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Barranquilla

Un 'caimán' nadó hasta España

Escultura de Elsa Marina, 'Elmar', alusiva al hombre caimán, inspirada en la leyenda.

Escultura de Elsa Marina, 'Elmar', alusiva al hombre caimán, inspirada en la leyenda.

Foto:Archivo particular

Barranquilla fue apenas la primera escala de una criatura excepcional.

 La canción termina y la mujer frena en seco su vaivén de caderas. Su indumentaria es la de una típica bailarina caribeña con sus collares y tocados de flores y la falda larga. El escenario, según se nota en la pantalla, es el frente de una casa.
-Qué bonita canción ¿De quién es? –pregunta la mujer.
-Es mía –responde el vocalista del trío todavía con la guitarra en la mano. Lo hace con una sonrisa y golpeándose el pecho con la palma de la mano.
-Muy bonita, te felicito-, dice la mujer con una expresión coqueta.
-Gracias, niña Fabiola. Venimos a buscarla para la fiesta. Todos las están esperando para que nos cante y nos baile a Candelaria -, agrega ahora el cantante
-Bueno, con una condición: de que tú me cantes ‘El Caimán’.
-Ya lo creo que sí –dice el cantante apretando el puño –. Juégale.
Y los cuatro personajes abandonan el escenario.
En la escena siguiente ya están en plena fiesta. El cantante ya no ejecuta la guitarra, sino un par de maracas. Acompañado por su conjunto de músicos, comienza a cantar a ritmo de mambo la que sería una de las más reconocidas figuraciones internacionales de esta canción del maestro barranquillero José María Peñaranda. Y como ocurre con varias de las versiones de ese tema, los versos se alejan del tema original de su autor y mucho más todavía de la leyenda que los inspiró, pero está el estribillo del coro con que el tema se ha dado a conocer en todo el planeta.
“Se va el caimán, se va el caimán. Se va para Barranquilla”
La escena hace parte de la película mejicana ‘Pasiones Tormentosas’, y los personajes centrales son Fabiola y Canillitas, interpretados por los artistas cubanos María Antonieta Pons y ‘Kiko’ Mendive. Ella era todo un portento de mujer. No solo cantaba, sino que bailaba, y lo hacía con tanto brío que le ajustaba eso de llamarla ‘El ciclón del Caribe’. La película, en blanco y negro, dirigida por Juan Orol, primer esposo de Pons, fue estrenada en 1946. El otro protagonista era Crox Alvarado, pero resalta la presentación de Mendive, a quien la historia de la música colombiana reconoce como uno de sus intérpretes internacionales más antiguos. Además, le imprimía su indiscutible sello cubano de baile y expresión. De hecho, figura como pionero y uno de los introductores del mambo en México y el resto de América.
El tema de la película, con el título ‘El Hombre Caimán’ había aparecido en ritmo de paseo vallenato cinco años antes en voz del propio Peñaranda, que la había grabado en la emisora la Voz del Litoral de Barranquilla. Allí la cantó varias veces acompañado de Ana Luisa Colón –más conocida como ‘La mona Macho’ – que tocaba el tiple. Peñaranda ejecutaba la guitarra y otro compañero tocaba la dulzaina y la guacharaca. Esa versión desapareció y el mismo Peñaranda dijo ignorar qué destino tomó, pero una copia del acetato llegó a manos de Emidgio Velasco, representante del sello disquero argentino Odeón, quien lo envió por correo a Buenos Aires. El maestro Eduardo Armani, una de las estrellas del sello, la grabó de inmediato. Esa es la versión más antigua que se conoce y fue grabada en ritmo de porro. Eso ocurrió en 1945, y fue la catapulta internacional del tema para que un año después apareciera en la película mejicana.
La versión de Armani está vocalizada por Johnny Álvarez, y se respetó la letra original de su autor, que no empieza cantando, sino con una introducción equivalente al primer verso del tema:
“Señores, voy a empezar mi relato con alegría y con afán. En la población de Plato, ay, se volvió un hombre Caimán”.
