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Cuatro asesinatos, una herencia, dos hermanos ricos enfrentados…

Humberto hijo (izq.), don Humberto Arias, y Carlos (der.). Humbertico pedirá exhumar los restos de su padre para probar que Carlos no es su hijo biológico.

Humberto hijo (izq.), don Humberto Arias, y Carlos (der.). Humbertico pedirá exhumar los restos de su padre para probar que Carlos no es su hijo biológico.

Foto:Archivo familiar

Son ingredientes del extraño caso de los hijos del fallecido Humberto Arias, presidente del Cali.

Diana Rincón
“Esa es la oficina de Humbertico, el hijo de don Humberto Arias, el que dicen que mandó matar a su hermano y al contador”, comenta el taxista que me deja en la puerta de Inversiones Zoilita, en el norte de Cali. “Pero no lo encontrará ahí”, agrega. “Está preso”.
El taxista está en lo cierto: debería estar encarcelado, pero con artimañas consiguió evadir la prisión. Y eso que Humbertico logró que lo mandaran al penal municipal de Florida, Valle del Cauca, y, después, a una amplia y cómoda casa fiscal en pleno pueblo, reservada a presos ilustres. En ella solo cumplen condena un par de burgomaestres corruptos y alguno que otro funcionario torcido.
En todo caso, Humberto Arias júnior, al que los cercanos llaman Humbertico, no permaneció ni un mes interno. Prefirió aguardar el juicio en Cali, viviendo a caballo entre la lujosa residencia de 5.000 metros cuadrados, con pista de bolos y discoteca, de su difunto papá, y la suya propia, también enorme, que linda con la del alcalde caleño, Maurice Armitage.
El primogénito de quien fue el presidente más visionario de la historia del Deportivo Cali, don Humberto Arias, que pasó de vender zapatos a domicilio a respetado empresario multimillonario, afronta una acusación de homicidio. La justicia lo sindica de ser el instigador del asesinato del contador y revisor fiscal de su hermano Carlos, de nombre Carlos Alberto Sarria.
Humbertico es el quinto detenido por el crimen de Sarria, ocurrido en enero del 2015. Dos de sus empleados de confianza, presuntos cómplices, y el sicario que disparó están tras las rejas; y José Fernando Hinestrosa, prestante abogado caleño, con casa por cárcel.
Pese a las numerosas evidencias, el caso dista mucho de estar cerrado. Humbertico proclama su inocencia, al igual que sus empleados, y señala a Hinestrosa, que fue vecino, gran amigo y apoderado de su hermano Carlos, como autor intelectual del homicidio.
El abogado, que logró un principio de oportunidad que le permite continuar en su lujoso apartamento de Bosques de Juanambú, jura que Humbertico lo puso ante una terrible encrucijada. Debía elegir entre acatar la orden de colaborar en el crimen o morir si se negaba, y escogió conducir a la víctima con engaños hasta el parque de los Perros de la capital vallecaucana para que lo mataran.
El sicario no tiene escapatoria. Confesó todo, enfadado porque no le cumplieron con el pago acordado de dos millones de pesos.
Sobre el asesinato revolotea la guerra por la herencia, calculada en unos cien mil millones de pesos, que don Humberto Arias dividió, antes de fallecer, entre sus tres hijos, todos de señoras distintas con las que nunca convivió: un 42 % para cada uno de los de sangre –Humbertico y Carlos–; el 16 % restante para Cristian, al que reconoció como propio aunque no era suyo.
Carlos, casado y con dos hijos pequeños, que vive exiliado en Estados Unidos desde el 2010, tras sufrir un atentado, no duda de que el crimen de Sarria lo urdió su insaciable hermano mayor, ansioso por quedarse con un pedazo más grande del suculento legado paterno en el que hay edificios de apartamentos, lotes, casas, locales y centros comerciales. Recuerda que Humbertico siempre quiso vivir como el niño rico que era, pero su papá no les soltaba un peso.
Para sufragar una existencia desbordada de lujos, Humbertico se echó en brazo de traquetos, según contaron Carlos y otras fuentes confiables con las que hablé en Cali, estas con la condición de no mencionarlos. “Humbertico es muy peligroso”, alegaron para justificar su petición de anonimato.
