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SERGIO CABRERA DE VUELTA A LAS CANCHAS

La época de fin de año tradicionalmente está reservad en la cartelera para los Grandes Estrenos (con mayúsculas). Películas grandes, atractivas como imanes o papel matamoscas que logran que la gente se aleje de las fiestas y reuniones para quedar suspendidos en el mundo irreal de la pantalla.

Redacción El Tiempo
En general, las películas animadas son las reinas de esta época. Apoyadas por una impresionante maquinaría de promoción, se pelean entre sí las pantallas de todos los paises del mundo. Y aunque Colombia no es la excepción, en esta temporada hay más que eso.
Además de los colmillos animados que Dreamworks y Disney se enseñan mutuamente, este fin de semana se estrena Golpe de estadio, la más reciente película del colombiano Sergio Cabrera.
Y semejante posición en el calendario cinematográfico es un logro tanto para el director como para el cine colombiano.
Una muestra d la fe que tienen las exhibidoras en la capacidad de Cabrera para conectarse con el público nacional.
La película está situada en la población de Nuevo Texas , fundado en 1993 alrededor de una torre de exploración de petróleo.
Tan nuevo es el pueblito que la iglesia todavía no tiene techo y el cementerio permanece sin inaugurar, al no haberse muerto el primer habitante.
Pero aunque todo es nuevo, los problemas que lo rodean no lo son. De un lado hay un comando de policía que tiene el deber de guardar el orden en las calles polvorosas del pueblo y, sobre todo, proteger una torre de exploración de petróleo de la empresa Cansas Oil Company.
Del otro, está la guerrilla que rechaza el saqueo de nuestra sangre y que está interesada en volar en pedazos la torre. La gente del medio pasa como una sombra por la película, sin dejar mayores rastros Fútbol y más fútbol
Pero el ingrediente central de la película, más que las torres petroleras, es el fútbol.
O la pasión por el fútbol más bien. Estamos en 1993 y Colombia juega las eliminatorias para el mundial de Estados Unidos 94. El partido contra Paraguay coge a los dos bandos combatiendo alrededor de la torre (que además tiene la antena del televisor del pueblo) y el exceso de alegría generado por un gol de Colombia hace que un helicóptero de la policía vuele la torre.
Claro que igual estaba destinada a la destrucción porque dos guerrilleros ya le habían puesto explosivos en su base: la comandante María (la española Emma Suárez) y Carlos (Nicolás Montero).
Luego de la destrucción los guerrilleros vuelven al monte y los policías a su estación. Todos (para indignación de los superiores de cada bando) con más ganas de ver la repetición de los goles en los noticieros de la tarde que de celebrar o llorar lo sucedido en el combate.
Y este es un tema recurrente en la película: los miembros de base de cada uno de los grupos tienen más en común de lo que les gustaría a sus líderes. Con huelgas simultáneas en ambos bandos por la prohibición de ver los partidos, finalmente los guerrilleros deciden ofrecer una tregua temporal mientras terminan las eliminatorias. Ante las presiones de agentes, el sargento García (César Mora) acepta a regañadientes.
Y la tregua se haría realidad de no ser por la llegada de Klaus Mauser, y europeo que ha llegado con la firme intención de no dejar que el conflicto disminuya. Al fin y al cabo la guerra es su negocio.
Película cora Cabrera dirige las historias de manera simultánea y aunque en los créditos Nicolás Montero y Emma Suárez aparecen como los protagonistas, en realidad son las pequeñas masas de gente en cada bando las que hacen la película. Y en ese sentido este es el mismo territorio de La estrategia del caracol
Cabrera demuestra, una vez más, que sabe lo que le gusta al público colombiano. Sabe, por ejemplo, que le gusta oír un madrazo de vez en cuando, que disfruta cuando las regiones del país estén bien representadas y que una chispa de ridículo nunca sobra.
Pero lo más asombroso es que logra hacer una comedia más o menos costumbrista a partir de un material oscurísimo. Sobre todo hacia el final de la película, cuando los dos bandos se han reunido para ver el partido contra Argentina en el último televisor de la zona, resulta evidente que no es una paz utópica lo que plantea el director.
Sin explicaciones fáciles, los espectadores salen con una sonrisa en la cara pero un torrente de ideas taladrándole la cabeza. Y ese es el mayor valor de este Golpe de estadio: a pesar del desorden que a ratos se toma a la película, de algunos problemas de sonido y de las situaciones ya vistas, evita caer en la peor trampa de todas (el optimismo irreflexivo) y logra así iluminar de alguna manera las complejidades de este país donde vivimos.
M.K.G.
Redacción El Tiempo
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