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Trovas contra las inundaciones en el Canal del Dique

César Orozco vive en un rincón del pueblo de
Gambote (Bolívar), y su afición es tocar el acordeón y
cantar en las tardes mientras pesca en una canoa.

César Orozco vive en un rincón del pueblo de Gambote (Bolívar), y su afición es tocar el acordeón y cantar en las tardes mientras pesca en una canoa.

Foto:Yomaira Grandett/ EL TIEMPO

César Orozco vive en un rincón de Gambote (Bolívar), y su afición es tocar el acordeón.

John Montaño
Cada vez que César Orozco siente que el cielo se está poniendo muy oscuro y la brisa irrumpe fría como el hielo, o cuando a lo lejos percibe una especie de ronquido como el de un león hambriento, deja lo que esté haciendo, se levanta si está acostado o corre si está lejos de su casa, y saca el acordeón.
Este mecanismo de defensa lo hace desde hace seis años, después de haber sufrido durante cuatro la furia de las aguas del Canal del Dique, que se metían sin pedir permiso, azotaba lo que encontraba a su paso y arrastraba consigo varios años de trabajo y sudor.
Orozco, un enjuto y fornido hombre que creció en pleno monte en el caserío de Las Piedras (Bolívar), que se alimentó de la madre naturaleza durante sus primeros 18 años y que alcanzó a conocer los secretos de las aseguranzas, la futurología en las cenizas del tabaco y el poder de la palabra para enfrentarse hasta el mismo demonio, se dijo a sí mismo que hasta ese día había llegado la ‘maricada’ de las aguas del Dique.
Lo que hizo fue algo similar a lo que le enseñó su abuela materna Rosa Velásquez Beltrán, en Las Piedras, una mujer que vivió hasta los 118 años, según lo asegura su nieto.
“Ella era decimera, leía el tabaco y, aunque nunca aprendió a leer o a escribir, se sabía de memoria decenas de oraciones para contrarrestar los males o para alimentar los bienes, nunca hizo daño”, advierte Orozco.
Aún en la mente de Orozco quedaron algunos de los versos que componía su abuela, como el que cantaba para que las muchachas se cuidaran, no se casaran con el primero que se les presentara y no salieran embarazadas desde su juventud.
“La mujer cuando se casa/Ya lleva su cuenta hecha/A trabajar como una esclava/
Y parir como una puerca”. Por eso, después de haber sufrido varios años la desgracia de perderlo todo por la furia del agua, se acordó de los versos irónicos que hacía su abuela y se dedicó a componer una canción que tuviera los mismos efectos que tenían las oraciones de su familiar en el viejo pueblo.
Y, como ya era un hombre curtido en las lides musicales, con el suficiente bagaje como para componer un conjuro cantado, hizo el paseo La inundación, el mismo que canta cuando siente que oscurece el día, la brisa se pone helada o alcanza a escuchar el rugir en el horizonte de las aguas del canal, que hicieron a punta de pico y pala miles de indios y negros esclavos para unir al río Magdalena con la Bahía de Cartagena:
“Adiós año 2010, nos dejaste maltratado/
pueda ser que el 2011 nos trates con más cuidado/
las madres se ven llorando, el pueblo está desolado/
gracias tu Canal del Dique, por tu tronco de aguinaldo”.
“No se que es lo que pasa, pero cada vez que canto este paseo, las aguas dejan de roncar”, dice con su sonrisa socarrona.
Cierto o no lo del supuesto conjuro, desde el año 2011 el Canal del Dique no inunda a Gambote.
El paraíso en el Dique
César Orozco es un campesino que nació hace 74 años en el corregimiento de Las Piedras, jurisdicción de Arenal (Bolívar), pero desde hace más de 15 años se afincó a la orilla del Canal del Dique, en la población de Gambote, famosa por su puente y por los bocachicos fritos que venden a la orilla de la carretera Troncal de Occidente.
Vive en un paraíso, literalmente.
