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En Mejor Esquina empezó la historia de sangre del Caribe

Hoy residen en Mejor Esquina menos de la mitad de los 1600 habitantes que poblaban el caserío en aquel 1988.

Hoy residen en Mejor Esquina menos de la mitad de los 1600 habitantes que poblaban el caserío en aquel 1988.

Foto:Archivo/EL TIEMPO

Hace 30 años se registró la primera masacre de los paramilitares en el Caribe colombiano.  

Andrés Artuz
Sucedió en ‘La Florida’, una amplia y acogedora casa campestre de propiedad de Elvia Martínez. En medio de una formidable panorámica, con dos imponentes palmeras en su vestíbulo, la casa de campo estaba ubicada en la entrada de Mejor Esquina, jurisdicción de Buenavista (sur de Córdoba).
Allí ocurrió la noche del 3 de abril de 1988 -Domingo de Resurrección- la primera matanza de personas, por parte de paramilitares, en el Caribe Colombiano.
Registran las frías e infalibles cifras que pasadas las 10:30 p.m., 27 personas que disfrutaban de un fandango amenizado por la banda ‘Tres de Mayo’ de Montelíbano, fueron brutalmente asesinadas por 15 hombres uniformados con prendas militares, armados con fusiles que irrumpieron en la estancia disparando a diestra y siniestra, a todo lo que se moviera.
El ‘despiadado aguacero’ de balas duró alrededor de 30 minutos, según los cálculos de algunos sobrevivientes, y esparcidas en el aire, con la dureza de muchos latigazos seguidos en la espalda, a pleno sol, quedaban las palabras de los criminales: “Suerte para los que quedan vivos; que lloren mucho a sus muertos, partida de guerrilleros hijueputas”.
Se sabría después que en su retirada, en las afueras de la finca, los fabricantes de muertos asesinaron a Juan Acevedo, dejando así un concluyente saldo de 28 acribillados, entre hombres y mujeres; adultos y niños.
Como dato curioso para la posteridad, ninguno de los integrantes de la banda musical fue blanco del tiroteo.
“Esto que nos pasó no tiene nombre. En mi caso particular es inenarrable - dice José Sáenz, años después de la tragedia, haciendo un esfuerzo inocultable para no llorar.
“Vi cómo mataban a mi hijo Anastasio y a varios amigos y familiares, y luego vi cómo se alejaban los asesinos en medio de burlas e ironías sin que nosotros, presas del terror, pudiéramos hacer nada.
Esto es grande. No sé cómo he podido vivir desde entonces. Pasan los años, pero el recuerdo se mantiene vivo, nítido y quemante…
Fue él quien casi cuatro horas después de la barbarie, a lomo de caballo, y tras un incesante galope de más de media hora en plena oscuridad, llegó a Buenavista y dio la mala nueva: “Unos hombres disfrazados de soldados llegaron al fandango de Mejor Esquina y mataron a tiros a muchas personas”.
Horas después se sintió en la región, el país y el mundo el sonoro impacto de la noticia.
El tradicional acordonamiento, como medida preventiva para el levantamiento de los cadáveres, fue algo que se obvió en Mejor Esquina. Recuerdan los sobrevivientes que en vista de la tardanza del inspector de Policía de Buenavista, Alcides Luna, quien llegó al lugar de los hechos 12 horas después, los lugareños optaron por sepultar a sus difuntos, pues éstos empezaban a descomponerse y a ser comida de gallinazos, perros y cerdos.
Los heridos, 15 en total, serían remitidos a hospitales de Planeta Rica y Buenavista. Ninguno murió.
“A mí no me mataron porque uno de los asesinos se compadeció de que yo era lisiado de las dos piernas, en cambió ‘cosieron’ a tiros a mi burro”, dice Sabino Avilés, uno de los testigos de aquella noche. “Yo era un niño que me arrastraba apoyado de las manos. Todavía es la hora que en mis noches de desvelo oigo las voces de los asesinos, diciendo que no dejaran vivos a ninguno de nosotros”.
Sabino no tienes piernas. Él es uno de los casi 400 habitantes que residen en una de las 66 casas de Mejor Esquina. “Hay que saber vivir con los cruentos recuerdos. No nos queda otra. Es imposible tratar de olvidar. A mí me mataron a dos hermanos”, dice el hombre.
De acuerdo con la reconstrucción de los hechos por parte de los sobrevivientes, el líder del comando homicida era un individuo alto, corpulento, de piel clara. Llevaba puesto un sombrero vueltiao. Su escolta inmediato era un hombre de color, también de contextura gruesa, que llevaba en la cabeza una pañoleta. Algunos residentes del pueblo no dudaron en afirmar que ese era Vladimir Baquero, un ex guerrillero de las Farc, conocido mejor como ‘Vladimir’.

