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Bogotá

Así es un día en la Cárcel Distrital, una de las mejores de Suramérica

Los privados de la libertad, el lunes 18 de junio del 2018, recibiendo la noticia de que Iván Duque había sido elegido como presidente.

Los privados de la libertad, el lunes 18 de junio del 2018, recibiendo la noticia de que Iván Duque había sido elegido como presidente.

Foto:Óscar Murillo / EL TIEMPO

Hace poco esta prisión recibió una acreditación de la Asociación Americana de Correccionales.

Cuando Jenny Ladiño ingresó a la Cárcel Distrital tenía 40 años. Nunca se había arrodillado con un cepillo a estregar un piso, ni había lavado un baño ni comido o bebido en platos desechables. Cuando tuvo que ducharse junto a decenas de privadas de la libertad, al otro día de ser recluida, puso una bolsa en el suelo: “¿Cómo voy a pisar donde se baña Raimundo y todo el mundo?”, se asqueaba Jenny mientras lloraba. En un mes de lamentos perdió 17 kilos, en dos, perdió el asco.
Jenny hoy tiene 44 años y, según relata desde el pabellón de mujeres de esta prisión, la primera de Suramérica en recibir una acreditación internacional de la Asociación Americana de Correccionales (ACA), le faltan seis meses para retomar su libertad tras cumplir una condena por estafa. “Yo tenía un concesionario de carros y compré una empresa, pero la estaban investigando”, dice.
Todos los días, como los cerca de 950 privados de la libertad que actualmente tiene la Cárcel Distrital, esta mujer debe levantarse a las 5 de la mañana, cuando, automáticamente, se abren las puertas de las celdas y se encienden las luces. La rutina comienza.
Los reclusos, custodiados por algunos guardias (son 178 para toda la prisión), tienen 45 minutos para asearse y limpiar su dormitorio, conformados la mayoría por dos camarotes de cemento suavizados con colchones azules y un lavamanos con letrina metálico puesto contra la pared.
A las 5:45 de la mañana empieza la fila para el desayuno, que sirven a las 6 en punto: café caliente, huevos revueltos, fruta, pan. Es lunes 18 de junio y los reclusos de uno de los patios están frente al único televisor del lugar. Miran las noticias, Iván Duque fue elegido como presidente y se están enterando. Discuten, algunos celebran, otros, la mayoría, se lamentan.
De acuerdo con el reporte de la Registraduría Nacional, en las cuatro cárceles de la ciudad: La Picota, La Modelo, El Buen Pastor y la Distrital, de los 703 votos en segundo vuelta, 508 fueron para Gustavo Petro, 166 para Duque y 29 lo hicieron en blanco.
A las 7:15 hay cambio de guardia, por lo cual se hace el primer conteo del día. Se forman y pasan lista. A las 8 de la mañana, quienes hacen parte de alguno de los talleres disponibles, salen del patio. Por los corredores de la cárcel se revuelven todos los reclusos. Jenny encontró en las manualidades un escape al encierro. Confecciona peluches de felpa, bolsos, almohadas.
Cuenta que en los 46 meses que lleva aquí ha pasado por todos los talleres: panadería, carpintería, punto digital (donde pueden acceder a internet o jugar Xbox), salud, estampado, la biblioteca y hasta la emisora. "No me gusta estar quieta y creo que tampoco me gusta ser mediocre, algo tengo que aprender de todo esto y he aprendido muchas cosas”, suelta mientras cose una funda.
Las clases terminan a las 11 de la mañana, Jenny y los demás privados de la libertad vuelven a sus patios a recibir el almuerzo, que sirven a las 11:15. De nuevo la fila. Todos visten un uniforme naranja. Entre las 11:30 de la mañana y las 2 de la tarde, los reclusos permanecen en el patio. Algunos juegan microfútbol, otros ven televisión o se reúnen en grupos pequeños para orar.
Hay teléfonos. Unos llaman a sus familiares. Se siente olor a marihuana en el ambiente, pero es imposible ubicar quién fuma. Según lo dicho por un guardia, últimamente han enfrentado un fenómeno en aumento. La cárcel está ubicada en el barrio Calvo Sur, entre las calles 1.ªE y 2.ªE sur y las carreras 8.ªB y 8.ª. Desde estas vías, con precisión milimétrica, en pequeños proyectiles, lanzan las sustancias que caen a los patios.
Son las 2 de la tarde y, de nuevo, quienes asisten a los talleres regresan a los salones. Muchos cursan clases para terminar su bachillerato. Están en las aulas hasta las 4 de la tarde porque a las 4:15 sirven la cena. De nuevo los cuentan, les sirven un tinto a las 5 p. m. y a los dormitorios. Son 12 horas en el calabozo y 12 horas fuera de él.
Entre las actividades disponibles en el centro carcelario está la emisora, que emite programas musicales e informativos a los patios.

