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Bogotá

Dos tragedias que terminaron en un sueño común

Esta es la historia de Sebastián y David, quienes mantienen la esperanza de levantarse otra vez.

Esas sillas rígidas, la sensación de que una parte de su cuerpo ya no responde, las terapias, el deseo de ser los de antes... Los jóvenes de esta historia han sentido lo mismo desde que un accidente les quitó la posibilidad de caminar.
David Gualteros tiene 17 años. Irradia vitalidad. El primer recuerdo que se le viene a la mente es en Yopal (Casanare). “Hace tres años, a mi mamá le salió un trabajo allá, en una tienda de bicicletas. Trabaja hace 17 años en este oficio. Estaba cansada de tanta viajadera, de irse a vender por todo el país, y por eso nos trasteamos. Ella quería estar con nosotros, que somos cuatro... bueno, éramos cuatro”.
David ama las bicicletas, y más desde cuando supo lo que era el ‘downhill’. Un amigo le dijo: “Vaya y salte”, y desde ese momento quedó impactado. “Ese deporte me cautivó, es descender de una montaña, esquivar rocas, árboles, obstáculos, realizar saltos. Llegué a correr un departamental y quedé de terceras”.
Trabajó, ahorró y al final logró que el almacén donde laboraba con su mamá le ayudara a conseguir la bicicleta que necesitaba. La de menos valor cuesta tres millones; la más especializada, hasta 28.
Así empezó a practicar ese deporte en Boyacá, porque en Yopal los escenarios eran muy básicos. “Yo corría en una pista de Sogamoso que después cerraron por no cumplir con las normas de seguridad, pero era exigente. Le pedía a uno físico, se aprendían técnicas porque tenía pedazos muy duros”, dice.
Los retos eran cada vez más pesados. El día del accidente, muchos sucesos trataron de impedirle que corriera, pero él se empeñó. “Todo pasó el domingo primero de marzo del 2015, en horas de la tarde. Ese día le abrieron el baúl a una moto de un amigo, no encontré mis documentos, había restricción de motos; pero de terco llegué a mi primer destino, que era Duitama, donde corrí. Allá también me pinché a mitad de camino, me quedé sin frenos, no tenía neumáticos y a pesar de eso, luego me fui para Sogamoso”.
En la tarde de ese día, David estaba en la cumbre de una montaña. “¡Arranque rápido, usted es de los primeros!”, le dijo un amigo. Entonces, se puso el casco, ajustó sus guantes y se montó en la bicicleta, pero sin cuellera. Hoy se pregunta por qué se arriesgó a correr sin este accesorio.
Bajó a toda velocidad y en el primer salto lo invadió un susto extraño, se quedó sin frenos en un camino de herradura e inclinado.
“Sin embargo, yo quería hacer el último salto, así que seguí”, cuenta. Aunque un amigo le había advertido que la pista no estaba para realizar esa última jugada, David continuó.
“Me eché la bendición, me apoyé bien en la primera curva, pero en la segunda me estrellé contra un árbol”. Ahí se fracturó la mano derecha, hizo una medialuna y cayó tres metros cincuenta de cabeza. El casco lo protegió de un trauma peor en la cabeza, pero el golpe lo recibió en la parte de su cuerpo más desprotegida: la vértebra T4. “Fue por la falta de una cuellera. Con ella puesta, me explicaron, el golpe se distribuye por el cuerpo y no hace tanto daño”, dice hoy el joven.
David Gualteros (izq.) disfrutaba del deporte en compañía de ídolos y amigos suyos.

David Gualteros (izq.) disfrutaba del deporte en compañía de ídolos y amigos suyos.

Foto:

Solo vio una nube de polvo que lo sumió en la oscuridad. En ese momento sonó su celular: era su madre, quien le había insistido una y otra vez en no viajar.
“Les pedí a mis amigos: ‘Bájenme los pies de donde los tengo montados’. Ellos me dijeron: ‘Pero si los tiene en el piso’. Me quitaron el zapato y me hicieron cosquillas, no sentí nada”.
La Cruz Roja lo rescató, lo llevaron al pueblo. Pero allí no tenían los equipos necesarios. Tuvieron que trasladarlo a Bogotá. “Estuve 25 días en la Cardioinfantil. Cuando mis papás me vieron, estaba hinchado porque me había quedado sin oxígeno”.
El 12 de marzo del 2015 le dijeron a David que nunca más iba a poder caminar. “Una doctora me hizo sentar, subió la camilla y me dijo: ‘Vengo a decirle que tiene que quedarse en una silla de ruedas por el resto de su vida. Métase eso en la cabeza’”, relató. Nunca le explicó nada. Sonó como una sentencia. “Yo solo le dije que eso decía la ciencia pero que otra cosa pensaba Dios”. Luego, otro médico amigo de la familia tuvo la delicadeza de explicarle lo sucedido. Su médula tenía un daño del 97 por ciento. “Dos meses después de ese diagnóstico, mi hermano se murió. Sufría de convulsiones y se ahogó”.
A la par de esta historia, otra vida cambiaba también por una caída inesperada, aunque en otro país.

