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La silenciosa batalla contra la enfermedad de Chagas

Yolendi Riaño, de 29 años, junto a sus cinco hijos. Ella y tres de los pequeños tienen Chagas.

Yolendi Riaño, de 29 años, junto a sus cinco hijos. Ella y tres de los pequeños tienen Chagas.

Foto:Armando Neira / EL TIEMPO

La vida en Nunchía, donde parte de sus habitantes padecen un mal que podría llevarlos a la muerte.

Juan Carlos Rojas
Junto a la piedra en donde un día Simón Bolívar descansó antes de iniciar la Ruta Libertadora, a José Olegario Cataño, de 51 años de edad, lo está acabando la incertidumbre. “Me molesta un dolor en el pecho, aquí cerquita de mi corazón, la cabeza me da mareos pero no sé qué enfermedad tengo”.
Unos exámenes de laboratorio le confirmaron hace poco que tiene la enfermedad de Chagas, un mal que está en una lista de la Organización Mundial de la Salud (OMS) bajo el rótulo de Enfermedades Tropicales Desatendidas (ETD), porque Se originan en entornos de escasos recursos. Pero José Olegario no quiere creerlo.
Aquí, en el municipio de Nunchía, Casanare, la vida corre lenta. Como si el tiempo se hubiera detenido y donde para muchos el caballo sigue siendo el principal medio de transporte. Cataño vive en la vereda Vijagual. En una casa de techo de paja, donde anida el pito, un insecto que pica a los mamíferos para beber de su sangre. En ocasiones, también clava su pico en los humanos. Tras hacerlo, defeca un parásito en la piel de su víctima, que, al rascarse, lo mete en su organismo.
En muchos casos, los afectados se habitúan al dolor y viven con él durante décadas. Pero hay estudios que estiman que un 30 por ciento corre un alto riesgo de sufrir fallas cardiacas. El Chagas es una enfermedad parasitaria endémica en América Latina. En la región, afecta a unos siete millones de personas y cada año se lleva hasta 10.000 vidas.
En Colombia se estima que hay unos 438.000 casos, según datos de la OMS. Y el grueso, en zonas olvidadas. Por ejemplo, entre las poblaciones indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en viviendas campesinas de Boyacá o los Santanderes o aquí en Nunchía, que tiene 9.400 habitantes, de los cuales 2.200 viven en el casco urbano. La mayoría vive en el campo porque dicen que “es una tierra buena”. Los cultivos se ven frescos, entre grandes extensiones de tierra surcadas por quebradas y ríos de aguas cristalinas.
Pero, pocos son propietarios. Según Sandra Garzón, secretaria de Desarrollo Social de Nunchía, hay 8.852 personas en el Sisbén, en su gran mayoría en estratos 1 y 2. Ante las dificultades diarias, ¿qué trascendencia le van a dar a un dolor de cabeza o la presión constante en el pecho?
Hasta aquí llegó un grupo de científicos de la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Olvidadas (DNDI, por sus siglas en inglés, ‘Drugs for Neglected Diseases Initiative’), organización internacional sin ánimo de lucro que en el país trabaja en cinco municipios de cuatro departamentos en el proyecto Eliminación de Barreras para el acceso a la atención de pacientes con Chagas.

Aquí asustan. En la guerra mataron mucha gente que aún no ha encontrado el descanso.

