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Bogotá

Animales, una cuestión de sobrevivencia para habitantes de calle

Sara Isabel Santana, una mujer nacida en Bogotá y habitante de la calle desde hace 25 años.

Sara Isabel Santana, una mujer nacida en Bogotá y habitante de la calle desde hace 25 años.

Foto:Mauricio León.

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Gracias al centro de atención de Los Mártires, adictos a las drogas reciben ayuda en compañía.

Por culpa de la adicción a las drogas, Wílmar Vargas, de 46 años, dice que lo perdió todo. Llegó de Armenia (Quindío) hace 20 años y desde ese día no ha hecho más que recorrer las calles bajo el sol o la lluvia.
No tiene familia, no tiene hogar, y ahora le falta una mano. “Me ha tocado vivir sintiendo el menosprecio de la gente, pasando saliva cada vez que me dan ganas de comer algo”. Ese es el precio de las drogas.
Por eso, sus recuerdos agradables se centran en tan solo un capítulo de su vida: sus amigos, los perros.
El primero que tuvo se lo regalaron “unos tipos” en Puente Aranda hace doce años. Era criollo, de color blanco y negro. Bravo. “En esos días dormía en el parque de Puente Aranda. Yo era su amo y por eso lo eduqué. Lo llamé Tony”.
El animal no solo le daba calor en las noches, sino que muchas veces le salvó la vida. “Una vez, unos malhechores me iban a matar, pero el perro me defendió con tanta rabia que los mismos asesinos me dijeron después que yo le debía la vida a ese peludo”. Wílmar dice entre risas que el barrio se enteró del suceso y que luego de eso le daban de comer más al perro que a él. “Mire, los peludos son la única familia que tenemos nosotros los indigentes. Son nuestra única responsabilidad, son un mandato de Dios que dice: cuídeme a ese animal, es como un convenio entre dos seres”.
Pero así como apareció Tony, otro día se fue y esa ausencia tardó tiempo en sanar. Luego llegó a su vida Negro. Eso fue hace dos años. “Eran dos, pero al hermano me lo mató un carro fantasma”. Desde cuando lo adoptó dice que se siente comprendido, que lo hace reír. Es que Negro es tan descarado que desde que se pueden quedar juntos en un hogar del Distrito, el perro llega y le da golpes a la puerta para que le abran. “Otra cosa es que cuando voy con él, asusta a la gente a posta, pero nunca la muerde. Eso me saca unas carcajadas. Es mi perro, mi compañía, mi socio. Cómo podría dormir yo adentro y él afuera”.
Y esas ganas de por primera vez acogerse a las ayudas de la Secretaría de Integración Social responden a la creación del ‘Hogar de paso para carreteros y animales de compañía”, ubicado en pleno centro de Bogotá, calle 18 n.° 14-36, a pocos pasos de una zona de tolerancia. Karol Figueroa, coordinadora del mismo, explicó que la idea surgió gracias a un censo poblacional que permitió detectar que muchos habitantes de la calle no accedían a los servicios sociales porque no tenían dónde ni con quién dejar sus carretas.
“Eso generaba muchas negativas. Era necesario crear un espacio para ellos”, dijo Figueroa. La idea se echó a rodar el 23 de diciembre de 2018, pero se entregó oficialmente el 5 de febrero de este año.

Es mi perro, mi compañía, mi socio

En este lugar hay 100 cupos día, y 100 de noche. “Hay población que flota, otra que viene de forma recurrente. Lo importante es que ya entran los habitantes de la calle con sus triciclos, sus carretas, sus carros de balineras y sus mascotas”.
Por ahora, los 20 animalitos que hay, entre perros y gatos, son bañados, desparasitados y vacunados mientras que a sus dueños los dotan de una sudadera, de elementos de aseo, de alimentación diaria y, lo más importante, atención psicológica y terapias. Los animales terminan siendo un gancho para convencer a los adictos de recibir ayuda.
Figueroa sabe que este lugar no es suficiente, que la idea puede potenciarse y que sedes así se deben multiplicar. “Este es un piloto. Si nos sigue yendo bien hay que fortalecer el proyecto”. Uno de ellos, no solo entregó su perrita a su familia sino que comenzó un proceso de recuperación, y otros van en camino.
“Para un habitante de la calle su mascota es absolutamente importante. Es su familia. Muchos me dicen: usted no dejaría a un hijo por fuera. Ellos necesitan saber que tienen ahí a su animal, que pueden verlo, que saben que está bien cuidado, que tiene alimento, que si lo permiten tiene el microchip, que hay procesos para desparasitarlos, esterilización”, añadió Figueroa. Lo dice ella y lo constatan los testimonios.
Durante la entrevista, Diana Patricia, de 36 años, acariciaba a un cachorrito, su único aliciente en una vida llena de vacíos emocionales. Ella viene de Saravena (Arauca), es desplazada por la violencia, le dijo no a la guerrilla, pero el precio que pagó fue llegar hace 15 años a Bogotá ya convertida en una adicta al alcohol y las drogas. “Acá nadie me dio trabajo. Terminé metida con los que no debía. Aprendí a robar, fui apartamentera, metí marihuana, pegante y me embaracé dos veces. Viví en El Cartucho y en El Bronx, pero lo peor fue haber vivido en la cárcel”.
Diana Patricia, de 36 años, se desvive por su pequeño cachorro.