Su pequeña casa, que está a escasos 10 metros de la orilla del Dique, está bajo la sombra de un inmenso árbol de ceiba. En las tres hectáreas de tierra que tiene y que compró en 15 millones de pesos, mantiene todo lo que la madre tierra puede brindar en un suelo fecundo.
Todo lo tiene contabilizado. Tiene 40 árboles de mango, 25 de guayaba, 12 de ciruela, 8 nísperos, a lo largo y ancho del terreno tiene sembradas 95 matas de yuca, 20 de ñame, y enredadas con estas se encuentran las de patilla y melón que cuida como a la niña de sus ojos.
También tiene 38 gallinas, dos gallos, 12 vacas que ordeña a diario y en su propia casa duermen con él tres perros criollos y otros tres gatos que parecen hijos de él y que, durante la entrevista, la pasaron encima de su amo, como para que no se marchara y los dejara solos.
Orozco dice que varias personas han llegado a ofrecerle mucho dinero por su pedazo de tierra, pero a todos les dice que ni se le dan todo el oro del mundo la vende y expone una razón que ninguno se atreve a contrarrestarla.
“Yo de aquí me voy cuando me muera. Cómo me voy a ir si aquí fue que rescaté a una sirena que me mandaron las aguas del Dique”, dice y le agarra la mano a su mujer, Hilda Lucía Bello, quien no niega la fantasía de su marido.
Por el contrario, cuando lo escucha una especie de duende festivo se asoma en sus ojos y lo mira como si lo viera por primera vez.
“Es un hombre muy bueno, con él encontré lo que la felicidad. No me cambio por ninguna mujer en el mundo”, señala.
Songosorongo
Pero quienes piensan que César Orozco es un aprendiz de músico está equivocado.
En su trayectoria tiene el haber participado en varios conjuntos de la región como cajero o guacharaquero, y también como compositor.
Pero su mayor logro y del que habla con bastante orgullo es el haber hecho parte del conjunto de Rafael Cabezas, un veterano acordeonero cartagenero, con quien grabó varios trabajos musicales, entre ellos el gran éxito novembrino Songosorongo, uno de los más escuchado en La Heroica en sus fiestas.
“He compuesto varias canciones. La primera que hice me la grabó el propio Rafael Cabezas, y es un paseaíto que se llama Siga pa’lante, después he compuesto muchas y tengo un repertorio de más de 80 canciones listas para el que las quiera grabar”, advierte.
Su música es sabanera pura. Admirador de Andrés Landero y de Alejo Durán, tiene en sus venas el ritmo contagioso de las cumbias y los paseos de los dos juglares.
“Mi canción favorita es una de Landero que le compuso aun paisano llamado Farid Torres: La Licorera.
Un hombre conforme
Como no es hombre de ambiciones monetarias y dice estar conforme con lo que Dios le ha dado, su máximo sueño es que en Las Piedras sepan que tiene un hijo que nunca se cansa de hablar bien de su terruño.
“A los 8 años ya me cruzaba el Dique nadando allá en Las Piedras. Lo conozco como si hubiera nacido en sus entrañas y por eso es que lo tengo amansado”, señala sin titubear.
Y continúa sin pestañear:
“Allá, en mi pueblo, conocí todo para poder defenderme en la vida. Hasta los doce años bebí leche de burra y por eso pienso que voy a vivir hasta los 200 años. También aprendí los secretos para enamorar a una mujer con el poder de la mirada, supe cómo se doblega al enemigo más fuerte con solo apretarle la mano”.
Y afirma saber lo que es la felicidad plena, eso que tantos reyes y magnates han querido encontrar sin éxito. “Antes de que caiga la noche, me subo en la canoa, agarro mi acordeón y empiezo a bogar por el Dique cantándole a las estrellas que están por salir y al Ser Divino que me puso en este punto exacto del mundo cuando me tenía que poner. En ese instante, yo no soy yo, es mi alma la que se entretiene con los susurros y la cálida brisa que acompañan mi paz interior”, remata.
Juan Carlos Díaz M.
Especial para EL TIEMPO 
John Montaño
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