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Las nuevas esperanzas en Bojayá tras 15 años de la masacre

A los habitantes de Bojayá todavía les quedan temores, pero esperan que la reparación les permite un nuevo impulso.

A los habitantes de Bojayá todavía les quedan temores, pero esperan que la reparación les permite un nuevo impulso.

Foto:Cristian Ávila / EL TIEMPO

El municipio chocoano conmemoró la tragedia con cantos y confiando en la paz.

Desde las canoas que navegan por el río Atrato, mujeres, hombres y niños ven a lo lejos la iglesia de Bellavista, en Bojayá, donde hace 15 años ocurrió un verdadero "apocalipsis" para este pueblo. No hubo ningún Santo Rosario que los salvara. A punta de cilindros bomba y bala, los violentos silenciaron las suplicas y dejaron a este poblado lleno de dolor. Hasta ahora comienza a florecer algo de esperanza.
En un bote gigantesco, unas 300 personas recorren el río. Lo encabeza un Cristo, el mismo que se desmoronó luego de aquel enfrentamiento entre guerrilla y autodefensas.
A ellos, las Farc, no les importó que en el templo estuvieran resguardados pobladores inocentes y los cilindros bombas estallaron, no hubo piedad. Del otro
lado, las autodefensas disparaban sin contemplaciones. A las 10 de la mañana de ese día quedaron en fuego cruzado.
Ese mismo Cristo mutilado y los sobrevivientes aún lloran a los al menos 79 muertos, que constituyen para los bojayaseños su peor recuerdo, una pesadilla a la que ellos llaman "la atrocidad más grande de sus vidas".
María Pascuala Palacio lleva una camisa blanca que dice 'Bojayá, capital mundial de paz' y va camino a la iglesia para recordar los 15 años de la masacre. Su canoa recorre las aguas del Atrato desde Vigía del Fuerte (Antioquia) hasta Bellavista Vieja, centro urbano de Bojayá donde ocurrió la masacre.
Antes de entrar al templo, Pascuala, que ahora tiene 42 años, ve las casas de madera que nadie habita y están consumidas por la humedad. Los pastales se devoran las ruinas del pueblo y se empiezan a escuchar los cantos de resistencia de este poblado hacia la violencia.
"Décimoquinto aniversario y esto quedó pa' la historia. Díganle a los de la prensa que no borren la memoria. Formaron esa pelea y el campesino sufrió, los niños son el
futuro y mucho niño murió. Señores grupos armados, no nos causen más terror", retumba el cantico a lo ancho del Atrato.
Pascuala cuenta que se salvó de milagro porque decidió huir un día antes de que los sacudiera la masacre. "Todos sabían que algo gravísimo estaba a punto de pasar, pero pocos tenían la forma de irse de este lugar", dice.
Entre sus pesares diarios recuerda que lo que ella más quería, sus padres, quedaron sepultados bajo los escombros de la atrocidad de ese día.
Al frente de la procesión, la imagen de Jesús que se convirtió en un símbolo del horror padecido por las víctimas de la masacre.

Al frente de la procesión, la imagen de Jesús que se convirtió en un símbolo del horror padecido por las víctimas de la masacre.

Foto:Cristian Ávila / EL TIEMPO

El sufrimiento de Pascuala la persigue incluso en sus sueños. Piensa que su madre es un alma en pena que ruega por comida: "Tengo hambre", escucha cada noche y dice que solo hasta hace un año se atrevió a volver a su pueblo, al nuevo centro urbano de Bojayá, bautizado como Bellavista Nueva. Sus pobladores cuentan que su reconstrucción va en marcha, con calles pavimentadas, parques, casas cómodas y otras características con las cuales intentan renacer, pero quedan con incógnitas sobre el territorio donde están. ¿Otro grupo armado volverá?, se preguntan. Temen.
Son las 11 de la mañana en la lluviosa Bojayá. Al desembarcar en la remodelada iglesia de la explosión, que solo es visitada para esta fecha, las Alabaoras
de Bojayá, aquellas mujeres que cantaron en la firma de la paz en Cartagena, elevan sus súplicas para los fallecidos.
La Unidad para las Víctimas, entidad que ha guiado la reparación y construye la memoria colectiva en esta comunidad para la no repetición, indica que desde este miércoles se iniciará la exhumación en las cinco fosas comunes a donde fueron llevados los cuerpos de las víctimas. Una en Riosucio, tres en Bojayá (Pogue, Bellavista y Loma Rica) y otra en Vigía del Fuerte.

La gente quiere tener una vida tranquila, que se pueda ir a las comunidades a trabajar en sus tierras

Alan Jara, director de la Unidad para las Víctimas, explica que dentro de un año se espera tener el programa de reparación colectiva para las víctimas de Bojayá, que contempla un sendero de paz entre Bellavista Nueva y Bellavista Vieja.
Además, se hará un énfasis en la atención psicosocial y cada decisión que se tome para mejorar las condiciones de esta población se realizará con consulta previa, pues algunos consideran que el nuevo pueblo los alejó del río y perdieron muchas de sus costumbres.
En Bojayá hay esperanza. De hecho, para Álvaro Mosquera, sacerdote del pueblo desde hace cuatro años y que conoce la comunidad desde hace 20, esta conmemoración de 15 años es una demostración de la unión que siempre ha sobresalido en el poblado y es un reflejo del anhelo por la paz que se ha expresado allí.
"La gente quiere tener una vida tranquila, que se pueda ir a las comunidades a trabajar en sus tierras, esa es su expectativa y por eso cantan, para que eso nunca vuelva a pasar", cuenta.
En la iglesia, el padre Álvaro, acompañado de otros cuatro sacerdotes de la Diócesis de Quibdó, ora por las víctimas de ese trágico 2 de mayo que no se borra de la memoria de los bojayaseños. Entre camisas blancas y negras en honor a las difuntos, sus familiares ven con entusiasmo el proceso de exhumación.
"Lo que sucedió ha generado mucha confusión en la comunidad. Este nuevo proceso de exhumación sirve para saber en qué lugar están enterrados nuestros seres queridos, eso motiva a que conozcamos dónde están y luego enterrarlos como lo merecen, porque los lugares en que están se los comió la maleza", dice José de la Cruz, quien pertenece al Comité de Víctimas del municipio.
En las ruinas de Bojayá ven con esperanza este aniversario sin la zozobra de las Farc, pero temen los rumores de la aparición de otros grupos y la repetición de alguna catástrofe. Entre sus esperanzas, con la calma que viven ahora, está tener un hospital de primer nivel y volver al río, como solían hacerlo.
CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Enviado Especial de EL TIEMPO
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