Y empieza:
Ayer me fui a bañar
Por la mañana temprano,
Vi un caimán muy singular
Con cara de ser humano
Al mirarlo de cerquita
Le vi rabo, como todos
Les diré que en la boquita
Tenía tres dientes de oro
En esta versión, el coro se apega al original de Peñaranda, muy coherente con el hecho de que el compositor empezó a interpretarla tomando como referencia su sitio de residencia en Barranquilla, capital del departamento del Atlántico. Es Barranquilla, la última urbe en el recorrido del río Magdalena antes de desembocar en el Mar Caribe, y fue el destino final del ‘Hombre Caimán’ en su salida a nado desde Plato, municipio del departamento limítrofe del Magdalena y ubicado en la orilla opuesta del río. Para llegar hasta Barranquilla, la criatura tuvo que haber viajado unos 170 kilómetros, con la ventaja de que lo hizo a favor de la corriente.
Ahí viene el Caimán
Ahí viene el Caimán
Viene para Barranquilla
De Armani a Campo Miranda
La de Armani era, para efectos de marca, una orquesta de Jazz, y así aparece incorporada a la historia musical de Argentina. Armani había nacido en Buenos Aires el 22 de agosto 1898; y allí mismo falleció el 13 de diciembre de 1970.
Fue violinista y director de orquesta. Las diversas notas biográficas sobre este músico coinciden en resaltar su destacado desempeño tanto en el ámbito de la música clásica, como en el de la música popular, y se pueden constatar sus aportes a la música popular de diversos países americanos, plasmados en las numerosas grabaciones realizadas en su natal Argentina.
En las notas que acompañan el disco ‘Eduardo Armani y sus mejores porros’, el comentarista musical Hernán Caro resalta el interés de este músico por las canciones de procedencia colombiana, por lo que a partir del año 1940 empezó a grabar algunas para el sello Odeón. Su repertorio incluye temas de José Benito Barros, Lucho Bermúdez, Jorge Monsalve, Pacho Galán, Milciades Garavito y José María Peñaranda.
En Señal Memoria, estrategia del Canal Colombia para salvaguardar, promover el patrimonio audiovisual y sonoro del Sistema de Medios Públicos, hay todo un capítulo dedicado a Armani. Allí se resalta que la presencia de Odeón en Argentina es una piedra angular en el desarrollo del tango, pero además de eso, esta empresa discográfica se preocupó por abrir mercados en todo el mundo, y lo hizo a través de la grabación de diversas músicas locales de carácter popular: “Armani tomó parte protagónica en dicha apertura sobre la base de una mentalidad musical ecléctica y creativa. Además de la experiencia tanguera y del bagaje en el ámbito de la música clásica, desde los años veinte el violinista se aventuró en la novedosa senda del jazz. El aporte de cada una de estas prácticas musicales puede escucharse en las grabaciones de su orquesta”, dice uno de los apartes dedicado a Armani.
En 1946, el año de la película mejicana, al mismo Armani le llegó otra canción acerca del mismo Hombre Caimán, una especie de continuación, pero de otro autor: el reconocido soledeño Rafael Campo Miranda, autor de ‘Lamento Náufrago’, ‘Nube Viajera’ y ‘Playa Brisa y mar’, canciones muy apegadas a Puerto Colombia. En su libro ‘Vivencias musicales’ del 2005, el maestro Campo Miranda se refiere justamente a la acogida de la canción de Peñaranda, y se inspiró en la expectativa que generó en Barranquilla la supuesta llegada del personaje que huyó de Plato. “Los trabajadores de cuadrillas de cargue y descargue de los barcos que atracaban en nuestro puerto, bodegueros, celadores de patio etc., le dieron buen crédito a la leyenda del Hombre Caimán (…) Muchas fueron las versiones que el motivo de esta novedad creó entre las gentes del terminal y sus alrededores. Algunos trabajadores de los patios y bodegas aseguraban haberlo visto llegar”, y hasta aseguraban haberlo perseguido pero el animal se escabullía con facilidad hasta los lugares aledaños.
