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‘¿Usted cree que un cachaco se va a amañar aquí?’

Este es el arroyo de aguas negras que pasa por el colegio Puerto Rico, en la cabecera municipal de Tiquisio.

Este es el arroyo de aguas negras que pasa por el colegio Puerto Rico, en la cabecera municipal de Tiquisio.

Foto:Salud Hernández-Mora

En Tiquisio (Bolívar), pocas veces completan el plantel de docentes.

Un caño de aguas servidas atraviesa el colegio. Cuando la pelota de las niñas cae a la putridez, la recogen tapándose la nariz y haciendo muecas de asco. Los niños buscan el balón sin remilgos, lo limpian con tierra y siguen dando patadas como si nada, un gesto de indiferencia que recuerda el de los sucesivos alcaldes. De los sesenta metros de longitud del hediondo surco, solo han tapado doce. El resto de la porquería continua al aire libre y vi marranos un domingo hundir el hocico con fruición en lo que deben considerar un manjar.
No es el único detalle que constata la nula importancia que el país concede a la educación en las zonas más apartadas. Mientras una amplia sala alberga un cementerio de sillas viejas y dañadas, en varios salones faltan asientos. Ni hablar de los profesores, contar por un plantel completo es una quimera.
Ya se volvieron un ritual las protestas de los padres al comienzo de cada curso por la falta de docentes y el paro que se ven obligados a protagonizar a continuación para llamar la atención. Logran que aparezcan autoridades educativas departamentales –incluso en el 2015 llegó un viceministro–, y prometan el envío de todo lo necesario. Semanas o meses después arriban los profesores y si por un milagro consiguen la mayoría, la alegría dura poco. “Buscan cualquier pretexto para irse al norte del departamento”, aseguran en la Institución Educativa Puerto Rico, cabecera de Tiquisio.
El municipio, a orillas de una imponente ciénaga que alimenta el Magdalena, en plena Serranía de San Lucas, sur de Bolívar, está situado a unas cuatro horas en chalupa de Magangué. Dada la ley del silencio en la que se acostumbraron a vivir, la mayoría de los entrevistados pide anonimato.
“En el municipio, el año pasado se fueron siete profesores en octubre, unos con autoamenazas, y no los remplazaron hasta mayo. Los selecciona el Ministerio, el sindicato los protege y el departamento los traslada”.
Este año en Tiquisio, que cuenta con siete instituciones educativas, el hueco era de 37 docentes al comenzar el curso escolar el 21 de enero. “Decidimos que no arrancábamos clases, los padres se encadenaron”, rememora Elías Paredes, combativo presidente de la junta de acción comunal de Puerto Rico, la cabecera municipal.
Siguiendo la película habitual, apareció el Secretario de Educación departamental para asegurar que el 21 de febrero estarían los cupos cubiertos y cada cual se fue a su casa confiando en que esta vez no les hicieran conejo. Están hartos de los meses en que sus hijos solo tienen dos o tres horas de clases y del calvario de luchar cada año por que reciban un estudio digno.
Pero tampoco esta vez llegaron. Incluso cuando los manden, preocupa que en pocos meses comiencen las deserciones, unas disfrazadas de falsas amenazas de muerte y otras reales. De las siete del curso pasado, cinco las padeció Ventura, vereda a unas tres horas en moto por trocha. Las provocó un paisano con trastornos psiquiátricos.
“Es un loco de familia de aquí, que dijo que tenía que matar a cinco profesores y fue con un cuchillo donde viven unos y pegó cuchilladas a la puerta”, explica un aldeano.
“Hubo reunión de la Junta de Acción Comunal con la familia, lo sacaron para Magangué para internarlo, pero regresó a la semana. Los docentes salieron de vacaciones en junio, pusieron allá la denuncia de amenazas pero no advirtieron a nadie de que no regresarían. Y no los remplazaron”, agrega.
“Este año comenzamos sin nueve docentes y sin alumnos de seis veredas porque no hay transporte. La alcaldía debe dinero a los transportistas del año pasado y, lógico, no trabajan si no pagan. Siempre prometen profesores y recursos pero nunca cumplen. Los estudiantes reciben una formación muy precaria”.

