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Limonada de coco: Historia de un beso

Foto:

"Un día de 1943, Álvaro Castaño. Castillo y Gloria Valencia se avistaron en una calle de Bogotá".

A Juan Ruy Castaño, con cariño.
Esta es la historia de un beso furtivo que se volvió famoso. Un beso que sobrevivirá en la memoria aunque sus dos protagonistas ya no vivan para contarlo.
El beso comenzó a fraguarse una mañana de 1943, cuando Álvaro Castaño Castillo y Gloria Valencia se avistaron en una calle de Bogotá. Él estaba parado en la esquina y ella venía desfilando como tambor mayor en la banda de guerra de la Policía. El cruce de miradas fue fugaz. Entonces Álvaro tenía veintitrés años y Gloria, dieciséis.
Pasó un tiempo antes de que volvieran a tropezarse por casualidad. Ella portaba el libro La deshumanización del arte. Él, que ya por entonces era un lector aplicado, vio en ese detalle un buen pretexto para lanzarse al ataque. A continuación desenvainó una frase sobradora que a ella le resultó insoportable:
—Señorita, usted está leyendo el único libro malo que ha escrito Ortega y Gasset.
Luego siguió hablando en el mismo tono presuntuoso: dijo que él también estaba leyendo un libro de Ortega y Gasset, pero de los buenos: Estudios sobre el amor. Los subrayados y notas al margen –agregó– eran del reconocido poeta Eduardo Carranza, amigo suyo.
Tras esta segunda coincidencia cada uno comenzó a hablar del otro con sus amigos: él se refería a ella como “la divina” y ella a él como “el bogotanito detestable” (Gloria nació en Ibagué).
A pesar de la tirantez empezaron a frecuentarse. Entonces se hizo inminente, por fin, el beso de esta historia. Álvaro llevaba varios días preguntándose cómo dar semejante paso. La respuesta estaba en una sentencia de Maupassant: “Un beso nunca vale tanto como cuando es robado”.
Y la asaltó con un beso.
El beso.
Ese beso marcó un “antes” y un “después” en sus vidas. Ambos, románticos obstinados, recordaban la fecha exacta en que sucedió: el 5 de febrero de 1944. En cada nuevo aniversario del beso había flores y cena de gala.
Ambos consideraban el beso como el preludio de sus venturas: la unión indestructible, los senderos compartidos, las conversaciones gozosas, los hijos, los nietos, los biznietos, las trayectorias brillantes –él fue pionero de la radio cultural y ella, la mejor conductora que ha tenido nuestra televisión.
Formaban una pareja tan bonita que a nadie se le ocurría mencionarlos individualmente. Eran Gloria y Álvaro, Álvaro y Gloria. Así, juntos, iban a todas partes. Juntos recibieron el Premio Simón Bolívar en la categoría Vida y Obra, única vez que tal distinción ha sido concedida a unos esposos.
En las entrevistas posteriores al premio volvieron a hablar del primer beso, y entonces este empezó a expandirse en nuestras conversaciones.
Lo recordamos en marzo de 2011, cuando Gloria falleció. Aquella vez Álvaro conmovió al país con su declaración emotiva en la radio:
“Estaba sufriendo mucho y era justo que descansara. La enfermedad había abusado de su paciencia. Era tan dulce. Si tan solo la hubiera conocido ya me hubiera sentido privilegiado, pero es que además fui inmensamente feliz durante los sesenta años que compartí con ella”.
Ahora Álvaro también ha muerto. Su hija Pilar y sus nietos esparcieron sus cenizas en el mismo lugar donde hace cinco años habían espolvoreado las de Gloria. Entonces, con un nudo en la garganta, he reconocido la significación de aquel beso que tanto exaltaron: hubo un tiempo en que no nos habíamos vuelto los seres individualistas y mezquinos de hoy, y éramos capaces de amar hasta la muerte.
ALBERTO SALCEDO RAMOS
@SalcedoRamos
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