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El ejército de rosas que cambian la cara del café en La Plata, Huila

Nelly Saavedra fue la mujer que se dio en la tarea de convencer a las mujeres de que podían trabajar la tierra.

Nelly Saavedra fue la mujer que se dio en la tarea de convencer a las mujeres de que podían trabajar la tierra.

Foto:Angie Lorena Franco.

288 mujeres demostraron a sus esposos que sí podían liderar una empresa desde el campo.

Ríen a carcajadas porque un joven visitante, despistado, se sentó sobre los desechos de los animales de la finca. Una de ellas, cepillo y jabón en mano, restriega para quitar la mancha, mientras las demás, a escondidas, toman fotografías de la escena.
Acaba de ayudar a limpiarlo y se da cuenta de que todas están en silencio. Se da vuelta y las ve observando las fotos. “¡Uy, Flor, como que le gustó tocarle la cola al joven!”, dice una; el resto casi que llora de risa. Flor se retira y entre dientes comenta: ¡Ay, Dios, qué vamos hacer con estas rositas!
Así son conocidas 288 mujeres que, muy a las 8 de la mañana, con chaleco puesto y balde en la cintura, comienzan a recolectar –en medio de un ambiente de regocijo– el café que brota de las montañas de la cordillera Central en el municipio de La Plata, Huila.
Los cafetales representan todo para ellas: libertad, independencia y camaradería. Representan la transformación de una zona rural, marcada por el patriarcado, en el que la mujer cuidaba a los niños, preparaba la comida y labraba las tierras sin reconocimiento económico y social.
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Foto:Angie Lorena Franco.

Fue a través de Las Rosas Coffee, una asociación que comenzó siete años atrás, como las mujeres se empoderaron. Se dieron cuenta de que la vida iba más allá de las cuatro paredes en las que permanecían y que, con o sin el apoyo de sus esposos, iban a disfrutarla como el carnaval que es, como el carnaval que cantaba Celia.
“Comencé a decirles que sí podíamos salir de las casas, que sí podíamos tener platica en nuestros bolsillos y que así como los hombres tenían su tierra, nosotras también podíamos”, comenta Nelly Saavedra, la berraca de ojos color montaña y hoy representante legal de Las Rosas, quien se dio a la tarea de alborotar el avispero, como dicen en el campo.
Lo que la impulsó a darse a la tarea de convencer a las mujeres fue ver que, aunque ellas participaban en las labores de siembra, no recibían dinero, ver que no eran valoradas por sus familias. De ahí surgió la lucha para que cada una tuviera su pedazo de tierra.
En ese entonces, todas dijeron que sí. Como era de esperarse, sus esposos les pelearon, las ignoraron, las amenazaron con conseguir amantes, se burlaron y se resistieron a la idea. Pensaban que tenían que ser ellos ‘los meros meros’, los dueños del hogar, los únicos con derecho a sembrar en la tierra de Matambo, ese gigante que aterrorizó a la tribu tairona –según la tradición popular–.
“Todo fue muy difícil, nos tocó ir de finca en finca, con psicólogo. Luego de tanta insistencia, convencimos a los esposos de que otorgaran a sus compañeras media hectárea para sembrar café. Y aceptaron. Hoy en día, cada una tiene más de hectárea y media”, comenta Nelly; y agrega: “Le limpiaron como bien el pantalón, ¿no?”. Las demás, ríen.

Con psicólogo, convencimos a los esposos de que otorgaran a sus compañeras media hectárea para sembrar café

Ese es el ambiente que se vive en los cafetales; si alguien da papaya, que se atenga porque aunque se trabaja, también se goza; si no, que lo diga Martha Méndez, una de las que más bromean, pero de las que más rápido recolectan.
“A mi marido no le gustó mucho la idea en un principio, pero luego fue cediendo. Ahora me apoya bastante y yo a él; si no tiene plata, yo le presto, si no tengo, mi esposo me presta. Entre ambos hemos sacado a nuestros cuatro hijos adelante, de los cuales tres ya están en la universidad”, cuenta.
Lo bonito del proyecto, de acuerdo con las ‘rositas’, ha sido que se trata de una igualdad de género que, en lugar de dividir, une a las familias; una igualdad con la que se rompe con ese patriarcado propio de las poblaciones rurales.
“Hace poco me compré la moto. Mire que hasta se la presto a mi hijo menor, y es de lo más feliz. Ahora estoy ahorrando para aprender inglés”, dice Martha.

Con el enfoque de género, adiós al patriarcado

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Foto:Angie Lorena Franco.