Campo Miranda la tituló ‘La tierra del hombre Caimán’, pero al grabarla, Armani la dejó simplemente como ‘El Hombre Caimán’. El tema hace parte de la selección de discos ‘Jazz Argentino’ Volumen 2. El contexto trae a colación los Quintos Juegos Centroamericanos y del Caribe realizados entre el 8 y el 28 de diciembre de ese año:
Para los quintos Juegos, caramba
Centroamericanos.
Tenemos la noticia, señores
Más sensacional
Dicen que en Barranquilla, ya han visto
Al Hombre Caimán
Pasearse muy campante de noche
Por el Terminal
Pero fue la original de Peñaranda la más reconocida. Su letra picaresca llamó la atención de un músico colombiano radicado en Buenos Aires y que se había hecho muy popular: era Efraín Orozco, de Cajibío, Cauca, y de la misma edad de Armani (nació el 22 de enero de 1898). Él, que había empezado en la música a los 19 años, organizó su primera orquesta en 1932 y se hizo reconocer en las fiestas de la clase alta bogotana de la época. No tardó en hacerse contactar por otros exponentes musicales de Latinoamérica, por lo que terminó realizando una gira internacional que lo llevó al Casino Viña del Mar de Buenos Aires en 1940. La aceptación fue tanta que terminó quedándose por 19 años en tierras argentinas con su misma orquesta ‘Efraín Orozco y sus alegres muchachos’, y con ella, grabó, en el mismo 1946 de la película mejicana, su propia versión de ‘El Caimán’.
En ella se respeta la estrofa original, retoma el estribillo de la película mejicana, y agrega apartes no muy conocidos en estos días:
Una niña patinando
Patinando se cayó
Y en el suelo se le vio
Que no sabía patinar
Y uno fantástico al cierre:
La mujer del bodeguero
Está pidiendo el divorcio
Porque dice que el marido
No sirve para el negocio
Esta última línea, en particular, Orozco la interpreta con una risita socarrona que resalta el doble sentido, y que sin ser parte de la letra original de la canción de Peñaranda, replica el estilo de la película, que es más coherente con el hecho de que estaba siendo interpretada fuera de su espacio geográfico original.
Se va el Caimán, se va el Caimán, se va para Barranquilla.

Un caimán en el arco de San Lorenzo

Fue en esta nueva versión, que la canción tomó un vuelo y se volvió muy popular en Argentina en los años siguientes, de manera que cuando un tocayo de Orozco, el arquero barranquillero Efraín Sánchez, se apareció por esas tierras para firmar con el equipo de fútbol San Lorenzo de Almagro, ocurrió lo que tenía que ocurrir: terminó apodado ‘El Caimán’ al asociarse su lugar de origen con ese tema.
“Era febrero de 1948. Yo tenía cuatro días de haber llegado a San Lorenzo, recién desempacado del colegio Barranquilla, donde acababa de terminar el cuarto bachillerato –recuerda ‘El Caimán Sánchez’ al filo de sus 90 años – “Yo había sido parte de la Selección Colombiana de Fútbol con ocasión del Suramericano de Guayaquil (Ecuador) a finales de 1947. Lino Tayoli, director técnico de la selección Colombia, nos llevó a visitar a la de Argentina y en el lobby del hotel me encontré con René Pontoni, una de las estrellas argentinas. Me dijo: ‘Negro, ¿a vos te gustaría ir a jugar al fútbol argentino para defender la camiseta de San Lorenzo de Almagro’’? Y yo dije que sí”, recuerda Sánchez. A los pocos días, como se lo prometió, Pontoni lo puso en contacto con Nicolás Guissarri, delegado de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en el Suramericano y miembro del San Lorenzo. Y allí mismo, Guissarri le dio las instrucciones para hacer el contrato con San Lorenzo. El propio Guissarri lo recibiría en Buenos Aires. Luego, lo llevaría al periódico ‘Crítica’ para que lo entrevistaran y así presentarlo a la afición argentina.
