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Bogotá

Habla única sobreviviente de accidente de avioneta en barrio de Bogotá

Liliana Ramos Jiménez, tía de María Paula Vargas Ramos, hermana de Constanza Jiménez Vargas, asumió la custodia de la niña y no ha escatimado en tiempo para ayudarla en su recuperación.

Liliana Ramos Jiménez, tía de María Paula Vargas Ramos, hermana de Constanza Jiménez Vargas, asumió la custodia de la niña y no ha escatimado en tiempo para ayudarla en su recuperación.

Foto:Néstor Gómez / EL TIEMPO

María Paula Vargas Ramos habló sobre su recuperación después del incidente en Engativá.

Como muchas tragedias, todo comenzó con una llamada. Liliana Ramos Jiménez no había escuchado noticias en la tarde del 18 de octubre del 2015, solo veía televisión en compañía de su familia. “Tía, tía, voy para urgencias, estoy con la niña, vamos al hospital Simón Bolívar, mis papás están en la clínica Partenón”.
Lo primero que pensó es que su sobrina María Paula Vargas Ramos, la niña de 11 años, se había caído o sufrido un accidente menor. “De todas formas me preocupé, hasta me puse el pantalón al revés de los nervios. Luego salimos en el carro al hospital”.
Pero cuando llegaron el lugar estaba repleto de gente, periodistas y camarógrafos que los miraban y trataban de hablarles. “Cuando llegué, mi sobrino le dijo al vigilante que me dejaran pasar”. Fue la frase de la camillera, el preludio de lo que estaría por ver. “No vaya a llorar cuando la vea”.
El rostro y el cuerpo de la niña no se veían, estaban totalmente de negro, era un cúmulo de tizne. “Tía, tía, ven conmigo”. Tía y sobrina se miraban sin poder hacer nada hasta el séptimo piso cuando las separaron. Luego, el hermano de la niña, Alejandro, le contó que una avioneta había caído sobre una panadería del barrio El Luján.
“No soy retrasada, no soy pobrecita, no hagan cara de bobos, yo me voy a recuperar”.

“No soy retrasada, no soy pobrecita, no hagan cara de bobos, yo me voy a recuperar”.

Foto:Nés

No solo fue enterarse de un absurdo, sino de que su hermana Constanza Jiménez y su cuñado Pedro Vargas también acababan de llegar al hospital y luchaban por sus vidas. “A ella la vi con un máscara puesta, no podía hablar, pero con sus ojos me decía: la niña, la niña”. Fue peor verlo a él, lo habían metido en una especie de bolsa brillante y entró directo a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Y mientras todo eso pasaba, una niña de solo 11 años vivía la experiencia más extraña de su vida.

‘No entendía nada’

María Paula recuerda todo con claridad. El sábado antes del accidente, ella y sus padres habían ido a un matrimonio y la pasaron tan bien que llegaron a su casa a las 4 de la mañana. “Cuando amaneció, ya era después de mediodía. Entonces nos fuimos a donde mi tío, allá estaba el carro de mi papá”. La niña no quería irse de allí porque estaba viendo una película, pero sus padres insistieron, estaban invitados a almorzar.
En el camino, la pareja estacionó el carro frente a una panadería del barrio El Luján y entraron. “De repente todo explotó, pensé que había sido un cortocircuito o estallado el gas. Solo recuerdo que mi papá me empujó, que caí al piso, y que un hombre extraño, me sacó y me acostó en el andén”. Veía una caldera de llamas frente a sus ojos.
La niña logró pararse, caminar y pedir ayuda, pero la gente, en vez de auxiliarla, comenzó a tomarle fotos y a grabarla. “La gente es ignorante, me miraban como si nada”. Luego vio a sus padres como dos sombras deambulando por el piso, casi desnudos, hasta que un policía los subió a una patrulla y los llevó a la clínica Partenón.
Increíblemente los tres estuvieron conscientes en el lugar. “Yo veía a mucha gente de la panadería, estaban quemados, su ropa tenía huecos. Recuerdo que antes de acostarme me quitaron lo poquito que me quedaba de ropa, me aplicaron vaselina, me metieron una aguja”. No sentía nada, una película que no entendía pasaba ante sus ojos. Su cuerpo fue puesto en una camilla y llevado al hospital Simón Bolívar, también sus padres.
En medio del sonido de las sirenas y un caos que no comprendía, solo escuchaba una voz que le decía cada cinco minutos: “No te duermas, no te duermas, abre los ojos”. Ella sentía mucho sueño. Justo cuando la iban subiendo al séptimo piso fue cuando vio a su tía. “Mis papás, tía, ¿dónde están?”.