Amenazas

Los otros dos casos de amenazas se produjeron en Mina Seca, caserío dedicado a la explotación artesanal de oro, al que se accede por un camino de herradura tan empinado y agrietado que si vas de parrillero, debes bajarte de la moto en varios tramos ahora que es verano. Con las lluvias se torna intransitable y con frecuencia resulta imposible salir del poblado.
Es feudo del Eln y hace escasas semanas obligó a los vecinos a entregar sus routers de internet, con lo cual quedaron incomunicados. Las quejas de la comunidad sirvieron para que los guerrilleros recapacitaran y permitieran comprarlos de nuevo, pero pocos tienen los 300.000 o 500.000 pesos que cuestan.
Además, cobran vacunas por diversos productos, incluida la cerveza, muy costosa para el bajo nivel de vida en ese lugar destartalado, caluroso, pobre y olvidado, puesto que deben incluir dicho gasto. Son 3.500 un Águila Ligth de 175 cl, mil pesos más de lo habitual.
En algunas ocasiones aparecen las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), también exigen su parte del botín y duplican las vacunas. No se enfrentan con los elenos, ambos honran el pacto de convivir en la serranía. Y si bien los profesores alegaron amenazas para pedir traslado, los vecinos afirman que es falso que los grupos criminales los persigan. “Fueron autoamenazas, la guerrilla y las AGC no se meten con ellos”, dijeron. Lo confirmaron los cuatro comandantes del Estado Mayor del Bloque de las AGC, en una entrevista que les hice en el área.
“No amenazamos profesores, mucha gente toma nuestro nombre para decir que los amenazan. En estos pueblos no hay luz ni comodidades, hace mucho calor, a muchos no les gusta vivir acá”, aseguraron.
Pero sus acciones violentas y sus crímenes selectivos suponen una amenaza para todos. El 20 de febrero, integrantes de las AGC asaltaron la chalupa diaria que viaja de Puerto Rico a Magangué y les robaron celulares y plata a los pasajeros. Un día antes llegaron a Mina Seca, localidad vecina, a las 4 de la madrugada y no se fueron hasta las 5 de la tarde. Entraron a viviendas y comercios y obligaron a todos a cancelar la vacuna. Antes de desaparecer, repartieron el mismo panfleto que días antes distribuyeron en Tiquisio anunciando que están para quedarse.
Esa compleja situación de orden público, unida al alto costo de la vida pese a la pobreza reinante, a los deficientes o inexistentes servicios públicos; a la dificultad de hallar una vivienda con alguna comodidad para arrendar así como la lejanía, son sacrificios difíciles de sobrellevar para los profesores forasteros.

Los nativos

“Yo soy nacido en Tiquisio, docente del Banco de la Excelencia, doy clases en El Tigre (a 45 minutos en moto de Puerto Rico), y me gusta mi trabajo, tengo esa vocación”, afirma Jeihmer Rodríguez. “Pero ¿usted cree que un cachaco se va amañar aquí?”.
La solución que reiteran es contratar más profesores nativos deseosos de afincarse en la región y acostumbrados a sus carencias y particularidades.
“Los de afuera pueden sentir zozobra por los grupos armados y es comprensible, aunque no se meten con ellos ni les piden vacuna”, afirma el doctor Santana, director del Núcleo Educativo de Tiquisio.
“Lo que ocurre es que hay amenazas de docentes poco creíbles. El año pasado, uno dijo que recibió el mensaje de que si no hacía lo que tenía que hacer, lo mataban. No le vi fundamento, pero cogió la chalupa y se fue”.
Una de las consecuencias del mal estado de la educación es que en sus veinte años dedicados a la docencia en su municipio, solo unos doscientos alumnos lograron ser profesionales y la situación empeora.
“Antes hacíamos el foro del lenguaje, las Olimpiadas de Matemáticas, de Ciencias Naturales. Pero ya no porque en los últimos años ha sido una lucha constante para que lleguen todos los docentes. En las pruebas salen muy bajos en Física y Química, llevan tres años sin profesores y sin laboratorio”.
La civilidad de los adolescentes en ese colegio es otra asignatura pendiente. Escriben en las paredes, botan botellas y envoltorios al piso, rompen puertas y sillas, maltratan los baños, ya de por sí de mala calidad. “Hay días en que encuentro materia fecal en el lavamanos, no sé por qué lo hacen”, señala una mujer que trabajó como aseadora y debió dejarlo porque le deben siete meses.
Quizás el entorno no ayuda a fomentar el sentido de pertenencia. El caño de aguas negras que pasa por el colegio recorre varios barrios y las vierte en la ciénaga, a donde van a parar otros desperdicios y basuras; el centro de salud es lúgubre y sucio, con camas de colchones de plástico gastados sin sábanas, una sala de partos oscura y vieja, y equipos obsoletos que dan vergüenza.
Son pocas las esperanzas de que haya un cambio sustancial. Una campaña a la alcaldía cuesta unos 700 millones porque muchos votantes solo acuden a las urnas si les compran el voto y, además, quien quiera aspirar debe contar con la luz verde de guerrilla y autodefensas o les impiden hacer proselitismo y están condenados a vivir bajo la espada de Damocles. Hay quienes viven de la ganadería y la pesca, existe aún cultivos de coca, pero es el oro el que mueve la economía local.
Antes solo lo explotaban de manera artesanal, pero desde que irrumpieron las retroexcavadoras sin control, cada día quedan menos caños de aguas transparentes y resulta descorazonador cruzar ríos devastados de la majestuosa serranía de San Lucas.
Para colmo de males, Tiquisio quedó fuera de las poblaciones que el gobierno anterior favoreció para destinar mayores inversiones, dentro de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial.
¿Qué hacer para promover un cambio? Elías Paredes sigue clamando en el desierto: “Empezar por la educación”.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO - TISQUISIO (SUR DE BOLÍVAR)
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