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Bogotá

‘Pensaba que trabajaba, pero en realidad era una niña explotada’

Ayer, en el centro, se hizo una representación teatral para mostrarle a la gente la urgencia de proteger a los niños de la explotación sexual.

Ayer, en el centro, se hizo una representación teatral para mostrarle a la gente la urgencia de proteger a los niños de la explotación sexual.

Foto:Cortesía Secretaría de Inclusión Social de Medellín

no es hora de callar

No es hora de callar

En Bogotá, entre el 2016 y el 2018, se han registrado 89 casos de trata de personas. 

Carol Malaver
Sofía llegó tímida. Es una niña de 15 años que nació en el Tolima y vivió con sus abuelos hasta que tenía siete años, la misma edad en la que un día, en el borde de un andén, conoció a su madre. Nunca la había visto pero sabía que era ella.
Tuvo una niñez llena de necesidades. Recuerda que cuando no había qué comer le lavaba la loza a una vecina y ella la abastecía de alimentos. “Mi bisabuela era muy viejita, mi abuela se encargaba de los quehaceres de la casa y mi abuelo tenía muchas mujeres. Mi mamá le mandaba plata para mí pero él siempre se la gastaba con mujeres”.
Por eso, cuando conoció a su madre, se lanzó a sus brazos, a pesar de ser una persona ausente en su niñez. Luego de unos días, decidieron retornar a Bogotá y comenzar su vida en un barrio de la localidad de Usme. “Lo que más duro me dio fue el frío pero con el tiempo me acostumbré”. Así fue que ella comenzó a estudiar y a llevar una vida normal en medio de la precariedad.
Pero, a pesar de todos los intentos de su madre por cuidarla, a los 13 años Sofía conoció a un joven a través de la red social Facebook. “Yo fui a bailar con él y sus amigos. Ese día me presentaron a una chica que tenía unos 16 años. Se llamaba Karen y me contó que tenía un trabajo que la hacía ganar mucha plata. Eso fue como en el año 2014”.

Un día me presentaron a una chica que me contó que tenía un trabajo que la hacía ganar mucha plata

No pasó mucho tiempo para que la niña fuera presentada con otra mujer, esta vez de unos 28 años, la misma que le contó que existía un grupo de ‘trabajadoras sexuales’ y que todas laboraban a domicilio.
Luego le pidieron fotos íntimas y le explicaron que cada cliente pagaba 200.000 pesos, de los que le descontarían solo 50.000. “La primera vez que trabajé o que pensé que trabajaba fue en un hotel en la avenida Primero de Mayo. Atendí a tres clientes”. Sofía pensaba que esa era una forma fácil de obtener ingresos, pero, en realidad, estaba siendo explotada de la forma más vil. Este sería solo el comienzo de una maraña de propuestas que la llevarían a ser víctima de una red criminal.
La misma mujer que la había convencido de vender su cuerpo le presentó a una joven a la que solían llamar ‘Muñequita’. “Ella me dijo que había salido un trabajo en Melgar para los fines de semana. Nos darían para los pasajes, la comida y que todo lo que hiciéramos sería para nosotras”.
La primera vez que intentó salir desde la terminal de Sur para su destino, su madre fue alertada por la Policía, pero fue hábil para convencerla de que iba a un paseo inofensivo con sus amigas. Para ese momento las jóvenes ya consumían cigarrillo y perico. Esa es la otra forma en la que las bandas retienen a las niñas, las convierten en adictas y esto les dificulta tomar decisiones o salirse de la red. “La primera vez que llegamos al pueblo recuerdo que bebimos mucho. Luego unos tipos nos recogieron en una moto y subimos borrachos hasta una finca que ni siquiera tenía luz. Me dio miedo”.
Al otro día un hombre que fungía como el administrador del lugar le explicó cómo iba a ser su supuesto trabajo. “Me dijo que los clientes llegaban a la finca, que teníamos que arreglarnos y llamar su atención. Cada uno pagaba 10.000 pesos por la pieza y 40.000 por nuestros servicios que duraban de 10 a 15 minutos”. Sofía, ‘Muñequita’ y Daniela eran todas menores de edad, niñas que estaban siendo ultrajadas.
Luego de cuatro fines de semana de permanecer en esa finca con la excusa de estar trabajando en eventos las condiciones comenzaron a cambiar. “Ya no nos pagaban el transporte, nos pedían plata para la comida, nos obligaban a hacer el aseo y muchas veces el desayuno nos los traían tarde y frío. Un día nos lo dieron a las 8 de la noche”.
Mientras todo eso ocurría, las niñas eran vigiladas por cinco hombres. “Recuerdo una vez que llegó un tipo muy gordo, estaba borracho y como yo estaba muy cansada y me negué a estar con él me tiró a la cara media botella de aguardiente. Si no es porque me corro, me hubiera jodido”, contó la niña. El único escape de las jóvenes era la droga. No había otra forma de soportar semejantes vejámenes.
Luego comenzaron las peleas entre compañeras, los robos, hasta que Sofía decidió volver a su casa con la supuesta excusa de que el trabajo se había acabado. Pero ya su cuerpo mostraba desgaste, enfermedad, abuso.
Ella solo quería retornar a una vida normal y así intentó hacerlo a pesar de que ya cargaba con el peso de la culpa y de engañar a su madre. “Yo conocí a un chico. Me pude enamorar de él porque me decía que dejara de consumir drogas, que mejor viajáramos. Yo me olvidé de todo y hasta me fui a vivir con él y con sus padres”. Pero Sofía ya tenía un pasado difícil de borrar y ocultar. “Un día llegaron unos detectives a la casa. Yo me quería morir porque mis suegros y mi novio se iban a enterar de todo”. Y así fue, el testimonio de Sofía sería clave para desmantelar toda una red de trata de personas que llevaba niñas de Bogotá a Melgar. Toda su familia se enteró de la forma más cruda que había sido explotada. Luego quedó internada en una casa para su protección.

