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Medellín

El seminario que forma sacerdotes con los ideales de santa Laura

El seminario tiene dos sedes en Medellín. Esta es la casa ubicada en el barrio Robledo.

El seminario tiene dos sedes en Medellín. Esta es la casa ubicada en el barrio Robledo.

Foto:Guillermo Ossa / EL TIEMPO

En cartas la religiosa expresó que soñaba con un grupo de curas que la acompañara en su misión.

La casa es antigua, de blancas paredes de tapia. En el medio, un patio grande que tiene el cielo por techo y el suelo adornado por decenas de plantas de diferentes especies. Un árbol de mango y otro de plátano son las de mayor tamaño. Los custodia la estatua de una virgen blanca.
Alrededor están cerradas las puertas de las habitaciones de los cinco residentes del hogar, ubicado unas cuadras arriba del parque de Robledo, noroccidente de Medellín. Todos hombres. Y todos con un mismo fin: ordenarse como sacerdotes con los ideales de la madre Laura, la única santa colombiana. Tras una de las puertas se abre una rústica y amplia capilla, como la de cualquier barrio de la ciudad. Allí, asisten a la misa todos los días.
Por las rojas y amarillas baldosas que cubren el piso de los corredores caminan a diario, desde antes de que despunte el alba, los integrantes del Seminario de los Misioneros de Santa Laura Montoya, uno de los cinco de la Arquidiócesis de Medellín y único en el mundo. A este pertenecen en total 11 jóvenes que se forman para el ministerio sacerdotal, seis están en estudios de Teología y cinco, de Filosofía. Cinco viven en la casa de Robledo. Los demás, en otra sede en el barrio Trinidad, suroccidente de la ciudad. Bajo los principios de la santa Laura se han ordenado seis sacerdotes, de los cuales solo tres continúan, dos se retiraron y uno falleció.
Aunque reciben la misma educación que cualquier sacerdote, estos misioneros dedican parte de su día al estudio de las enseñanzas que dejó la madre Laura. “El carisma marca la pauta de que nuestro trabajo es siempre donde haya comunidades indígenas porque fue la labor que santa Laura hizo hasta los últimos días de su vida. También trabajamos con campesinos y afro, pero prioritariamente donde haya indígenas”, explicó desde un viejo sofá con vista a las plantas del patio, el padre Luis Antonio Yepes, uno de los tres ordenados bajo el ideario de Laura Montoya.
La misión final de los ‘Lauritos’, como son conocidos, es ordenarse y desplazarse a algún rincón del país donde habiten comunidades indígenas. Después, esperan llegar a otras partes del mundo. En ese proceso están los 11 jóvenes: uno de La Guajira, tres de Córdoba, uno de Barranquilla, uno del Cauca, cuatro de Antioquia y uno de Ecuador.

El carisma marca la pauta de que nuestro trabajo es siempre donde haya comunidades indígenas porque fue la labor que santa Laura hizo hasta los últimos días de su vida

Múltiples intentos antes de lograr la fundación oficial

Cumplir su sueño y el que fuera uno de los más grandes de Laura Montoya no fue sencillo. En el mundo de la Iglesia Católica no fue fácil para los ‘Lauritos’ abrirse camino. El padre Luis Antonio Yepes recuerda muy bien la historia. Pese a que desde 1918 la religiosa le expresó al obispo de Antioquia su deseo de tener sacerdotes que la acompañaran en su misión, vio truncado su anhelo en varias ocasiones.
Para entonces, el obispo le respondió que no se sentía capaz. Lo mismo sucedió en 1923, cuando por respuesta recibió una nueva negativa. En 1924, se puso en contacto con el recién ordenado obispo para proponerle su idea. Cartas cruzadas que datan de la época dan cuenta de que ambos tuvieron la intención de materializar la iniciativa, sin embargo, terminó con la fundación de los misioneros de Yarumal, en la cuna de la santa.
Tuvo que morir para que en Venezuela jóvenes integrantes de la Juventud Misionera Laurista les pidieran a las religiosas sacar adelante el sueño de la que más tarde se convertiría en santa. Entonces, el 15 de abril de 1985, en Bogotá, se firmó un acta para dar inicio al proyecto de los misioneros de la madre Laura. Esa fecha quedó establecida como el día de la fundación de los ‘Lauritos’. Sin embargo, las dificultades continuaron.
En el seminario están en formación 11 jóvenes provenientes de diferentes departamentos de Antioquia. También hay uno que llegó desde Ecuador.

