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NI SIQUIERA TREGUA NAVIDEÑA

Tenemos, pues, tete a tete de Andrés y Tirofijo para el 7 de enero. El Presidente de la República y el comandante de las Farc instalarán en zona despejada del Caguán las mesas de diálogo, que podrían representar el primer paso serio hacia la solución negociada del conflicto armado con la principal organización guerrillera del país.

Al mismo tiempo, se informa que el 13 de febrero será la fecha definitiva para la instalación de la Convención Nacional propuesta por el Eln, que contará con por lo menos 300 delegados. Y, por otra parte, los paramilitares agrupados en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) anuncian que en enero presentarán su propuesta para una asamblea nacional de paz .
El año 99 se iniciará, entonces, con signos promisorios de que el proceso de paz puede entrar en una nueva dinámica. Será verdad tanta belleza? Hay, por lo menos, indicios positivos. Pero, en esta materia, la experiencia aconseja que, hasta ver hechos contantes y sonantes, más vale guardar un moderado pesimismo . Es que ni siquiera tregua navideña aceptan.
En medio de las discusiones y reuniones preparatorias que sostendrán las cúpulas guerrilleras con miras a estos encuentros, me imagino que también estarán analizando lo sucedido entre Estados Unidos e Irak. No porque vaya a formar parte del temario del diálogo con el Gobierno, sino por lo que el bombardeo a Bagdad significa y revela sobre la política exterior de Washington, y sus posibles implicaciones futuras para los conflictos armados en este hemisferio.
Más allá de la obsesión con Saddam Hussein, o de las maniobras de distracción que necesite Clinton en este momento, la decisión de atacar con misiles a un país como Irak confirma la tendencia creciente de EE.UU. (recordar los que envió hace cuatro meses contra presuntas bases terroristas en Sudán y Afganistán) a castigar con los medios más drásticos a todo lo que considere como amenaza terrorista para la seguridad colectiva o sus intereses estratégicos.
Por ahora, estos ataques han estado concentrados en otros continentes y en objetivos relacionados más que todo con el radicalismo islámico antinorteamericano. Pero el día que Washington estime que en América Latina, en su patio trasero , se estén consolidando fenómenos hostiles de corte terrorista, podemos estar seguros de que no se cruzará de brazos.
El artículo Tirofijo : entre Arafat y Osama Bin Laden que publica hoy el politólogo Juan Tokatlián (ver página 6A) resulta en este sentido revelador. Porque no cabe duda de que EE.UU. se interesa cada vez más por el conflicto armado en Colombia. Por múltiples razones: sus impresionantes cifras de muertos, desplazados y violación de derechos humanos; su irradiación hacia países vecinos; su impacto sobre inversiones y ciudadanos extranjeros, y sus nexos con el narcotráfico, entre otras consideraciones.
Es, además, el único conflicto armado de estas características que existe en el hemisferio... y que, por esto mismo, representa un desafío, y casi que un reto, para una comunidad internacional cada vez menos tolerante con fenómenos como el secuestro, las desapariciones, el genocidio, los crímenes de guerra, etc.
Ante un fracaso rotundo de las negociaciones de paz y una degradación aún mayor de la guerra interna colombiana, una intervención de EE.UU. (en aras del internacionalismo humanitario , la lucha contra la droga, el terrorismo o cualquier otro pretexto) contaría con cierta simpatía internacional. Y ni siquiera necesitaría de la presencia física de tropas gringas. Que es lo que, comenzando por el propio público estadounidense, más reacciones adversas suscita.
Los misiles teledirigidos, cada vez más precisos y quirúrgicos ; los satélites y aviones espías permiten golpear desde la distancia. Era impresionante ver vehículos circulando por las calles de Bagdad durante los bombardeos. Tal era la exactitud, que no se daban cuenta, o no sentían los impactos.
Claro que guerrillas móviles en la selva resultan menos vulnerables a esta tecnología bélica que blancos fijos, como fábricas de armas químicas, instalaciones militares, bases de entrenamiento, refinerías y demás objetivos de los bombardeos teledirigidos de EE.UU. en Sudán, Afganistán e Irak.
Se trata, en fin, de algo que hoy puede sonar un poco a política ficción, pero que no sobra tener en cuenta en un futuro, en el que la situación colombiana se salga definitivamente de madre y suscite una preocupación más activa de la primera potencia mundial.
Ante un fracaso irreversible de las conversaciones de paz y la agudización del conflicto, también habría que preguntarse hasta dónde Pastrana jugaría más a fondo la carta de los EE.UU. Tendría argumentos para decir que hizo todo lo posible, pero que el belicismo irrefrenable de una subversión armada empeñada en destruir al país lo obliga a pedir ayuda externa para la guerra interna.
Otra pregunta es cómo reaccionaría la población ante esta eventualidad. La guerrilla debe pensar que despertaría un nacionalismo antigringo que la favorecería. Pero basta ver todas las encuestas recientes sobre imagen y popularidad de las instituciones (Iglesia, medios, partidos, Congreso, militares etc.) para confirmar que la guerrilla es el fenómeno más repudiado por los colombianos. Cerca del 80 por ciento piensa que son delincuentes sin ideales.
Pero volviendo, en una nota de cauteloso optimismo , a Pastrana, Tirofijo y la próxima instalación de las meses de diálogo, sería recomendable que el Gobierno tuviera desde ya un cronograma preciso para ese mes de conversaciones.
Con el fin de lograr acuerdos sobre una agenda mínima que incluya temas inaplazables. El del secuestro, por ejemplo. Y para que esa fecha histórica del 7 de enero no termine convertida en otra frustración nacional.
enrsan
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