En un trabajo conjunto con las secretarias de Salud municipales y departamentales, el Instituto Nacional de Salud y el Ministerio de Salud busca que la gente se haga la prueba y confirme o descarte que sufren la enfermedad. De 200 personas que se han hecho la prueba en Nunchía, 30 han dado positivo. “Eso aquí afecta a los niños; a nosotros los mayores, no”, dice un poblador. “Y ellos como son chiquitos, se sanan rápido”.
Su testimonio evidencia la batalla de la ciencia contra las creencias populares, que aquí se fortalecieron durante la violencia. “En los paros armados de la guerrilla, no podíamos ir en las misiones médicas. Todos los tratamientos quedaban interrumpidos”, asegura un médico que conoce bien la región y que prefiere mantener su nombre en reserva.
“Cuando los médicos no podían venir rezábamos más, porque sabíamos que Dios nos curaría”, explica José Fermín Pérez, de 44 años, en su finca de Tamuría, a tres horas a pie. Una vereda hoy olvidada pero que tuvo su época dorada porque allí nació, en 1827, Salvador Camacho Roldán, quien fue presidente de Colombia por algunas horas.
En los tiempos del conflicto armado, algunas madres burlaban los cercos impuestos a Nunchía y llevaban a sus hijos en la madrugada para bañarlos en las aguas del río Tocaría con la creencia de que así sanarían. “El río hace milagros”, dicen las mujeres mayores.
Así como eran recursivas para esquivar los azares de la guerra, a las mujeres les ha costado desprenderse del machismo. A dos horas del pueblo, está la casa de Yolendi Riaño, de 29 años. Tiene un solo cuarto en donde vive con su marido, sus cinco hijos –tres niñas y dos niños– y, además, su padre.
Cuando estaba embarazada del menor, le confirmaron que tenía Chagas. Tres de sus hijos también. A una la afectó de tal manera que no pudo levantarse durante un par de meses por lo que perdió el año académico.
¿Cómo está usted? “Me siento mal pero no he vuelto al médico”. ¿Por qué? “Porque mi marido no me deja salir de la casa. Dice que eso es un invento mío para irme a ver con un amante”, responde abrazada por sus pequeños, descalzos, mientras un perro olisquea las basuras tiradas en el patio.
Eliana Rodríguez, profesional de Salud Pública del municipio, cuenta que este argumento ya se lo ha escuchado a varias mujeres. “Es muy difícil luchar contra una cultura en donde ellas son consideradas como una propiedad privada”.
Los miembros del equipo médico van hasta la iglesia de Nunchía, una joya arquitectónica que, según historiadores locales, fue levantada con piedras del río por los misioneros jesuitas en el año 1655, y le dicen al padre Fabio González que “sería muy positivo que en sus homilías invitara a los feligreses a hacerse la prueba”. Él, desde las escalinatas también de piedra, sonríe y asiente.
Sandra Garzón observa la panorámica del pueblo desde el cerro Santa Bárbara. Hasta hace poco, los actores armados se peleaban su cúspide. Quien la controlara, tenía el mejor escenario para disparar. Con la firma de la paz con las Farc y el cese del fuego con el Eln, el cerro ahora es un lugar de turismo. Las trincheras vacías son devoradas por la maleza. “Con la paz, podemos concentrarnos en ayudar a sanar la gente”, dice ella.
Rafael Herazo, médico con un magíster en Salud Pública de la Universidad de los Andes y miembro de DNDI, explica: “Existen dos medicamentos para combatir el ‘Tripanosoma cruzi’ (nombre científico del parásito que causa el chagas): el benznidazol y el nifurtimox. Los beneficios del tratamiento dependen de tiempo de infección. Entre más rápido se detecte, los pacientes podrían beneficiarse”.
Eliana Rodríguez, que lleva un año en el municipio, da su testimonio en su oficina adyacente al parque de Nunchía. Este es un lugar amplio, arborizado y con bancas donde la sombra fresca es un bálsamo en medio del atroz calor. “¿No le da miedo quedarse sola aquí trabajando de noche? Le pregunta una vecina. “No. ¿Por qué?” “Aquí asustan. En la guerra mataron mucha gente que aún no ha encontrado el descanso”. En los últimos meses, de los 9.400 habitantes 2.000 se han acreditado como víctimas del conflicto armado.
“Los muertos no asustan”, sentencia ella. “A mí lo que me desvela es la pobreza, el subdesarrollo”.
ARMANDO NEIRA
Enviado especial de EL TIEMPO
Nunchía, Casanare
Juan Carlos Rojas
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