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Así es la vida en Sáchica, el pueblo que más bebe cerveza en Colombia

Sáchica, el pueblo que más bebe cerveza en Colombia

Sáchica, el pueblo que más bebe cerveza en Colombia

Foto:Abel Cárdenas / EL TIEMPO

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Una persona puede tomarse en un año 575 cervezas en este municipio de Boyacá #PueblosInsólitos.

En Sáchica se empieza a tomar desde tempranas horas de la mañana por tres razones: la primera es para saciar la sed, la siguiente es para lavar el riñón y la otra es para quitar el guayabo, al menos eso dicen unos campesinos que destapan una y otra botella usando solo sus manos.

¿Sáchica toma más que toda esa gente por allá? ¡Virgen santísima!

A las 9 de la mañana hace sol, como casi siempre en este pequeño poblado boyacense donde habitan unas 3.500 personas y cuyo casco urbano está compuesto por siete calles y siete carreras. Las casas, en su mayoría de estilo colonial, son de dos plantas, las fachadas están pintadas de blanco y sus puertas y ventanas son de color café.
En Mercafamiliar, la tienda más popular y que es más conocida como la tienda de doña Estelita Hernández, a esa hora ya casi se desocupa la primera canasta de cerveza, que solo lleva unos cuantos minutos abierta. Se la pasan, en solo segundos, como si fuera leche fresca, agua o una gaseosa.
La tienda, apostada en una esquina de la plaza principal, es uno de los puntos de referencia del pueblo y justo desde allí se tiene la vista al monumento de cebolla cabezona –alimento que identifica al poblado en Boyacá–. Quienes llegan a tomarse una “pa’ la sed” ya piensan en que al lado de esa escultura se instale otra con las mismas dimensiones: una inmensa botella de cerveza y que ojalá sirva de fuente dispensadora de la bebida. Y tal vez tengan razón, pues Sáchica es el pueblo de Colombia donde más se toma este licor.
Y es que los sachiquenses toman tanto que los cálculos de Bavaria, empresa que ahora pertenece a la cervecería AB InBev, dan cuenta que por persona se toman 190 litros de cerveza al año. Esa cantidad de alcohol equivale a que una persona del poblado se bebe cerca de 576 ‘polas’ al año; en cuentas redondas se toman casi dos cervezas al día.
Lo que más sorprende a Bavaria, que hace un llamado al consumo responsable de alcohol y a evitar el  exceso, es que en el pueblo superan los 161 litros por persona que ingieren en República Checa, el país que más toma en el mundo.
“¿De verdad tomamos todo eso?”, repiten en cada tienda al conocer el pomposo título que los atora mientras pasan la ‘amarga’, otros celebran con un trago que acaba con el líquido de media botella. “¡Esto sí que es lindo!”, dicen mirando la cerveza.

¿Por qué toman?

“¿Sáchica toma más que toda esa gente por allá? ¡Virgen santísima!”, exclama ‘Gacha’, un hombre de 31 años que es de los más emocionados por lo que beben allí, él cuenta que cuando se pone ‘juicioso’ a tomar alcanza a ‘bajarse’ unas 60 cervezas en un día.
‘Gacha’, a quien ni siquiera sus allegados más cercanos le dicen por su nombre: Wilmar Corredor, es de los que piensa que si a uno le gusta tomar busca la forma de hacerlo hasta en un desierto.
Tal vez la explicación o el origen que muestra las razones por las que en este poblado no se para de beber son los oficios a los que se dedican: la alfarería (elaboración de objetos en barro, en su mayoría ladrillos), la agricultura y la conducción de maquinaria pesada, todos los que se emplean en estas labores beben mientras trabajan.
De sus 31 años, ‘Gacha’ lleva 15 bebiendo y sentencia que en el pueblo se toma todo eso es por pura sed, “¿por qué más va a ser?”, se pregunta y recalca que “obvio todos los días nos da. Eso es como el hambre, uno tiene que estar comiendo tres veces al día, acá nos tomamos unas 10 cervezas mientras se trabaja. Son dos en cada tanda, una tras la otra. Ricas”.
En el pueblo hay poco movimiento, solo los estudiantes y el barrendero del pueblo, quien recoge sobre todo latas de ‘pola’, son los que se ven, tampoco se escucha música en ninguna de las tiendas del municipio, es un lugar tranquilo.
Por el centro del pueblo, el camión de Bavaria pasa los martes y viernes como un espanto, más se demora en llegar al poblado que las tiendas en desocuparlo completico.
El ajetreo es en las veredas: cada patrón, a sabiendas de que sus empleados sufren de sed, abastece a sus empleados con unas tres canastillas de ‘frías’ para calmar sus ansias por el líquido. La cerveza, entonces, funciona como un incentivo para el trabajador de cultivos de cebolla cabezona o tomate, pero de tanto trago, dice el alcalde del poblado, Édgar Cuadrado, a Sáchica no le queda más que peleas en los hogares y su venta no les deja ni un peso de impuestos. “Nada de nada”, señala.
Para el alcalde, el alto índice de consumo de cerveza corresponde a que en el campo de su municipio se tiene la tradición de que el patrón les brinda a sus obreros cerveza mientras trabajan y el jornalero sabe que a donde vaya a laborar lo van a recibir con licor. Ya entonados, después de largas jornadas de más de 12 horas, los agricultores siguen y siguen tomando.
En el parque del pueblo y en la tienda de doña Estela tienen claro los lugares donde más se bebe en el pueblo. Don Hernán Vargas, operario de la Alcaldía y agricultor, dice que sin lugar a dudas son las veredas Quebrada Arriba y El Espinal.
Estela Hernández, de Mercafamiliar, exhibe dos tapas doradas de Bavaria, título que se da a las tiendas que más venden cerveza.

