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Sin ruta y sin prisa ¡Mamá!

LUIOCH
Lo primero que habría que decir es que los hombres y las mujeres somos
distintos. Distintos, más allá de lo obvio, de lo que a tantos les produce
risa: ¿por qué les parece tan chistoso hablar de los órganos sexuales, por qué
se sonrojan, por qué cambian el tono de la voz?
Superado el escollo, volvamos. Decía que somos distintos: unos éramos
cazadores, luchábamos con los animales, recorríamos largos trechos, llevábamos
el alimento. Ellas protegían a las crías, les presentaban el mundo,
diferenciaban con su olfato lo conveniente de lo peligroso, llevaban las
cuentas.
Unos levantábamos las piedras para despejar el camino y cargábamos bultos a lo
largo de este, y alguien dijo -supongo que nosotros mismos- que éramos el sexo
fuerte. Porque pensábamos que la fuerza estaba en unos músculos mejor dotados.
Y creímos que por fuertes teníamos la razón, teníamos los derechos, teníamos
la última palabra: o todas las palabras, si nos daba la gana mandarlas a
callar.
Nos habían dado la fuerza de los músculos -que es la menos importante y la
menos sorprendente de las fuerzas- para protegerlas a ellas y a las crías.
Pero nos faltó afinar la fuerza de la razón y la fuerza del entendimiento y
permitimos que se pervirtiera esa fuerza y la usamos como argumento: y
enseñamos a la humanidad a recurrir a esa fuerza que primero fueron músculos y
luego fueron armas antes que a la fuerza de las ideas y de las convicciones y
de las conveniencias. Y llegamos, incluso, a usar la fuerza contra ellas
mismas.
Con el paso del tiempo, me parece -quiero creerlo- que nos hemos dado cuenta
de la estupidez que nos asistía. De la estupidez que todavía asiste a muchos.
Quiero creer que nos hemos dado cuenta de que la fuerza más grande es la
fuerza de la vida, la que ellas poseen y conservan. Que su posibilidad de
engendrar y de perpetuar la especie les da la posibilidad de mirar más allá,
de descifrar con mayor facilidad los misterios, de encontrar más fácil los
caminos correctos.
Hace rato aprendí a confiar en el instinto maternal más que en mis propias
suposiciones, que en mis creencias, que en mis sospechas. Y ahora que el
calendario señala el día de la madre, convierto la fecha en una disculpa para
rogarles que tomen las riendas, de verdad. Estoy convencido de que el mundo
necesita un relevo de fuerzas. Que llama con llanto de recién nacido a la
fuerza de la vida que ellas poseen para que se imponga sobre la fuerza de la
destrucción y de la guerra.
@quirozfquiroz
Fernando Quiroz
LUIOCH
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