De repente todo explotó, pensé que había sido un cortocircuito o estallado el gas. Solo recuerdo que mi papá me empujó

Inconsciente

En una sala especial la bañaron, le quitaron lo que le quedaba de piel, mientras ella, lejos de sentir dolor, solo se percató de cuan fría estaba el agua. “También me raparon el pelo con una cuchilla, yo mentalmente me preguntaba por qué me quitaban mi pelito, luego vi mucha de mi piel como colgando de mi mano”. Después se vio llena de vendas. Pronto su cuerpo se inflamó, sus ojos desaparecieron en un rostro tumefacto y sintió sed, mucha. Ella quería sujetar un vaso y beber hasta la última gota, hasta que le dijeron: “Mira cómo tienes la boquita”. Luego quedó inconsciente. Le indujeron el coma.
María Paula cuenta que soñó muchas cosas, que anduvo en un mundo raro, donde no había casas, pero que de todas las cosas fue la última imagen la que la hizo sentir un dolor profundo. “Yo estaba con mis papás en un sofá, luego sentí que me caía. No quería irme al infierno, sentía que iba a traspasar el piso, pedía poder irme para arriba, recé un padrenuestro y ahí fue cuando me despertaron”.
Habían pasado 22 días de inconsciencia´, pero María Paula pensó que había sido solo uno. Abrió los ojos en un lugar extraño, blanco. “Vi a doctores que hablaban en gringo, yo no entendía nada. Estaba intubada. No podía hablar, comer, sentarme, no sentía mis piernas. Así duré como medio mes”.
María Paula Vargas Ramos recuerda con nostalgia a sus padres. Ha superado su muerte pero no ha sido fácil. La ayuda su personalidad firme.

María Paula Vargas Ramos recuerda con nostalgia a sus padres. Ha superado su muerte pero no ha sido fácil. La ayuda su personalidad firme.

Foto:Néstor Gómez / EL TIEMPO

La primera visita que recibió fue la de sus tíos Fabio y Patricia. Ella trataba de preguntarles qué había pasado, pero no podía hablar, los aparatos a los que estaba conectada se lo impedían y cuando se los quitaron tardó en recuperar su voz.
Superada la primera batalla para salvar su vida, por primera vez, María Paula habló de dolor en su relato. “Cuando me dijeron que mis papás habían muerto me volví loca. Quería pararme de la cama, salir corriendo”.
No entendía qué era eso de que una avioneta había caído del cielo, encima de una panadería, la misma en la que ella vio a sus padres por última vez con vida. Con su delicada voz dice que vivió muchos días de resentimiento, que se sumaron al dolor físico de las terapias. Había sufrido quemaduras en el 45 por ciento de su cuerpo. Rostro, manos, piernas eran el recuerdo en carne viva de lo que había sucedido.
“Fue una época terrible, el pañal le fastidiaba, ir a verla era cargarse de fortaleza, no podíamos mostrarnos acongojados. Teníamos que disfrazar nuestros sentimientos”, recordó Liliana Ramos, quien además sufría por la muerte de su hermana el 24 de octubre y de su cuñado. Tenían quemaduras en el 80 por ciento de sus cuerpos, fueron incapaces de resistir las bacterias, sus corazones no soportaron tanto dolor.
María Paula tuvo que aprender a caminar, porque al comienzo no sentía sus piernas, cualquier movimiento le dolía. “Al comienzo fue con la ayuda de un caminador, tuve amigos en el hospital, ellos me visitaban y estaba pendientes de mí”. Las primeras cirugías fueron de injertos de piel de un banco. “Me hacían curaciones despierta. La primera me dolió mucho, mucho. Cuando me quitaron el vendaje que estaba pegado a la piel me salían muchas lágrimas. La piel muerta se tenía que ir. Al final yo era tan fuerte que soportaba el dolor”.

Pedía poder irme para arriba, recé un padrenuestro y ahí fue cuando me despertaron

Los médicos

La entrega total de los profesionales, sobre todo del hospital Simón Bolívar, que trataron a María Paula y a su familia fueron piezas clave en su recuperación. “La psicóloga Nelly, la psiquiatra Adriana Vargas y el doctor Jiménez trabajaron con el corazón y nos ayudaron a enfrentar la tragedia”, contó Liliana.
Los trámites para que Liliana obtuviera la custodia de la niña ante el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) fueron agobiantes. “Cuando la vieron se dieron cuenta de por qué la niña necesitaba de alguien que se hiciera cargo de ella. Esa vez estuvimos todo el día hasta las 3 de la tarde, acostamos a la niña en una camilla”. Su tía tuvo que afiliarla a su EPS, era necesario que contara con un seguro médico.
Liliana era la única que podía hacerse cargo de la niña, además lo anhelaba de corazón, era un deseo que quería hacer realidad por el amor que le tenía a su hermana y el dolor que le causó su partida. Pero su vida cambió completamente, esa fue su apuesta, nunca lo dudó.
Comenzaba otra parte difícil de la recuperación de María Paula. Solo ellas dos saben y vivieron el sacrificio de horas de terapias, de intervenciones quirúrgicas, de dolor. 
“Gina Martínez, la terapeuta ocupacional del Simón Bolívar, es un ángel. Se mete en el cuerpo de sus pacientes”. Gracias a su trabajo la niña camina, recuperó el movimiento de sus brazos y su rostro cada vez se ve mejor, gracias a los masajes, que aunque dolorosos, le hizo a la niña en su rostro.