De esa manera y sin más misterios, Efraín Sánchez se sumó a una lista de jugadores con los cuales el San Lorenzo de Almagro trató de reforzarse para mejorar su campaña del año anterior, cuando si bien había hecho una gira fantástica por Europa, no había logrado salir campeón (lo fue River Plate) como sí lo hizo en 1946. La lista de refuerzos la completaban el volante central Ángel Perucca, del club Newell's; el marcador Ulises Terra, de Uruguay; el volante central Vicente Maurino, del club Tigre; el puntero derecho Eduardo Reggi, del club Los Andes; el también arquero Nelson Festa, de la Ciudad de Santa Rosa, La Pampa; y el puntero izquierdo Jorge Enrico, que regresaba de México. Efraín Sánchez llegaba procedente del club Fortuna de Barranquilla. Como técnico, aparecía Atilio Giuliano.
“San Lorenzo era uno de los seis equipos grandes de Argentina. Los otros eran River Plate y Boca Juniors, por un lado; Independiente y Racing por el otro, San Lorenzo y Huracán por el otro. La entrevista en ‘Crítica’ fue con el jefe de deportes, Fernando Villa, quien luego de preguntarme el nombre me dijo. ¿Dónde naciste”, le respondí: “nací el 27 de febrero de 1926 en Barranquilla”. Recuerdo que el tipo se quedó pensando y me dijo. “¿No es esa la tierra de la canción ‘Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla?” Yo dije que sí, efectivamente, ahí nací yo, y la entrevista siguió.
“La canción estaba en el ambiente, y yo llegué en época de Carnaval. Era un tema muy popular. Al día siguiente, en letra de molde grande, puso en el titular de la nota ‘EL CAIMÁN, y en letras negras, ‘nos lo envían desde Barranquilla y se trata de un arquerito colombiano, Efraín Sánchez, que viene a probar suerte en el fútbol argentino defendiendo la camiseta de San Lorenzo de Almagro”. Yo tenía 19 años, y ni asomo de bigote ni barba ni nada de eso, con cara de pelao, y venía del fútbol amateur. Me imagino que por eso fue lo de ‘arquerito”.
Sánchez recuerda que el proceso de adaptación fue duro, el cambio fue brusco. “Me fui adaptando porque se trataba de vivir en una ciudad distinta y un país distinto, yo que venía de una ciudad que, para entonces, tenía apenas 275 mil habitantes”.
Pero a lo que sí se adaptó enseguida fue al apodo. “ Y la gente comenzó a decirme así y no sentí ninguna animadversión. La realidad era que me habían bautizado como a muchos otros. Un año después, cuando llegué a Colombia con el (club) América, seguía siendo así. Fue la época en que Carlos Arturo Rueda (locutor reconocido) estaba en su mejor época y le ponía apodos a todo el mundo; pero a mí el del ‘Caimán’ no me hizo mella.
“Y me quedé con ese remoquete, y en todas las enciclopedias incluyendo la de la FIFA, el recordatorio se refiere a mí como ‘el Caimán’, el ‘Zamora Suramericano’. Durante 20 años de carrera futbolística, alcancé a volverme famoso, y a donde llegaba me preguntaban por el sobrenombre, y siempre tenía que contar la misma historia. Ya no sé cuántas veces lo he hecho, cien, doscientas, no sé…”
Así, la conexión de ese tema con la ciudad de Barranquilla quedaba con un nuevo refuerzo, más allá de lo que el propio Peñaranda esperaba, hasta el punto en que se sintió obligado a bajarlo de las tarimas, donde era exclusivamente un tema musical, y lo llevó a las calles en forma de disfraz, hasta vincularlo a las cumbiambas de desfiles en el Carnaval de la ciudad. En una entrevista sobre maestros de la música nacional, emitida por el Canal Uno, Peñaranda relata esos años mozos en los que se sintió empujado por la popularidad de la canción y se hizo fabricar un caimán de madera con el que se incorporó a esos desfiles. Así, se le imprimía un nuevo elemento al caimán para que terminara asociado, como al final pasó, con el talante barranquillero en un sentido jocoso y típico, aunque no como el propio Peñaranda lo había previsto, pues como estrofa de cierre y tratando de asimilar la conducta de ese caimán de leyenda con la de los políticos, la canción dice:
La cuestión no es tan sencilla
y aquí voy a despedirme.