A Carlos, sin embargo, no le importa dar la cara. Lo entrevisté en un viaje relámpago que realizó a Colombia por razones personales. “Mi hermano y yo rompimos la relación hace pocos años”, contó. “Un día me dijo: ‘Usted no hace sino decirle a todo el mundo que yo soy traqueto’. Y yo le contesté: ‘No tengo que decírselo a nadie. Todo el mundo lo sabe’ ”, agrega con voz pausada. “Y es que mi papá nos pagaba mal los salarios; cuando trabajaba con él eran muy bajos. Por eso, mi hermano un día le dijo: ‘Lo que yo me gano en un mes con usted me lo gano yo en una semana. Y se fue’ ”.
Humbertico y Carlos nacieron por ese orden en 1975, con solo tres meses de diferencia. Crecieron como buenos hermanos en la casa paterna, alejados de sus madres. Carlos visitaba la suya algunos fines de semana y a los 16 años de edad se mudó con ella. Los lazos fraternales, sin embargo, sobrevivieron incluso a un episodio trágico.
El 31 de marzo del 2010, un sicario le pegó dos tiros a Carlos. En el hospital donde se recuperaba de las graves heridas, apuntó el dedo acusador hacia su hermano. “Fue Humberto”, afirmó sin asomo de duda. Por temor a que su hermano mandara a un matón a rematarlo, solicitó a la Policía de Cali que enviara agentes a custodiarlo en el centro médico. Pese a ello, Humbertico se coló en la habitación para prometerle que nada tenía que ver con el atentado.
“Yo voy a mandar matar a los hijoeputas que hicieron eso. Yo soy bandido y cuando te van a matar, te mandan a hacer la vuelta bien hecha. Pero dos tiros chimbos con un 38, esa vuelta no fue para matarte”, le aseguró Humbertico, siempre según relato de Carlos.
Al final, sus explicaciones surtieron efecto. “Me dejé enredar; al salir del hospital me mandó un carro blindado y empecé a dudar de que fuese él el que me mandó matar”, rememora Carlos. “Hasta que empezó esto”.
El “esto” que menciona es tanto el crimen de Sarria como unos extraños manejos que hizo Humbertico de los bienes de la herencia que Carlos ha demandado por considerarlos fraudulentos.
Ante la negativa de Humbertico de conceder una entrevista, es su esposa Lorena Ordóñez, una mujer esbelta y atractiva, madre de dos de sus tres hijos, quien acepta recibirme. Le pregunto qué puede decir de las andanzas turbulentas de su marido y de su inocultable carácter mujeriego.
“Yo le hablo a usted de lo que ocurre de puertas adentro de mi casa”, responde. “De la puerta hacia afuera, Humberto ha hecho su vida; puede hacer lo que quiera, si no, no llevaría yo 18 años con él. Mi vida son mis hijos y mi trabajo, en eso estoy enfocada. No me dedico a perseguirlo, de puertas hacia adentro es un buen padre y buen esposo”, precisa. “Y es inocente”.
Entre las amistades peligrosas de Humbertico, varias fuentes mencionaron a Kojac, personaje relacionado con el fallecido narcotraficante Wílmer Varela, del desaparecido cartel del norte del Valle. Le hizo padrino de su hijo. “Ese personaje sé quién es, pero no es padrino de ningún hijo, no de partida de bautismo. En la pila no estuvo”, responde Lorena. “Y en la costa llaman compadre a todo el mundo”.
Conversamos en Inversiones Zoilita, la inmobiliaria que fundó su suegro y de la que ella ha sido subgerente varios lustros. Don Humberto Arias se fiaba más de ella como gestora de su imperio inmobiliario que de su primogénito, al que la DEA tuvo en la mira.
Declara que su esposo nada tiene que ver con la muerte de Sarria, y cuando le informo que no pisa la cárcel ni la casa fiscal, que vive en Cali, admite que Humbertico debe acudir casi a diario a una clínica a “terapias cardíacas” por dos infartos que supuestamente sufrió en diciembre del 2016. “Yo alquilé una casa en Florida para visitarlo en la cárcel”, asevera. Pero en Florida insisten en que apenas pasó unos días tras los muros del penal, lindero del parque principal.
La fiscal delegada ante el Tribunal, Beatriz Janette Márquez, dedicó varios meses a investigar a dos médicos de Medicina Legal de Palmira, apresados en mayo pasado, que manipulaban los estados de salud de presos de alto perfil criminal, para que les concedieran casa por cárcel. Uno de los diagnósticos que modificaron fue el de Humbertico. En el auténtico, realizado el 24 de noviembre del 2016, solo padece una hipertensión arterial que no le impide estar preso. Dos días más tarde, el 26, intervienen los médicos corruptos y sin exámenes adicionales concluyen que su estado es “incompatible con la vida en reclusión”. Por alguna razón, Humbertico optó por engavetar ese diagnóstico fraudulento.

