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Bocas

Las andanzas del Burro Mocho

Noel Petro.

Noel Petro.

Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS

Una entrevista con el cantante y torero Noel Petro. 

Jose Jaramillo
Una mañana de 1933, Catalina Henríquez partió a lomo de burro del caserío de Buenos Aires (Córdoba) con su bebé de tres meses. El animal avanzaba con paciencia dejando atrás los monos que se subían a los palos sobre los ranchos, el impredecible arroyo de Mangle y la farmacia donde Catalina vendía lo esencial: polvo de Juana, yodo, gasa y pocas cosas más. En ese viaje de cinco horas hacia Cereté, en brazos de su madre, Noel Petro selló su cercanía con ese animal de orejas largas que abundaba en la región del Medio Sinú.
Años más tarde, Noel aprendió a amansar los burros y montarlos a la manera de un caballo. Les ponía freno, silla, y, con un par de espuelas en las botas, galopaba en burro, levantando polvo por los caminos, como el más diestro vaquero del oeste. Cuando pasaba la gente decía: “¡Nunca había visto un burro tan veloz!”. Noel entonces respondía: “¡Ni lo volverá a ver!”.
Por una de sus tantas bromas de adolescencia, se ganaría el apodo con el que todo país lo conoce: el Burro Mocho. Su fama comenzó en los años cincuenta, cuando en el edificio Junín, en Medellín, grabó dos canciones que se volvieron inmortales: “Cabeza de hacha” y “Me voy pa’l salto”. Pero después del éxito vinieron años difíciles. La disquera Sonolux no quería grabarlo y tuvo que volver a donde empezó: noches en piezas humildes, arriendos atrasados, presentaciones en pueblos organizadas por empresarios pícaros, corridas de toros criollos, coladas en los buses y días enteros sin comer. “Yo he pasado más hambre que ratón de ferretería”, dice riendo, como los valientes.
En seis décadas, quienes han dicho que el burro mocho está acabado se han tenido que tragar sus palabras, porque aunque pasen varios años, siempre vuelve con otro éxito: “Azucena”, “El loco rocanrol”, “Por el amor de Claudia”, “Pepe Cáceres” o “El ñato mama ron”, el último de todos. Desde los años cincuenta ha grabado 35 discos en Colombia y varios en Venezuela y Argentina. Ha compartido escenario con José Alfredo Jiménez, Reynaldo Armas, Antonio Badú y el trío Los Panchos, que le manifestaron su admiración. Rubén Blades realizó una versión de “Cabeza de hacha” y Diomedes Díaz iba a grabar varios de sus éxitos, pero murió una semana antes de hacerlo. Su fama es tal que un grupo de personas de su tierra trabajaron para que el Gobierno declarara día nacional el 11 de octubre en honor a Noel Petro.
Noel Petro.

Noel Petro.

Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS

Con el requinto y el capote, el torero cantante, como lo anunciaban en los avisos que pegaron en los muros de cientos de lugares, ha llegado a los sitios más inhóspitos de Colombia y a grandes escenarios. En la Plaza La Santamaría logró doce llenos totales y, en plena dictadura de Perón, armó un alboroto luego de torear en el estadio de Lanús.
Cuando se le pregunta por su edad, dice que tiene 40 y se piensa quitar tres. En realidad tiene 84. Con su pelo teñido de negro, las orejas operadas y la vitalidad de hombre de treinta años, el incomparable Noel Esteban Petro Henríquez se sigue subiendo al escenario y entonando el grito que lo distingue: “¡Díganle a mi mamá que estoy triunfando! ¡Que me mande pa’l pasaje!”.
¿Noel, cómo era el lugar donde usted nació?
Es un caserío que se llama Buenos Aires, en el departamento de Córdoba. Por allí pasaba el arroyo de Mangle, que hacía zigzag todo el tiempo. Cuando se crecía, veías un desfile de caballos y burros de lado y lado. La gente, sin poder cruzar, gritaba: “Mira [Noel chifla]: ¡Tírame un tabaco!”, y en el otro lado, alguien pedía: “¡Y tú mándame un fósforo!”. Había que esperar horas a que bajara la corriente.
Su mamá, Catalina Henríquez, cantaba muy bien, ¿cómo era ella?
Sí, lo hacía muy bien. La recuerdo cantando: “Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca”. Era de El Carmen de Bolívar. Ni alta ni bajita y bien plantada. Me dormía oyendo las fábulas que me contaba.
¿Cómo eran esos días en que, siendo niño, trabajaba en el campo?
Me crié en la finca con mis abuelos, mi tío Pipe y mi papá, que se llamaba Antonio José Petro. Aprendí a enlazar, a sembrar algodón y maíz, a bombear en los lugares por donde no pasaba el agua. El trabajo era duro: tenía que encerrar ochenta, cien vacas cebús. Unas eran mansas, pero otras te daban una patada en la cara.
Y también era el encargado de llevar los quesos.
Sí, los llevaba en burro a Cereté. Era un camino largo. Las señoras que vivían en la vereda La Provincia, en casas al borde del camino, me gritaban al verme pasar:
–Noelito, aguanta, ¿pa’ dónde vas, muchacho?
–Para Cereté –respondía yo.
–Ay, llegaste como enviado de Dios, Noelito. Me traes dos libras de azúcar y tres de café.
Y más adelante me salía otra:
– Noelito, tráeme cuatro papeletas de polvo de Juana que Carmenza tiene una piojera.
Yo regresaba en el burro lleno de encargos y paraba en todo lado, como el camión de la leche. Entonces resolví cambiar el discurso. Cuando me preguntaban para donde iba, les respondía: “Para El Tapón”, que es un caserío. Las señoras me decían: “Pelao e’ mierda, ¿en El Tapón cuándo han vendido queso?”. Pasé de Noelito a pelao e’ mierda.

Perdí la cuenta de las veces que me electrocuté. Me pasaban corrientazos en la boca, las manos, o me pateaba el requinto.

¿Cómo es la historia del Burro Mocho?
Algunos burros metían la cabeza por debajo del alambre para comerse los sembrados y como castigo, de pura maldad, los dueños de los cultivos les cortaban las orejas y el rabo. Cuando yo tenía como ocho años había un burro mocho que se la pasaba corriendo todo el día detrás de las burras. Cuando esos animales van tras una hembra, no hay quien los pare. Atropellan lo que encuentran a su paso. Entonces la gente gritaba alertando: “¡Ahí va el burro mocho!”. Yo, en son de broma, les decía a los pelaos, “Quiubo, burro mocho”. Y me terminaron llamando así. A medida que fui ganando fama, el apodo también.
¿Cuándo empezó a torear?
Bueno, yo empecé a meterme a las corralejas cuando tenía doce o trece años, que es una locura. No sabía manejar el capote. Después me di cuenta de lo difícil que es torear de verdad. Lo que más me duele es haber hecho sufrir tanto a mi mamá. Ella se quería morir, y la gente le llegaba con cuentos: “Mire, doña Catalina, que allá su hijo se estaba peleando las tripas con un perro”. O sea que un toro me había corneado. No falta la gente mala. Yo era lo que llamamos un espantamoscas.
Espantamoscas…
Así les decimos a los que no saben torear, dan un trapazo al aire cuando pasa el toro. El toreo tiene una técnica muy linda. El toro embiste lo que se mueve, pero porque tú tienes la muleta.
¿Y por qué siguió toreando?
Bueno, yo quería aprender a torear bien. Y llegó un torero de Cali que se llamaba Martín Varela, un novillero a quien mi mamá le dijo: “Ayúdeme a que Noelito aprenda a torear bien, pero que no se meta en las corralejas”. Varela me enseñó a usar el capote, cómo estar delante de un toro, que el animal embiste lo que se mueve y que no se puede torear dos veces. Por eso se mata.
¿Y qué piensa de su familiar Gustavo Petro, a quien no le gustan los toros?
Fue amigo mío y primo tercero hasta que cerró La Santamaría. Un amigo lo invitó en Choachí a una corrida, le dio la muleta y él entró a la corrida. También asistía a La Santamaría. Y en Ciénaga de Oro, su tierra, iba a las corralejas.
Noel Petro.

