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Bogotá

¡A cuidarnos! / Voy y vuelvo

Bogotá, como el resto del país, está a merced del atraco callejero.

Bogotá, como el resto del país, está a merced del atraco callejero.

Foto:David Osorio - Archivo / EL TIEMPO

La única fórmula que funciona contra los maleantes callejeros es la solidaridad.

Con una diferencia de 24 horas, una mujer fue víctima del robo de su celular en un bus de servicio público. Casi que al mismo tiempo, una joven fue abordada en el parque de su barrio por dos adolescentes que intentaron asaltarla sin éxito. Horas más tarde, hacia las 9 de la noche del mismo día, otra muchacha, de apenas 22 años, Daniela, recibió un disparo en la cabeza cuando se hallaba a pocas calles de su casa. A estas alturas, la policía aún no ha determinado la causa del incidente que la tiene en estado crítico.
Lo que ustedes acaban de leer lo vivieron personas muy cercanas y me lo contaron con esa voz de angustia y resignación que suelen acompañar estos relatos. Uno queda perplejo. Al comienzo se indigna y cae, como la mayoría de la gente, en un estado de negación y de percepción de que la ciudad está llevada por el crimen. A la joven del parque la intentaron atracar pese a que existe seguridad privada, que, como es obvio, no aparece en estos casos. La que robaron en un bus articulado no encontró dónde poner la denuncia porque el hurto se cometió poco después de las 6 de la mañana. Intentar desactivar su aparato le tomó dos horas. Nefasto.
Pero el más grave de todos fue el de Daniela. No solo por la sevicia con que se cometió –en la oscuridad, bajo un puente peatonal, como si hubiera existido premeditación–, sino porque la víctima es una estudiante brillante, consagrada a su estudio, rodeada de amigos que no han dejado de enviarle mensajes de apoyo para que se recupere pronto. Y aún no hay pistas de los autores de semejante hecho. No se conocen videos, no hay testigos, no había policía en el peatonal. Nada. Estaba a merced de su propia suerte.
Todos los casos anteriores terminan con la misma reflexión: Bogotá, como el resto del país, está a merced del atraco callejero. Se han desmantelado bandas, sí; se han reducido los homicidios, también; ha bajado el hurto a casas, de acuerdo; han caído peligrosas organizaciones criminales, sin duda. Pero ¿la calle? ¿Por qué la gente no puede salir al parque del vecindario? ¿Por qué no hay cómo facilitarles a los ciudadanos las denuncias? ¿Por qué una estación o un puente peatonal o un simple andén siguen siendo lugares prohibidos para jóvenes como Daniela?
No voy a caer en la tentación de reclamar más policías porque entramos en otra polémica. ¿No deberían estar en la calle, y no cuidando partidos de fútbol, por ejemplo? Pero aquí el tema es claro: ni miles de cámaras, ni el doble de policías, ni las flamantes compañías de seguridad privada, ni los cuadrantes policiales le garantizan a uno que no aparezca un sujeto en bicicleta o en moto, con tapabocas, armado, parapetado en una banca, tras un árbol o simplemente en el andén, dispuesto a convertirnos en su próxima víctima. La única salida que nos queda, en consecuencia, es cuidarnos. Entre todos. Dudar del sospechoso en el barrio, en el parque, en la acera, en el puente; dudar del que se nos acerca cuando transitamos en una calle medio solitaria; tenemos que convertir nuestros ojos en millones de cámaras y nuestros gritos en voces de alerta que ayuden a cuidar al otro, confiando en que lo propio harán los demás en reciprocidad. Entre todos podemos ser cómplices de nuestra propia seguridad. La única fórmula que funciona contra los maleantes es la solidaridad.
Esto incluye estar alerta, en permanente comunicación con la familia, con los amigos. En lugar de escribir pendejadas en el WhatsApp, sería bueno decir en dónde estamos, si requerimos que nos esperen, que nos acompañen, si sospechamos de movimientos, de personas, de situaciones, para hacer una cadena de alertas. Algo así como un Waze de la seguridad que ayudemos a construir entre todos. Ninguno dudaría en colaborar si recibe mensajes de este tipo. La solidaridad es un bien cada vez más escaso, lo sé, pero dejar que las cosas sigan así es condenarnos a vivir con miedo, encerrados u obsesionados solo con crear mensajes de protesta por redes sin ninguna acción efectiva. Y que la Policía y el aparato de justicia nos den una mano en este sentido. ¿Cómo? Qué tal si al menos facilitaran una denuncia o dieran con el paradero de los criminales que atentaron contra Daniela, para empezar.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
erncor@eltiempo.com
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