Estela Hernández, de Mercafamiliar, exhibe dos tapas doradas de Bavaria, título que se da a las tiendas que más venden cerveza.

Foto:Abel Cárdenas / EL TIEMPO

“Yo no niego que me echo mis tragos, pero soy un santo en todo lugar, lo que pasa es que usted quisiera que yo no saliera sino a trabajar”, suena el ‘ringtone’ del celular de Hernán a eso de las 3 de la tarde. Es una canción de carranga llamada ‘El sermón de mi mujer’, de Los Dotores. La llamada es de don Luis Corredor, el hombre que tiene una de las tiendas donde más se toma cerveza en el poblado y que invita a unas ‘frías’ a don Hernán, que no resiste a esa tentación y recuerda las jornadas cuando su papá, con 70 años, llega allí a consumir unas 60 ‘polas’.
Don Luis, con sombrero y pelo en pecho que sobresale de su camisa, cuyos botones parecen a punto de estallar por su barriga que, según él, fue construida a punta de cerveza, es el dueño de la tienda conocida como Los Cachacos, sobrenombre con el que lo bautizaron cuando era joven (tiene 63 años) y viajó a Bogotá para trabajar.
A este lugar llegan especialmente trabajadores de alfarería, como ‘Gacha’, quien además es sobrino de don Luis. Allí se alcanzan a vender en un fin de semana normal 60 canastas de cerveza (1.800 botellas), pues todos los que llegan se beben como mínimo unas 50 ‘frías’.

Acá en Sáchica no conocemos qué es emborracharse

En Los Cachacos, donde cada 30 segundos suena una tapa de cerveza cayendo al piso, no olvidan la historia de una de las leyendas del pueblo.
Un viejo gordo que viene de un páramo y que anda con los cachetes colorados, quemados es el que infunde respeto en cada tiendita de Sáchica. “Ese señor sí que toma, es de cuidado, sumercé”, cuentan. Hace unos años lo retaron a tomarse todas las cervezas Brava, con 6,5 grados de alcohol: si lo lograba sin emborracharse no pagaba un peso, pero si quedaba noqueado él pagaba toda la cuenta. Don Franco tomó y tomó, acabó con las 60 cervezas que había como en unas dos horas y sin estar borracho se levantó y se fue.
Los Cachacos es una de las tiendas donde más se bebe en Sáchica.

Los Cachacos es una de las tiendas donde más se bebe en Sáchica.

Foto:Abel Cárdenas / EL TIEMPO

Donde doña Estelita dicen que entre las cosas por las que le tienen tanto terror a don Franco es porque mientras que ellos, unos bebedores consagrados, consumen una ‘pola’ a buen ritmo, el señor ya va acabando la segunda.
Pero lo que los deja más atónitos es como sin usar sus manos, don Franco coge dos cervezas con su boca de la mesa y se las bebe en unos 10 segundos. “Eso es de no creer”, revelan.

¿Chicha o cerveza?