En el seminario están en formación 11 jóvenes provenientes de diferentes departamentos de Antioquia. También hay uno que llegó desde Ecuador.

Foto:

En un principio fueron acogidos por el obispo de la Diócesis de Sonsón - Rionegro, quien logró siete cupos para la formación de los jóvenes. Aun así, un año después salió del cargo y tuvieron que buscar un nuevo apoyo. Lo recibieron del obispo del Vicariato Apostólico de Quibdó (Chocó), hasta 1994.
En ese tiempo, se ordenó un sacerdote. Desde 1994 hasta 1999 estuvieron sin apoyo de un obispo benévolo. Desde 1999 hasta 2004 tuvieron acompañamiento del Vicario Apostólico de Mitú (Vaupés), tiempo durante el cual se ordenaron dos sacerdotes. Pero, nunca encontraron apoyo real para fundar el seminario de manera oficial.
Fue luego de la beatificación de la madre Laura, en 2004, cuando se empezaron a interesar en serio en ellos.
Ese año, les dieron un decreto ad experimentum por 5 años como asociación pública de misioneros de la madre Laura. En 2016, monseñor Ricardo Tobón, arzobispo de Medellín, les aprobó indefinidamente la asociación pública de fieles con personería canónica, el primer paso para convertirse en una congregación religiosa, dijo Yepes, quien añadió que cuando sean 30 sacerdotes profesos pueden pedir ante Roma el permiso para ser congregación de derecho diocesano y, cuando haya 80 o 100 miembros, de derecho pontificio.
“Cuando no nos habían dado ninguna aprobación de la Iglesia, uno tocaba la puerta de varios obispos y decían que para qué íbamos a fundar más, si ya había muchas comunidades, nos tiraban la puerta. Nos preguntaban que qué hacíamos en esta casa, que no teníamos ni patas ni cabeza. Ese texto de San Pablo que dice: ‘Los aprietan por todos lados, pero no los aplastan’ nos daba una esperanza muy grande cuando estábamos buscando quién nos apoyara”, recordó Yepes.

Cuando no nos habían dado ninguna aprobación de la Iglesia, uno tocaba la puerta de varios obispos y decían que para qué íbamos a fundar más, si ya había muchas comunidades, nos tiraban la puerta

Mientras el tiempo transcurre, los ‘Lauritos’ están enfocados en seguir haciendo realidad el sueño de la santa. Sus días pasan entre el estudio, la oración y las tareas del hogar, pues ellos mismos cocinan y limpian, de otra manera irían en contra del proceso de formación. Cuando lleguen a los territorios no tendrán quién les haga esas labores.
Todos se sienten identificados con la pedagogía del amor que Laura Montoya les dejó de legado, pues han entendido que “puede más uno con el amor y la ternura, que con ser tosco y agrio”.

Un indígena que quiere seguir los pasos de Laura

Deiner Manuel Benítez, de 29 años, forma parte del grupo. Tras su llegada al seminario, en 2008, está a la espera de su orden sacerdotal, luego de culminar seis semestres de Filosofía y ocho de Teología. Él tiene incorporado en su corazón desde que era solo un niño los principios de la madre Laura. Fue una religiosa de la comunidad la que lo ayudó a encontrar un cupo en Medellín.
Benítez nació en Tuchín, Córdoba, en un resguardo indígena de la etnia Zenú. Desde que tiene conciencia vio de cerca la labor de las religiosas que mantienen vivo el legado de la madre Laura.
Deiner Manuel Benítez, de 29 años, y nacido en una comunidad indígena, forma parte del grupo.

Deiner Manuel Benítez, de 29 años, y nacido en una comunidad indígena, forma parte del grupo.

Foto:Guillermo Ossa / EL TIEMPO

Su experiencia en grupos de infancia misionera y grupos juveniles le despertó el deseo de hacer lo mismo que ellas en su comunidad. Sin embargo, sabe que no podrá regresar a su tierra a cumplir su tarea y que será enviado a otro resguardo. Pero es feliz.
El joven también contó que el trabajo con las comunidades indígenas, en el que Laura Montoya empeñó su vida, se ha transformado. Más allá de la evangelización, la misión se enfoca en el valor de la vida y la dignificación de los indígenas. En tiempos en los que los desplazamientos forzados continúan, la tarea se centra además en acompañar a los indígenas en la defensa del territorio, el derecho a preservar sus tradiciones y la garantía de sus derechos.
HEIDI TAMAYO ORTIZ
Para EL TIEMPO
Medellín
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