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Luis Fernando Mejía volvió a tomarse la Luna de Locos

El poeta Luis Fernando Mejía, en el festival.

El poeta Luis Fernando Mejía, en el festival.

Foto:Alexis Múnera

El festival ha tenido la voz poderosa del poeta, que reapareció en público tras 30 años.

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Hoy veinte años después y no de estar frente al pelotón de fusilamiento, sino ante un arsenal de poetas, Pereira hace eco de las voces, de los tropos, de las gestas, de los recovecos y de la sublimidad de la poesía. La tierra de los Prometeos, se arropa, además de la ruana de don Luis Carlos González, con la luna de los locos y errantes, de los trotamundos y escava palabras.
Por ahí entre discutir sobre literatura y obtener un entusiasmo que saltara de las aulas, se ideó, en el espacio del Planetario de la Universidad Tecnológica de Pereira, por creación de Giovanny Gómez, quien en ese entonces llevaba una carrera de poeta por pertenecer a los círculos literarios de la institución educativa (ya clausurada) Rafael Uribe Uribe: “En septiembre de 1998 esa primera lectura fue un detonante muy fuerte en la vida cultural de la ciudad, porque nos demostró una decisión de la gente por sentir la poesía”, relata.
Mientras la luna seguía su esplendor, las instituciones y hasta la propia universidad, no confiaban en las ideas de alto vuelo del gestor. Veinte años después la revista alzó páginas y Luna de Locos es un festival de poesía de reconocimiento mundial.
Coincide en que el festival ha tenido la presencia latente de Marte, la luna llena y la voz poderosa de Luis Fernando Mejía, poeta barranquillero, quien reapareció en público luego de 30 años.
La poesía se ha colado en los andenes y parques, en los municipios de Risaralda, en las instituciones educativas donde los estudiantes festejan el encuentro con la palabra y se muestran como realizadores de versos y escritos con ese aire de metáforas; va y busca a los lectores, aproxima los versos libres y con métrica, en prosa y con rima, a quienes gustan y gestan un pacto con las letras. Son escritores que se les ve deambular por las calles y con su grito o murmullo se instalan, como si fueran andamios, para explorar encuentros, para divertir y angustiar, para entretener y a veces incomodar. Vienen de rincones de la geografía de la aldea global, desde cada continente han salido para poblar el Paisaje Cultural Cafetero, sumadas a las fachadas, a las fincas, a la arriería, al cantar de los pájaros, y al sonar de las aguas de los ríos. Sus poemas han quedado en la revista y en las doce versiones del festival.
Antes no era sino un encuentro de almas dedicadas a las letras y a las metáforas, luego el asunto dio para que se diera lugar a un hecho más alegre y dinámico: un festival. Giovanny abandonó su carrera como ingeniero y se dedicó a la literatura. “La revista nació como una necesidad de hacer memoria de los poetas invitados y fue la plataforma con la que se consolidaría el festival”, nos cuenta.
“Me negaré a olvidarme. Gritaré mi silencio entre los ruidos de las fábricas. Me levantaré a recoger la angustia de los domingos de lluvia y los años que pasaban buscándome entre los niños del parque”, se escucha esa voz fuerte y diciente de Luis Fernando, de quien pareciera hubiera dejado algunas puntadas sin acabar y hoy regresó para saldar deudas y estrechar lazos con el público. Ha vuelto y el festival lo ha invitado para reencontrarse con el público, para festejar sus versos. Fue el escritor y periodista Gustavo Acosta Vinasco, quien nos permitió -por medio de un perfil de su figura- acercarnos de nuevo a Luis Fernando.
Poesía hay para largo y ancho en Pereira. “Nadie podrá obligarme a que desaparezca si he dejado la vida sobre todas las cosas”, es el verso del poema de Luis Fernando, con el que se promociona el festival, que cada año retoma un autor para hacerle homenaje.
Desde Bielorrusia, Rumanía, Irak, Gales, España, Polonia, Argentina, México, Noruega, Canadá, Malta, Cuba y desde luego Colombia. Karl Schembri de la isla de Malta compartirá sus dos libros (Recordando el futuro y Rayuela bajo la lluvia): “Amo a mi isla con la distancia del astronauta que nunca sabe si volverá a casa vivo”. Una mujer croata-española, Deborah Vukusic, quien escribe para incendiarse, sus versos antibélicos, en su libro Guerra de identidad: “cuento cuentos, me cuento el mismo cuenta cada noche, para decirle al futuro cómo tiene que ser”.
Giovanny recuerda, que quizás uno de los matices diferenciales del festival, es: “Hacer un festival debajo de un puente, en las canchas deportivas de los centros escolares, en los parques, en el bosque del jardín botánico, los parques de El Lago, El Olaya Herrera, ha sido un reconocimiento de nuestra ciudad como un lugar para la poesía”, se vive Pereira, también en sus 155 años de existencia, se siente la poesía.
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