Una vez, un tipo muy gordo que  estaba borracho me tiró a la cara media botella de aguardiente solo porque no quise estar con él

Así comenzó el proceso de restablecimiento de derechos. Ella tenía que entender que lo que había hecho nunca fue un trabajo. Todo ese tiempo había sido explotada. “No me había dado cuenta de que toda esa plata se había ido fácil mientras que otros habían acabado con mi cuerpo”. Hoy la niña atraviesa por un proceso de recuperación en la que se le ha ayudado en su proceso físico y psicológico, gracias al Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron). Da un paso a la vez porque las redes de trata aún la persiguen.

Pocas denuncias por miedo

Bibiana Villota, coordinadora del programa de atención y prevención de la explotación de niños, niñas y adolescentes del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron), explicó que en Bogotá, en concordancia con el país, se presentan diversas modalidades de trata de personas, pero como entidad han recibido pocos casos, en parte, por la dificultad que estas tienen para denunciar y que algo que es recurrente hoy es que son contactadas a través de redes sociales como Facebook o con promesas falsas de trabajo. De esa forma tratan de naturalizar el delito. “Los pocos casos que hemos manejado, como el de Sofía, son muy impactantes tanto de trata interna como de trata internacional”.
Otro de los casos atendidos fue el de una niña que fue explotada por una red en Panamá, por una banda de nacionalidad dominicana. “Gracias al trabajo de la entidad la estamos apoyando en todo lo que necesite”.
Villota cree que en los casos de niños víctimas de diferentes tipos abusos se deben activar de inmediato todas las rutas de ayuda, incluso para sus padres. “Nosotros, por ejemplo tenemos entre varias casas una con 130 niños activos. Ellos viven en Los Laches, Santa Fe, Ciudad Bolívar, Bosa, localidades en muy alto riesgo. Allí les damos amor, eso es lo que más necesitan. Hay que trabajar en torno a la alegría y el afecto. Procesos de recuperación con total libertad. El primer paso debe ser que entiendan que son víctimas”.
Para la experta otro aspecto importante es que las ayudas evolucionen a intervenir todo el entorno familiar. “Casi siempre hay una madre trabajadora sexual o adicta a las drogas que también necesita de ayuda y no que la juzguen”.

Explotación sexual y trabajo forzoso, los fines del delito

Según María Adelaida Palacios, subsecretaria de gobierno para la gobernabilidad y garantía de los derechos, el delito de trata de personas es una dinámica que afecta principalmente a las mujeres y que se puede evidenciar en todo el territorio Distrital. “Son conductas naturalizadas que vemos a diario y que no las calificamos como un delito. Este consiste en captar, trasladar, acoger o recibir a una persona dentro del territorio nacional o hacia el exterior con fines de explotación”.
Según el último Reporte Global 2016 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito (UNODC) las mujeres representaron el 51 % de las víctimas de trata de personas en el mundo, el 21 % son niñas; el 20 %, hombres, y el 8 %, niños. En Suramérica, por ejemplo, el 57 % de los casos son con fines de explotación sexual; el 29 %, trata con fines de trabajo forzoso, y el 14 %, otras formas de explotación.
Este delito es calificado por las autoridades como el tráfico más rentable del globo, después del negocio de las drogas y las armas. Una buena parte de las víctimas se niega a denunciar por miedo, tras recibir amenazas.
Según Palacios, en Colombia solo algunos casos han terminado en condenas, pese a que el delito acarrea penas de 13 a 23 años de cárcel y una multa de 800 a 1.500 salarios mínimos legales mensuales vigentes, de acuerdo con el artículo 188A del Código Penal.
También explicó que hay casos como la mendicidad ajena que los ciudadanos no identifican como una modalidad pero que lo es. “Es cuando la gente se trae a jóvenes del campo, los pone a trabajar y no les paga. Eso es delito de trata, si hay explotación”. Esto se está incrementando con la llegada de venezolanos indocumentados, explicó.
Por eso el Distrito creó esta oficina para que las víctimas denuncien sin miedo. “Lo que hicimos fue organizar la estrategia de forma organizada. Las entidades territoriales están obligadas a crear un comité distrital de lucha contra la trata.
Trabajamos para ajustarla a la realidad del Distrito en sus 20 localidades. Así se trabaja en prevención, atención y judicialización”, dijo Francisco Pulido, director de la oficina de Derechos Humanos. Esto ha permitido que desde el 2016 y lo que ha corrido del 2018 se hayan registrado 89 casos en Bogotá, aún pocos, pero necesarios para comenzar a identificar cómo opera el delito.
CAROL MALAVER
Subeditora Bogotá 
Escríbanos su caso a carmal@eltiempo.com
Carol Malaver
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