Viudas de joselito

El llanto de la eterna viuda del Carnaval de Barranquilla

Judith Wehedeking sale por las calles a llorar al mítico personaje interpretado por su esposo, y asegura ser la verdadera viuda de Joselito Carnaval.

Como lo hacen desde hace más de un siglo víspera del Miércoles de Ceniza, en el epílogo de los carnavales, justo cuando los matarratones florecen, los barranquilleros salen a las calles con cortejos fúnebres y recorrerán lo ancho y largo de Curramba y sus alrededores, llorando y gritando con gran histrionismo la muerte de Joselito Carnaval.

El martes de carnaval es el día en que Judith Wehedeking saca al ruedo, como en los últimos años, el atuendo de viuda alegre para irse al pie de uno de estos entierros simbólicos, llorando a grito pelado, en mitad de la calle a ese personaje rey de la fábula colectiva que después de la parranda eterna, estira la pata y que representa al gozón barranquillero y a los mismos carnavales, la expresión festiva más grande e importante de Colombia, declarado por la Unesco, en el 2003, ‘Obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad’.

Judith resalta una de las características de la mujer caribe: la alegría. Desde los 18 años le ha gustado disfrazarse y bailar. "La primera vez me disfracé de española", recuerda. Desde entonces siempre ha participado en las comparsas que salen en La Guacherna, los desfiles de la Vía 40 y por supuesto el del martes de carnaval.

Sin rodeo y con el mayor convencimiento, esta mujer de 79 años, ama de casa, con dos hijos y dos nietos, que ha sabido gozarse la fiesta, confiesa que encarna a la verdadera viuda de Joselito Carnaval.

Por eso no es extraño que sus vecinos la paren en la calle a preguntarle qué se pondrá este año para salir en el sepelio, y ella, en detalle y con alegría, cuenta que la creación de su vestido es de un diseñador amigo y lo confección del sastre que le cose a muchos del barrio.

Es un traje negro ceñido al cuerpo —a su edad, Judith conserva una buena figura—, de cuello alto, medias negras de calado, sombrero negro con una gran pluma negra que sobresale. Estola de plumas negras, collares y pulseras de perlas blancas y un abanico de mano para espantar el abrazador calor de las 11 de la mañana, hora en que inicia el desfile en esta ciudad de veranos eternos.

“La estola me las prestó un diseñador que la trajo de Miami y se acordó de mí, porque sabe que soy una verdadera viuda del carnaval”, cuenta Judith, al calcular que en telas y mano de obra se gastó unos 70 mil pesos.

Judith cada año se prepara para despedir al carnavalero mayor, desempolva sus vestidos que guarda en una maleta, a la que llena de bolitas de alcanfor "Pa' que las cucarachas no me los dañen", dice en medio de risas.

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Una verdadera viuda

Desde hace unos cinco años, ella es una de las figuras centrales del desfile de Joselito de la Calle 54, en el barrio Lucero, centro de Barranquilla. Su esposo Camilo Torres era quien se metía en el cajón para representar al personaje, y ella lo acompañaba a lo largo del cortejo.

Este desfile ha generado sentido de pertenencia entre los habitantes del barrio Lucero, en el centro de Barranquilla, que cada año colaboran con más detalles para que sea lo más parecido a un cortejo real. De allí que una las funerarias del sector preste el carro fúnebre, el ataúd, los cirios, coronas y mande hacer los carteles que se pegan en todas las esquinas del barrio, invitando a todo el mundo a participar en este goce, y a motivar a vecinos como Camilo Torres a meterse en el cajón a encarnar a Joselito, y llevar a su viuda de verdad.

Judith recorre los cinco barrios como si fuera una jovencita, entre unos 200 disfraces de viudas alegres, religiosas, jerarcas de la iglesia, enmascarados, cumbiamberos, garabatos que avanzan en medio de una nube de maicena y espuma por el centro de la calle al son de la música de carnaval que amplifica la caravana de carros que los sigue, mientras desde las terrazas y bordillos la gente siguen con las palmas el alegre cortejo fúnebre que despide el carnaval.

"Acompáñame mija, vamos a llorar a Joselito", recuerda Judith, con nostalgia de esa primera invitación del viejo Camilo.