El viaje

Cuando Sebastián Piñeros Chaparro, de 26 años, terminó su carrera de mercadeo y publicidad y vivió una buena época laboral, decidió que necesitaba un cambio.
“Sentí que estaba estancado y por eso, con mi novia, decidimos viajar a Australia a hacer un posgrado a comienzos del 2015”.
Llegaron a Brisbane, la tercera ciudad más grande de ese país. “Yo trabajaba en cocina y estudiaba. Después de una fuerte temporada de trabajo viajamos a Tailandia, pero al volver, no teníamos apartamento, así que nos tocó buscar”.
Encontraron un edificio viejo, y como jóvenes descomplicados, lo alquilaron. El accidente ocurrió al regresar del cumpleaños de un amigo el 29 de enero del 2016. “Esa noche fuimos a cenar, la pasamos rico y regresamos tarde a la casa”.
Subieron por unas escaleras metálicas externas en forma de caracol que estaban resbalosas después de un aguacero. “Cuando llegué al quinto piso, me resbalé. Me fui de espalda por entre la mitad de la escalera”. Cayó acostado. Todavía hoy no entiende cómo no bajó de cabeza.
Su novia, María Teresa León, quedó en shock. Gritó tanto que sacó a todos los vecinos de sus apartamentos, y cuando llegó la policía, no atinaba a hablar, ni en inglés ni en español. Los oficiales creían que ella tenía que ver con la caída de Sebastián. “Yo estaba consciente, alcancé a explicarles a los agentes mientras me subían a una ambulancia”, dijo Sebastián.
Terminaron solos en un hospital donde nadie hablaba su idioma. “Me entraron a radiología, me realizaron una resonancia magnética, me inyectaron morfina. Mi novia solo preguntaba si yo iba a vivir. Los médicos le decían que yo estaba vivo de milagro”, relata.
Para sus padres fue terrible recibir su llamada y para Sebastián enterarse de la complejidad de la lesión. Fueron siete semanas en las que muchos ángeles de ese país se solidarizaron con su situación y lo ayudaron. “Yo aquí tuve como diez mamás”, enfatizó.
Dos meses después, el 29 de marzo, la pareja viajó a Bogotá. Piñeros aprovechó ese tiempo para coordinar sus terapias cuanto antes; de eso dependía su esperanza de recuperación. Las lesiones no comprometieron la médula pero fueron graves en las vértebras T12 y T15.

Las terapias

Sebastián Piñeros, en el viaje realizado con su novia, María Teresa León, antes del accidente.

Sebastián Piñeros, en el viaje realizado con su novia, María Teresa León, antes del accidente.

Foto:

Tanto David Gualteros como Sebastián Piñeros supieron que no estaban solos cuando se encontraron en la Clínica Universidad de la Sabana, en donde hoy cumplen las terapias.
Ambos, contra todo pronóstico de la medicina, les han demostrado a los fisioterapeutas que sus deseos de volver a caminar los ayudan a lograr pequeños avances y que eso es un motor para seguir viviendo. Se resisten a quienes les dicen: “Sáquense de la cabeza que van a volver a caminar”.
De una charla salió el proyecto que hoy los anima a ambos. Sebastián decidió apoyar a David en su “sueño loco” de volver a montarse en una bicicleta y luego, a muchos más como él. “Yo quiero ayudar a las personas. Es como retribuir ese apoyo que he recibido”, añade el publicista.
Así, comenzaron a adaptar una bicicleta. “Eso solo lo ha logrado un deportista escocés; pero no ha sido fácil, necesitamos patrocinio”, agregó. La idea es, además, servir de referentes para que otros jóvenes no sientan que sus vidas se acaban después de un accidente, como los sufridos por ellos. “Pensé que nunca más volvería a hacer deporte, pero Sebastián me ha ayudado a recuperar mi ilusión”, afirmó David.
Por ahora trabajan en la adaptación de la silla para que algún día el joven deportista pueda realizar descensos controlados y ascender como si fuera en moto. “Yo cubro los gastos porque para mí es un proyecto personal, pero necesitamos apoyo porque la idea es que David pueda, incluso, algún día, practicar un deporte paralímpico”, dijo Sebastián, quien no descarta gestar un proyecto para impulsar a personas en su situación. “También deseo retomar mi carrera, ese es mi anhelo, y volver a caminar. Por ahora puedo decir que ayudar a otros me ha hecho mejor ser humano”.
CAROL MALAVER
Subeditora de Bogotá
*Si usted desea ayudar, escríbanos a carmal@eltiempo.com
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