Cuando me dijeron que mis papás habían muerto me volví loca. Quería pararme de la cama, salir corriendo

Liliana es buena para hablar de lo que hicieron los demás por la niña; los médicos, los excompañeros de oficina de Constanza que organizaron un evento para ayudarla, de los jefes de la empresa donde trabajaba su hermana que donaron dinero para los gastos médicos, de su familia siempre incondicional, pero poco habla de su sacrificio. Todo lo que ha hecho por su sobrina se le nota cuando la abraza, así eso haya cambiado su vida para siempre. “Ella es la niña que siempre quise tener”.
Por ella ha movido cielo y tierra para comprar las licras y silicones para que las cicatrices evolucionaran bien en menos de un año y hasta un médico naturista. Pagó terapias adicionales, operaciones, infiltraciones, la vio llorar del dolor y también superar lo que sentía como una guerrera. Ha sido una prueba para las dos.
Liliana logró que el doctor Jorge Luis Gaviria, el mismo que atendió a Natalia Ponce de León, se pusiera al tanto de la transformación de María Paula. “No sé ni cómo describir a ese doctor. Es un profesional, no sé cómo agradecerle todo lo que ha hecho por la niña desde el 2016”.
Contar cada detalle de lo que ha luchado esta familia es imposible, eso sí lo más admirable es la forma como María Paula ha sorteado todos los obstáculos. Es una niña fuerte, con personalidad, que solo pide que la gente no la mire con lástima. “A las personas parece que se les fuera a acabar el mundo cuando me ven. No soy retrasada, no soy pobrecita, hay casos peores, no hagan cara de bobos, yo me voy a recuperar. Analicen que sus reacciones nos hacen sentir mal”.

¿Qué ha pasado con la investigación?

La familia de María Paula Vargas Ramos, la única sobreviviente del choque de la aeronave Beechcraft 60 de matrícula HK-3917G, con al menos 40 años de uso, que se precipitó a tierra sobre una panadería del barrio El Luján, el domingo 18 de octubre del 2015, nunca recibió un reporte de la investigación.
Se sabe que la aeronave contaba con una póliza de seguro de aviación de la Compañía Mundial de Seguros. Esta haría un anticipo de indemnización para la menor de 175 millones y para su hermano John Alejandro Vargas de 30 millones, dinero que por ahora ha sido administrado por un tío de la menor. “Yo no he manejado ese dinero, entiendo el deseo de que la niña tenga un futuro, pero esos recursos se necesitan ya para brindarle todos los tratamientos que María Paula necesita. He recibido unos 16 millones de pesos no más”.

No soy retrasada, no soy pobrecita, hay casos peores, no hagan cara de bobos, yo me voy a recuperar. Analicen que sus reacciones nos hacen sentir mal

El dinero se ha visto diezmado por los gastos en abogados en casi 17 millones de pesos y Liliana ha sacado de sus recursos para cambiar de colegio a la niña, pagarle clases de inglés y adecuar la casa para que se sienta a gusto. Ella no ha escatimado en gastos. “Somos personas trabajadoras, pero los gastos han sido duros, nos hemos endeudado. Cien millones de pesos no son suficientes para reparar el daño”. El trámite pendiente es lograr la representación legal, pero eso también necesita de un abogado que les ayude a realizar la diligencia. “Usted ve a la niña y se puede dar cuenta de que todo ha sido invertido en ella”, dijo Liliana.
La Aeronáutica Civil nunca se ha comunicado con la familia al respecto. Ellos se quedaron con el pronunciamiento que hicieron un mes después ante los medios: hubo una inadecuada intervención del piloto sobre los controles de vuelo en cabina y no se evidenció llamado alguno de emergencia. Gustavo Lenis, director de la entidad en ese momento, dijo que el motor izquierdo de la avioneta perdió su fuerza minutos después de despegar, lo que provocó el giro de la aeronave hacia la localidad de Engativá. “Los primeros hallazgos indican que después de la falla del motor hubo fallas humanas que hicieron que se precipitara”, aseguró el director.
CAROL MALAVER
Subeditora EL TIEMPO
Escríbanos a carmal@eltiempo.com
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