También hay en Barranquilla
caimanes de tierra firme.
Di Filippo se inventó el relato
El caimán inspirador, el original, sin embargo, no era el político tradicional asociado a lo oscuro y a la trampa, sino el de la leyenda de Plato. Esa leyenda, fragmentada y en diferentes versiones, hacía parte del anecdotario de los pescadores de Plato, hasta cuando llegó el cronista Virgilio Di Filippo y la convirtió en un relato concreto y la divulgó a través de una de sus columnas en el diario La Prensa de Barranquilla.
Di Filippo no era plateño, sino de otro pueblo ribereño ubicado a mitad de camino hacia Barranquilla, pero del mismo departamento del Magdalena: el Cerro San Antonio. Había llegado a Plato en 1927 y se convirtió en Secretario del Juzgado Municipal. Era abogado, periodista, escritor, compositor, organista, sacristán y organizador de las fiestas religiosas de la iglesia de Plato. Se casó allí mismo con la profesora Clara Luz Alfaro De León, dictó clases en el pueblo y allí mismo murió.
En torno al mismo Di Filippo hay otra leyenda en el sentido de que no se pudo parar de su silla cuando una vecina suya pasó por la calle gritando que un plateño se había convertido en Caimán, pero que ese mismo fenómeno incomprensible lo empujó a escribir el relato. Allí aparece como protagonista un ficticio Saúl Montenegro, porque según Édgar Romanos (un plateño que se disfraza de ‘Hombre Caimán’ en las fiestas pueblerinas inspiradas en esta leyenda), estuvo a punto de usar el de un pariente de su esposa para jugarle una broma. El hombre, cuya identidad no aparece en la versión de Romanos, llegó a amenazar a Di Filippo que si lo identificaba a él como ‘Hombre Caimán’ regaría una versión en su contra de que era el autor de unos pasquines con chismes e infidencias de los pueblerinos. Así que para no meterse en líos, un tal pescador ‘Saúl Montenegro’ quedó como el auténtico y legendario ‘Hombre Caimán’.
Tal leyenda tiene muchas variaciones según sea su divulgador o el medio utilizado, pero conserva su esencia: Saúl Montenegro, además de emborracharse luego de sus faenas, gustaba de espiar a las mujeres cuando ellas se bañaban desnudas en un brazo del río llamado ‘Caño de las mujeres’. Lo hacía desde los arbustos, pero su deseo enfermizo era el de poder verlas más de cerca. La leyenda aporta un rasgo distintivo de ese pescador además de su apariencia curtida: tenía dos dientes de oro cuyos destellos alertaban sobre su presencia entre los matorrales. Eso hacía que las muchachas huyeran de su vista. En la búsqueda de una solución, llegó a pensar en dos posibilidades: la de volverse invisible, o la de convertirse en un caimán a voluntad. Si tan solo pudiera convertirse en un caimán, pensó, podía pasar inadvertido desplazándose a ras de agua. Lo consultó con unos gitanos y estos le hablaron de un indio de La Guajira que podía convertir a las personas en animales. Ese personaje, que es llamado ‘Gran Piacha’ en una de las versiones de la leyenda, escuchó la petición de Saúl y le preparó varias botellas: unas con un líquido blanco que al rociarse sobre su cuerpo lo dejaba convertido en ‘Caimán’; y otras con un líquido rojo para reversar el proceso.