Entre las actividades disponibles en el centro carcelario está la emisora, que emite programas musicales e informativos a los patios.

Foto:Óscar Murillo / EL TIEMPO

“El estar en la celda hace que uno descanse del día a día, leo, hablo con las compañeras o escribo una carta”, narra Jenny, quien explica que a las nueve de la noche, automáticamente, se apagan las luces. Al otro día, a las cinco de la mañana, todo vuelve a empezar.
Para uno de los detenidos, quien hace parte del proceso de la biblioteca, esta cárcel (la única en la que ha estado) es una combinación entre un internado y un régimen militar. “Es difícil estar privado de la libertad, es como si cogieras una rana y la metieras a un balde de agua caliente, es catastrófico. En tu casa te preparas la comida que quieras, acá tienes que comer lo que te sirven”, lamenta, y continúa: “En casa te acuestas y despiertas a la hora que quieres, acá te levantas a las 5 obligatoriamente, no tienes opción de quedarte dormido, no te puedes pegar una siesta, está que la merienda, que las contadas, es duro adaptarse a esta rutina. Uno se termina adaptando después de seis meses”, concluye.
Sin embargo, expresa, sus 27 meses en este sitio le han transformado la vida, además del tiempo suficiente para leer 250 obras literarias. Este hombre es uno de los que inició con la biblioteca, que al principio era unos pocos libros encerrados en unas cajas, pero hoy es un sistema que, en lo que va del año, ha prestado más de 7.000 ejemplares a los reclusos.

Acreditación internacional

De acuerdo con el antropólogo Norberto Olaya, quien trabaja en este centro carcelario, la biblioteca es apenas una de las razones que hace de esta prisión un ejemplo de resocialización que le significó ser acreditada por la Asociación Americana de Correccionales (ACA), la primera con esta distinción en Suramérica.
“La clave es el trato humano y el compromiso de los profesionales que trabajamos acá y de la Secretaría de Seguridad que ha visto la cárcel como una fuente de prevención secundaria del delito, para mirarlo no como una patología sino como una oportunidad de ayudar a las personas a que se rehabiliten socialmente”, analiza.
Sin embargo, esta cárcel, que fue construida el 17 de mayo de 1934, y renovada en 1999 durante la primera administración de Enrique Peñalosa, logró la distinción de la ACA por más motivos. Las paredes en los patios están limpias, los reclusos tienen accesos oportunos a servicios de salud, hay un respaldo jurídico en los procesos de los privados de la libertad, incluso, el agua para ducharse es tibia y no hay hacinamiento. Hay cupo para 1.028 internos, pero no suelen estar ocupados.
“Siempre dejamos un cupo disponible teniendo en cuenta que hay novedades, no metemos gente donde no funcionen los baños o que no estén con luces. Si tenemos todo al día, alimentación, cobijas, sábanas, ingresan las personas, antes no”, explica Sonia Patricia Peñón, directora de la cárcel.
Tras alcanzar este reconocimiento, cuenta Peñón, ahora el foco está en industrializar el centro penitenciario. Buscarán que los privados de la libertad, durante su estadía, trabajen en procesos más adelantados a los talleres actuales y que puedan generar recursos y conocimientos que, al salir, les ayuden en la consecución de sus proyectos de vida.
ÓSCAR MURILLO MOJICA
EL TIEMPO
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