Gladyz Hernández no es propiamente una ‘rosita’, pero ha sido una de sus mayores cómplices. Forma parte de la Cooperativa Departamental de Caficultores (Cadefihuila) y cuenta cómo los privados han contribuido a que Las Rosas Coffee se conozca no solo en el país, sino fuera de él.
“Usted ve, y el cuento del enfoque género no se trata únicamente de que manejen su plata ni de que sean reconocidas por su familia y por la comunidad en la que conviven; el empoderamiento consiste en que ellas mismas reconozcan su valor y se dignifiquen. Usted ve, y ya se preocupan por ellas mismas, por sentirse bien, eso es lo que más vale”, explica.
¿Y cómo no convencerse? Si ella, además de ser una de las pioneras del enfoque de género, que tiempo después sería apoyado por el proyecto Impact –desarrollado por la Asociación de Cooperativas de Canadá con su operador Gestando en Colombia– se ha dado la pela por comercializar el café de esas berracas.
“Ayer, uno de nuestros compradores de Canadá vino a conocer tanto la tierra como a las artífices del café que él vende; estaba emocionado. Hace unos meses, una señora de España nos contactó por que vio Las Rosas Coffee en nuestra web; le gustó tanto el proyecto que también le vendimos algunos sacos del producto”, relata Gladyz, expresando su felicidad al ver que lo que empezó como un sueño trascendió fronteras.
Lo más gratificante para ella es que, a medida que pasa el tiempo, son más las personas que se quieren vincular, incluso quienes antes añoraban llegar a la ‘gran ciudad’ en busca de oportunidades.
Las Rositas también han  recibido capacitaciones por parte del SENA para mejorar su producción.

Las Rositas también han recibido capacitaciones por parte del SENA para mejorar su producción.

Foto:Angie Lorena Franco.

“El ideal es que los jóvenes dejen de querer irse del campo y se queden aquí. Ya tenemos el caso de algunos que han estudiado y se han venido vinculando a la producción de café”, dice esa ‘abejita’ de la suerte querida por cada una de las ‘rositas’.

Los jóvenes, la gran apuesta

Con sus ojos expresivos, es la fiel muestra de que el trabajo no es trabajo cuando se realiza sin pasión. Y es que sus pupilas se dilatan cada vez que prepara una bebida con café, y mucho más cuando ve la sensación de satisfacción de los clientes al probarla.
Se llama Nadia Gómez y es la barista del establecimiento en el que se venden los productos de las rosas –un remolque con terraza, con detalles que, a la vista, solo tiene una mujer– digno de quienes están detrás de un café de fino aroma y fragancia.
Algunos hijos y nietos de las caficultoras hacen parte del proyecto mediante la producción de plántulas de café.

Algunos hijos y nietos de las caficultoras hacen parte del proyecto mediante la producción de plántulas de café.

Foto:Angie Lorena Franco.

“Junto con mi compañera dudábamos del proyecto, pero cuando fuimos a las reuniones de la asociación nos comenzó a gustar. Y mire, ahora ella es catadora y yo, barista”, expresa Nadia, mientras es interrumpida por Leidy Pajoy –la catadora–: “Es la campeona nacional de barismo del Sena, sino que es modesta”.
Ninguna de las dos tiene más de 30 años, y están tan comprometidas con Las Rosas Coffee como las matronas que empezaron con la asociación. Junto con ellas hay un grupo de jóvenes que se involucran en la siembra y venta de colinos (plantas de café).
“Producimos 30.000 cada tres meses. Ahora estamos todos motivados porque Nestlé nos va a comprar 52.000, que ya casi que están listos”, comenta Mercedes Pajoy, una de las lideresas que más atraen a los muchachos a la asociación, quien reconoce que ha habido momentos de crisis, como cuando perdieron el trabajo de 90 días, pues, por un error en el proceso de producción, los colinos no fueron de la mejor calidad.

Dudábamos del proyecto, pero cuando fuimos a las reuniones de la asociación nos comenzó a gustar. Y mire, ahora ella es catadora y yo, barista.

En este punto, al igual que en el enfoque de género, las ‘rositas’ han agradecido a Impact, pues las fortaleció durante cinco años (en aspectos organizacionales, productivos, agroindustriales, de mercadeo y financieros, así como lo hizo con 55 cooperativas en diez departamentos del país con una inversión de alrededor de 15 millones de dólares canadienses.
Las 288 mujeres reconocen que, gracias al apoyo de este proyecto de cooperación entre Colombia y Canadá, se presentó una historia similar a la del gigante Matambo.
Al ver lo luchadoras que son, sus esposos se enamoraron de su verdadera belleza, de su esencia, tal como le ocurrió a Matambo con la diosa Mirthayú, que lo enfrentó en defensa del pueblo tairona y de quien él terminó enamorado.
En la actualidad, el legado de este romance está grabado en dos rocas que se ven desde la carretera central del Huila, llamadas Matambo y Mirthayú, una con el perfil de él y la otra con los senos de diosa de ella.
CARLOS ANDRÉS CUEVAS
Redacción EL TIEMPO ZONA
Correo: andcue@eltiempo.com
@Carlos_andresc9
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