De ahí en adelante, un amigo suyo lo acompañaba en su tarea, de manera que Saúl, convertido en caimán, se lanzaba al agua y agazapado entre las piedras, disfrutaba del espectáculo de las bañistas; luego regresaba y su amigo lo ayudaba en el proceso de retorno a su forma humana. Eso funcionó varias veces, hasta que ese compañero fiel no lo pudo acompañar en una ocasión porque se pasó de tragos. El amigo que lo reemplazó hizo bien la primera parte, pero al verlo regresar de las aguas, con la boca enorme abierta, dejó caer el frasco del líquido rojo (el último que le quedaba) y este reventó contra una roca. Una parte de la poción alcanzó a caer en la cabeza del caimán, que recobró la apariencia de la de Saúl, pero el resto del cuerpo siguió siendo el de un reptil. Algunas versiones de la leyenda hablan de que también recobró parte de la apariencia del torso; y en otras, cambian el orden de los colores del contenido de los frascos.
Luego de la rabia inicial contra su amigo, Saúl no tuvo más que asumir su nueva condición y adoptar como hábitat la orilla del río. Pero su presencia se hizo muy notoria, y no pudo espiar a más a las mujeres mientras se bañaban porque se convirtió en el terror del lugar. Nadie se bañó más en ese caño y se empezó a fraguar la idea de darle cacería. Al ‘Hombre Caimán’ le tocó esconderse, y tan solo era visitado por su madre, quien se había enterado del infortunio por boca del amigo que lo acompañaba. Ella le preparaba y llevaba sus alimentos favoritos, incluso ron. Y trató de encontrar ayuda para su hijo, por lo que viajó a La Guajira para buscar al indio brujo, pero se enteró de que había muerto. La leyenda dice que ella, muy triste, murió de pena en el viaje de regreso a Plato. Enterado de las malas noticias, Saúl-Caimán decidió dejarse arrastrar por el río hasta su desembocadura, en Barranquilla, donde finalmente desapareció. Los términos de esa angustiosa historia, divulgada por la prensa gracias a la pluma de Di Filippo, atraerían a muchos forasteros hasta Plato. Uno de ellos fue José María Peñaranda Márquez.

De la tarima a la calle

Peñaranda nació en Barranquilla el 11 de marzo de 1907, y sus desplazamientos primeros a la Zona Bananera del departamento del Magdalena le venían desde pequeño, porque acompañaba a Mercedes, su madre a vender ropa por todos esos pueblos. En Aracataca, la tierra del Nobel Gabriel García Márquez, tuvo ocasión de apreciar una ejecución callejera de Francisco Moscote, a quien llamaban ‘El Hombre’. Alcanzó a verlo varias veces. “Yo recuerdo que él llegaba con su acordeón, una guacharaca y un tamborito que llaman caja. La gente decía: ‘llegó el hombre, llegó el hombre’. Y Él tocaba con sus compañeros y se ponían a tomar trago. Yo estaba ahí. Un día me quedó viendo y dijo: a este pelao le gusta la música. Ese pelao va a llegar lejos. Y era verdad. Yo donde había música, ahí estaba yo. Eso nace con uno”, le dijo a su entrevistador en una emisión del programa ‘Maestros’ de la programadora Audiovisuales, emitido en 1995 por el entonces canal A (hoy, Canal Institucional) y dirigido por Consuelo Cepeda.
Lo de la música, dijo allí mismo, se le apareció desde niño como una opción de pasatiempo en el Barrio Abajo, donde nació y pasó gran parte de sus años infantiles. Aseguró que escuchaba los bramidos de los barcos que subían y bajaban por el río Magdalena, y los que llegaban a la Intendencia Fluvial por el caño de las Compañías no muy lejos de allí, y hasta eso le parecía musical. Eran los días en los que él jugaba fútbol en la calle como cualquier niño, pero intercalando los espacios de ocio con la interpretación autodidacta de los instrumentos musicales. “Lo primero que yo toqué fue el tiple, cuando ya era un hombrecito. Después, la guitarra; después el acordeón. O sea, desde muchacho me gustaba a mí la música”.
Empezó a componer en 1937, pero fue en los años 40 cuando decidió dedicarse por entero a la música, haciéndose acompañar de unos amigos suyos de apellido Ramos, hasta que grabó, en la Voz del Litoral la versión original del ‘Caimán’ que no se conserva. Ya en los años, 80, y en ritmo de paseo vallenato, Peñaranda la grabó de nuevo, y esa ocasión respetó el estribillo con que se había dado a conocer.