Diana Patricia, de 36 años, se desvive por su pequeño cachorro.

Foto:Mauricio León / El Tiempo

Semejante relato no parecía salir de ese cuerpo menudo y esa cara angelical. “Desde el 2004, cuando salí, le prometí a Dios que no iba a robar más. Ahora vendo galletas en la calle y estoy estudiando séptimo y octavo”.
Pese a lo duro de su testimonio, su vida siempre ha estado rodeada de animales. Su primer perro se llamó Barrigas, él se murió en el río ahogado por un niño malo de la cuadra, cuenta. Luego, tuvo un pitbull que no dejaba que nadie la tocara en El Cartucho. “Él me salvó la vida varias veces”. Cuando este la abandonó, adoptó una perra a la que llamó Marihuana. “Era gorda. Solía andar conmigo y con el parche. A ella me la robaron un día mientras dormía en la 45. Nunca más quise volver a tener mascota, hasta ahora. Ah, bueno, viví con una rata, pero se iba a donde se le daba la gana. Yo le daba pan y queso”. Tiene mil historias con perros, gatos y roedores, pero solo hoy se da cuenta por qué los animales son tan importantes en su vida. “Cuando llegó Tania a mi vida todo se puso como bonito. Es mezcla de pitbull y chanda”.
Diana dice que las mascotas son mejores que los seres humanos. “Si tú les brindas amor, ellos te lo devuelven. A ellos no les importa si tú eres blanco, negro, si estás limpio o sucio. Después de que conozcan tu voz, saben que eres la mamá de ellos”, dice y cuenta que es bisexual, pero que con ninguno ha tenido muy buenas experiencias. “Si nosotros no tenemos en dónde dejar la mascota no hacemos proceso. Si quieren salvarnos la vida, tienen que hacerlo con todo amor, y el amor de nosotros hoy son los animales”.

Los animales son mejores que los seres humanos. A ellos no les importa si tú eres blanco, negro, si estás limpio o sucio. Después de que conozcan tu voz, saben que eres la mamá de ellos

Bajo esta lógica, Diana dice que ya rompió récord de estadía en este hogar de paso. “La verdad, es el único en que me he amañado”, dijo acariciando a su pequeño peludo.
A su lado estaba Sara Isabel Santana, una mujer nacida en Bogotá y habitante de la calle desde hace 25 años. ¿Por qué te fuiste a la calle?, le dije. Respondió que porque era muy gorda de niña y que solían hacerle matoneo en el colegio. “Yo pensé que podía enflacar consumiendo droga”, dijo con dolor, como si recordara esos días de menosprecio. Vivió en El Cartucho, en San Bernardo, en la olla de Cinco Huecos y en la ‘L’ del Bronx, el mismo lugar en donde perdió a dos de sus hermanos. “Ellos vivían en Estados Unidos. Vinieron al país a buscarme, pero allá los mataron a puñaladas por quitarles 450 dólares”.
En ese momento, los pocos nexos familiares que tenía desaparecieron, solo tiene a sus animales. “Desde que me dejaron vivir con mi perrita he mejorado. Ya llevo tres meses sin consumir nada. No me gusta internarme en ningún centro. De esto se sale con la ayuda de Dios y por voluntad propia, pero aquí me siento libre y útil. Creo que esa es la diferencia”.
Redacción Bogotá
Carol Malaver
@CarolMalaver - carmal@eltiempo.com
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