Noel Petro.

Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS

Ahora cuéntenos, ¿cómo empezó en la música?
Un primo tocaba la guitarra. Él me enseñaba algunos tonos, unas cositas. Hasta que yo dije: “Lo mío no es sembrar algodón y maíz, ni ordeñar las vacas, ni bombear el agua, ni levantarme a las cinco de la mañana a enlazar el caballo. Lo mío es la música”.
¿Fue en Montería donde trabajó en una joyería?
Sí, yo vivía en Montería y había un señor llamado Alfonso Suárez que tenía una joyería. Él me cogió mucho cariño y disfrutaba cuando yo imitaba a los ñatos, los cojos o cuando cantaba. Me convertí en su ayudante: empacaba las joyas, hacía mandados, cosas así. Yo gozaba porque los sábados y domingos don Alfonso me daba para ir al cine. En ese entonces los teatros eran descubiertos y la función comenzaba a las siete de la noche. Me encantaban Cantinflas, Tin Tan y, sobre todo, el trío Los Panchos, el mejor que ha existido. Yo, un burro pichón, miraba Los Panchos y pensaba: “Cuándo llegaré a tocar así”. Interpretaban el requinto, pero el requinto acústico. Ese sonido me hacía perder el sentido y todavía me lo hace perder.
¿De dónde le vino la idea de mandar a hacer un requinto eléctrico?
La primera guitarra eléctrica que oí fue la del mexicano Gilberto Urquiza, en una canción que se llama “Tonterías”: “Mentira que te alejas, no es cierto que te vas. Dung dind dung. Si dices que me dejas es que me quieres más…”. Sonaba lindo. Y la primera guitarra que vi con su amplificador era de León Cardona. Edmundo Arias me invitó a conocer el instrumento: “Hoy vamos a grabar con Noel Ramírez ‘La nieve de los años’”, me dijo. Estuve en esa grabación y me volví loco.
Y de allí viene el requinto eléctrico…
Sí, pero ese es un invento mío. El primero me lo hicieron en Medellín, en los almacenes de música. Era muy elemental. Empecé a practicar, a sacarle sonidos. Edmundo Arias me decía: “Burro, para ponerle la cara al público tienes que estudiar mucho, unas cinco horas”. Y aún hoy practico cinco horas diarias de requinto.
¿Cómo llegó a Medellín?
Por Alfonso Suárez, que se fue a vivir allá y me llevó. Me quedé en su casa hasta que su esposa me encontró enseñándoles pases de toreo a sus hijos en el patio y me echó de la casa. Por entonces yo tenía un trío, el Trío Latino, con Julio Erazo y Cristóbal Pérez. Ellos vivían en una pieza del barrio El Fundungo, en una callecita al lado de Lovaina llena de rocolas, bares ruidosos y cosas así. La dueña se llamaba Filomena y una mañana empujó la puerta y me dijo: “Mire, estos costeños miserables no tienen para pagarme la pieza y traen a otro costeño varado”. ¡Qué vergüenza! Ponía el capote en el suelo, me tapaba con la muleta, y de cabecera usaba un montón de periódico. Con esa hambre empezaba a soñar con la comida: “¡Ay! Arroz con coco, bocachico frito, patacón pisao... Y de golpe, ¡zas! Me despertaba” [risas].
¿Y dónde toreaba?
Me fui vinculando con toreros, pero pasaba más en el aire que en el piso porque toreaba vacas, toros criollos, que no son para torear, sino para comer. No tenía plata para exigir un toro bueno. ¡Las palizas que me llevaba en esas fiestas de pueblo! Me acuerdo de que por El Fundungo pasaba una señora que llegó del campo y ordeñaba una vaca todos los días. Pasaba por delante de la casa de Filomena con una vaca mansa y yo salía con el capote. Un día le hice a la vaca: “¡Je! ¡Je!”. La vaca se pegó un arrancón y fue a dar a una pequeña huerta y aquello se puso tan conocido que los pelaos gritaban: “¡Burro Mocho, ahí viene la vaca!”. Y yo salía a la calle con el capote. Un día la vaca cogió a la señora, la lanzó por los aires y no la mató de milagro. Toda la familia se vino a matarme con palos y machetes. Me gritaban: “¡Oíste, Burro Mocho malparido! ¡Por qué no toreás a tu mamá!”. Filomena fue quien me defendió. Me cogió mucho cariño. Fíjate que planchaba los billetes de lo que ganaba y decía: “Ay, burrito, qué vamos a comer hoy…”. Yo le decía: “Filomena, ¿planchando la plata y pensando en qué vamos a comer?”. Nunca había visto a alguien que hiciera algo semejante.