Desde las 9 a.m. salían de la casa, ella de luto y él con su pinta carnavalera, listo para meterse sus 'petacazos' (trago) de Ron Blanco, echarse maicena y meterse en el cajón para la finalizar el desfile, sobre las 4 p.m. y despedir el Carnaval bailando sin parar en la calle 54 con carrera 37.

El viejo Camilo fue pensionado del Seguro Social que en los últimos años trabajó como vigilante de un conjunto residencial del sector. “Era un barranquillero de pura cepa, parrandero, familiar, servicial que nunca se metió en problemas y que su único vicio era tomarse sus traguitos con sus amigos en la tienda, fumar y meterse en el cajón los martes de carnaval”, dice Leonardo Galofre, un joven abogado que creció escuchando y viendo esas historias.

El último año que Camilo lo hizo fue en el 2013. Un cáncer en los pulmones había complicado su estado de salud. Pero no su espíritu carnavalero y por eso insistió en que lo sacaran un año más en el cajón.

“Llegó y se encaletó de una en el cajón y pidió que arrancara el desfile porque la familia lo estaba buscando”.

“Llegó y se encaletó de una en el cajón y pidió que arrancara el desfile porque la familia lo estaba buscando. Le habían advertido que no podía salir como Joselito”, recuerda Fernando Lázaro, el vigilante del sector que el martes de carnaval se disfraza de bebé, para lo que se rapa la cabeza, coloca un pañal y biberón gigante, y va por todo el desfile gritando y llorando a moco tendido la muerte de Joselito.

Pero a menos de dos cuadras del recorrido, Margarita Torres, la hija mayor de Camilo, se atravesó en el recorrido del desfile y le pidió a su papá que se saliera del cajón. El viejo no le quedó otra que obedecer, pero no lo hizo de buena gana. Enmaicenao y en temple por los tragos de ron, se fue para la casa.

Fue la última vez que el barrio Lucero gozó con su representación de Joselito. El 31 de octubre del 2013, a los 79 años, murió. Fue un sepelio fue muy concurrido, gente de todos lados llegaron a despedir a Camilo.

"Cuando lo sacaron del cajón se bajó tan molesto, que creo que esa pena moral fue la que aceleró su muerte, porque ese eran un viejo bacán, que vivía el carnaval", sostiene Evert Ortega, uno de los fundadores del desfile de la Joselito de Lucero, y que se disfraza de jerarca de la iglesia católica, representación que le ha servido para ganar dos Congos en el Carnaval.

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Hasta que el cuerpo aguante

La pérdida de su esposo no es un impedimento para que esta mujer siga disfrutando y aportando a la fiesta de La Arenosa. Hoy, aún sigue llorando a Joselito para conmemorar y hacerle un homenaje a su esposo, quien en vida le regaló los más hermosos frutos de su vida, sus dos hijos.

Por eso no solo llora Joselito, sino también a Camilo. Y por eso, al lado del cajón, grita:

¡Ayy, Camilo, mijo porque te fuiste!

— Te lo decía, Camilo que el ron y el cigarrillo te iban a matar.

—¿Por qué no hiciste caso, mijo lindo?

—Me dejaste dos retoños: César y Margarita, mis hijos mijos lindos.

La verdadera viuda de Joselito, como ella misma se proclama, sufrió una caída que le ha ocasionado dolores en varias partes de su cuerpo, pero esas dolencias no será impedimento para que este año nuevamente se vista de traje y sombrero negro —al que le gusta no tiene dolor, la luz del frente es la que alumbra, así que allí estaré nuevamente—, afirma Judith.

A medida que se acerca los carnavales, dice, su cuerpo se va aliviando y su espíritu se alegra más. "Mi doctor me dijo que yo era la viuda de Joselito y debía salir en el desfile, pero que lo acompañara hasta donde me sintiera bien", dice. Por eso, se toma las pastillas con mucha puntualidad y trata de no hacer mucho oficio de peso en la casa.

Esta semana se midió le vestido dos veces, sintió que le quedaba un poco ancho, ha bajado de peso, por lo que mandó a llamar al sastre para que se lo ajustara, ya todo está listo para que el martes de carnaval salga a llorar a Joselito y a recordar a su amado Camilo.

El miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la Cuaresma Católica, va al cementerio a visitar a su esposo. “Camilo, te recuerdo con alegría", le dice, pero esta vez sí le salen lágrimas de verdad.

LEONARDO HERRERA DELGHAMS, Corresponsal de EL TIEMPO - Barranquilla