“¿Se ha emborrachado?”, le preguntan a don Luis, que toma esa inquietud casi como una ofensa. “Acá en Sáchica no conocemos eso”, dice, y le replican: “Pero, ¿cómo hacen?”.
Quienes lo acompañan –dos de sus hijos, Camilo y Lucho, junto con su sobrino ‘Gacha’ y don Hernán– piden unos pedazos de pan y unas buenas tajadas de salchichón. “Vea, anoten, esta es la comida para picar cuando tomamos, ese debe ser un secreto”, supone Lucho, a quien le preguntan si debe ser de alguno en especial.
“Pues de cuál más, de burro, eso no hay de otro”, cuenta el padre de familia que revela su predilección por la chicha en vez de la cerveza.
Don Luis sigue tomando chicha de la que hacen los campesinos cundiboyacenses, su generación en la juventud fue de las últimas que, dice él, alcanzó a disfrutar de este fermento de maíz al que ya desde 1920 los médicos señalaban como “el mal de la raza”, cuando en esa misma década se le sentenció la guerra, para infortunio de sus amantes.
Tanto en Cundinamarca como en Boyacá, las chicherías eran los principales centros sociales, como revela el libro ‘La ciudad en cuarentena’, de los historiadores Óscar Calvo y Marta Saade, pero la batalla en su contra acabó con su producción casi que por nocaut.
Primero fue el mazazo de generar la creencia de que la ‘chicha embrutecía’, dicho por los médicos de la época, como indica el libro, y luego los impuestos a la venta del llamado vino amarillo, que dificultaba su compra para quienes encontraban en él un manjar. La cervecería Bavaria, que nació en 1889, daba saltos agigantados y la publicidad le abría espacio; entre tanto, la amada chicha de don Luis era condenada cada vez más.
A los impuestos se les sumaron las nuevas medidas de sanidad, como que el fermento de maíz se entregara empacado con menos de un litro de bebida y otra serie de condiciones técnicas a las que las chicherías no tenían cómo responder. También, la expulsión de estos establecimientos de las zonas céntricas en todos los municipios del país.
La chicha ya agonizaba y la estocada final llegó tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, cuando el ministro de Higiene, Jorge Bejarano, acabó con la producción de chicha y los impuestos que dejaba ese producto fueron ampliamente acogidos por la cerveza, que para los años 50 ya era la bebida popular de los colombianos. La chicha estaba relegada a campos donde la hacían a hurtadillas. Sáchica no escapó de la abolición y aunque la bebían, como don Luis en alguna fiesta veredal, la cerveza se quedó con el paladar de la mayoría, que ahora no esconde su fascinación por la ‘pola’.
Lucho, el hijo menor, dice que “es tanto lo que nos gusta tomar en Sáchica, que en el último paro de camioneros los que bloquearon al pueblo solo dejaron pasar al camión de la cerveza”. Esa vez, un viernes, lo dejaron cruzar, pero les “pidieron” unas 80 canastas como ‘peaje’. “Todas se las bebieron ese fin de semana”, dice Lucho y se echa a reír.

En el último paro de camioneros los que bloquearon al pueblo solo dejaron pasar al camión de la cerveza

A los guayabos, esta familia le encontró remedio y lo transmitió por Sáchica. Camilo, de 34 años y que heredó la barriga de su papá, afirma que es muy extraño que se embriaguen. De llegar a pasar dice que se curan tomando un aguardiente doble, con eso se redimen y continúan con su rutina cervecera. Y si al despertar la resaca es muy berraca, la salida sagrada es una ‘pola’ a fondo, porque “para la mordedura de perros, pelos del mismo perro”,asegura.