Un día la vaca cogió a la señora, la lanzó por los aires y no la mató de milagro. Toda la familia se vino a matarme con palos y machetes.

¿Cómo es esa historia, recién llegado a Bogotá, cuando se puso a pastar en pleno Parque Nacional?
Me puse a comer pasto para engañar el hambre. Entonces pasó una señora y dijo: “Lo veo y no lo creo. Un cristiano comiendo pasto en cuatro patas como un burro”. Yo pensé: “Aquí mínimo llegó el almuerzo”. Y la señora: “No siga, señor, que me parte el alma. Camine pa’ mi casa y se come el pasto de allá que está más fresquito [risas]”.
¿Así de dura era el hambre?
Sí, en Bogotá no tenía ni para una pieza. Me la pasaba caminando entre el Parque Nacional y la Plaza de Bolívar. Iba y venía. Me metía en las tiendas o las cantinas. A veces me quedaba dormido y me despertaban: “Amigo, aquí no se puede dormir”. O me preguntaban: “¿Qué va a tomar el señor?”. Me daban puerta, como decimos en el toreo. El burro adentro y el frío esperándome. Una noche me quedé afuera del Planetario. Como a las doce de la noche me tocaron el hombro. Eran cuatro tipos que me preguntaron: “¿Estás aguantando filo? ¿Nos acompañas a hacer un trasteo?”. Yo pensé: “Mierda, le llegó la comida al burro, el sancocho que me voy a meter”. Luego me acordé de que un amigo me había dicho que después de las cinco de la tarde no se podía trastear. Cuando se los dije, respondieron: “Nosotros vamos es a desocupar un apartamento”. Yo seguía sin entender. Entonces uno de ellos, gritó: “¡Nosotros vamos es a robar y tú nos vas a acompañar!”. “No, búsquense a otro”, les dije. Ya me sentía con una placa en el pecho: “Noel Petro, no torero: ratero”.
Noel, ¿cómo llegó a grabar tan joven y tan desconocido?
Don Alfonso Suárez me presentó con Edmundo Arias, el gran músico. Él estaba buscando a alguien que cantara “Cabeza de hacha” y “Me voy pa’l salto”, pero nadie le gustaba. Cuando lo conocí, me pidió que le cantara algo. A los cinco minutos llamó a Sonolux y dijo: “Les tengo al cliente”. Yo pensé: “Ay, Dios mío, te vas a tomar un chocolate con salchichón. Va pa’ arriba el burro”. Pero pasó una cosa graciosa. Resulta que la letra de “Cabeza de hacha” se le fue a Edmundo Arias en un bolsillo a la lavandería. Por eso en el disco yo canté una estrofa y la repito: “Que ya me voy de esta tierra y adiós / buscando yerba de olvido, dejarte”. Recuerdo que la grabé en los estudios de Zeida, Codiscos, en el edificio Roca, del barrio Junín de Medellín. Darío Campo el técnico de grabación y los arreglos de Edmundo Arias. ¡Dios mío, qué éxito tan grande! “La puya guamalera”, “La interesada”, “Me voy pa’l salto”, “Descarada”, “La playa”. Todas pegaron. Los de Sonolux montaron fábrica gracias a mí. Todo lo que hicieron se lo deben al Burro Mocho. Eso se sabe.