La de Peñaranda es una historia musical que contiene títulos como ‘Me voy pa'Cataca’, interpretada en 1949 en la película ‘Amor Salvaje’, del mismo Juan Orol de ‘Pasiones Tormentosas’. Ese tema, con algunas leves variaciones, fue grabada por la Sonora Matancera con la voz del también barranquillero Nelson Pinedo, pero ya con el nombre de ‘Me voy pa’La Habana’. A la lista se agregan otros títulos como ‘La cosecha de mujeres’ de gran difusión internacional; y ya en la década de los 50, Peñaranda haría giras por todo el país imponiendo un estilo picaresco de temas de acordeón con números como “Las cuatro hijas”, “Que le den”, “Las secretarias” (que le ocasionó líos con este gremio de trabajadoras), y “Teresa”, entre varios otros. Y más adelante vendría la frontalmente procaz ‘Opera del mondongo’.
Pero ninguna ha sido capaz de desbancar a ‘Se va el Caimán” (título con el cual la canción es mejor conocida) como la más distintiva de Peñaranda, la más interpretada por los rincones del mundo, y la más traducida a otras lenguas: se habla de siete traducciones. Entre sus intérpretes se destacan Billo Frómeta, que la grabó por primera vez con la voz de Víctor Pérez en 1946 para la RCA Víctor; luego volvió a grabarla en versiones de mejor musicalización con el mismo Pérez (1962) y otra versión estrictamente instrumental (solo con el estribillo) en 1978 como parte de su Mosaico 41. Ya la había grabado, también, el mismo Víctor Pérez en 1960 con su orquesta Sans Souci; y la lista sigue con el arpa viajera de Hugo Blanco, el Cuarteto Imperial, varias agrupaciones colombianas empezando por la Orquesta de Pacho Galán; conjuntos colombianos como el grupo Niche, y Fruko y sus tesos, grupo Raíces, y una veintena más de agrupaciones e intérpretes de todas las nacionalidades hasta llegar al poeta y cantautor Facundo Cabral. El argentino la interpretó en 1992 como parte de su álbum ‘Yo vengo de todo el mundo’ en un ritmo de copla y con sus propios versos alusivos a Colombia, pero respetando el estribillo.

Un cierre con sabor a política

Llegó a ser tan famosa esta canción que tuvo su propia historia política, pues se volvió tema tarareado e interpretado a manera de burla contra presidente panameño Enrique Jiménez. La circunstancia de que Jiménez había sido impuesto como mandatario por una Convención Nacional luego del golpe de Estado civil a Arnulfo Arias, le granjeó antipatías, y la canción hacia parte de las expresiones del rechazo opositor como llamando a que se fuera de una vez por todas. Pero el propio Jiménez, que había asumido en 1945 y gobernó hasta el 48, tuvo la oportunidad de conocer la versión original de la canción en abril de 1946, cuando el cantautor barranquillero se presentó en vivo por la Cadena Panameña de Radiodifusión y en el Teatro Panamá. Una carta de felicitación del Presidente dejó claro que por lo menos desde la perspectiva de Peñaranda, la canción no tenía nada que ver con la política de su país.
Un año después, la canción volvió a aparecer en Centroamérica asociada al rechazo político. Lo hizo en el acto de posesión del presidente nicaragüense Leonardo Argüello Barreto, el 1 de mayo de 1947. Reemplazaba a Anastasio Somoza García, quien ejercía el poder desde 1937 aunque ya lo detentaba, en la práctica, desde 1934, cuando había mandado a eliminar al general Augusto Sandino. Cuenta la historia que la Tribuna Monumental o Presidencial en la Explanada de Tispaca estaba abarrotada no tanto para aplaudir a Argüello, que sabían ganador por un fraude, sino para tener el placer de ver marcharse a Somoza. Así que mientras el presidente saliente leía su discurso entre balbuceos y con los ojos húmedos de la tristeza, en medio del público empezó a escucharse un silbido al que todos se fueron sumando: era en el ritmo de estribillo de la famosa canción de Peñaranda. 25 días más tarde, luego de diferencias abismales con Argüello, y desde su cargo de la poderosa Guardia Nacional, Somoza García volvió al poder en un segundo golpe de Estado.
