La exposición mantiene el tono ético de Jesús Abad Colorado, donde no acusa ni toma partido”, dice María Belén Sáez de Ibarra.

Foto:Carlos Ortega / EL TIEMPO

Usted es considerado uno de los mejores en su oficio en el país. Para las nuevas generaciones de fotógrafos, ¿podría revelarles cuál es la fórmula para haber llegado a semejante honor?
El bocadillo con mazamorra, eso endulza el alma. A esto hay que sumarle mucha humanidad, mucho respeto, entender que es más importante la dignidad de una persona que una fotografía o una noticia, y que es bueno pedir permiso muchas veces para hacerlas. Hay que caminar y conocer de los territorios y de nuestra historia. Y, muy importante, mirar de frente y a los ojos. Darles nombre y rostro a esos que son ninguneados en la historia de nuestro país.
Usted, que ha fotografiado los rostros de los guerrilleros y los paramilitares, ¿podría decir cuál es la diferencia en el rostro de estos colombianos que han estado en orillas tan distintas?
Ninguna; igual que los soldados o los policías, todos son hijos de campesinos y de las personas más vulnerables de este país. Esos son los que van a la guerra.
Ahora se están haciendo películas sobre lo que nos pasó, hay varios libros y textos, pero en el ámbito de la fotografía es menos. ¿Por qué?
Siempre ha sido muy difícil que reconozcamos lo que nos ha pasado. Y nos da pena mirarnos en el espejo roto de la guerra. No hemos entendido que la fotografía es una forma de mirarnos para no repetir los horrores que hemos vivido. Es muy fácil hablar de nuestra riqueza y diversidad, pero no nos han educado para hablar de todo lo que hemos perdido, y menos con fotografías de nuestra violencia. Mi certeza es que la fotografía es una reserva maravillosa de la memoria.
Técnicamente, ¿usted prefiere trabajar en blanco y negro o en color? ¿Por qué?
Depende de los hechos. Para mí, el color agrede y banaliza en hechos de violencia. Pero, a veces, una es suficiente. Tengo mucho respeto por el blanco y negro porque es un reto, no solo el laboratorio, sino el copiado.
Hay quienes consideran que usted es un artista, ¿usted cree eso o se queda con el título de reportero gráfico?
Siempre me presento como periodista y fotógrafo, y lo digo con respeto por esta profesión, de la que mis padres y familia se sienten orgullosos.
¿Ha habido un instante, un hecho que esté solo en su memoria, que no lo haya retratado?
Sí. La tengo tatuada en mi memoria. Estaba en grado décimo y fui a conocer parte de mi familia en Cimitarra, Santander. Tenía que pasar por Puerto Berrío, y llegué de madrugada. Era junio de 1984. Mientras caminaba por las calles del puerto, pasé por la sede del Partido Liberal y estaban velando a seis hermanos que el día anterior habían sido asesinados en la vereda La Culebra por grupos paramilitares. Me paré en la puerta y había muy pocas personas en la velación. Me dolió el alma porque eran la misma historia repetida que habían vivido mis padres y mis tíos en San Carlos, Antioquia. Algunos huyeron al Magdalena Medio, producto de la violencia de los años sesenta. Hay imágenes que nunca se borran.
Finalmente, ¿qué es para usted esta exposición?
La entiendo como un homenaje a esos miles de personas de mi país que durante décadas han sido golpeadas por la violencia y, a pesar de haber sido tantas veces las perdedoras de la tierra, de sus familias y que han tenido que huir, mantienen la fuerza, la valentía, la dignidad de seguir caminando, y tienen la grandeza de apostarle a una construcción de la paz desde los territorios, mientras que otros gobiernan y dilapidan los recursos de la gente y abusan de la riqueza que tiene Colombia.

El testigo’, también en cine

A la par de la exposición de Jesús Abad Colorado, la próxima semana se estrenará en el país el documental El testigo, que sigue los 25 años de trabajo del periodista y reportero gráfico.
La película tendrá una exhibición limitada en salas seleccionadas de Cine Colombia los días 25, 26, 27 y 28 de octubre.
El testigo fue dirigido por la realizadora británica Kate Horne, quien también estuvo detrás de la producción Gabo: la magia de lo real.
Durante 76 minutos, la documentalista revela la historia de Chucho, como es conocido el fotógrafo, a través de las personas que él ha fotografiado y de las imágenes más icónicas de su trabajo.
El documental podrá verse en los teatros de Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Barranquilla, Villavicencio, Manizales, Ibagué, Montería, Pereira, Armenia y Cartagena.
Para horarios y boletería, consulte en la web: www.cinecolombia.com
ARMANDO NEIRA 
EDITOR DE CULTURA DE EL TIEMPO
Twitter: @armandoneira
Armando Neira
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