¿Cómo le cambió la vida?
Pues me pagaron ochenta mil pesos, que ya quisiera que me pagaran hoy, y pasé de no comer a comer siete veces al día. Hasta que me di cuenta de que uno no puede comer toda esa cantidad, pues es mejor morirse de hambre que dejarse engordar. Las muchachas salían hasta la mitad de la calle. Me llevaban casi en hombros, como a los toreros buenos. Y el gerente de Sonolux: “Noelito, anoche soñé contigo porque te iba a ver”, y me abrazaba. Esto te lo quiero decir para mostrar el cambio entre cuando estás de moda y cuando no. El día en que no me pegó un disco, me encontré una parte apecuecada: se les metió que estaba acabado, me decían que siguiera en el toreo. Las muchachas me saludaban serias: “Buenos, días, Noel, qué se le ofrece”.
¿Y se le acabó la plata?
Sí, se acabaron las regalías de interpretación. Y no me metieron dentro de las regalías “Cabeza de hacha”. ¡Habría sido supermillonario! Y empecé a componer, pero hacía canciones que no me grababan. “¿Cómo se te ocurrió hacer una porquería semejante?”, preguntaban. Y de nuevo me tocó irme a una pieza.
¿Qué anécdotas tiene de tantos lugares donde tocó?
Muchas. Perdí la cuenta de las veces que me electrocuté. Me pasaban corrientazos en la boca, las manos, o me pateaba el requinto. Muchas veces, después de una presentación, me levantaba en el hotel y cuando iba a preguntar por el empresario me decían que ya se había ido: “Él viajó anoche, ¿tenía que dejarle algo?”. Me tocaba pagar, y si no tenía con qué se quedaban con las cosas de torear o con los instrumentos. Una vez fuimos a Cartago con Escobarito, un banderillero. Nos quedamos en un hotel muy humilde, cerca de la plaza de mercado, por donde cruzaban hombres con bultos de papa y piernas de res al hombro pidiendo permiso. La corrida se suspendió dos veces. Pasaban los días y se acumulaban más noches de hotel. Con Escobarito nos pusimos de acuerdo para escapar. Conseguimos una cabuya y bajamos las dos maleticas por la ventana. Estábamos en esas cuando nos descubrió el dueño del hotel, que venía de cine, creo. Nos dijo: “¿Les ayudo a bajar?”. Le explicamos que cada vez le íbamos a deber más y no teníamos dinero. Al final, gritó: “Váyanse, váyanse”.
Noel Petro.

Noel Petro.

Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS

¿Cuáles son los lugares más inhóspitos en donde ha tocado?
En Castillo, [Caquetá], más allá de Cartagena del Chairá, por ejemplo. Se llega por río. En Trinidad, que queda en los Llanos. En Puerto Inírida, donde le hice una canción a Esperanza Fajardo, la reina de la selva. En muchas partes.
Su canción “Pepe Cáceres” lo devolvió a los grandes escenarios, ¿cómo es esa historia?
Como en Sonolux no me querían ver, yo compuse una canción: “Colombia está muy contenta con su nuevo matador / se llama Pepe y viene apretando / a todo el que coge lo va bañando”. Cuando Pepe [Cáceres] vino a torear a Medellín, me fui con el requinto y un amplificador pequeñito y se la canté. Él se emocionó y llamó al gerente de Sonolux. Yo le toqué la canción por teléfono: “Burro, eso se graba hoy a las dos”, me dijo. Aquello fue un éxito impresionante. La prensa titulaba: “La resurrección de Noel Petro”.
Pepe también le recomendó que dejara de torear y cantar en un mismo show…
Yo antes cantaba por aparte y toreaba por aparte. Y el Chiquito Pérez me dijo que si yo tenía un buen cartel como torero y una gran fanaticada como músico, por qué no toreaba y cantaba al mismo tiempo. A mí me sonó la idea. Pepe Cáceres me decía que él nunca haría eso de cantar pensando que al rato tendría que torear dos toros de lidia.
¿Cómo es la historia de sus corridas de toros en Argentina e Isabel Perón?
Resulta que vendí una corrida de toros en Argentina, donde era prohibido, en el estadio de Lanús. Fue un gran espectáculo, pero hubo muchas críticas: que los toros se iban a comer la grama, que eso era un salvajismo. Pero había un gentío que quería ver aquello. Yo dirigí todo el montaje. Un lleno bárbaro. Yo solo toreé seis toros. Había unos banderilleros que me ayudaban, pero al clavar las banderillas, estas se caían porque no tenían filo. Por hacerme el gracioso, yo quise matar un toro, pero Pepe Jaén, un banderillero, me dijo: “Donde mates el toro, te van a meter mínimo ocho años a la cárcel”. Cuando iba a firmar veinte corridas musicales en Mendoza, Rosario, La Plata, todo se vino abajo. Estábamos cenando en un restaurante español y mientras yo revisaba el contrato y me comía una paella oímos un estallido: “¡Boom!”, y luego un grito: “¡Viva Isabel Perón!”. La esposa de Perón, Isabel, había boicoteado mis corridas. El empresario me dijo: “Che, tendremos que aplazar esto. Se ha vuelto un escándalo”. Yo decía: “Lástima que a Isabelita no la cogió un camión cargado de cemento, por no desearle nada malo". Perdí un pocotón de dinero.
¿Cómo conoció a Claudia de Colombia?
Yo iba como invitado al Club del Clan, donde conocí a Vicky, Harold, Óscar Golden, el Culebro Casanova... Y a Claudia. Cuando yo la veía, le meneaba el rabo. Y nos hicimos cercanos. Yo decía que me llevara a su apartamento y ella no quería, porque decía que vivía en un lugar muy humilde. Al final, me llevó al barrio Las Cruces.
¿Es verdad que usted fue quien le ayudó a que le grabaran?
Sí, porque Francisco Zumaqué no quería. Decía que imitaba a Yolima Pérez, que no es verdad. La ayudé mucho. Cuando me contrataban para un concierto, siempre que podía la llevaba para que cantara. Claudia se presentó en el concurso Orquídea de plata Philips y no clasificó porque se enredó con la orquesta y se fue a trabajar a El Espectador. Yo seguí insistiendo hasta que un día Zumaqué le grabó un sencillo de José Feliciano. Fue todo un éxito. Mientras ella triunfaba, yo debía el arriendo de mi pieza, en la Caracas con 24. Cuando ella se enteró de mi situación no me volvió a poner atención. Nunca me ayudó. [A Noel se le quiebra la voz]. Hoy se me hace un nudo en la garganta. Si ella dice: “Vamos a grabarle al Burro” me habría ayudado, pero lo que hizo fue perderse.
Noel Petro.

Noel Petro.

Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS

¿Cuántas canciones le compuso a Claudia de Colombia?
Varias. La primera se llamó “Viajando con Claudia”. Veníamos en carro desde Tocaima y yo vi que se estaba durmiendo. Después escribí esa canción que quiero grabar nuevamente con otro título: “En un carro viajaba con Claudia / de un pueblito chiquito venía / y en la noche callada y oscura / vi que a Claudia el sueño rendía. // Y el cielo bastante nublado / y la luna a raticos salía / a alumbrar la carita de Claudia / que tranquila en mis brazos dormía. // Ya se acercaba el triunfo de Claudia / y con el triunfo, me olvidaría”.
¿Y es verdad, como dice su canción, que por el amor de Claudia se iba a lanzar del salto del Tequendama?
Sí, cuando yo supe que se iba a casar con el piloto del presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, algo que finalmente no ocurrió, me fui al salto del Tequendama. Allí me quité toda la ropa para que la muerte fuera más espectacular y me colgué el requinto adelante.
¿Por qué no se lanzó?
Porque estaba muy alto [risas].
De todas las canciones que ha grabado, ¿cuáles son sus favoritas?
“Cabeza de Hacha”, “Azucena”... Son muchas. Son muchas décadas de grabar. Ya perdí la cuenta de cuántos discos he grabado. Más de 30 o 35.
¿Y de las canciones que usted compuso?
“La gallina javá”, “La ola 2000”. Muchas también.
Su último gran éxito fue “El ñato mama ron”. ¿Es cierto que está inspirada en un ñato que conocía su papá?
Es que en los pueblos de la Costa a los ñatos les gusta mamar ron, las carreras de caballos, las corralejas y las peleas de gallo. Y había un ñato flojísimo que se acostaba en una hamaca debajo de un palo con la media de ron ahí, que no era sino estirar la mano para cogerla por el pescuezo. Con el sombrero en la cara, gritaba: “¡Carmela, pégame una jundiá a la hamaca! ¡Carmela se está escampando la hamaca, metémele otra jundiada!”. Y entonces la mujer le decía:
– Mira, ñato, ve a buscar un palo de leña.
–¿Y qué horas son? –respondía el ñato.
–Las 11:30 a. m.
–¡Con este solazo que está haciendo! A esta hora un palo de leña, ni sucio de mierda. Y apúrate con el sancocho, Carmela.
El ñato llegaba a donde mis papás, mi tío Pepe y mi abuelo. Y ellos le decían:
–¿Ñato, cuándo vienes a trabajar?
–Cuando quiera, cuando quiera –respondía.
–¿Vienes mañana?
–No puedo –decía.
–¿Y entonces cuándo vienes?
–Cuando quiera.
Y así era siempre.
Fue un éxito impresionante. El tema sonó en todo el Carnaval de Barranquilla de 2009.
Y habría podido serlo cuatro años antes, cuando lo grabé, pero Discos El Dorado no le hacía propaganda. Después un amigo mío le metió batería eléctrica y purrundún, se disparó.
¿Con qué artistas legendarios compartió escenario?
Con muchos. Recuerdo a Los Panchos, que querían conocerme. Actuamos en la Plaza de Toros de Medellín. Yo maté un par de toros y ellos dieron un concierto. También actué con José Alfredo Jiménez en el teatro Junín de Medellín. Y con Antonio Badú, Ana Berta Lepe... Muchos.
¿Y hoy qué proyectos tiene?
Con mi mánager, William Puche, estoy grabando un nuevo disco. Tiene una canción dedicada a Paulina Vega y otra a Diomedes. Y también estoy escribiendo un libro de mi vida para contar todos estos disparates que me han pasado.
¿Cómo es su rutina?
Me levanto como a las cinco de la mañana a llevar a mi hija Noelia a la ruta. Luego cojo la muleta y el capote y salgo a entrenar, a dar unos pases. Después me pongo a revisar las composiciones. Como a las cinco de la tarde, ya en piyama, empiezo a tocar el requinto como hasta las diez de la noche.
Eric Mildenberg, un ingeniero de sonido con quien usted ha trabajado hace muchos años lo definió a usted como un luchador, un hombre que ha aguantado las más fuertes tempestades…
Sí, y soportando tantos desprecios… Y ahí va el Burro otra vez. Pa’ allá, pa’ lante.
GERMÁN IZQUIERDO MANRIQUE
FOTOGRAFÍA RICARDO PINZÓN
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 70 - DICIEMBRE 2017
Las andanzas del Burro Mocho

Las andanzas del Burro Mocho

Foto:Revista BOCAS

Jose Jaramillo
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