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Rosalba y su lucha por encontrar a sus hijos desaparecidos en Armero

Rosalba Izquierdo perdió a sus hijos Andrés Leonardo y Diego Armando cuando tenían dos años y medio y tres años y medio.

Rosalba Izquierdo perdió a sus hijos Andrés Leonardo y Diego Armando cuando tenían dos años y medio y tres años y medio.

Foto:César Melgarejo / EL TIEMPO

Es una de las 230 madres que, 32 años después de la tragedia, espera encontrarse con los suyos.

Andrea Morante
Cada año, por esta época, Rosalba Izquierdo recae en una profunda tristeza y su salud se deteriora. Inexorablemente vuelven las imágenes del momento en que se despidió de sus pequeños Andrés Leonardo y Diego Armando, a quienes dejó al cuidado de los abuelos, mientras iba a Bogotá por sus cosas para regresarse del todo a Armero.
Pero cuando llegó a la capital la esperaban con una noticia que la dejó frente a un doloroso viacrucis, que hoy todavía no termina. Su pueblo había desaparecido y no se sabía nada de sus dos hijos, con 2 años y medio y tres años y medio; ni de sus padres, ni de sus medio hermanos ni de sus tíos.
Ella es una de las 230 madres que 32 años después de ocurrida la mayor tragedia que ha vivido el país –el 13 de noviembre de 1985– siguen buscando a sus hijos desaparecidos.
Tras recibir la infausta noticia, Rosalba apenas pudo esperar que amaneciera para empezar el angustioso viaje de regreso. Lo hizo en la misma flota en la que iba un grupo de socorristas. Y al llegar a Guaduas se encontró con los primeros sobrevivientes. Desesperada empezó a preguntarles, pero nadie le dio una luz esperanza. Entonces, como pudo, consiguió viajar hasta Guayabal, el pueblo más cercano del lugar de la tragedia.
“En Guayabal encontré personas agonizando, y tuve que pasar por una hilera de cuerpos y destaparles uno a uno la carita para ver si eran los míos”, recuerda Rosalba, que meses antes había asumido la difícil tarea de criar sola a sus dos niños y trabajaba para un taller de confección de ropa en la calle 11 con carrera 9, en el centro de Bogotá.
Cada 13 de noviembre, decenas de armeritas se reúnen en la zona donde alguna vez estuvo uno de los pueblos más prósperos del Tolima.

Cada 13 de noviembre, decenas de armeritas se reúnen en la zona donde alguna vez estuvo uno de los pueblos más prósperos del Tolima.

