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Bogotá

El regreso de las boleras a Bogotá, entre el plan familiar y la rumba

Super Bowling es una de las nuevas opciones de bolos en Bogotá. Cuenta con 16 filas y está en la avenida 63, al costado oriental de la NQS.

Super Bowling es una de las nuevas opciones de bolos en Bogotá. Cuenta con 16 filas y está en la avenida 63, al costado oriental de la NQS.

Foto:Mauricio León / EL TIEMPO

En los últimos cinco años se han popularizado nuevos espacios, accesibles para la clase media.

En 2010, tras el cierre del Bolívar Bolo Club, uno de los sitios de bolos más tradicionales de Bogotá, solo quedaron cuatro boleras públicas en la ciudad. Hoy, ocho años después, pasaron a ser 19, según datos del Registro Único Empresarial (Rues).
El regreso de los bolos como plan de entretenimiento a puerta cerrada ha tenido un auge similar al de las canchas de fútbol 5 hace unos años, tal como afirma Fernando Montenegro, profesor titular del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional. Las 19 empresas activas en Bogotá, según el Rues, están registradas bajo el nombre de boleras, bolos o ‘bowling’. La mayoría de estas han surgido en los últimos 5 años y se ubican en el norte y noroccidente de la ciudad.
Se caracterizan por ser espacios amplios, con hasta 16 pistas, en los que además de jugar, los clientes tienen la opción de comer, beber y, en algunos sitios, convertir una tarde de bolos de fin de semana en una jornada de fiesta hasta las 2 de la mañana.

Entre deporte y rumba

Lizeth Quiroga, organizadora de eventos de Super Bowling, creado hace dos años, afirma que los bolos surgieron como una alternativa entre el deporte y el entretenimiento.
Super Bowling es un espacio grande, colorido, con dos pisos y ocho pistas de bolos en cada uno, ambientado con música electrónica.
“Antes íbamos a Unicentro, pero casi nunca había disponibilidad y no nos quedaba central a todos”, cuenta Helman Fula, un asistente recurrente de la bolera con sus compañeros de trabajo.
Helman lleva tiempo como aficionado a los bolos. Antes visitaba las boleras del centro, como San Francisco y Bolívar. “Lo que me dejó de gustar allá fue al momento de la salida, por la inseguridad”, comenta.
Como él, semanalmente pasan por Super Bowling un promedio de 1.300 clientes, entre familias, grupos de estudiantes o de amigos de oficina y personas que van de fiesta el fin de semana. Esto sin contar eventos como cumpleaños y despedidas de soltero, así como torneos de empresas que se organizan allí.
Sin embargo, un martes, a las 4 de la tarde, en la bolera solo hay un grupo de seis jóvenes menores de edad. Aprovechan para asistir entre semana, pues los fines de semana no tienen permitido el ingreso. Pasa una ronda y media de lanzamientos hasta que uno tumba el primer pin, en medio de los aplausos de sus compañeros.
Y es que a diferencia de las boleras de antaño, como Bolívar Bolo Club, en donde al plan familiar se sumaban los torneos mundiales de bolos que llegaron a jugarse en la década del 70, estos nuevos espacios están enfocados en un público aficionado. Quiroga explica que “para los profesionales es difícil intentar jugar bien al lado de personas que solo están ahí para pasar un buen rato”.
Entre esos jugadores aficionados la administradora recuerda en especial a un hombre mayor que insistía en lanzar la bola como si fuera un disco de tejo. Las miradas aterrorizadas de todos –como la de ella misma– pasaron a ser de sorpresa al ver que el hombre lograba una chuza en el primer intento.

Entre esos jugadores aficionados la administradora recuerda en especial a un hombre mayor que insistía en lanzar la bola como si fuera un disco de tejo

Otra de las nuevas opciones de bolos en la ciudad es la Futbolera, un lugar creado el año pasado con un enfoque más deportivo. “La idea original era hacer unas canchas, pero cuando se inició el proyecto estaba en auge todo este tema de los bolos y decidimos abrir la oferta a diversos deportes”, cuenta Zulia Malagón, socia de la Futbolera.
Este espacio cuenta con cuatro zonas, una en cada piso. Tres de ellas están dedicadas a fútbol 5, mientras que la última ofrece variedad de actividades, entre ellas ocho líneas de bolos, además de algunos deportes alternativos como teqball, que mezcla el tenis de mesa con el fútbol, y el ‘snookball’, una especie de billar que se juega con los pies. El ambiente de este negocio es más sobrio, similar al de un bar, decorado con fotos de grandes figuras del fútbol en las paredes y capturas de otros deportes, desde bolos hasta lucha libre.
Según Malagón, por la zona de bolos de la Futbolera pueden pasar unas 800 personas en un fin de semana, las cuales permanecen unas cuatro horas en el sitio. Solo la mitad de ese tiempo juegan bolos, pues, como explica Malagón, esa actividad es físicamente exigente para aficionados. Las otras dos horas los clientes tienen la opción de comer, tomar algo y ver deportes en las pantallas.
El presupuesto en ambas boleras es de entre 20.000 y 30.000 pesos por persona, incluyendo el pago de la pista de bolos, los zapatos, la bebida y la comida.

Sitios para la clase media

El urbanista y arquitecto Fernando Montenegro explica que este auge de boleras grandes como opción de entretenimiento se debe a un aumento de la población joven en Bogotá y al asentamiento de una clase media.
“La estructura demográfica de la ciudad ha venido cambiando. Hay menos niños y más adultos jóvenes, esto hace que gran parte de la población ya no quiera ir a un parque infantil a jugar, sino a un bar a pasar un rato con sus amigos”, afirma.
El académico agrega que en unos años, cuando la mayoría de la población esté en el rango de los 50 años, esta situación va a cambiar y la ciudad va a empezar a requerir alternativas para este grupo de edad, como museos y bibliotecas. Sus apreciaciones coinciden con las proyecciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas en Colombia, según las cuales para 2050 la mayoría de la población colombiana estará entre los 45 y los 65 años.
La otra razón que aduce Montenegro es que la ciudad se ha vuelto fundamentalmente de clase media y es habitada por “una población que no tiene suficiente dinero para ir a un club privado, pero sí a una bolera”. Esto, a su juicio, también explica la estética cerrada y colorida de las nuevas boleras, “que combinan las dimensiones de una bodega con la arquitectura de un local exclusivo”.
JUAN MANUEL FLÓREZ ARIAS
Escuela de Periodismo Multimedia de EL TIEMPO
En Twitter: @juanduermevela
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