Con toda esta conexión entre el famoso estribillo y los opositores en tierras centroamericanas, no resulta ahora extraño que la canción fuera mal recibida cuando apareció en España en 1958, en plena dictadura de Francisco Franco. En particular, era la versión del paraguayo Luis Alberto del Paraná, con su ‘Trío Los Paraguayos’, conformado por Julio Jara, Reynaldo Meza y Jose de los Santos González. La canción venía en un acetato de 78 revoluciones por minuto que traía cuatro temas: ‘Ay Jalisco no te rajes’, ‘Muñequita Linda’, ‘Se va el Caimán’ y ‘Quiéreme’ (un vals peruano); pero el único censurado fue el del Caimán.
Una investigación del periodista José Manuel Rodríguez, dada a conocer en su libro disco ‘Una historia de la censura musical en la radio española’ editado en el 2008 en España, da cuenta de ese detalle en particular, y explica lo que pasó con 40 canciones calificadas como “no radiables” entre los años 50 y 60 del siglo pasado, en la dictadura de Franco.
Era una prohibición en dos escalas, recuerda Rodríguez, en una práctica que empieza a darse desde el año 1939 con el inicio de la dictadura. Franco gobernó España con mano firme y autoritaria hasta 1975, cuando murió. Esa fue una dictadura con un perfil muy personal sin una ideología definida más allá de su carácter confesional (católico integrista), unitario y centralista (contra toda autonomía regional o reconocimiento de peculiaridades culturales) y claramente reaccionario y conservador (los partidos y los sindicatos de clase fueron prohibidos).
La orden de censura o prohibición musical venía desde la Dirección General de Radiodifusión, perteneciente al Ministerio de Información y Turismo. Desde esa Dirección se hacían unas relaciones de canciones ‘no radiables’. Es decir, podían escucharse en salas de fiesta o en la casa, pero no se podían emitir por la radio. Esa relación era enviada a todas las emisoras. Solo llegaban la letra y el nombre del autor. Y en la misma emisora, dependiendo del nivel de autocensura o la forma en que interpretaran la disposición, el jefe de programación simplemente transmitía la orden de boca o podía llegar al extremo de rayar con un punzón el área del acetato. Había quien simplemente ponía una inscripción al lado del nombre de la canción, y eso fue lo que pasó con ‘Se va el caimán’.
El mismo estribillo se trajo a colación en la misma España, pero ya con la democracia restablecida, cuando el diputado del Partido Socialista Obrero Español (Psoe) Alfonso Guerra se marchaba del Congreso luego de casi cuatro décadas al frente de su curul y con varios anuncios no cumplidos de que se marchaba: “El caimán andaluz se iba definitivamente a Sevilla, que no a Barranquilla, y dejaba el Congreso tras 37 años de actividad parlamentaria”, dijo el diario ‘Tribuna abierta’ debajo del titular ‘Se fue el caimán, se fue el caimán’ de la nota escrita por Iñaki Anasagasti, el 11 de enero del 2015.
Pero mientras todo esto ocurría por otros lares, en Colombia, y más concretamente en la Costa, la imagen del caimán seguía asociada más al folclor y a la cultura que a la política. Quizás con la única excepción del abogado, periodista y locutor barranquillero, Ventura Díaz, quien fue gobernador del Atlántico, cónsul en Aruba y embajador en Jamaica. El apelativo de ‘Caimán parao’ como se referían a él en sus mejores épocas de la radio barranquillera, no tiene nada que ver con la política, sino con su sonrisa, más amplia de lo habitual. Y en el caso del humorista musical Alvaro Lemmon, que le conozcan como ‘El hombre Caimán’ está relacionado con que nació justamente en Plato, la tierra de la leyenda que sirvió de insumo para esta canción y para este texto...
JAVIER FRANCO ALTAMAR
REDACTOR ADN
BARRANQUILLA.
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