Foto:Juan Carlos Escobar

Al no encontrar ningún indicio sobre su familia se las arregló para superar los obstáculos que dejó la avalancha del río Lagunilla y el barro que cubrió buena parte del pueblo, hasta que ubicó el barrio El Mango, donde vivían sus padres y que junto con el cementerio y la fuente de soda El Mercadito fueron los únicos lugares que no se inundaron. No obstante, la casa de la familia resultó afectada y con la avalancha se desplomó una de las habitaciones.
Allí pudo averiguar que a sus padres seguramente se los llevó el río. Ellos, como muchos en el pueblo, no creyeron en la alerta que lanzaron antes algunos pobladores, entre los cuales estaba un tío de Rosalba y quien llegó en bicicleta al barrio gritando que por la montaña baja una avalancha de lodo y lava (del volcán Nevado del Ruiz). Alcanzó a salvar muchas vidas, pero no la suya misma ni la de su familia. El cuerpo lo hallaron atrapado en los escombros y fue imposible rescatarlo.
En la búsqueda de sus hijos Rosalba cuenta que viajó a donde le decían que los vieron. Estuvo en Mariquita, en Ibagué, en Honda, en Villeta, en Guaduas, en La Dorada y hasta en una finca bien adentro, en el Meta. “Mucha gente se aprovechaba de mi dolor. Me enviaban de un lado para otro, me decían que estaban allí, que estaban allá, que se los habían llevado para otro lado o incluso que ya los habían sacado del país”, recuerda la desconsolada madre.
Al cabo de tres meses rondando la zona, regresó a Bogotá con el alma destrozada, aunque sin desistir de preguntar por sus niños. Empezó a visitar hospitales y hogares infantiles donde sabía que estaban sobrevivientes, y recuerda que un año después de la avalancha recibió una llamada de la clínica Colsubsidio, para que fuera a confirmar si entre un grupo de infantes se encontraba Andrés Leonardo, el mayor de sus hijos. Su desazón fue grande cuando llegó al centro médico y se encontró con un menor vendado de pies a cabeza, pero era más alto.
Fue la primera vez que surgió una esperanza de ver con vida a uno de sus dos pequeños; no obstante la frustración, siguió con su incansable búsqueda. Así llegó al jardín El Cafeterito, en Bogotá, donde fueron llevados algunos sobrevivientes: uno de ellos se parecía a Diego Armando. “Cuando lo vi, le dije a una empleada que ese era mi hijo, pero ella me respondió que no, que la mamá había quedado en Armero (murió en la tragedia). Luego me lo dejaron abrazar, y ahí empecé a desilusionarme, perdí mi alegría”, dice Rosalba, a quien se le quiebra la voz cada vez que habla de sus dos bebés, como aún se refiere a ellos.
Años después, esta armerita viajó a Lérida, en el norte del Tolima, a la conmemoración de uno de los aniversarios de la tragedia. Allí, de nuevo, se le abrió otra posibilidad de ver a Andrés Leonardo y a Diego Armando. El primero debía cumplir 34 años el 6 de diciembre próximo y el otro ya tendría 35, desde el pasado 26 de julio.
En ese pueblo, Rosalba se encontró con María, la señora que les ayudaba a sus padres y quien sobrevivió. La mujer apenas le dijo que Diego Armando había salido con vida, pero que luego se lo quitaron. Del otro niño no dio razón alguna. Esa nueva versión lo que hizo fue reforzar en ella la esperanza de “encontrarlos algún día”.
Años después, la joven madre se reencontró con el padre de sus hijos y quedó en embarazo, y otra vez, sola, tuvo que enfrentarse a la vida, pero ya con la compañía de otro hijo, Juan Pablo, quien se convirtió en su apoyo. “En medio de mi dolor tan grande, Dios me bendijo con otro hijito”, dice Rosalba, quien hoy vive junto con Juan Pablo en el sector de Kennedy, en Bogotá. Él no solo le brinda consuelo sino que también la ha acompañado en la pesquisa.
Como esta madre estaba dispuesta a hacer hasta lo imposible para encontrar algún rastro de sus pequeños, fue a revisar las osamentas entre los escombros de la casa de sus padres. Y excavó sobre todo en la habitación que había colapsado, pero no halló nada.
El tiempo pasaba y se fueron sumando tristezas y fracasos, pero ella se aferraba cada vez más a la fe y a sus plegarias, en las que ruega para que sus niños hayan sido acogidos por una familia y que más pronto que tarde puedan reencontrarse.
De hecho, un día, viendo la televisión, se enteró de que una fundación estaba ayudando a buscar a los niños perdidos en Armero. De una vez se armó de valor y volvió a buscar sus fotos y documentos y salió tras esa ONG. Con todo el dolor que le produce escarbar en sus recuerdos, Rosalba contó una vez más cómo perdió a Andrés Leonardo y a Diego Armando y su penoso viacrucis. Al tiempo la llamaron para una prueba de ADN, lo que le reafirmó la esperanza.
“Espero que de un momento a otro me llamen. Cuando recibo una llamada de don Francisco (González, el director de la Fundación Armando Armero), ruego a Dios que sean noticias de mis hijos”, dice Rosalba, una de las 230 madres que buscan a sus niños perdidos durante la tragedia de Armero y a las que hoy se les abre una posibilidad, por más remota que sea, de que ese día puede llegar.
GUILLERMO REINOSO RODRÍGUEZ
EL TIEMPO
Twitter: @guirei24
Andrea Morante
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