Yo me salvé porque en medio de la confusión de tiros y gritos me tiré al suelo, donde estaba uno de los acribillados, y me hice el muerto. Solo por eso hoy puedo referir la historia

Epicentro de la barbarie

Buenavista es uno de los 30 municipios que conforman el departamento de Córdoba.
Así mismo es uno de los nueve que integran el denominado Valle del San Jorge. Está ubicado en el sur de Córdoba, y a él pertenece el caluroso corregimiento de Mejor Esquina, del que está distanciado a 20 kilómetros, y al que se llega luego de transitar por un camino angosto, de tierra rojiza, cercado a lado y lado del trayecto con alambre electrificado, clavado sobre maderos secos.
El color verde vivo de la sabana; la imponencia de las bongas, ceibas y carretos; la majestuosidad de las fincas y la apacibilidad del ganado vacuno, son imágenes que alimentan la vista del viajero.
Al llegar, comprobamos que, pese a su riqueza natural, Mejor Esquina es un humilde caserío lleno de atraso, como la mayoría de los pueblos del Caribe con deficientes servicios básicos. Subsiste gracias a la agricultura y la ganadería.
Solo en 1992, cuatro años después de la masacre, llegaría el progreso, materializado en el fluido eléctrico; en la adecuación de un sistema de agua potable, y en la construcción de un puesto de salud.
“Este era un pueblo olvidado por el Estado, pero aquí la gente vivía feliz. Todavía es la hora que nos preguntamos por qué hubo esa matanza”, plantea Sabino Avilés.
Minutos antes de que los criminales repartieran fuego, en la finca 'La Florida' se encontraban cerca de 250 de las 1.600 personas que en esos momentos habitaban el pueblo, campesinos en su mayoría.
“Era costumbre del pueblo, y todavía sigue siéndolo, prender el fandango el Domingo de Gloria, en la Plaza. Pero como ese 3 de abril de 1988 había amenaza 72 de lluvia, se convino no realizar la fiesta a cielo abierto, sino en un recinto cubierto. Por eso se escogió la finca de la señora Elvia Martínez, hermana del entonces concejal Ruperto Martínez”, explica Silvio Sáez, sobreviviente de la masacre, quien trabajó aquella noche como mesero.
Después de consumada la masacre, en Mejor Esquina y toda Córdoba se tuvo la certeza de que un escuadrón de 15 personas, autodenominado Los Magníficos, fue el autor de la masacre. Nadie refutaría esa creencia.
Sin embargo, el caso quedó en la impunidad absoluta, puesto que el proceso en sí nunca arrancó. Los familiares de las víctimas no vacilan en afirmar que la investigación no prosperó por la inoperancia de la justicia y la Fiscalía.
Sobre la matanza en Mejor Esquina se manejan dos hipótesis: la cacería que los paramilitares emprendieron contra Rafael Pastrana Martínez, conocido con el alias de ‘Nochila guapa’, individuo de la región que lideraba una fracción insurgente de EPL, y que supuestamente estaría en esa noche en el fandango.
El rumor tomó fuerza porque, según testigos, los criminales les preguntaban en voz baja a los asistentes quién ahí era ‘El Rafa’, como también se le conocía a Pastrana Martínez, asesinado años más tarde en Cartagena. La otra hipótesis la hizo circular el DAS: todo obedeció a una guerra declarada entre narcotraficantes y paramilitares de la primera generación, bajo la conducción de Fidel Castaño.
Dos palmeras y varios árboles de regular envergadura permanecen aún en pie en el lugar que sirvió de epicentro del fandango macabro. Lo demás fue destruido. En un amplio solar lleno de maleza quedó transformado el predio en el que estaba la finca ‘La Florida’, sinónimo de hospitalidad, de belleza, de esparcimiento.
“Derribar esa casona fue lo mejor que pudo ocurrir, pues haberla conservado era algo así como mantener viva la imagen de nuestra tragedia. Y no es que nos hayamos olvidado, pero ver la finca significaba martillar y martillar en los recuerdos”, dice Wilson Martínez, uno de los asistentes a la fiesta, que aquella noche se marchó temprano, minutos antes de que llegaran ‘Los Magníficos’, gracias a que su mujer lo hostigó con la cantaleta de que “ya estaba bueno, que ya tenía sueño”.
Hoy residen en Mejor Esquina menos de la mitad de los 1600 habitantes que poblaban el caserío en aquel 1988. “Muchos se fueron a tratar de sepultar aquellas penas e iniciar un nuevo ciclo de vida en otras tierras. El tiempo pasó, pero el recuerdo al igual que las heridas, permanecen vivos… 
REDACCIÓN CARIBE
Andrés Artuz
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