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Solidaridad y convivencia: lo que se aprende en los albergues de Mocoa

En las carpas que hay en los albergues deben dormir hasta cinco personas, así no sean conocidas.

En las carpas que hay en los albergues deben dormir hasta cinco personas, así no sean conocidas.

Foto:Santiago Saldarriaga/EL TIEMPO

Así pasan las noches los sobrevivientes de la avalancha. Ha habido algunas asperezas. Crónica.

Durante los últimos tres días, Ruth Osorio se ha despertado a las 3 a. m. Siente olor a tierra. También vuelven a su mente los recuerdos de la avalancha, teme por su vida y la de su hija, quien viene en camino.
Ruth hace parte de las 559 personas que se encuentran instaladas en el coliseo del Instituto Tecnológico del Putumayo (ITP). En ese lugar, en 89 carpas donde duermen hasta cinco personas, han pasado las últimas tres noches los damnificados de la avalancha en Mocoa, que afectó 17 barrios de la capital del Putumayo en la madrugada del 1.° de abril.
Junto a Misael Yela, su esposo, Ruth asegura que no han podido dormir bien debido a la cantidad de personas que con ellos habitan en este lugar.
"Uno no se siente cómodo teniendo que dormir con otras personas, pero por ahora tiene que ser así. Siempre tengo miedo, nos dicen que puede haber otra avalancha", cuenta.
Mientras toca su vientre, Ruth piensa en Sara Jimena, la bebé que viene en camino, pues ya le confirmaron que a finales de este mes llegará a sus brazos.
"Uno no tiene opción. Hay ocho baños y debemos compartirlos con otras personas. No es lo mejor, pero así debe ser por ahora", habla Misael.
Así luce el albergue del ITP, en Mocoa.

Así luce el albergue del ITP, en Mocoa.

Foto:Santiago Saldarriaga/EL TIEMPO

Este hombre, de 27 años, espera que pronto se pueda dar una reubicación, pues no quiere que su pequeña nazca entre los damnificados de la tragedia.
La pareja trata de dormir con otras personas del barrio San Miguel, uno de los más afectados por la avalancha.
En el ITP se encuentran más de 500 personas. Ya no hay lugar. Los damnificados han sido acomodados en diferentes salones y, ya sin espacio, otros han llegado a instalar cambuches con bolsas plásticas.
En las tardes se turnan para hacer el almuerzo. Muchos tienen ollas para hacer una sopa que alcance para todos. No se sabe hasta cuándo tengan que vivir así, por lo tanto son solidarios entre quienes habitan este lugar.

Hay ocho baños y debemos compartirlos con otras personas. No es lo mejor, pero así debe ser por ahora

El Ejército dispuso de más de 50 hombres y 10 médicos para velar por la seguridad de estas personas. Hay dos tanques de 1.000 litros que cada día abastecen los bomberos de Popayán. A las 10 p. m. se apagan las luces. Todos tratan de dormir, pero el miedo vuelve a invadirlos.
"Yo cierro mis ojos y recuerdo los gritos de las personas. Nos salvamos fue de milagro". Es la voz de Ascencio Zambrano. Este hombre, del barrio Los Pinos, cuenta que tuvo que correr descalzo entre las piedras, cargando a su hijo de 7 años y con síndrome de Down, para salvar a su familia.
Sus pies aún lucen lastimados. En el salón donde se encuentra, junto a su esposa y dos hijos, tiene que dormir con otras 60 personas. “¿Así quién duerme?", se pregunta.
A pesar de que hace poco apagaron las luces, Ascencio deambula por el Instituto y se detiene a conversar un par de veces con otros afectados. No puede evitar que su voz se corte cuando recuerda cómo ocurrieron los hechos.
Ascencio Zambrano sobrevivió a la avalancha junto con su familia.

Ascencio Zambrano sobrevivió a la avalancha junto con su familia.

Foto:Santiago Saldarriaga/EL TIEMPO

"A mi hija se la llevó la corriente. Ella tenía abrazada a su hija, de 5 años, y cuando las piedras las separaron, la gente cuenta que la niña gritaba: 'Mami, no me sueltes, no me sueltes', gracias a Dios están con vida", comenta.
Miembros del Ejército sostienen que ha habido algunas asperezas entre los habitantes del refugio a la hora de repartir los alimentos, pero por ahora la convivencia es algo que las personas tienen que aprender en este lugar, pues todos comparten el mismo miedo y la misma tragedia que los llevó a convivir en este espacio. Su nuevo hogar, por ahora.
MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA
Enviado especial EL TIEMPO
MOCOA
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