La cantaleta del cura a los borrachos

Cuentan en la tienda, donde ya tienen tres canastas apiladas y desocupadas, que los patrones pagan los sábados, por eso es el día que los sachiquenses más se embriagan y el par de rockolas que hay aprovechan para abrir. Estas alcanzan a vender, solo en cerveza, unos 3 millones de pesos el fin de semana y aunque la felicidad es la que reina cuando de beber se trata, las tragedias empañan las fiestas de Sáchica.
Una de las últimas fue el 29 de noviembre del 2014, el joven Diego Yagama salió con sus amigos a celebrar en la víspera de su cumpleaños al ritmo de carrangas.
Con varias 'frías' en la cabeza, y ya de madrugada del otro día, agarró una moto junto con uno de sus amigos. Avanzaban por la carretera y, de repente, fueron arrollados por un carro que transitaba por la vía nacional en la vereda El Espinal, donde vivía. Diego murió el día de su cumpleaños.
En Sáchica, estos accidentes de tránsito en los últimos seis años han dejado cinco personas muertas y otras 18 lesionadas, según las cifras de Forensis de Medicina Legal. El consumo excesivo de alcohol en el poblado se convierte en tragedia; sin embargo, muchos de los que beben por horas siguen manejando sus motos cuando anochece.
En la tienda Los Cachacos hablan de esas historias que los enlutan, además, entre chiste y chanza, los hombres cuentan que sus mujeres los cantaletean a diario por sus borracheras. El tema es serio, a la Comisaría de familia del pueblo, en el 2016, llegaron 62 casos de violencia intrafamiliar, muchos de ellos relacionados con peleas después de una noche de juerga del esposo. En el 2015 fueron 29 denuncias.
El cura del pueblo, Ismael Raba, es uno de los que trata de lidiar con los problemas que ocasiona el alcohol entre sus feligreses, por eso decidió no volver a ninguna celebración veredal donde brinden licor. Esa ha sido su medida más fuerte, teniendo en cuenta que el sachiquense es muy católico y las bendiciones de los sacerdotes hacen parte de sus costumbres.
Desde su templo, este sacerdote de 50 años hace prédicas fuertes contra el licor, todo porque desde su llegada al pueblo hace dos años fue testigo de mujeres y hombres que tocaban su puerta para pedirle consejos por peleas que libraban en sus casas, hasta casos donde era el hijo era quien golpeaba a sus padres luego de emborracharse.
El sacerdote cuenta que mujeres y hombres toman por igual y desde su prédica no se cansa de insistir en que “la cerveza destruye la familia y la economía”.
Lamenta que en Sáchica se haya enfundado en los hombres la creencia de que quien se emborracha más es un macho y que las mujeres, empoderadas en su feminismo, consideren que tomar las hace sentir con mayor autoridad.
El alcalde Cuadrado es otro de los que ve cómo ese consumo excesivo está acabando con los hogares y arrastra a menores de edad que absorben lo que ven de sus padres con la cerveza, por lo cual adelanta el programa Familias fuertes, de Minjusticia, para contrarrestar ese mal que aqueja a la sociedad sachiquense.

Tragos alegres

Ni el sermón del padre Raba ni los programas del alcalde Cuadrado frenan el consumo de licor en Sáchica, donde se aferran a esas costumbres de antaño, que también ha sido, en otros casos, la excusa para unir parejas.
Desde Los Cachacos se ve pasar por el frente y casi como persiguiendo al camión de Bavaria a doña Melba Vargas y a su esposo Jesús Corredor en una moto. “Allá viene una de las mujeres que toma más que el esposo”, secretean ‘Gacha’ y Lucho, que ven en dicha pareja un hogar donde la cerveza no es amarga, sino dulcecita.
Doña Melba saluda: “Cómo están, sus mercedes”. Le ofrecen una cerveza y su esposo la espera en la moto. Llevan más de 30 años de casados y se les ve contentos.
No fue fácil enamorar a Melba, pues ‘Chucho’, como conocen a Jesús, apenas le podía hacer unas miraditas cuando estudiaban. Era tímido.
Un día y luego de declararle su amor a Melba, le pidió ayuda a su hermano. “De hoy no pasa”, pensó. ‘Chucho’ se llenó de valor como los sachiquenses suelen hacerlo: bebiendo cerveza, y después se dirigió con su hermano hacia la tienda de los padres de su amada. Él sabía que poco lo querían, pero debía intentarlo.
Melba y Jesús llevan 30 años de casados.

Melba y Jesús llevan 30 años de casados.

Foto:Abel Cárdenas / EL TIEMPO

“Me da un petaquito, sumercé”, dijo. Pasadas las primeras dos 'polas' se acercó a donde los padres, tomó un sorbo profundo de Leona, en ese entonces la preferida en Sáchica, y continuó: "Yo me quisiera tomar estas cervecitas con ustedes”, ellos atendieron y se sentaron a beber. A ‘Chucho’ le tambaleaban las piernas. Melba, desde la vitrina de la tienda, prestaba atención a cada cosa que el timorato enamorado decía.
‘Chucho’ recuerda que les gastó el petaco con el único objetivo de acercarse a su amada y pedirla en matrimonio. Las conversaciones fueron duras, sobre todo con la madre de Melba, y por eso tuvo que gastar otra y otra canasta. Pero luego de 30 años, no se arrepiente de esos momentos contra el paredón y le agradece a la cerveza por ablandarles el corazón a sus suegros. Es feliz.
Entrada la tarde en Los Cachacos, las esposas de los bebedores empiezan a llegar. Los miran de reojo y estos se hacen los desentendidos, pero una abertura de ojos pronunciada y un grito de “camine ya o me va hacer esperar”, es la señal para que la fiesta acabe y regresen a casa. Ya a las 7 de la noche, las tiendas están desoladas, pero ellos saben que pronto amanecerá y volverán a destapar una nueva cerveza.
CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
Sáchica (Boyacá)
Esta nota fue publicada en el 2017.
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