Secuestro

Uno de los sucesos trágicos que marcaron a don Humberto Arias y del que hay versiones encontradas ocurrió en 1999. Al difunto presidente del Cali lo secuestró un grupo armado que pedía 5 millones de dólares por su libertad.
“Ahí aparece Juan Carlos Montoya, hermano de Diego Montoya (entonces jefe cartel norte del Valle). Nos puso guardaespaldas a Humberto y a mí. Se presentó como un amigo de mi hermano. Los secuestradores pidieron que yo me canjeara por mi papá y que les llevara 300.000 dólares. Montoya apareció con ese dinero y yo me entregué en Santa Rosa, Caldas. Permanecí un mes cautivo con un grupo que vestían de civil y estaban encapuchados. Mi papá pagó 3 millones de dólares y me liberaron”, cuenta Carlos.
Si bien el plagio se adjudicó a las Farc, corre la hipótesis de que Humbertico debía un dinero a narcotraficantes y para cobrarlo organizaron el rapto. “Esos cuentos del secuestro son totalmente falsos”, alega Lorena. “Lo sé porque me tocó vivirlo”.
Por si faltara algo para que la historia adquiera visos de culebrón televisivo, los abogados civiles de Humbertico pedirán que exhumen los restos del patriarca para que le hagan a Carlos una prueba genética que probará –están convencidos– que no es hijo biológico.
“Hasta donde sé, soy hijo de mi papá”, asevera Carlos. “Dicen que Humberto no es. Yo me parezco a mi papá en la forma de ser. Muy puntual, correcto, estricto. De mal genio, muy acelerado. No me gusta hacer mal a nadie, sacar ventaja”, explica.
Lorena, por su parte, considera que Carlos siempre tuvo celos de las preferencias que el patriarca manifestaba hacia su primogénito y que si Humbertico y su papá chocaban, era por tener el mismo temperamento fuerte.
Para la viuda de Sarria, Flor Gómez, madre de dos hijas, la de Carlos es “una familia normal, con valores, no es ostentosa”, me dice en un café de Cali. Le ha dado mil vueltas al crimen de su esposo y sigue sin entender la razón para asesinarlo. Cuando lo mataron, ya había destapado y puesto en conocimiento de Carlos una serie de irregularidades que Humbertico había cometido. Por tanto, su desaparición no borraba esas huellas. Tampoco le servía a Hinestrosa. “Con plata, rumbas y mujeres, Humbertico compró al abogado de su hermano, y Carlos ya lo sabía”, asegura una fuente.
“Hinestrosa es ladrón, pero no es asesino”, sentencia Carlos. “Empezó a trabajarle a mi hermano por dinero y siguió con él por miedo”, agrega.
“La única razón para matar a Sarria es que descubriera otros negocios oscuros de Humbertico”, afirma una persona que pide no mencionarlo. Intuye que fue una señal para evitar que otros escudriñaran sus pasos. “Con un muerto encima ya nadie más quiere seguir investigando. Ni siquiera Carlos se atreve a vivir en Colombia. Y todo queda en manos de la justicia y son años para que los jueces resuelvan la disputa civil de una herencia”, señala.
“¿Por qué no lo amenazaron en lugar de matarlo? Con que hubiesen dicho usted o sus hijas, mi esposo hubiera salido corriendo”, asegura Flor. Hace unas semanas lo convocaron en la oficina de Lorena y le ofrecieron cien millones de pesos como una ayuda. “Me sentí ofendida. Yo solo pido justicia; ya nada me va a devolver a mi esposo”.
El último ingrediente que adereza el caso es un espantoso triple crimen, sucedido el pasado 3 de julio. Tres hermanos del exalcalde de San Pedro, Valle del Cauca, James Guarín fueron asesinados por sicarios. El objetivo podría no guardar relación con el exmandatario, sino con la disputa de los hermanos Arias. Una de las víctimas, Luis Fernando Guarín, era el contador y revisor fiscal de máxima confianza de Humbertico. La Fiscalía tiene trabajo.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
Diana Rincón
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