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Barranquilla

El Currucuchú, la danza show del caimán cienaguero

La danza de El Currucuchú  se vistió de rosado, los hombres se raparaon

La danza de El Currucuchú se vistió de rosado, los hombres se raparaon

Foto:Archivo particular

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Desde una silla de rueda su director Édgar Orellano mantiene una lucha por preservar la tradición.

Después que pasó la verde tempestad del banano y los inmigrantes retornaron a sus tierras, en Ciénaga (Magdalena) solo quedaron historias.
Los viejos cuentan que era tanta la plata, en esos días de la fiebre del banano, que en las ruedas de cumbiambas el fuego no se encendía con fósforos sino con billetes de cinco pesos. También dan fe del pacto que hizo un hombre, que un día apareció en el pueblo con el Diablo, ofrendando la vida de un cienaguero, todos los años, a cambio de su prosperidad.
Son mitos y leyendas que hacen parte de la mágica tradición oral de este ardiente y bullicioso pueblo, cuyas historias, como diría el mismo Gabriel García Márquez, no quedan en la memoria sino en el corazón de quienes las escuchan.
Por eso en el Día de San Sebastián (20 de enero), cuando el pueblo entero y la zona bananera reviven la leyenda de Tomasita Bojato, la hija de pescadores que fue devorada por un caimán mientras jugaba en las aguas de la Ciénaga Grande, la imaginación, creatividad y alegría del cienaguero vuelve a reventar para contar esta tragedia en versos, al son de las palmas, la tambora, el guache, el clarinetes y los bailarines, en el Festival Nacional del Caimán Cienaguero.
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Foto:Archivo particular

Y está historia ha sido recogida y escenificada de una manera única por ‘El Currucuchú’, la danza conformada por 20 hombres que bailan en parejas, la mitad, disfrazados de mujeres, y al ‘caimanero’ (el encargado de darle vida a la figura del caimán), y con versos y coreografías originales llevan 32 años de manera consecutiva alegrando esta fiesta y representando el verdadero folclor cienaguero.
Es una danza que además de preservar la tradición del baile del caimán, todos los años se meten al público y jurado en el bolsillo con la puesta en escena de un show cargado de gracia con los movimientos rítmicos, imitaciones de los ademanes femeninos y versos que van cargados de doble sentido, o críticas a las autoridades locales por la desidia oficial, la corrupción y el abandono del pueblo.

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La lucha de Orellano

Detrás de la danza de 'El Currucuchú' está el alma de un hombre, cuyo trabajo en favor de la cultura de Ciénaga, ha sido su bálsamo para llevar la tragedia que lo dejó en una silla de ruedas, tras una pelea.
Édgar Salvador Orellano Perea, de 56 años, es el fundador y director, que le da el toque original al grupo. Su discapacidad no lo ha limitado para seguir siendo un actor de la fiesta.
“Llegué (1986) de Venezuela y con un grupo de amigos del barrio nos disfrazamos de mujeres y nos presentamos al concurso, con el nombre de ‘El Currucuchú’ que era el disco de moda en ese entonces. Eso fue una locura. David Sánchez Juliao era uno de los jurados, y no se dejó presionar por la mesa ni los organizadores, que no nos vieron con buenos ojos, y nos declaró ganadores”, recuerda Orellano sobre el nacimiento del grupo.
El pasado miércoles, a pocas horas de una las presentaciones de la danza, lo encontramos sentando en la terraza de su casa, donde trabaja en la fabricación de caimanes, que elabora con varillas, alambre, cartón, y papel, y espuma, por encargo de otras danzas, algunos particulares y las reinas centrales de las fiestas para adornar las carrozas que salen en el desfile. Allí le ayudan desde su esposa, sobrinas y algunos amigos.

Desde diciembre cuando siente que se acerca la fiesta, cambia. Llama a la gente del grupo, lo vienen a buscar para que fabrique caimanes, comienzan los ensayos

Cuando quedó en la silla de ruedas entró en depresión, pero fueron los amigos de ‘El Currucuchú’, el mismo ambiente y la música de las Fiestas del Caimán, las que actuaron como una terapia que les regresaron las ganas de seguir bailando y gozándose la vida
Miladis Cecilia Horta, la mujer con la que lleva 25 años de casado y madre de su segunda hija, confirma que la tradicional festividad es su vida. “Desde diciembre cuando siente que se acerca la fiesta, cambia. Llama a la gente del grupo, lo vienen a buscar para que fabrique caimanes, comienzan los ensayos todos los días a las 7 p.m. es otro hombre”, dice.
Édgar les recuerda a los miembros del grupo que son como una familia, en donde el apoyo, la lealtad y el respeto son claves. Confiesa que hay momentos en que les toca alzar la voz y mostrar qué es director. “Tengo unos muchachos que me apoyan, yo les explicó como quiero que se muevan y que pases deben hacer y así ellos siguen la rutina”.
No lleva la cuenta de los premios que ha ganado, cree que son más de 12, además de las declaratorias de fuera de concurso. En Barranquilla con su danza también han ganado en el Carnaval de la 44.
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Foto:Vanexa Romero / EL TIEMPO

Dentro de los amigos de Édgar está Jon Jairo Jaramillo, un paisa de 54 años, que llegó hace 23 años a Ciénaga, al ver la popularidad y acogida del público hacia la danza, decidió financiarlos, al poco tiempo terminó bailando con ellos y ya son 18 años como miembro del grupo. Es el bailador más antiguo.
Hoy la historia que contará el pueblo, es que dentro ‘El Currucuchú’, cuyo director baila y canta en una silla de ruedas, es el más grande fabricador de caimanes y verseador; también está el primer cachaco en bailar caimán en Ciénaga, que saldrá con otros 10 hombres vistiendo un traje rosado y la cabeza rapada, en homenaje a las mujer víctimas con cáncer. Entonces los cienagueros, que son buenos para contar historias, quizás ya tengan otro gran relato, para no perderse en el olvido y la nostalgia.
LEONARDO HERRERA DELGANS
Enviado especial de EL TIEMPO
Ciénaga (Magdalena).
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